Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo cuatro. El cornudo consentido y el puterío, ¿indignidad o pragmatismo?


En este proceloso mundo puteril hay una figura masculina que influye notablemente, más que por su acción por su omisión. Con su inactividad y conformismo da consentimiento tácito al puterío. Nos referimos al cornudo consentido, ese señor que ve cómo la mujer amada se le va detrás de alguien con más dinero que él y se queda tan fresco.

Algún lector puede pensar que su caso no es ése, que él jamás toleraría tal cosa. Ese mismo lector, casi seguro, es gilipollas además de cornudo. Ya hemos aclarado en capítulos anteriores que todas las mujeres son más o menos putas, y mal que nos pese debemos ser humildes y aceptar que por la misma razón todos los hombres somos unos cornudos, o cuando menos, unos cornudos potenciales. Volverá otra vez a negarlo el lector de antes, u otro cualquiera, argumentando que a él jamás le han puesto los cuernos, y que si se los pusieran no se lo tomaría nada bien. Dirémosle a este tonto lector dos cosas: la primera, que no esté tan seguro de la ausencia de sus cuernos; la segunda, que nos gustaría fiarnos de su palabra en cuanto a su actitud rebelde ante la posibilidad de ser cornificado, pero que sus actos le quitan la razón. Expliquemos esto más detenidamente:

Imagine que tiene usted una bola de cristal que funciona de verdad y puede adivinar el futuro sin duda alguna. Imagine que la bola le dice que un tal Alberto Sinosiaín va a matar a puñaladas a su hijo, y además le da la dirección de ese asesino futuro. Usted, ni corto ni perezoso se dirige al domicilio de ese tipo. Llama a su puerta. Y entonces, cuando Sinosiaín abre, usted se lanza sobre él y... lo abraza, le da palmaditas en la espalda, le pide un autógrafo, se hace fotos junto a él, y lo anima a seguir por ese camino diciéndole, además, que es un tío grande y que es su ídolo. Pues eso, exactamente eso, es lo que hace usted todos los días con los millonarios que si no se están follando a su mujer es simplemente porque es demasiado fea para ellos o porque no la conocen. Pero usted siga aplaudiéndoles, so gilipollas. So cornudo. ¿Es que no se da cuenta, pedazo de carne con ojos, que todos esos futbolistas, o banqueros, o políticos corruptos, o tantos otros a los que usted adora, se le estarían percutiendo a la perica si quisieran? ¿Cómo que les ríe las gracias y sin embargo se hace el digno contándome que su mujer es suya y sólo suya? Usted lo que es, es un tío mierda al que le debe de poner cachondo la posibilidad de que otro hombre le pise a su hembra, pero le da vergüenza reconocerlo.

A veces, cada vez menos, DCC se mezcla con el mundo. Entramos a bares y sitios así, y vemos a un grupo de mediohombres hablando con admiración de, casi siempre, futbolistas. Últimamente también se estilan mucho los vítores sobre un chófer de Fórmula Uno. Lo que vemos es a los machos débiles de una manada jaleando al macho alfa. Y nos da mucha pena. Y mucho asco. Nos gustaría que las personas fueran algo más complejas, algo menos animales y algo más personas. Nos gustaría que ellas no fueran tan putas y que ellos fueran más dignos, pero la Naturaleza manda, y en DCC la aceptamos, no nos queda otra opción.

Hay hombres que se consideran interesantes, o divertidos, o inteligentes, o guapos. Creen que eso les facilita el emparejarse, y no negaremos que es cierto, siempre y cuando estén dispuestos a emparejarse con las sobras que los millonarios les dejan. Ni siquiera queda el consuelo de ser el amante secreto de la furcia de un millonario, porque si a algo son fieles las mujeres es al dinero. Acéptelo, hombre, es usted un cornudo en potencia, si no lo es de facto. Y cada vez que aplaude el gol de uno de sus queridos futbolistas, además de cornudo, es usted un astado consentido.

Llegamos ahora al meollo de la cuestión: ¿esta actitud permisiva es indigna o pragmática? En DCC somos de la opinón de que los cuernos consentidos, aun siendo potenciales y no efectivos, constituyen una bajeza, pero admitimos que la posición más cómoda y saludable es la de aceptar el hecho, evitar pensar en ello y seguir dándole palmaditas en la espalda al millonario que nos puede quitar a la mujer con sólo chasquear los dedos. Cabe la posibilidad de que a fuerza de abyecto servilismo el ricachón se apiade de nosotros, nos tenga mucha pena y no se folle a nuestra mujer. Nos parece una posibilidad remota, pero posible al fin y al cabo.

La actitud de rebeldía, si bien es la que mantenemos en DCC (con absoluta inutilidad, por cierto), no nos parece recomendable, pues hemos comprobado directamente que conduce a sufrir ciertas patologías como: misoginia, depresión, frustración crónica, y SEHCT (síndrome de estar hasta los cojones de todo). Abogamos, más bien, por la humilde aceptación de la realidad, por el pragmatismo más descarnado y por el a joderse tocan. Lo que no podemos tolerar es que ustedes, además de ser cornudos consentidos, se hagan los dignos. Ya que han perdido la dignidad, sean al menos capaces de mantener la virtud de la sinceridad y reconozcan que la vida es más fácil siendo un mierdecilla que adula al poderoso. Admitan, caballeros, que ponen gustosamente a sus señoras a disposición del rico, y que también le pondrán a sus hijas en cuanto estén en edad. No pasa nada, señores, admitan eso como DCC admite que la vida de ustedes es mucho más feliz que la nuestra.




(PRÓXIMO CAPÍTULO: Profesión frente a vocación, ¿competencia desleal en el puterío?)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno el capitulo, me he vuelto a reír de lo lindo y por hacer que comience un lunes riendo ya sabes que siempre tendrás en mi casa unos huevos fritos y un vaso de vino.

Cuantas veces hemos dicho eso de: Venimos solos y nos vamos solos, quiero decir con esto que una relación, por ideal, fenomenal y espléndida que sea; siempre terminará y siempre será cuestión de tiempo. Cuando aceptamos nuestra propia muerte y la ruptura REAL que supone ese hecho, con todo lo que suponemos “nuestro” (O la muerte de la pareja); cuando aceptamos esa realidad, es cuando vemos los peligros REALES, y es cuando se nos enciende la bombilla y pisamos el suelo de verdad, y damos un beso a nuestra pareja sin venir a cuento. Todo se limita al presente, y tiene su importancia apostar por el futuro conociendo el trágico final, esto hace que no tema a millonarios, modelos y futbolistas. Nada es mío y en cualquier momento termina. Aceptar la ruptura desde el principio, y es triste, pero merece la pena, se supone que la balanza al final será positiva ¿Quién por ahorrarse esa pena, dejaría de conocer a su mujer e hijos? No sé si me explico. El resumen es que no tengo miedo ni veo riesgos, y Leonidas ya verá usted mientras se coma esos huevos en mi casa, lo guapa que es mi señora.

Un Saludo.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Bienaventurado usted, señor Mondéjar, que no ve los riesgos.