Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 28 de marzo de 2009

La Suri


Se hace llamar María Suripanta en estos procelosos mares de la intennés. Llegué por casualidad al blog (del que he copiado la plantilla recientemente) que comparte con Tato, Marta y Pol hace algo más de un año, y eso desató un prolífico intercambio de correos privados entre ella y yo. Poco después María se sumió en un silencio de mal augurio, tanto en su blog como en nuestra correspondencia. Sin embargo hace dos semanas volvió a escribirme, y anoche tuve el honor de conocerla personalmente en su casa de Sevilla.


María Suripanta, la Suri, sufrió un accidente del que no puedo hablar más por ahora. Digamos tan solo que no ha podido escribir hasta hace unos días. Esta mañana nos hemos despedido en la estación de Santa Justa:

—Vuelve a darle vida a "Todo es mentira", echo de menos ese blog tan cabrón.

—Que sí, que sí, te lo prometo, si estos dos me dejan— dijo señalando a su novio y al bebé que ambos han tenido.

—Tranquilo, que a esta no hay quien la calle— añadió el afortunado hombre que comparte vida y paternidad con la Suri.

María me pidió en uno de sus primeros correos que no la enlazara en esta bitácora —"paso de favores entre amiguitos, yo voy por libre"—, pero anoche me encargué de insistir en ello, ¡y aceptó! (Gracias, tonta). Así que desde ahora aparecerá en mi blogroll, por fin.

Me gusta la gente con carácter, con genio, con inclemente ironía. Me gusta María Suripanta. Y espero que a ustedes les guste su polémico blog.

jueves, 19 de marzo de 2009

La Teoría de la Plaza Sitiada


Yo soy un cabeza de chorlito con inquietudes, no se crean. A mí hay misterios que me tienen intrigadísimo y hasta me quitan el sueño. Es por eso que empino el codo con regularidad, para poder dormir aunque sea tajado perdido.

Uno de los misterios que nadie ha sabido resolverme es el que llamo "del interruptor descolocado". Se trata de ese interruptor que enciende y apaga la luz del baño. ¿Por qué oculta razón está casi siempre fuera del baño? El interruptor del dormitorio está dentro del dormitorio; el de la cocina dentro de la cocina; el del comedor dentro del comedor; el de la morgue dentro de la morgue; etc... En cambio el baño suele tener el interruptor por fuera. ¿A qué se debe esa discordancia? ¿Qué recóndita explicación tendrá esa anomalía?

He llegado a interrogar sobre este asunto a montadores electricistas de reconocido prestigio, pero en el mejor de los casos me respondieron: "Anda, pues ahora que lo dices... Oye, sí que es raro, sí". Y ya está. Se conoce que los montadores electricistas no son gente con inquietudes.

Sin embargo yo, tras años de insomnio y cientos de botellas agotadas, he elaborado una teoría que explica el fenómeno. La llamo la Teoría de la Plaza Sitiada, y ustedes la entenderán rápidamente aunque sean montadores electricistas sin inquietudes:

Todos sabemos que la mejor manera que tiene un ejército atacante para que un ejército defensor entregue una posición debidamente fortificada es cortarle el suministro de víveres, armas, municiones e internet. De esta manera los sitiados acabarán rindiendo la plaza con el mínimo derramamiento de sangre, aunque presumiblemente algo cabreados por no haberse salido con la suya.

Todos sabemos también lo que pasa cuando el pajillero adolescente se mete en el baño con la revista porno escondida entre la ropa, y quien dice el pajillero adolescente dice igualmente el lector cagón, que esa es otra del mismo palo. En el primer caso el sitiado se hace fuerte (o se debilita, según se mire) con una revista porno; en el segundo caso el sujeto se encierra en el baño con una novela de ochocientas páginas. Tanto en un ejemplo como en otro el resultado es el mismo: pasan las horas y de allí no hay quien los saque.

Entonces es cuando entra en juego el "interruptor descolocado", que permite a las tropas asaltantes cortar el suministro eléctrico desde una posición segura. Llega la madre del onanista, lo deja a oscuras y le dice: "¡Niñooooo, sal ya, que te vas a quedar ciego de tanto meneártela!" Claro, que si el niño es descarado y respondón dirá: "¡Ojalá! Usaré revistas porno en braille y verás lo que me río cuando me hagas el truquito de apagar la luz".

En resumen: la función de ese interruptor fuera de la estancia que ilumina es la de obligar a salir a quienes tardan demasiado en el baño. No obstante, si tienen otra teoría mejor, estaré encantado de enfrentarla a la mía con sano espíritu científico, como el buen cabeza de chorlito con profundas inquietudes que soy.

Un insignificante paso para la humanidad. Un gran paso para Gusifluky


¡Mi niño ha aprendido a escribir! (Bueno, más o menos).

Hace un rato -inolvidable momento- he salido del ciberestudio dejando abierto el editor de texto de esta bitácora. Al volver he visto que Gusifluky aprovechó mi ausencia para dejar un mensaje a todos ustedes. Lo dejo tal como él lo escribió, añadiéndole solamente las comillas:

"8cvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvf b"


Aunque no sepan de qué hablo pienso de nuevo en el "adiós cremallera" de Firmin. Me he emocionado y todo. Caray, qué jugadas me hace pasar la imaginación...

miércoles, 18 de marzo de 2009

No me toquéis el cimbel, porfaplís


Esto de escribir un blog provoca a veces situaciones... pintorescas, digamos. En ocasiones te encuentras con gente estupenda que te quiere conocer en privado, o al menos saber algo más de ti; pero otras veces se viven experiencias de lo más aberrante, como la que paso a copiar:



"From: xxxxxxx
To: gusifluky@hotmail.com
CC: negrovallano@gmail.com

Subject: Intercambio de links

Date: Tue, 3 Mar 2009 17:08:57

Hola Leonidas, mucho gusto
Le felicito porque es muy interesante su blog
http://diariodeuncabezadechorlito.blogspot.com/ me comunico para solicitarle efectuar un intercambio de enlaces. Si cuenta con más web no dude en informarme que encantada estaré para enlazarlos.

Mis datos son:
Titulo: xxxxxxxx


Su web iria en http://www.xxxxxxx

Sírvase indicarnos lo siguiente:
Categoría (elija la categoría respectiva)
Titulo:


URL:

Muchas gracias por tomarse unos minutos de su tiempo
Saludos y exitos"



Mi respuesta, inmediata, fue un ejemplo de mala leche y buen gusto; de mal genio y buen criterio; de malos modos y buenas intenciones (y como ven la modestia se me perdió durante alguna borrachera):

"From: Leónidas Kowalski de Arimatea (gusifluky@hotmail.com)
Sent: Tuesday, March 03, 2009 11:12:37 PM
To: XXXXXX


Yo no intercambio enlaces, y me parece gentuza quien lo hace. ¿Algo más?"


Han pasado dos semanas y sigo esperando respuesta. ¡Qué pronto se olvidaron de ese blog que les parecía tan interesante! (Y qué mal redactan, coño).



domingo, 15 de marzo de 2009

Mi hijo Gusifluky y mi amigo Firmin


Salta subiendo a cualquier superficie que esté a su alcance, y desde allí me saluda ofreciéndome el hocico. Ha aprendido a abrir puertas saltando sobre el tirador; el mundo le va rindiendo fronteras.

Es temido por los abuelos (mis padres), por los tíos (mi hermano y su novia) y por todos... menos por mí. Yo no lo temo; yo lo adoro. Y él me adora a mí, creo que más que yo a él.

No sabe hablar pero lee mucho (o eso me gusta imaginar). Si hablar pudiera nos contaría lo cercano que se siente de la rata Firmin.

"Adiós cremallera adiós cremallera adiós cremallera adiós cremallera adiós cremallera...", ensaya sin que nunca le salga bien, y sin ser comprendido cuando por fin le sale bien una vez: "Adiós cremallera..." (Qué grande, Mr. Savage, qué grande esa ocurrencia).

El pequeño gato, el mimoso Gusifluky que quiso ser como la rata Firmin... y que como ella nunca pudo mezclarse con los humanos... El idiota humano, el estúpido Leónidas que quiso ser como la rata Firmin pero que nunca entendió lo que leía, y que como ella estuvo siempre solo...

Mr. Savage, maestro, me encantó su historia.


martes, 10 de marzo de 2009

Las camaradas de la coleta saltarina


No puedo remediarlo, me ponen a mil las chicas duras que no pierden su femineidad. Últimamente, debido a ciertos cambios en mi trabajo —bastante positivos, creo yo—, me doy el frecuente gustazo de verlas así: el negro fusil en las manos, la camiseta caqui ceñida a los pechos, las pesadas botas pisando cadenciosas asfalto y hierba, los pantalones mimetizados cubriendo las fuertes piernas que corren, corren y corren. Y tras todo esto la melena recogida en saltarina cola de caballo.

Sudan, resoplan, jadean... exactamente como sus compañeros, exactamente como yo. Aunque hay diferencias intrigantes: ellas nunca escupen, ni se despejan la nariz sonándose los mocos en plena carrera. Las señoritas, como todo el mundo sabe, no expectoran, ni tienen mocos, ni expelen gases, ni hacen caca. Sé que sudan porque lo he visto, que si no tampoco me lo creería.

Las veo en instrucción físico-militar con fusil, más conocida como "chopocrós", trotando con el arma ora en una mano, ora en la otra, o sostenida por ambas manos de uñas cuidadas; perseguidas siempre por la saltarina coleta, sudorosas, abnegadas, con los dientes apretados, la cintura estrecha y las caderas llenando el uniforme como solo el cuerpo femenino lo llena, y me gustan. Coño, me gustan mucho.

Y entonces pienso que así sí. Así me pueden hablar de igualdad porque las voy a escuchar con reverente respeto.

Debo dejar claro que no es solo atracción física lo que me producen cuando las veo entregadas, luchadoras, combativas, guerreras. Es algo más amplio y profundo. Creo que me dan ganas de ser su amigo.

sábado, 7 de marzo de 2009

El misterioso hallazgo del cadáver en el bosque. Un caso de Sagaz y Vicente


El cadáver, desnudo salvo por los calcetines, fue descubierto en el bosque por una bailarina de ballet ciega. Lo normal en estos casos, como bien sabe el curtido subteniente de la Guardia Civil Eugenio Sagaz, es que el cuerpo sea hallado por un excursionista, o por un cazador, o bien por un niño tonto que se ha perdido y lleva meados los pantalones. El porqué de haber sido encontrado esta vez por una bailarina de ballet ciega es uno más de los muchos misterios que salpican esta historia llenándola de oscuros manchurrones de mierda.

—Mujer blanca de unos treinta años —recita metódico, profesional, el subteniente mientras el agente Vicente, que es muy diligente, toma notas como buen escribiente—, complexión normal, buena moza, quizás de profesión leñadora...

—Perdone, mi subteniente —interrumpe Vicente—, ¿qué le hace sospechar que la finada fuera leñadora?

—Joer, Vicente, yo no sé qué os enseñan ahora en Baeza, ¿es que no ves el hacha?

—Sí que la veo, mi subteniente, pero la lleva clavada en la cabeza, igualito que si fuera una peineta.

—En efecto, así es —concede Sagaz—. Tendremos que determinar si alguien le pegó un hachazo o si, como parece, se trata de un accidente laboral.

—Disculpe mi insistencia pero, ¿por qué habría de ser un hecho accidental? Me parece algo extraño para ser un accidente.

—Ay, estos jóvenes, que solo piensan en la Play y en hacerse pajillas, y que no saben observar. Mira ahí, gañán— responde el subteniente señalando a un árbol cercano, en cuyo tronco se ha tallado el siguiente mensaje:

"Hola. Lo del hacha ha sido un accidente de trabajo, así que no pierdan el tiempo buscándome. O sea, quiero decir que no pierdan el tiempo buscando a un inexistente asesino. Gracias. Firmado: el asesino la mujer muerta".

El guardia Vicente se rinde ante la evidencia y levanta las manos en sincero gesto de rendición. Es por ello que la evidencia, magnánima, le perdona la vida. Eugenio Sagaz, satisfecho de su triunfo ante el escepticismo del subordinado, prosigue su letanía:

—El cuerpo (y vaya cuerpo que tiene la torda) aparece en decúbito supino, o no, espera, puede que sea tendido prono... bah, que está boca abajo, coño. No se aprecian lesiones visibles, salvo que supongamos que el hacha incrustada en el cráneo sea una lesión y no una malformación congénita, que también podría ser. Acuérdate de pedir un informe pericial que nos saque de dudas a ese respecto.

—A sus órdenes, mi subteniente— responde obediente el agente Vicente, que ya no se atreve a contradecir a su superior jerárquico, mientras toma notas.

—El cadáver está desnudo excepto por los pies, que llevan calcetines de color rosa. Como estos días han sido muy calurosos se comprende que la presunta leñadora viniera al bosque desnuda, no debemos sorprendernos de ello pues mis sueños están poblados de enfermeras desnudas, astronautas desnudas y conductoras de autobús desnudas, ¿qué nos impide aceptar una leñadora desnuda? Caramba, ¿pues no me estoy poniendo morcillón?

En ese momento Vicente, que ha dejado de tomar notas para recrearse en las ensoñaciones de su jefe, repara en un detalle: en la mano derecha semicerrada de la muerta hay una pequeña cartulina blanca con elegantes letras negras. Le menciona el hallazgo al subteniente, quien abre sin miramientos la mano inánime y lee lo que parece ser una tarjeta de visita: "Leónidas Kowalski de Arimatea. Bloguero y psicópata especializado en hachazos a traición".

—Mierda de domingueros incivilizados, siempre dejando su porquería en el campo. Guarda este papelajo y tíralo en cuanto veas una papelera, que la Benemérita debe dar ejemplo— ordena Eugenio Sagaz.

Mientras tanto, tras los guardias civiles y retirada unos veinte metros, la bailarina de ballet ciega llora, hipa y moquea. Intenta llamar la atención y se siente algo dolida porque no le hacen todo el caso que ella quisiera. Entonces, hastiada, se tira un sonoro pedo que sobresalta a los investigadores y provoca que cientos de aves levanten asustadas el vuelo y decenas de conejos con las orejas tiesas busquen cobijo en sus madrigueras.

—Anda, Vicente, tómale declaración a la testigo, que se nos impacienta y es capaz de cualquier cosa. Yo seguiré buscando pruebas— ordenó el veterano Eugenio Sagaz, que era un tipo tan curtido que más que piel parecía llevar puesto un traje de cuero.

El agente Vicente, guardia civil diligente y obediente como sabe toda la gente, interrogó a la testigo impaciente:

—Señorita (en el improbable caso de que lo sea), responda sí o no. ¿Es usted bailarina de ballet ciega?

—Sí.

—¿Mató usted a la muerta? Es decir, ¿mató usted a la muerta cuando aún estaba viva?

—No.

—Ese tutú que lleva, ¿le costó muy caro?

—No.

—Perfecto, me encantaría tener uno igual. Puede marcharse. ¡Y mire bien por dónde anda que está a punto de caer la noche!

En efecto, poco después cayó la noche, pero se levantó, se sacudió la ropa y prosiguió su camino como si nada, muy digna ella. Cuando Vicente vuelve junto a su jefe se lo encuentra durmiendo acurrucado al lado del cadáver. El guardia intenta despertar a su admirado superior propinándole patadas en los riñones. Sagaz se remueve murmurando:

—No, mamá, no quiero ir al colegio. Las niñas me pegan y me roban el bocadillo...

Finalmente se despierta cuando Vicente orina sobre su cabeza.

—¡Rediós, qué pesadillas tan reveladoras he tenido! Fíjate que incluso estoy sudando a mares. Creo que ya sé lo que pasó. Después de todo puede ser que haya un asesino en este intrigante asunto. Sí, creo que hubo un asesino y antes de matar a la presunta leñadora, o quizá después, le dio por el culo.

—¿Cree usted que le percutieron el orto?

—Efectivamente, creo que le pistonearon el ojal.

—Eso es horrible. Qué atrocidad petarle el agujero negro.

—Hay gente capaz de todo, amigo Vicente, hasta capaz de embutir el chorizo en el prieto orificio prohibido.

—Qué salvajada internarse en el oscuro túnel.

—Le reventaron la caca.

—Le dilataron el ojete.

—Le reintrodujeron las almorranas.

—Le convirtieron el cerete en un cero bien grande como los que yo sacaba en Matemáticas.

—Le estiraron el anillo de cuero.

—Le sondaron el pozo ciego.

—Le llegaron a la última meta.

—Le entraron por la puerta de emergencia.

—Le metieron el cilindro por donde salen los zurullos.

—Le jodieron el esfínter.

—Le obturaron el desagüe.

—A su pesar le iluminaron la zona oscura.

—La sorprendieron por retaguardia.

—Le exploraron la región inhóspita.

—Le dieron cariño en el sitio equivocado.

—Le cicutriñaron el boquetillo estrecho.

—La bombearon infringiendo los buenos usos y las recatadas costumbres.

—Y digo yo, mi subteniente: ¿en qué nos basamos para hacer estas suposiciones?— pregunta el agente Vicente, quien de nuevo tiene uno de sus accesos de escepticismo.

—Me alegra que me hagas esa pregunta, Vicente, me alegra mucho. Verás, dicho todo esto así, en frío, suena forzado y como duro de digerir, pero te voy a hacer una demostración práctica y comprenderás que es más fácil de lo que parece.

El sufrido guardia Vicente empieza a bajarse los pantalones del uniforme cuando su jefe lo detiene con estas palabras:

—Que no, hombre, que es a la muerta a quien voy a darle por el culo. Tú resérvate hasta llegar al cuartelillo.

Vicente respira hondo y anota en la libreta: "Dejarme sodomizar por el subteniente. No olvidar darle las gracias después. Todo sea por poder lucir algún día la medalla al mérito". Después otra preocupación sustituye a las anteriores:

—Mi subteniente, con el debido respeto, ¿eso que pretende hacer no contaminará el cadáver?

—¡Qué contaminar ni qué hostias! Me duché hace dos meses y no puedo contaminar nada. Tú mira y aprende.

El veterano suboficial se saca la chorra, se tumba sobre el cadáver y le da por el culo ante la mirada de su subordinado. Cuando Sagaz se ha aliviado ambos, subteniente y guardia, ven que un escarabajo sale de la boca de la muerta, probablemente molesto por tanto meneo. Vicente se apresura a capturar el bicho. Se dispone a meterlo en un sobre para pruebas cuando el subteniente Sagaz, cerrándose la bragueta, lo detiene:

—¿Adónde vas con eso, tío puerco?

—Mi subteniente, los entomólogos forenses pueden determinar...

—¡Me cago en los estomatólogos esos! —interrumpe el jefe— Tira inmediatamente ese bicharraco. Si te crees que voy a admitir esa cochinada en nuestro coche vas listo.

Vicente, rechinando los dientes, reticente y a pesar de ello obediente, arroja el escarabajo por el aire trazando una amplia parábola. El subteniente saca la pistola —esta vez la de pegar tiros— y con un certero disparo desintegra al desdichado escarabajo cuando aún va por el aire. Eso provoca que cientos de aves levanten asustadas el vuelo y decenas de conejos con las orejas tiesas busquen cobijo en sus madrigueras, otra vez.

Después, a la luz de las linternas (ya se dijo que la noche había caído, afortunadamente sin daños que lamentar), los investigadores continuaron su labor. Eugenio Sagaz señala con el cigarrillo que está fumando las nalgas de la muerta. En ese momento cae un montoncito de ceniza sobre la zona señalada, pero a estas alturas ya poco importa.

—Fíjate en esto, Vicente: la muerta tiene el agujero del culo desgarrado y podemos ver restos de una sustancia que parece ser semen. Esto confirma mi teoría.

—¡Pero si eso lo ha hecho usted, mi subteniente!

—Vicente... Vicentito... Vicentillo... ¿Insinúas que soy el autor del abyecto crimen?

—¡Oh, no, mi subteniente, eso nunca! Solo digo que...

—¡Calla! Recuérdame que al llegar al cuartelillo te imponga una sanción por falta de respeto a un superior.

—¡A sus órdenes, mi subteniente!— responde el guardia mientras anota en su libreta: "Recordarle al subteniente que me meta un puro. No olvidar darle las gracias después. Todo sea por la medalla al mérito".

Eugenio Sagaz, ese gran investigador, sigue explorando el cadáver y sus inmediaciones en busca de pistas. En un momento dado levanta la mirada al cielo. Parece un perro de caza olfateando la presa. Ha puesto cara de cantaor flamenco y su subordinado piensa que ese es el gesto de alguien sabio que intuye cosas que los demás mortales no podemos percibir. Transcurren largos segundos de suspense durante los que el suboficial se mantiene inmóvil con esa cara de cantaor flamenco. Por fin estornuda. Cientos de aves levantan asustadas el vuelo y decenas de conejos con las orejas tiesas buscan cobijo en sus madrigueras (está visto que este día no ganan para sustos los pequeños animalillos del bosque). Tras el huracanado estornudo del subteniente caen mocos, salivazos y expectoraciones sobre el cadáver. Ya da más bien igual.

Las pesquisas acaban. Mientras tanto ha llegado el secretario judicial y se ordena el levantamiento del cadáver. Sagaz y Vicente se retiran con la satisfacción del deber cumplido.


EPÍLOGO


En virtud de las pruebas fisiológicas halladas en laboratorio el subteniente Eugenio Sagaz fue acusado del asesinato de doña Matilde Sanz Sánchez (así se llamaba la muerta confirmada y presunta leñadora). Tras cumplir cinco años de condena fue absuelto y restituido en su cargo cuando un tal Leónidas Kowalski de Arimatea confesó ser el asesino.

El agente Vicente se casó con la bailarina de ballet ciega. Actualmente se arrepienten de su matrimonio y son los padres de tres niños con diferentes taras (curiosamente todos los niños nacieron antes de que Vicente y la bailarina se conocieran).

Doña Matilde Sanz Sánchez montó una peluquería canina con el dinero que cobró del seguro de vida. Pueden llevar a sus perros a La Almunia de Doña Godina (Zaragoza) y preguntar por la leñadora muerta.

Leónidas Kowalski de Arimatea está en paradero desconocido.

Gusifluky no aparece en esta historia, pero está bien, gracias, aunque lleva un tiempo con diarrea intermitente.

martes, 3 de marzo de 2009

¿A que es díver subir la cuesta?


Hola, ser rodante:

He vuelto a verte hoy, hace apenas unas pocas horas. Hoy eras rubia y aparentabas unos veinticinco años, pero otros días eres morena o castaña y tu edad varía considerablemente, aunque casi siempre eres una mujer joven. Sé que siempre eres la misma porque no puedo aceptar la idea de que a tantas os haya pasado lo mismo. Te gustan los disfraces, ¿verdad? ¡Quieres engañarme, niña juguetona!

¡Oh, qué guapa y sudorosa te he visto hoy! Subías esa cuesta a fuerza de brazos, haciendo girar las ruedas de tu silla, luchando valientemente contra la gravedad, con los mechones rubios pegándose al sudor de tu cara...

Es lo que siempre deseaste, ¿a que sí? Ya desde bien niña se te iban los ojos detrás de cualquier motorista. A ti te gustaban las motos y a los motoristas les gustaban las adolescentes rubias, ¡qué buena pareja formábais! ¿Con cuántos moterillos de Vespino fuiste en busca de lugares oscuros hasta que, por fin, te llegaron los moteros de verdad, los de moto grande y ruidosa, los que tanto anhelabas?

Pero al final lo lograste. Conseguiste un hombre que te daba estimulantes paseos en su enorme moto, y tú te excitabas tanto por la vibración del motor entre tus muslos como por la envidia que suscitabas entre tus amigas, menos guapas, que no encontraban un motero de ropa de cuero y ronroneante motocicleta de las de verdad (nada que ver con esos ciclomotores para críos). Qué orgullosa ibas en tu trono motorizado enseñándole a esos gañanes, los muertos de hambre que te pretendían sin tener siquiera un monopatín, que tú eras demasiada mujer para ellos. ¡Muy bien por ti!

Te amaron tantos hombres que no eran dignos de ti... ¡qué ilusos!, ¿cómo se atrevían tan siquiera a soñar contigo si los muy tontos no tenían moto? Ay, pobres niñatos. Perdónalos por su atrevimiento.

Te envidiaron tantas chicas, feúchas y casi sin tetas... ¡qué ilusas!, ¿cómo iban ellas a competir con tu melena rubia, tus ojos azules y tu sonrisa deslumbrante? Además ellas no sabían cómo usar sus escasos encantos para manipular a los dioses conductores de las motos de verdad. Ay, pobres niñatas. Perdónalas por sus celos.

Ahora ya lo tienes todo, te lo he visto en la cara hace un rato. Se te veía feliz subiendo la cuesta, o puede que se te viera más bien esforzada y sufriente, pero yo estoy seguro de que era felicidad lo que sentías.

Tuviste a tus dos, tres, cuatro moteros o cuantos fueran. Tus preciosos muslos firmes de entonces, ahora inánimes, descarnados y flácidos, se abrían para aquel que te paseara en la moto más poderosa. Miraste por encima del hombro a las chicas que no cazaron un motero, envidiaste a las que viajaban en una moto más ruidosa que la tuya, y despreciaste a los parias que no tenían moto. ¡Enhorabuena!

Y ahora ya lo tienes todo. Después de aquello que pasó (no puedes recordar nada de eso pero sabes que pasó algo) has conseguido el premio gordo: ir siempre sobre dos ruedas. ¡Qué suerte la tuya, cielito!

He vuelto a verte esta tarde, fortaleciendo los delgados brazos mientras hacías girar las tercas ruedas de tu silla que se niegan a subir cuestas. Estabas preciosa con los mechones de pelo rubio pegados al sudor de tu frente y de tu cara. Querías emociones intensas y ya las tienes. Alcanzaste tu sueño.

Me ha gustado verte tan llena de vida, y hasta hubiera fantaseado sexualmente contigo si no fuera por la pena que me inspiras.

domingo, 1 de marzo de 2009

La mujer que cumplía años sin que nadie se acordara


A veces me acuerdo de algo que me pone un poco triste. He conocido a dos o tres hombres que trabajaban a tiempo parcial como gigolós, compaginando esa labor con la profesión militar, y uno de ellos me contó alguna de sus jornadas prostituyéndose.

Se trataba de un muchacho de unos veintipocos años, bastante cabeza hueca y maleducado. En cuanto obtuvo el carnet de conducir se compró un enorme cochazo, de marca BMW creo. Apenas podía pagar la gasolina que consumía ese caro trasto, pero la gente como él da mucha importancia a las apariencias y supongo que un utilitario normal le parecía poca cosa para su excelsa persona.

Como todos los de su calaña se pasaba muchas horas en el gimnasio levantando pesas y haciendo posturitas ante el espejo. También se hormonaba, claro. Ni por esas llegó a tener un cuerpo atractivo, el pobre diablo. E intelectualmente ni hablemos. Como soldado era vago, incompetente e indisciplinado; como persona era vacuo, simplón y grosero. Hoy en día, por cierto, es guardia civil, ¡pobre Benemérita, qué de escoria ha entrado en tus filas en los últimos años!

Un día nos contó a unos cuantos, muy ufano él, que tenía una cliente fija, una señora de bien pasados los cuarenta que se había encaprichado de él. No follaban, tan solo salían a cenar juntos y cosas así, románticas si no fuera porque la señora, además de pagar las cenas, tenía que abonar la compañía de este tipo. Nos decía el puto que la última vez que estuvieron juntos la cliente le había dado un dinero extra, porque a la semana siguiente era su cumpleaños (el de ella) y quería que alguien la invitara a cenar y le hiciera un regalo como si fuera una sorpresa para ella.

Poco, muy poco, pero algo me entristezco cuando pienso en esto, y deseo que a esa desgraciada señora le vayan mejor las cosas y no tenga que pagar para que alguien se acuerde de su cumpleaños. Y también —llamadme mezquino— deseo que al gigoló le vaya muy mal en la Guardia Civil.