Dejé que Contreras digiriera esa última muerte. Con mala leche podría decirse que le di tiempo para masticar el picadillo de García. Silvia se ayudó con un trago de whisky para tragar aquello, y luego dijo:
-Esto introduce una interesante novedad en la cadena de suicidios. Si no me equivoco era la primera vez que se observaba a uno de los suicidas en los instantes previos al adiós definitivo. ¿Estoy en lo cierto?
-Sí, y es una buena observación, amiga Silvia. Así que ya sabes, si ves que me pongo a reír de una manera rara y sin venir a cuento agárrame fuerte y pide ayuda -le respondí más en broma que en serio.
-Tú no vas a suicidarte, Alburquerque, porque yo voy a cuidar de ti.
-¿Ah, sí?
-Sí. De entrada esta noche dormiré en tu casa. La verdad es que no me atrae nada la idea de volver a la residencia del cuartel, y así de paso te vigilo. Tendrás un sofá o algo parecido donde ponerme a dormir la mona, ¿no? Uy, ¿estoy siendo muy descarada?
-Bueno... Ya hablaremos de eso; aún es temprano.
-Pues entonces voy a pedir otros dos whiskys -decidió Silvia, siempre tan resuelta a vaciar vasos.
-¡No, no! Contreras, por favor, para mí un Red Bull o algo parecido, que voy ya muy cargado. Te sugiero que hagas lo mismo.
Pero Silvia insistió en pedir un whisky más para ella. Esa noche se había propuesto convertir su hígado en foie-gras de artillera, por lo visto. En fin, unos se mueren porque se quedan sin hígado, y otros se mueren porque un tío que ya está muerto los va eliminando de uno en uno. Qué locura, joder, qué locura.
Mientras Silvia atacaba a pequeños sorbos su enésima copa yo continué la historia:
-A la tarde del día siguiente, tal como estaba previsto, los supervivientes del Club de los Probables Suicidas nos reunimos con Sepúlveda en su consulta. Previamente lo habíamos informado por teléfono de la "deserción" de García, y el tipo se mostraba francamente interesado por nosotros, aunque sospecho que más como especímenes de estudio que como pacientes. Seguro que estaba pensando en escribir a nuestra costa un libro titulado Yo traté a esos jodidos locos o algo así.
»El señor Sepúlveda escuchó nuestros temores y habló poco, y lo poco que dijo no eran más que vaguedades. Necesitaba conocernos mejor, afirmaba el muy falso cuando lo que de verdad pretendía era aliviarnos el peso de los bolsillos, y como tú bien sabes, querida Silvia, los bolsillos de la tropa no es que estén sobrecargados precisamente. ¿Pues sabes qué, Silvia?, ese cabrón se quedó con las ganas de conocernos mejor.
»El domingo, 13 de abril de 2008, Martínez, con solo diecinueve años, se fue al otro barrio respirando los gases del escape de su coche. Ya ves, era todo un clásico a pesar de su juventud. Lo encontraron los de la SV, azulado como un pitufo, en los aparcamientos de tropa. Había robado unos metros de manguera al jardinero, y el muy cabrón los usó para dirigir el gas del escape al habitáculo de su Seat Ibiza.
»Con esta nueva renuncia el mermado Club de los Probables decidió por unanimidad prescindir de los servicios del psicólogo Sepúlveda; estaba claro que no nos servía de mucho.
-También es que era pronto, Alburquerque. El psicólogo no tuvo tiempo de nada.
Bebí un largo trago de mi Red Bull sin responder a Silvia. ¿Cómo hacerle entender que a esas alturas habíamos claudicado? ¿Cómo explicarle que estábamos resignados?
-Silvia, quizá no lo entiendas, pero Sanz, Gil, Calahorro y yo sabíamos que no quedaba salvación para nosotros. Ni Sepúlveda, ni el páter, ni nadie podía hacer nada. En lugar de terapias de más que dudosa eficacia preferíamos disponer de tiempo, de tiempo para arreglar nuestras cosas, ya me entiendes: papeleos, esos eternos laberintos burocráticos; testamentos y herencias; acabar de construir un mueble que a alguien le hizo ilusión ver terminado; pedir ese perdón tanto tiempo postergado, preferiblemente en persona aunque para ello haya que viajar a las antípodas; entregarse en cuerpo y alma a la novia, a la esposa o a los hijos; o ir por fin a visitar a esa prima lejana que el año pasado tuvo trillizos. Flecos, Silvia, flecos de la vida que, si uno puede, no dejará sueltos. A eso nos queríamos dedicar, querida compañera, a recortar flecos.
(ESTO VA A CONTINUAR MIENTRAS ME SALGA DE LOS HUEVOS)