Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

martes, 26 de octubre de 2010

Por alguna retorcida asociación de ideas...


...me he acordado hoy de Marta. Ella y yo nos besamos apasionadamente durante unos minutos en una noche gaditana de hace varios años. Y me gusta recordarla, porque pocas personas me han enseñado tanto en tan poco tiempo.

Marta, con sus pícaros ojos verdes y aquellos hoyuelos en los extremos de su sonrisa, me enseñó a comprender unas circunstancias personales anómalas. Me hizo, creo, mejor persona, y tengo pendiente con ella una deuda que no podré ni sabré pagar. Marta, en apenas unas horas de franca e íntima conversación, engrandeció para mí palabras como "tolerancia", "respeto" y "comprensión". Ella de eso sabe mucho, porque pocas veces fue comprendida, raramente tolerada y casi nunca respetada.

Marta me habló de psiquiatras y de laberintos burocráticos. De pervertidos amantes abusadores y de falsos amigos. De trabajos realizados lejos de sus vecinos y de puestos laborales en los que nunca sería admitida. De prejuicios ajenos y de su inocente sexualidad.

Marta me habló también, con inusual sinceridad, de sexo prohibido según costumbres, y de sexo maldito según algunos, y de generales conductas hipócritas respecto al sexo. Muy a su pesar ella también sabía mucho de todo eso.

Antes de despedirnos quise besar a Marta, y lo quise hacer con uno de esos besos largos, lascivos, golfos, que son más un acto sexual que un gesto de cariño; más cópula que despedida. Ella respondió generosamente, y se lo agradezco.

Marta tenía pene.

Marta era más femenina que la mayoría de mujeres vaginadas que he conocido.

Marta era tan hombre como yo soy mujer.

Ahora pueden ir por ahí diciendo que Leo Kowalski se enrolló con un tío; demuéstrenme su ignorancia, que lo estoy deseando para tener tema al que hincar el diente en esta bitácora.

Y la verdad es que a mí me van las mujeres... ¡por eso quise besar a Marta!


(¿Me estoy volviendo demasiado repetitivo?)

Vivir con Gusifluky


Hace casi tres años -¡
tempus fugit, pardiez!- publicaba una entradita humorística sobre cómo es vivir con un gato: A solas con el cucho, la llamé (léanla y dejen de masturbarse durante unos minutos). Pues bien, hace poco mi estimada Loreto -¡hola, Loreto, ¿qué tal?- me recordó los vídeos con los que Simon, un artista amante de los gatos, ilustra su convivencia con uno de ellos que ya es archifamoso en la Red.

Hoy me apetecía de nuevo hablar de lo divertida y sorprendente que puede ser la convivencia con un
felis catus, pero no me voy a molestar en teclear más de lo necesario, porque Simon la describe muy bien en sus vídeos de animación, vídeos que a pesar de su brevedad y de su humor están repletos de detalles realistas que el gatófilo sabrá reconocer, y en los que sabrá reconocer a su propio gato. Yo desde luego me siento identificado con el personaje humano de esas animaciones, y naturalmente veo a mi gato Gusifluky en cada fotograma. Con todos ustedes, ¡el gato de Simon!:





domingo, 24 de octubre de 2010

Síndrome de Stendhal


Me ocurre pocas veces, tal vez en dos o tres ocasiones al año. Hoy ha sido una de ellas.

Soy muy cicatero evaluando la belleza física de las mujeres; nada que ver con esos tipos que ponen los ojos en blanco ante cualquier hembra más o menos resultona. Pocas mujeres son las que yo puntuaría con una nota superior al 5 en una escala de 1 a 10, y nunca he visto un 10 (si algún día lo veo me moriré de puro placer estético).

Pero hoy he visto un 9´75, y aún tiemblo al escribir esto.

No voy a describir a la deidad porque, por muy bien que lo hiciera, no podría hacer justicia a tanta belleza. Sí diré que debe de tener una edad situada entre los treinta y cinco y los cuarenta años, y que cuando ha entrado en el local donde yo estaba se me ha acelerado el pulso instantáneamente nada más verla. Después, cuando se ha colocado frente a mí, he tenido que usar toda mi fuerza de voluntad, que no es mucha, para no mirarla, porque no quería que me confundiera con cualquier otro baboso. A pesar de todo nuestras miradas se han cruzado en algún momento, ¡y me he mareado, maldita sea, me he mareado!

Me imaginaba siendo yo el camarero que debía servirle el café, y me veía derramándolo; me imaginaba intentando hacer el amor con ella, y me veía dando un gatillazo, incapaz de alcanzar una cotidiana erección ante tanta belleza -¿cómo osar levantar impúdica e irreverentemente mi miembro, cuando todo mi ser exige postración bajo esa diosa?-; me imaginaba teniéndola por novia, presentándola a mi familia, y veía a mis familiares advirtiéndome protectoramente que ese noviazgo no duraría mucho; me imaginaba llevándola como mi pareja a una celebración profesional, y veía una revolución cuartelera...

Y mientras imaginaba todo esto nuestras miradas se cruzaban fugacísimas alguna vez. "Vete, vete ya, acaba esta tortura", deseaba yo luchando por que no volvieran a cruzarse nuestras miradas.

Pero no se iba, la muy maldita. Así que, en busca de alivio, necesitando escribir esto, me fui yo.

Y en cuanto acabe de escribir volveré a ese lugar que tengo a un minuto desde que echo la llave de mi casa. Ojalá ya no esté ahí el 9´75 cuando vuelva.

La belleza extrema es destructiva.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Coronel Russell Williams, el grandísimo hijo de puta que dejó en mantillas a mi perversa imaginación

Que sí, coleguita, que sí, que eres muy guay, pero baja ya la manita.

Lo que son las cosas. El 20 de febrero del año en curso publiqué en este blog la primera parte de un cuento titulado Los diversos suicidios del teniente Núñez, y poco después, el día 28, publiqué la cuarta parte, donde se dice acerca del perfecto y prometedor teniente:

"[...] con su gesto imperturbable de machote... cuando de repente se le cae el pantalón y quedan a la vista unas robustas piernas cubiertas con medias y ligueros de encaje, ¡por no hablar de las bragas rosas de lencería fina!"

Pues hete aquí que ahora, ocho meses después, el mundo ha conocido a un espécimen de brillante militar, el coronel canadiense Russell Williams, que comparte con mi ficticio teniente Núñez el fetichismo por la ropa interior femenina. Hasta aquí Leónidas 1 - Realidad 1. Sin embargo el coronel Russell Williams fue mucho más allá de lo que fue mi desgraciado personaje, como ya sabrán todos ustedes (y si no lo saben aquí lo tienen), ergo Leónidas 1 - Realidad 10 (por lo menos).



Este "asuntillo" del coronel Russell Williams supera de largo al otro "asuntillo" protagonizado recientemente por un teniente coronel español (y del que curiosamente solo se hizo eco la prensa local -¿por qué?-); pero uno y otro "asuntillos" me tocan especialmente las pelotas. A mí estos "asuntillos" de jerarcas militares me duelen, porque escogí la profesión militar creyendo aquello que decía el Soldado Lope de Vega :

Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que el adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.

Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.

Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.

Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.

Y me sigo esforzando por creer en las palabras de Lope a pesar de todas las traiciones que, sin tener que remitirme a noticias escandalosas, he sufrido por parte de mis jefes. A pesar de los pesares, aquí como me ven, tan irreverente y tan rebelde a veces, resulta que quiero a mis jefes, y mis jefes son todos los oficiales y suboficiales de países con los que España forme alianza. Por eso lo del coronel canadiense me jode hasta no saben dónde. Y por eso con él, si en mi mano estuviera, sería más duro que con cualquier otro; porque me inculcaron que mis jefes militares son lo mejor que puedo tener como jefe, y esto es una doble traición: me han traicionado como ciudadano, y me han traicionado como soldado.

viernes, 15 de octubre de 2010

El ejemplo de Buddy


El gran Budd durante su mundialmente famosa interpretación

Lo he descubierto yo solito. Ya sé cuál es el mal de muchos de nuestros benditos políticos: no tienen afición por la música. Sí, chorlitianos lectores, entre los políticos no abunda la sensibilidad artística.

Otro gallo cantaría si nuestros prebostes, al ser pillados en sus robos, prevaricaciones, cohechos y chanchullos varios, siguieran el ejemplo de Budd Dwyer, quien fue político estadounidense pero alcanzó la inmortal gloria por su famoso solo de trombón durante un memorable espectáculo el 22 de enero de 1987. Resumo la historia:

El señor Budd Dwyer fue acusado de aceptar un soborno. Se declaró inocente. Le propusieron una condena de cinco años de cárcel si se declaraba culpable y ayudaba en la investigación. Se negó, con lo cual se enfrentaba a una multa gorda y a cincuenta y cinco añitos a la sombra. Entonces el colega convocó una rueda de prensa, y ante los periodistas y algunos de sus colaboradores sacó de un sobre un trombón (sí, ya sé que parece raro eso de llevar semejante instrumento metido en un sobre, pero así fue la cosa), luego advirtió a los atónitos concurrentes que lo que iba a pasar a continuación podía ser desagradable y que se estuvieran quietecitos para que el trombón no les hiciera daño (se conoce que no tenía mucha fe en sus habilidades como trombonista). Acto seguido el señor Dwyer hizo sonar su trombón con tan celestial sonido que conmovió profundamente a todos los presentes. Fin.

Lo mejor es ver el vídeo:



Yo creo que en España más de uno y más de dos deberían seguir el ejemplo de don Budd, ya sea con trombón, flauta travesera o pandereta; pero seguirlo, coño, seguirlo.

(Más detalles sobre Budd Dwyer).

jueves, 14 de octubre de 2010

Lucía y el soldado que miraba hacia el cielo


La guerra ya tenía un origen inmemorial el día que ellos la descubrieron.

Miraban a todas partes, aturdidos por el caótico ajetreo de los cientos de soldados de retaguardia, pero también por la animal voluptuosidad de sentir otra vez el aire fresco acariciar sus desnudos brazos de impúberes muchachitos, porque vestían uniformes veraniegos de manga corta. El que más, habría gozado de esa sensación quizá unas diez veces en su vida, y siempre por breves períodos de tregua que nunca superaban unas pocas horas.

Pero esta vez era distinto, porque habían burlado la vigilancia de los tutores y quebrantado la severa disciplina de los monitores, y porque no había tregua. Se habían fugado de la ciudad subterránea, del inmenso refugio donde se habían criado. Formaban apenas una docena de preadolescentes, decididos y soñadores. No eran muy inteligentes ni muy tontos. Tampoco eran muy valientes ni muy cobardes, si es que se puede hablar de valor o cobardía entre niños. No, digamos mejor que no eran muy atrevidos ni muy miedosos.

El incesante tableteo de las lejanas ametralladoras llegaba a sus oídos tachonado por explosiones: tatatatatata... PUM... tatatatata... PUM... tatatatatatatatatatatatata... PUM... tatata... PUM... tatatatata...

-¿Estará muy lejos? -preguntó uno de ellos.

-No, está cerca, porque la podemos oír -respondió otro.

-¡Mirad, me quito las gafas y no pasa nada! -exclamó un tercero con pueril entusiasmo.

Unos de golpe y otros con cautela todos se desprendieron de las gafas de sol. En sus largos y laboriosos planes de fuga habían previsto que el contraste entre la lóbrega penumbra del refugio y la luminosidad de la superficie heriría sus inadaptados ojos, sus casi atrofiadas pupilas; pero el día que se presentaba ante ellos era gris y con nubes tan cerradas que hubiera sido imposible determinar en qué parte del cielo, tras aquel colchón de plúmbeas nubes, se encontraba el Sol. Una llovizna tenue pero pertinaz había convertido en fango toda la tierra que podían ver y mojaba sus uniformes azules de cadetes haciéndolos casi negros. Ahora, después de tanto tiempo organizando la escapada, ninguno de los niños se decidía por una dirección, y el grupo permanecía en pie, mirando alrededor junto a la salida número 17 de la ciudad subterránea. Una infundada esperanza los convenció de que cuando salieran al exterior se encontrarían kilómetros y kilómetros de tierra yerma y deshabitada; no estaban preparados para lo que se encontraron; no habían podido imaginar ese maremágnum de soldados corriendo de un lado para otro, de vehículos blindados pugnando por salir de lodazales en los que se iban hundiendo más con cada intento por salir, de heridos agonizantes tumbados sobre camillas que eran desplazadas de un lugar a otro para que no estorbaran el tránsito de los soldados de refresco hacia el frente...

-Podemos preguntarle a ese hombre -sugirió con timidez la niña de pelo corto, que era el miembro más joven del grupo, a la vez que señalaba a un soldado que estaba boca arriba sobre una camilla de lona manchada de barro y sangre.

Nadie respondió a la niña y apenas sí repararon en el hombre herido que a unos metros de ellos miraba el cielo fijamente con su ojo izquierdo (el derecho estaba tapado con gasas y esparadrapo). Yacía el soldado inmóvil, cubierto hasta el pecho con una mugrienta sábana, ajeno al pequeño dedo índice que lo señalaba. Debía de ser un soldado muy veterano, de los que quedaban pocos, pues su aspecto representaba unos veintidós años, aunque puede que fuera algo menor y que la barba, rala pero de una semana por lo menos, contribuyera a envejecer su presencia.

-Los disparos vienen de allí -dijo uno de los chicos señalando al Norte.

-No, no. Escucha bien. Vienen de allá -respondió otro señalando al Este.

-Estáis equivocados -dijo un tercero apuntando al Oeste-. Se nota perfectamente que el ruido viene de esa parte.

-Pues a mí me parece que viene del Sur -opinó una muchacha.

La niña de pelo corto, mientras el resto del grupo discutía sin vehemencia la dirección que debían seguir, se acercó a la camilla del soldado que miraba al cielo con su único ojo. Con voz infantil (pero con decisión, tal como le habían enseñado que se habla a los soldados) preguntó al soldado yaciente:

-¿Por dónde se va a la guerra, señor?

Nadie le respondió, y a pesar de la lluvia el soldado mantenía la mirada clavada, sin parpadear, en el cielo nublado y gris. La niña sintió un escalofrío y se abrazó a sí misma teatralmente.

-Oiga, señor, queremos ir a la guerra. ¿Cuál es el camino? -insistió de nuevo la niña alzando la voz.

-¡Déjalo, Lucía, déjalo! ¿Es que no ves lo que le pasa? -gritó uno de los muchachos.

-¡Pero él ha estado allí; conoce el camino! -protestó la pequeña Luci.

La lluvia, persistente, lo mojaba todo, incluso el ojo abierto del soldado que miraba ciclópeamente hacia el cielo. Ahora todo el grupo de niños, indeciso y discrepante antes, observaba morboso y unánime la escena entre el soldado de la camilla y la impetuosa Lucía. Arreció la lluvia y lejanos relámpagos envolvieron fugazmente en brillo azul el mundo. La niña se estremeció sin dejar de mirar al hombre de la camilla.

-¡Conteste, soldado! ¿Cuál es el camino a la guerra?

-Hija, todo el que tomes te llevará a la guerra -respondió por sorpresa un sanitario mientras apartaba de un empujón despiadado a Lucía.

Después de esas prometedoras palabras el sanitario extendió la sábana para cubrir por completo el cadáver que miraba al cielo con su único ojo. La pequeña Lucía se estremeció otra vez.

No importa si los niños llegaron a encontrar el camino que los llevaría a su ansiada guerra. No importa si cambiaron de parecer y volvieron a entrar en la ciudad-refugio. En realidad tampoco importa que la guerra, después de aquel día, durara otros mil años más.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Gabriel Sala Calvet, embustero panfletista iluminado


Me dejé engañar por el prometedor título:
Panfleto contra la estupidez contemporánea (Gabriel Sala, 2007), e inicié su lectura hace un par de días creyendo que iba a encontrar algo interesante.

Pero no.

Supongo que cuando el señor Sala llamó así a su librito estaba pensando en la segunda acepción que propone el DRAE para el vocablo "panfleto" (opúsculo de carácter agresivo), pero le sienta mucho mejor la primera acepción: libelo difamatorio. En seguida explicaré por qué.

Reconozco que no he tenido el ánimo lo bastante templado para terminar la lectura de tan prescindibles páginas, pero con los párrafos que me he tragado es más que suficiente. Con el habitual estilo críptico de los conspiranoicos y aportando datos y cifras cuyas fuentes no cita don Gabriel Sala pretende someter al lector a un lavado de cerebro, aunque paradójicamente afirma querer lo contrario, es decir, despertar al lector y hacerle ver la verdad abominable de nuestra sociedad. Como este tipo lo pone bastante difícil para contrastar la información que presenta me he tenido que guiar por un pequeño detalle del que sí poseo abundante información de primera mano. Ese detalle me ha permitido comprobar que Sala es, cuando menos, un charlatán que habla sin documentarse lo más mínimo, y más probablemente un consciente embustero.

En la página 32 de su panfleto Gabriel Sala nos cuenta esta soberana y monstruosa mentira (la negrita es mía):

"La actual ubicuidad del entetanimiento permite que salgamos cada día a la calle y acompañemos a nuestros hijos al colegio sabiendo que parte de los impuestos que pagamos al Estado son utilizados para fabricar minas antipersonas, diseñadas con vivos colores que simulan juguetes con el específico propósito de mutilar los miembros de otros niños que no viven demasiado lejos de nosotros, objetivo que cumplen 26.000 veces al año".

Fue al llegar a ese absurdo y tremendo párrafo cuando decidí cerrar el libro. Sin embargo, un rato después me pareció adecuado darle otra oportunidad a Sala hojeando al azar otras páginas, y ya fuera por casualidad o porque este señor es un obseso me encontré de nuevo la misma gilipollez en la página 122:

"Con nuestros impuestos se fabrican bombas-trampa con aspecto de juguetes destinadas a atraer la atención de los niños con el fin de mutilarlos".

Y el tío se queda tan fresco después de soltar tamaña mentira, otra vez. Yo entiendo que este bocachancla nunca haya visto una mina, pero le hubiera bastado un minuto en internet para ver cientos de fotografías de muchísimos modelos de minas contrapersonal. A ver dónde cojones ve el colega los colores vivos y el aspecto de juguetes.

Que quede claro esto, y lo digo yo, que de otra cosa no, pero de munición militar sé un rato largo: Es rotundamente falso que las minas antipersona busquen mutilar niños (¿qué sentido puede tener eso?); es mentira que se fabriquen en colores vivos (son negras, verde oliva o de color arena, y lejos de llamar la atención se fabrican con colores precisamente para pasar desapercibidas); es un disparate decir que se fabriquen con aspecto de juguetes (aunque lamentablemente para un niño cualquier cosa puede parecer un juguete, pero esto en ningún caso justifica la tremebunda acusación del señor Sala).

¿Qué pretende este señor con sus descabelladas afirmaciones? Me inclino por aplicar la navaja de Occam y escoger la explicación más sencilla: quiere vender más ejemplares de su libro, y punto. Mala manera es esa de despertar conciencias contando mentiras, amiguito Gabriel, mala manera.



Estos objetos, según el embustero de Gabriel Sala, tienen vivos colores y su diseño emula el de juguetes para mutilar niños específicamente.

Gabriel, si querías iluminar el mundo te quedaste en simple iluminado; si pretendías engañar a muchas personas, enhorabuena, porque viendo lo que se dice de tu libelo en internet creo que has conseguido estafar a más de uno y a más de dos. Pero yo te salí rana, campeón. Lástima que lo mío sea un "minority report".

lunes, 4 de octubre de 2010

¿Por qué los humanos seguimos matando? ¿Y por qué hay gentuza que se empeña en hacernos creer que solamente los machos de la especie somos asesinos?


Advertencia
: Si eres otro de esos gilipollas políticamente correctos sin criterio propio y te sientes cómodo cuando te dan en el lomo con una vara de avellano para que no te salgas del sendero, ya puedes dejar de leer esto y ponerte a hacer algo más acorde con tus aptitudes, como por ejemplo lamerme el ano.

El 2 de agosto se publicaba en El País otro de esos reportajes simplones y demagogos que pretenden dar una explicación sencilla a hechos muy complejos, y que además dicha explicación sea acorde con la impuesta ideología del feminismo "de género" (que nada tiene que ver con el loable feminismo que va en pos de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres). El dramático título de ese reportaje es ¿Por qué los machistas no dejan de matar?, y ya se puede uno hacer idea de lo que viene después: supuestos expertos disertando sobre obviedades, y paniaguadas feministas de género y número que deben mantener su bien retribuido puesto arrimando el ascua a su sardina (sardina hembra, no confundir con el sardino); y por supuesto, ni un tímido recordatorio, así como de refilón, al hecho de que también las mujeres, a veces, matan a sus parejas, ¡o incluso cometen peores atrocidades! En fin, misma mierda feministoide, diferente feministoide día.

El reportaje de marras es una sucesión de bobadas que ni responden nada ni debe sorprendernos que así sea habida cuenta de esta moda absurda y peligrosa de victimizar a la mujer y criminalizar al hombre. Me gustaría destripar todo el reportaje y señalar punto por punto las chorradas que tan profusamente lo adornan, porque es el típico ejemplo de hablar mucho sin decir nada; pero cada día tengo menos paciencia para luchar contra las majaderías feministoides. Sin embargo, por mucho que me joda entrar al trapo, no puedo dejar de apostillar un detallito del subtítulo: "Las mujeres asesinadas por sus parejas se incrementan pese a la batería de leyes y las campañas de prevención". ¿Pese a? ¿Soy el único que sospecha que ese "pese a" debería sustituirse por un "debido a"?

Presentada esa duda -que no es baladí, y el que tenga neuronas que las use- voy a permitirme parodiar el estilo simplista y tendencioso de las feminazis: ¿Por qué los machistas no dejan de matar [mujeres]? Para responder esta pregunta hemos de ir más atrás y cuestionarnos primeramente por qué los machistas mataron alguna vez a las mujeres. La respuesta es clara: esas malditas putas se lo merecían. Ahora sí estamos en disposición de responder, al fin, a la pregunta con la que El País daba título a su tonto reportaje:

¿Por qué los machistas no dejan de matar?

¡Pues porque esas zorras se lo siguen mereciendo!



domingo, 3 de octubre de 2010

Más de la tontuna de siempre


Hoy, en ABC:


Veinte hombres planean matar a su mujer, según las estadísticas.

¿Sí, de verdad? Vaya... ¿y cuántas malas zorras están planeando en este momento poner una denuncia falsa por maltrato, pregunto? Ah, ¿que de eso no hay estadísticas?, ¿que me calle la boca y no haga preguntas incómodas?, ¿que me ciña a lo políticamente correcto y no toque los ovarios? Bueeeno, vaaaale, seré dócil y sumiso (pero es porque no tengo ganas de escribir, que si no...)

En fin, mucha suerte a los veinte posibles uxoricidas las veinte víctimas potenciales.

viernes, 1 de octubre de 2010

Un caso real de maltrato de pareja que no aparecerá en la prensa


Ocurrió hace dos o tres años en una madrugada mientras mi colega Miguel estaba de guardia. Lo voy a contar como él me lo contó a mí (aunque he cambiado nombres de personas y lugares):

Miguel luchaba contra el sueño cuando vino en su ayuda el timbre del teléfono.

-Cuerpo de guardia del acuartelamiento Cascaperales, dígame - respondió Miguel al descolgar el aparato.

-Buenas noches, jajajajajaja... le llamo desde el cuartel de la Guardia Civil... mwajajaja... de Pueblonuevo juas juas juas... Ufff, perdone. Soy el guardia Pepito y jajajajaja...

-Yo soy el cabo primero Sánchez, dígame.

-Verá, necesito confirmación, jo jo jo, de que el soldado Fulánez Menganito pertenece a... mwajajajaj...

-¿Disculpe?- duda Miguel sospechando, y con razón, que se trata de una broma.

-Ay, la hostia, juas juas. Mire, mejor me llama usted a mi cuartel para comprobar que esto, ¡MWAJAJAJAJA!, no es una broma.

El guardia civil Pepito corta la comunicación entre risas. Eso lo aprovecha Miguel para obtener información acerca del soldado Fulánez Menganito antes de dar otro paso, y descubre que Fulánez lleva más de un año dado por desertor del Ejército y prófugo de la Justicia. Entonces Miguel echa mano de la guía telefónica y da con el número de teléfono del cuartel de la guardia civil de Pueblonuevo. Tras marcarlo pasa esto:

-Guardia Civil de Pueblmjjjjj... JAJAJAJA... de Pueblonuevo, dígame.

-Hola. Que soy yo, el cabo primero de guardia en Cascaperales. ¿Qué me decía del soldado Fulánez?

-Mwajajajaja... Nada, que si está destinado ahí, juas , juas, juas.

-Pues... ese soldado nos consta como prófugo desde hace mucho, ¿por qué?

-Jojojo... ¡Es que lo tenemos aquí! Se acaba de presentar para entregarse porque... MWAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA... ¡ya no aguanta a la novia! JAJAJAJAJAJAJAJAJA... Él mismo ha reconocido que está buscado por abandono de destino y que... JO JO JO... ¡PREFIERE LA CÁRCEL QUE SOMETERSE A SU NOVIA! MWAJAJAJAJAJAJA...

Después hubo un breve intercambio de datos entre Miguel y el guardia Pepito. Pocas horas más tarde, despuntando el día, Miguel dio las novedades al capitán de cuartel, y el comentario del capitán resume muy bien lo que yo mismo pienso:

-¡Valiente sabandija sería esa mujer!

Pero de casos como este no esperéis ver noticias, y tened en cuenta que Fulánez lo tuvo "fácil" porque ya tenía una causa pendiente y con entregarse a las autoridades se libraba de su pesadilla. Aquellos que no tienen esa salvación... se la deben inventar. Y no digo más, que me conozco, aunque en breve espero incidir en el asuntillo.