Aunque muchos lo oculten, yo sé que quienes siguen esta bitácora adoraban a mi gato Gusifluky. Quizá no deberían leer esta entrada, y allá ellos si lo hacen. Va a ser la última que aparecerá en la categoría de Diálogos con mi gato. No podrá haber más diálogos, al menos no con Gusi.
El pequeño Gusifluky ha muerto hoy a las 16 horas y 37 minutos.
Cuando esto se publique yo ya habré sido denunciado por maltrato de animales domésticos. Maldita bruja la vecina que ha ido a denunciarme. Como si yo no tuviera bastante con la muerte de Gusi, encima me van a hacer pagar el pato. O el gato, vamos.
Nunca soporté a esa arpía, pero hoy me he sentido pletórico de generosidad, de buenrollismo vecinal, y le he ofrecido una jarra de gazpacho que acababa de preparar pensando en ella, porque sé que le gusta mucho. Ahí es cuando todo se ha ido a la puta mierda. Dejen que lo cuente desde el principio:
He llegado a casa sobre las 15 horas, cansado, cabreado y hasta los huevos del mundo. Gusifluky, jugando con los cordones de las botas mientras yo los desanudaba, me arañó los dedos. Impaciente le di una patada y lo hice volar.
Gusi, estrellado contra la cómoda y asustado, me miró con esa carita entre lastimera y agresiva de animal acorralado que ponía en estas ocasiones.
-¿Mmñgrrr?- preguntó con desconcierto.
-Lo siento, hijo, lo siento. Perdóname. Me enfado mucho cuando me haces daño con esas uñas tan afiladas. El mal humor me lleva a la violencia, pero de verdad que me arrepiento inmediatamente.
-Padre, ¿ya no me quiere? Soy un gato adulto, si no me quiere con usted, abra la puerta y deje que me busque la vida. Será duro, pero sobreviviré un par de años más, creo. Hasta que me atropellen o algún humano medio psicópata como usted me dé una patada demasiado fuerte...
Me jodió siempre que Gusi dijera esas cosas, me dolía cuando me hablaba de esa manera. No es que se pusiera victimista ni autocompasivo; es que él era así y lo decía en serio. Y además tenía razón, por eso siempre acababa provocándome remordimientos.
-¡Calla, gato malo! No dejaré que te marches. No puedo dejarte solo... ni quedarme solo.
-Así que es eso, padre. Egoísmo, puro egoísmo...
Se ha marchado al transportador, su ilusorio refugio, dejándome más a solas que nunca tras sus palabras acusadoras. El envenenado reproche ma ha hecho sentir la necesidad ineludible de compensarlo de alguna manera, y he recordado entonces que a Gusi le gustaba meterse en la bañera conmigo. Pensaba darme una ducha rápida, pero qué coño, podía permitirme un baño largo jugando con mi hijo gatuno; nadie me esperaba, salvo él, que lo esperaba todo de mí.
Lo saqué del transportador por la fuerza. Después de la patada estaba reticente y se ha quejado un poco:
-¡Mmmjjjjjjjjjjjjgggrrrr!
-Shhhh, tranqui, mi niño. Vamos a darnos un bañito. Verás qué rico.
Una vez en el cuarto de baño, que ya estaba lleno de vapor, se tranquilizó, y pataleando me pidió que lo dejara en el suelo. Empinado para ver el interior de la bañera, y comprobando que no había demasiada agua (al pobre le daba miedo si no hacía pie) giró su cabecita hacia mí, y ya sin rastro de rencor pidió permiso para zambullirse:
-¿Ñiu?
-Claro, hijo, adelante. Es para ti.
Con mucho cuidado se subió al borde de la bañera, su piscina. Lentamente, con ese equilibrio felino tan suyo, ha tanteado el agua con las patas delanteras, en imposible postura que parecía contravenir la gravedad. La temperatura era de su agrado y se dejó caer en el colchón de agua con delicadeza; no le gustaron nunca los chapoteos.
Después me metí yo en la bañera. Recuerdo que me arrodillé frente a él, lo mojé con agua tibia y comencé a enjabonarlo. No sé qué pasó exactamente a continuación. Supongo que le metí gel en los ojos, pero no estoy seguro. Lo cierto que sentí un fuerte pinchazo en un muslo, y que sentí mucho dolor.
Como ya dije antes, hoy no estaba de buen humor, y eso me pone violento, así que no fue buena la ocasión elegida por Gusi para clavarme las uñas en los muslos.
Agarrando a Gusi por el cuello hundí su cabeza en el agua. Él me arañaba los antebrazos. Se risistía con fiereza, pero la verdad es que fue más fácil y breve de lo que podría pensarse. Yo calculo que menos de un minuto.
Cuando lo he sacado del agua estaría en coma, supuse, no muerto del todo. Me acordé de eso que dicen de las siete vidas del gato, y temí que si resucitaba su venganza sería, como suele decirse, terrible. Por si las moscas lo he llevado a la cocina, con la intención de meterlo en la Thermomix, pero no cabía. Mientras pensaba qué hacer ante ese inconveniente lo he introducido en el microondas, a máxima potencia durante unos pocos segundos, los justos para que no estallara mi pequeño gatito querido, pero suficientes para que se le derritieran los ojos. Siempre pensé que los ojos de Gusifluky destilarían un líquido de color pipí, pero han supurado una especie de leche aguada. Decidí trocearlo sobre la tabla de cortar carne e ir metiéndolo a cachos en la Thermo. Eran las 16 horas y 37 minutos.
La Thermomix es un cacharro muy versátil, pero debo decir en su contra que no le ha sido fácil pulverizar los huesos de mi gato. Aumenté progresivamente la velocidad de las cuchillas, zum... zum... ZUM... ZUM ZUM ZUM ZUMZUMZUM..., pero a veces, entre el ZUMZUM, se oía un ¡CRAC! y volvía el silencio. Entonces tenía que parar la máquina, y con una cucharilla desatascaba un hueso duro que había logrado bloquear el poderoso motor de la Thermomix. Finalmente puse la velocidad turbo, y entonces sólo se oía un potente ¡SSFIUSSSSSFIUSSSSSSFIUSSSSSS! Repetí la operación tres veces en total, hasta acabar con todos los despojos de Gusifluky, que fui vertiendo en una jarra de dos litros. No cupo todo el licuefacto gato en ese recipiente, así que he guardado varios vasos en el congelador con el producto sobrante, a los que he añadido unos chorritos de whisky. La idea es sorprender a los invitados con algo nuevo.
Respecto a los dos litros de Gusi que quedaron en la jarra... Bueno, ya se podrán imaginar que el color y la textura parecían los de un gazpacho, y entonces me he acordado de mi vecina y de lo mucho que le gusta ese brebaje. He puesto algo de hielo en la jarra y, ni corto ni perezoso, le he hecho una visita y una ofrenda a mi vecina la arpía.
Emocionada la buena señora me ha agradecido infinitamente el detalle, y me ha propuesto sellar nuestra incipiente amistad bebiendo juntos un vaso de gazpacho. "Qué buena pinta tiene", ha dicho la bruja. Luego lo ha probado, ha vuelto a escupirlo en el vaso y ha gritado:
-¿QUÉ MIERDA ES ESTO?
-Ey, sin ofender, que es mi gato licuado, señora- he respondido candorosamente.
En cuanto he dicho eso la vieja furcia ha salido disparada a denunciarme. No sé que puñetas voy a hacer yo solito con tanto gazpacho. Esto... ¿ustedes gustan?