Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 31 de mayo de 2009

Abran los ojos, señores


Se creen ustedes —dichosa ingenuidad— que sus esposas, parejas, novias o como cojones las quieran llamar, no los traicionarían por otro hombre. Es cierto que no lo harían por otro hombre cualquiera, pero si ese otro tiene más dinero que ustedes o una posición social de mayor poder ellas no dudarán en cambiar de pareja. Si esto no ocurre con más frecuencia es, sencillamente, porque sus esposas, parejas, novias o como cojones las quieran llamar son unos adefesios en los que no se fija nadie salvo ustedes, y ustedes las han aceptado porque tristemente no pudieron escoger una mujer más bella y hubieron de conformarse con el baratillo que les dejaron los ricos y los poderosos.


Aceptar esto es doloroso, y se parece mucho a cuando descubres que no existe dios alguno; al principio duele y te sientes desconcertado, engañado, estafado; pero luego empiezas a comprender la belleza que radica en una naturaleza tan egoísta: ellas buscan lo mejor para asegurar la supervivencia de su progenie y nosotros lo mejor para aumentar el número de la nuestra, por eso ellas buscan dinero o poder y nosotros buscamos variedad de coños. Hay que aceptarlo sin ofuscarse.

Yo reconozco que aún me rebelo a veces contra esa naturaleza implacablemente sabia cuyo fin es perpetuarse, y es en esas ocasiones de infantil intransigencia cuando sufro los ataques de misoginia. ¡Pero no! Debemos ser fuertes a la vez que humildes y asumir de una vez por todas que ellas son tan zorrones como nosotros follarines de la pradera, y ni es culpa de ellas perseguir a millonarios ni es culpa nuestra dejarnos llevar por el aroma de un coño nuevo. Lo que es antinatural es enamorarse, eso sí que es una perversión. La Organización Mundial de la Salud debería dejarse de hipocresías y reconocer sin complejos que el enamoramiento es una enfermedad, una enfermedad peligrosísima que frecuentemente deriva en depresiones, adicciones a drogas y suicidios.

Volviendo al principio: la mayoría de ustedes van tan felices por la vida —pena me da verlos— creyendo que sus esposas, parejas, novias o como cojones quieran llamarlas los quieren mucho. Su orgullosa ceguera no les permite ver que son solo herramientas en manos de las mujeres, y que como tales herramientas son fácilmente sustituibles, e incluso deseablemente sustituibles por otra herramienta mejor. ¿Y qué entiende una mujer por una "herramienta mejor"? Pues cualquiera con más dinero, más posesiones o más poder que la actual que tenga por pareja. No se trata de maldad; la bondad y la maldad son conceptos abstractos inventados por la retorcida mente humana que no tienen cabida en la Naturaleza. ¿Es mala, acaso, la araña que atrapa una mosca? ¿O es malvado el león que devora un ñu? No, claro que no. Pues igualmente no puede ser mala la mujer que siguiendo el dictado de sus genes sueña (y frecuentemente logra) abandonar a su mediocre esposo por otro con mayores posibles. Ahora miren a su alrededor y hagan una estimación de cuántos hombres podrían ser "mejores herramientas" que ustedes, pero háganlo con honestidad, sin caer en errores como "yo soy más guapo" o "más inteligente" o "mejor amante" o "más comprensivo"; esas ñoñeces no les interesan a ellas. Miren a su alrededor y evalúen datos objetivos y materiales como qué hombres tienen una casa más grande que la suya, un coche más caro, un sueldo mayor o unas tierras más prósperas; eso es lo que ellas tienen en cuenta. Parece preocupante, ¿verdad? Pues no lo es tanto, porque también podrán evaluar qué hombres están en desventaja frente a ustedes, y siempre pueden consolarse sabiendo que cualquiera de las mujeres de ellos están a la disposición de ustedes. Ahora bien, lo habitual será que a ustedes no les gusten las mujeres de esos desgraciados, y eso no es casual: si se tratara de mujeres bellas, de esas que todos deseamos, no se habrían emparejado con unos parias.

Todo esto no es malo ni bueno, simplemente es. Yo, que soy otro paria, pero un paria orgulloso, voy a seguir solito con mi gato Gusifluky, porque ni me van las sobras ni acepto premios de consolación.

sábado, 30 de mayo de 2009

Miedo, mucho miedo


Cuando
Stephen King era un escritor de verdad y aún no le había dado por parir mamarrachadas escribió la novela El Resplandor (1977). Esa novela dio lugar a la gran película homónima que, dirigida por Stanley Kubrick en 1980, se ha convertido en un clásico del terror. Hay una escena que, si han visto la película, recordarán seguramente:



Acojona, ¿verdad? Pues eso no es nada comparado con una parodia un calco que he descubierto mientras miraba pornografía buscaba información para escribir un artículo sobre la incontinencia urinaria. Quizá los personajes no están muy logrados, pero el resultado es tan inquietante como en la versión original, o más aún:

Remake de la escena del triciclo en la película El Resplandor. (Una vez en la página que se abrirá al hacer clic en el enlace solo tienen que seleccionar un año anterior a 1992 y pulsar el botón View All Content).


domingo, 24 de mayo de 2009

Seis años, sesenta y dos muertos, tres condenas y una sucia rata de cloaca


Se cumplen seis años de aquello, Federico. Aquí van los nombres de sesenta y dos hombres que fueron tus subordinados, por si los habías olvidado:



José Ramón Solar Ferro

José Antonio Fernández Martínez

Francisco Javier García Gimeno

Antonio Novo Ferreiro

Felipe Antonio Perla Muedra

José Manuel Ripollés Barros

Manuel Gómez Ginerés

Ignacio González Castilla

Santiago Gracia Royo

Juan Ignacio López de Borbón

José María Muñoz Damián

Jesús Mariano Piñán del Blanco

David Arribas Cristóbal

Antonio Cebrecos Ruiz

David Gil Fresnillo

Mario González Vicente

Sergio Maldonado Franco

David Paños Sáa

Joaquín Enrique Álvarez Vega

Godofredo López Cristóbal

César Barciela González

Juan José Bonel Sudare

Francisco Javier Cobas Ligero

Miguel Ángel Díaz Caballero

Emilio Gonzalo López

Juan Carlos Jiménez Sánchez

Francisco Moro Aller

José Ignacio Pacho González

José Manuel Pazos Vidal

Eduardo Rodríguez Alonso

Pedro Rodríguez Álvarez

Blas Aguilar Ortega

Miguel A. Algaba García

Francisco de Alarcón García

Francisco Javier Hernández Sánchez

Sergio López Saz

Índigo Maldonado Franco

Rafael Martínez Micó

José Luis Moreno Murcia

Alberto Antonio Mustienes Luesma

Ismael Hipólito Lor Vicente

José M. Sencianes López

José Antonio Tornero Ródenas

Francisco José Cardona Gil

David González Paredes

Eduardo Hernández Máñez

Juan Ramón Maneiro Cruz

Juan Jesús Nieto Mesa

José Gabino Nve Hernández

Miguel Sánchez Alcázar

Vicente Agulló Canda

Juan C. Bohabonay Domínguez

Fernando España Aparisi

Iván Jesús Rivas Rodríguez

Feliciano Vegas Javier

José Ignacio Viciosa García

José Israel Ferrer Navarro


Javier Gómez de la Mano

Miguel Ángel Calvo Puentes

David García Díaz

Carlos Oriz García

Edgar Villardel Iniesta


Esos muertos no fueron lo bastante importantes como para que dimitieras, y no contento con eso ordenaste una farsa de identificación de cadáveres. Y si no la ordenaste da igual; en cualquier caso eras consciente de ella, y como responsable último, deberías haberte escondido bajo una piedra en cuanto se descubrió el pastel, ese pastel de restos humanos repartido al azar entre los féretros que debían alinearse en aquel apresurado funeral de Estado. Por ello han sido condenados (merecidamente) tres de tus subordinados de entonces, y tú, increíble sinvergüenza, sigues aferrado al poder, ahora como portavoz de Justicia de tu partido político en el Congreso, ¡nada menos! Irónico chiste de pésimo gusto. ¡Manda huevos!, como dirías tú. No me explico cómo a Rajoy y a ti no se os cae la cara de vergüenza.

Hoy es una fecha triste, un aniversario negro, pero algunos no vamos a olvidar este aciago cumpleaños, sabandija.



Federico Trillo-Figueroa Martínez-Conde "El Desvergonzado"


Hubo un tiempo en que los Generales (cuando de verdad eran Generales), se pegaban un tiro antes de enfrentarse a un consejo de guerra; no podían tolerar semejante deshonra. Algunos se volaban los sesos al perder una batalla aunque no fuera culpa suya la derrota, porque eran conscientes de su enorme responsabilidad y de las vidas que se habían perdido bajo su mando.

A ti, Federico, nadie te ha pedido que te pegues un tiro (esas cosas, al igual que los besos, no deben pedirse; se dan sin más). Nos conformaríamos con que desaparezcas. Escóndete, gusano miserable. No queremos ver tu cara dura engordada con los impuestos que pagan los familiares de esos 62 soldados muertos. Ten, al menos, ese mínimo de dignidad. Hazle a tus descendientes el favor de pasar a la Historia simplemente como un Ministro de Defensa deleznable; no los jodas además marcándolos como los hijos del preboste que entre la desvergüenza y la infamia más osada escogió ambas opciones en el colmo de una desquiciada avaricia.

Los plastas (atacan de nuevo)


Después de unas 650 entradas ya he dicho cuanto tenía que decir, por eso voy a cerrar el chiringuito. Mwajajajaja... que no, tontos, que es bromita. (Espero que esta vez no haya malentendidos, caramba).


Va, ahora en serio:

Después de unas 650 entradas me va costando decir algo nuevo, así que voy a repetirme con una versión extendida de uno de los primeros textos leonidianos: Los plastas.

Tengo cara de hijoputa, pero por alguna razón hay gente rara (demasiada) que siente la irreprimible necesidad de contarme sus problemas. ¡Como si a mí me importaran un carajo! Yo creo que confunden mi silencio y mi mirada inquisitiva con las ganas de escuchar sus pamplinas. No se dan cuenta, los pobres, de que en verdad guardo silencio porque no los escucho ni me importa lo que cuentan, y en consecuencia nada tengo que decir. En cuanto a la mirada interrogativa que puedo mostrar a veces, decir tan solo que esto es lo que pregunta: "¿es que no te das cuenta de que me molestas con tu patética verborrea?" Sin embargo me callo por educación, claro, y los dejo que se desahoguen. Angelicos.

A veces, como mi paciencia no es proporcional a mi chorra, se me agota. En esos casos pueden darse situaciones como la que sigue:

Estoy en un bar, tan feliz, con mi cerveza en una mano, un cigarrillo en la otra y mil cochinadas en la cabeza. Llega un o una plasta que me conoce de haber compartido ocasionales cervezas y se pone a contarme su vida por enésima vez.

Plasta: ...y yo ya no puedo seguir así. Tendré que hablar con mis vecinos para que follen menos ruidosamente, porque entre eso y lo de mi ciática no hay quien duerma. ¿Te he dicho que padezco de ciática? Sí, verás, hay días que ni andar puedo y me tengo que tomar...

Leónidas (interrumpiendo con la mano en alto): Oye, oye, un momento, para. Perdona que te interrumpa, ¿pero a ti qué te ha hecho pensar que me interesa todo eso que me estás contando?

(Segundos de desconcertado silencio por parte del plasta).

Plasta: Joder, vaya corte. JA JA JA. ¡Qué gracioso eres, Leo! Ains, tienes cada cosa... Bueno, pues como te iba diciendo, me tengo que tomar dos ibuprofenos y ni siquiera con eso se me quita. Yo creo que es hereditario porque a mí tía abuela Ramona (no la Josefa, no; la Ramona) le pasaba lo mismo. Mi tía abuela Ramona era muy guapa de joven, la Josefa en cambio era más discretita, pero yo las quise mucho a las dos por igual, eh, no te creas. Por cierto, es tu día de suerte porque precisamente hoy llevo fotos de las dos en la cartera y quiero enseñártelas...

(Empiezo a bufar y hacer tics como en aquel famoso sketch de Martes y Trece, pero ni por esas se detendrá el plasta).

Plasta: ...Ay, Leo, no seas tonto, deja de hacer el payaso y mira qué guapa era la Ramona de joven. ¿A que parece una actriz de cine mudo? Uy, mira lo que aparece por aquí, ¡si son las fotos de la mili! Me tocó en Ceuta, a lo mejor conoces alguno de los que salen en las fotos, porque como tú eres militar... Hombre, son de 1966, pero a lo mejor te suena alguna cara. Mira, este es el cabo Butifarra. El Ladillas y yo lo llamábamos así porque...

Llegados a estos extremos es cuando yo empiezo a poner los ojos en blanco y a babear, simulando una embolia o algo parecido (me sale muy bien simular embolias e infartos de miocardio, por contra los de tuyocardio me salen regular tirando a mal). Hubo veces que, llevando mi actuación al realismo más descarnado, dejé caer el vaso al suelo en pleno paroxismo interpretativo, provocando con ello gran estropicio y conmoción, así como inmediatas llamadas al 112. Una vez descubierta la farsa se producen dos consecuencias de impar fortuna: por un lado el plasta ya no volverá a dirigirme la palabra; por otro lado no me admitirán nunca más en ese bar, por payaso, dicen. Hay gente que tiene muy poco humor.

A pesar de todo hay ocasiones en las que opto por aguantarme y dejo que los plastas me den la tabarra durante horas, interrumpidos solamente por mis uhms y mis ajás, mientras estoy inmerso en mi rica vida interior. Si alguna vez el plasta me sorprende preguntándome qué opino sobre lo que está soltando por la boca bastará con responderle algo así como que necesitaría más datos para formarme un juicio, y con eso se quedan contentos y prosiguen el soliloquio. En tan dramáticas circunstancias he escrito mentalmente algunos de los relatos que se han publicado en esta bitácora, razón por la que inconscientemente se pueden haber trasladado detalles biográficos de los plastas a mis cuentos.

¿Y qué decir de esos tipos que sin conocerte de nada se creen con el derecho a hablarte de fútbol obviando incluso un saludo previo? A mí me ha pasado muchas veces que estoy tan tranquilo en la barra de un bar, llega un señor totalmente desconocido, se planta a mi lado y escupe una misteriosa frase como "qué buen partido ha hecho el Manchester, aunque el árbitro estaba comprado". ¿Qué se puede responder a eso? Joder, no me digan que no es inquietante. Quizá sea porque he leído demasiadas novelas de John le Carré, pero el caso es que ante esas situaciones siempre pienso que el desconocido es un espía que está usando una contraseña para contactar con otro agente, así que a veces, con toda la honestidad del mundo, le respondo que lo siento mucho, y que yo no soy el agente secreto que está buscando. Probablemente el individuo esperaba una respuesta del tipo "el árbitro fue comprado con un maletín lleno de billetes, como el que yo tengo lleno de documentos secretos en la consigna de la estación de autobuses", y como tal respuesta no se produce me miran raro. Es que los espías tampoco tienen mucho sentido del humor y andan estresados con tanto cambio de identidad y tanta clave secreta y tanta parafernalia.

Luego está el increíble gremio de los taxistas. Todos, absolutamente todos los taxistas son futboleros y dan por hecho que yo también lo soy. Es por ello que me hablan de fútbol, siempre. Una conversación típica entre un taxista cualquiera y mi humilde persona viene a ser así:

Leónidas: Buenas noches. Vamos al bar más cercano que siga abierto a estas horas, por favor.

Taxista: Ahora mismo. Qué gran partidazo, eh. Esta temporada subimos a primera, seguro.

Leónidas: ¿Perdón?

Taxista: Digo que tenemos el ascenso asegurado.

Leónidas: Pues no sé usted, pero yo estoy muy bien de cabo primero.

Taxista (algo extrañado): No, si yo le hablo del partido.

Leónidas: Ah, es que a mí la política no me interesa.

Taxista (mosqueado): No, hombre, no. Me refiero al partido de fútbol de esta tarde.

Leónidas (guasón): Ah, perdone. Ahora empezamos a entendernos. Sí, efectivamente Arconada ha jugado muy bien. Sin duda el mejor centrocampista que haya habido en el trofeo de Roland Garros.

Taxista (flipando en colores, supongo): ¿...?

Leónidas: ¿Y está muy lejos ese bar? Lo pregunto porque si falta mucho puedo darle mi opinión sobre todos los futbolistas que han participado esta temporada en las 24 horas de Le Mans y ya de paso comentarle lo disgustado que estoy desde que me he enterado de que los escoceses no llevan nada bajo el kilt, lo que me parece una indecencia. ¿Qué opina usted de eso del kilt?

Taxista (muy enfadado): Usted se baja aquí, amigo. Yo no llevo a borrachos maricas en mi taxi.

Los taxistas, otros que no tienen humor. Algún día escribiré un anecdotario sobre mis experiencias con ese gremio. "No puedo moverme sin ellos ni con ellos", se podría titular.

Un consejo para todos los plastas (futboleros o no): haced un blog, coño, y dejadme en paz.

sábado, 23 de mayo de 2009

La niña educada ha dejado de serlo


Cuando a uno le duelen las células que forman el alma es difícil escribir, pero algunos, si no escribimos, nos pudrimos. Esto me jode, pero lo tengo que contar, porque no quiero pudrirme más de lo que ya me pudre el infalible y odioso paso del tiempo:


Los niños educados me conmueven.

No quiero tener hijos, entre otras cosas porque la madre que deseo para buscarle continuidad a mis genes está tan idealizada que no puede existir. No quiero tener hijos, pero si los tuviera pondría todo mi empeño en que fueran niños educados.

"¡Eh, tío, échame la pelota!" (Muy mal).

"Señor, ¿podría acercarme la pelota?" (Muy bien).

Si usted no es gaditano comprenderá la diferencia entre las dos frases anteriores; si es gaditano pensará que yo soy un fascista y además un rácano por no darle alguna subvención para que sus hijos sean debidamente educados, porque como todo el mundo sabe, el gaditano no mueve un dedo si no es con previa subvención y tras derramar infinitas lagrimitas recordando que Cádiz está muy mal de trabajo, aunque nunca reconocerá que en Cádiz, si no el curro, lo que sobran son los sinvergüenzas.

Toda esta basura de mierda viene porque una vez, hace mucho, hablé aquí de una niña educada, y la niña educada se me está echando a perder. Y me duele, joder, me duele. La muy putilla ha empezado a maquillarse (exageradamente), y sale con un muchacho que además de tener cara de idiota tiene un corte de pelo de esos que pretenden ser rebeldes y se quedan en gilipollas.

Es extraño, porque sin ser hija mía esa niña me preocupa. Estoy de putas hasta las cejas, sin embargo esa niña... esa niña será una puta más, pero resulta que le he cogido afecto, porque una vez, cuando realmente era una niña, se puso en pie para abrirme la puerta del edificio mientras yo luchaba por encontrar la llave adecuada. Y yo, que soy un hijo de puta como la copa de un pino, me acuerdo de esas cosas.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Adiós a todos, y gracias


Después de unas 650 entradas (que se dice pronto pero me ha llevado vomitarlas casi tres años y medio), he decidido dedicarme de lleno a un proyecto ultrasecreto en el que ando ocupado desde hace varios meses y del que por ahora no puedo decir nada más, lo siento.


El libro que estoy escribiendo explora un campo literario totalmente —¡mierda, ya se me ha escapado! Si es que soy un bocazas, joder—... Bueno, ya da igual. Decía que el libro que estoy escribiendo explora un campo literario totalmente novedoso sobre el que ningún autor se atrevió antes a escribir, ya fuera por falta de ingenio, de imaginación, o de capacidad de trabajo. Como yo ando sobrado de tales virtudes y de otras muchas más (como la modestia por poner un ejemplo), he pensado juiciosamente que soy la persona indicada para escribir esa magna obra gracias a la cual se va a cagar la perra. Quizá es que, más que la persona indicada, soy sencillamente la única capaz de abordar el tema, porque —agarraos y no os meneéis—estoy escribiendo ni más ni menos que acerca de las relaciones humanas, y del amor, y de blogueros tontolhabas atormentados por la súbita irrupción en sus vidas de eso llamado web 2.0, y además lo estoy haciendo en verso, con dos cojones. Por cierto, ya se intuye una idea aproximada de los profundos dilemas marxistas-existencialistas-filosóficos que se desarrollan en sus páginas con solo leer el título: Todas las mañanas amanezco con una polla que no merezco. Como ven se trata de una obra con mensaje y moraleja y mucho intríngulis. La pera limonera. La rehostia.

A todos vosotros, queridísimos y fieles tres lectores, os doy las gracias por haberme acompañado en estos maravillosos años. No me olvidaré nunca de vosotros, y como prueba de ello he usado vuestros nombres para nominar a los personajes de mi libro, hasta el punto de que varios de ellos se llaman Anónimo.

Si alguna vez vuelvo a escribir en esta bitácora será, por supuesto, para anunciar la publicación de mi libro y dar las oportunas indicaciones para que podáis adquirirlo en la edición más barata, porque os quiero mucho, pero no tanto como para regalároslo.

¡Hasta siempre!

viernes, 15 de mayo de 2009

Acabo de matar a Gusifluky


Bah, olvidaos del título de esta entrada, porque además de ser mentira lo he puesto porque no me apetecía pensar en un título serio y porque supongo que el engaño atraerá a mis tres fieles lectores. Os imagino exclamando "¡este hijo de puta al fin se ha cargado a esa mierda de gato, se veía venir!" Pues no, no lo he matado. Os jodéis, cabrones morbosos. De hecho el título no tiene nada que ver con la entrada, como podréis comprobar si tenéis el valor de seguir leyendo.

Ahora estoy pensando que este escrito podría haberse titulado Los gorrioncillos de la muerte, pero como el párrafo anterior me ha quedado muy gracioso ya vamos a dejar las cosas así. Hablemos ahora de "los gorrioncillos de la muerte":

Yo fui un gorrioncillo de la muerte. En el ejército, al igual que en la religión católica, existe un enfermizo culto a la muerte, ya sea propia o ajena. Los himnos militares ensalzan hasta tal punto la muerte propia que a uno le dan ganas de morirse y terminar de una puñetera vez con la farsa, y así pocas guerras vamos a ganar. Pero no importa, porque ahora las gestas más heroicas consisten en detener con buques de guerra a siete piratas que van en cayuco y en repartir bocadillos en Afganistán. (O al menos eso parece cuando se lee la prensa).

Allá por el verano de 1994, sin embargo, sesenta y tres chavalotes de entre diecisiete y diecinueve años estuvimos a las órdenes del brigada de infantería Reyes —¿o era De los Reyes?—. Un tipo peculiar donde los haya. Por entonces ya teníamos los gorrioncillos tres años de vida castrense sobre las alas, pero esa vida anterior había sido como estudiantes y no como combatientes. Fue el brigada Reyes —¿o De los Reyes?— quien se encargó de convertirnos en aguerridos soldados nasíos pa matar. Y le puso empeño. Ahora no voy a hablar de sus puteos representando a nuestra costa cierta escena de la película El sargento de hierro, porque eso daría para otra entrada, y yo tengo que administrar las ideas porque mi sesera últimamente anda más seca que la vagina de una monja octogenaria.

Pero al brigada Reyes —¿De los Reyes?— también le gustaba otra película: El puente sobre el río Kwai, y nos lo demostró al exigirnos desfilar silbando la melodía que esa película hizo famosa, y que se llama La marcha del coronel Bogey. Horas y horas de desfile verpertino durante un bilbilitano mes de junio nos hicieron aprender a silbar esa melodía, o nos hicieron aprender a silbar, a secas. El brigada gritaba como un loco "¡más brío, mis gorrioncillos de la muerte!", o "¡con más chulería, gorrioncillos de la muerte míos!" El brigada De los Reyes —¿o era el brigada Reyes?— estaba algo zumbado, eso es verdad, pero nos enseñó algo muy importante llamado compañerismo, porque si pones a sesenta y tres chavalotes a hacer el capullo juntos se crea entre ellos cierta complicidad inevitable, puesto que cada uno de ellos guardará el ridículo secreto del otro (que también es el suyo), y esto fomenta mucho la unidad, y la entidad de grupo y esas cosas molonas.

Tras mucho investigar (no recordaba el nombre de la melodía ni el de la película) me he enfrentado a mis recuerdos gracias a Internet:




Bueno, para terminar, y hablando un poco más en serio, le dedico esta entrada al señor De los Reyes —¿o era el señor Reyes?—, quien me dio unas valiosas lecciones para equilibrar el humor con la disciplina. Si mal no recuerdo el grito de guerra de nuestra sección era "¡por España, hasta la muerte!"


Ya digo, humor y disciplina sabiamente mezclados.

lunes, 11 de mayo de 2009

A ella, ¡que nadie me la toque!

¿Saben una cosa?, una vez amé a una mujer y ese amor duró más de una década. La sigo amando, aunque de un modo fraternal.

Acabada nuestra relación yo escribí algunas palabras tirando de viejos recuerdos; mientras tanto ella no perdió el tiempo y se buscó a un hombre que le diera hijos. Si ustedes la hubieran conocido comprenderían que eso era previsible; era una de esas mujeres comunes que necesitan parir y criar descendencia. Pero solo en eso era una mujer común. De hecho, si me soportó durante tanto tiempo es porque era una mujer muy especial. Mucho. Tan especial que no la voy a describir, sabiéndome incapaz de antemano.

A lo largo de tan extensa relación pasaron muchas cosas, buenas y malas; gloriosas e infernales. Hubo varias rupturas temporales, por eso, cuando definitivamente rompimos, evitamos cualquier contacto durante un par de años, para no caer de nuevo en la trampa de la atracción irresistible y autodestructiva. Pero un día sonó mí celular:

—Hola, ¿qué tal?— dijo una alegre voz que yo conocía muy bien.

—Ey, Charipitruky, ¿qué pasa?

—Pues nada, que te tengo que dar una noticia...

—Vale, estás embarazada. Si no te importa te llamo esta tarde, que ahora me pillas currando en un polvorín y está prohibido el uso de teléfonos.

Fue así, poco más o menos. Y en efecto ella estaba embarazada y a la hora de contarlo pensó en mí, no como venganza ni nada de eso, sino porque me quería tanto que pensó en mí antes de darle la noticia a otros allegados. Y yo la quería tanto que se lo agradecí.

Posteriormente escribí una larga entrada sobre hijos, tatuajes y nombres. Es un texto que dice mucho y menciona detalles y personas que mejor sería olvidar, pero que precisamente por eso es parte importante de esta historia, y de esta bitácora.

Nació Iván, que no se llamó Javi como una vez prometió la que sería su madre. Hoy es Iván un niño sano y feliz que se encuentra en un ambiente adecuado para desarrollarse y aprender, de lo cual me alegro mucho.

Pero su madre, mi querida Charipitruky, ha vuelto a ponerse en contacto conmigo contándome circunstancias e intenciones que no me han gustado nada. No es feliz, y se está planteando comportamientos que ni yo voy a detallar ni, de llevarse a cabo, a ella harían feliz.

Ella puede equivocarse (de hecho bien que se equivocó conmigo), y puede seguir equivocándose.

Ella no lee este blog. Ellos tampoco lo leerán.

Pero por si acaso, advierto desde aquí que nadie va a hacerle daño a la pequeña Charipitruky impunemente, al menos mientras yo me entere. Y me enteraré, vaya que si me enteraré, antes o después.

Porque ella se puede equivocar, pero a nadie más se lo consiento. Parcial que es uno.

domingo, 10 de mayo de 2009

Embarazos, embarazos, y otras cosas que no lo son (afortunadamente)


De un tiempo a esta parte veo mujeres embarazadas por todas partes. Parece que el mundo se ha conjurado contra mí poniéndome delante a tías preñadas para que me sienta culpable por no reproducirme. Pues el mundo se va a joder, porque sigo fiel a mi negativa, aunque el mundo estuvo cerca de ganarme la batalla recientemente, y eso es algo que voy a contar ahora que el peligro ha pasado. Y
a puedo hablar de ello, con alivio y dejando escapar el aliento tan largamente contenido.

Hace meses me percutí a una dama que en plena faena gritaba cosas como "¡córrete, córrete dentro, cabrón, lléname de leche!". Quien me haya leído algunos escritos sabrá que esas expresiones, viniendo de una mujer sudorosa y bella, me ponen a mil, y claro, el cabeza de chorlito pierde el poco raciocionio que tiene y ea, eyacula donde no debe.

Eso provocó una situación de incertidumbre sobre un posible embarazo no deseado, como podrá suponer el lector que tenga los conocimientos necesarios para saber que los niños no vienen de París transportados por una cigüeña.

Las dudas sobre ese embarazo hipotético desaparecieron cuando compré un embarazómetro de esos —también llamado "test de embarazo" o "prueba de la rana a lo moderno"—. A requerimiento mío la copartícipe se personó en el lugar de autos (mi domicilio) donde se procedió a usar el embarazómetro. Los resultados fueron negativos, lo que nos llenó de dicha y nos empujó a celebrarlo volviendo a follar sin protección y repitiendo el error anterior —¡córrete, cabrón, córrete en mi coño!—, con lo cual volvíamos a estar como al principio. Ya saben eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra... y la mujer el único animal que lo incita, añado yo.

Pues bien, acabo se saber que la copartícipe permanece tal como me la encontré, es decir, que se mantiene única, y no doble (o triple, dios nos salve) como son las embarazadas.

La verdad es que últimamente, a pesar de encontrarme a embarazadas hasta en la sopa, la vida me sonríe. Casi que me dan ganas de devolverle la sonrisa, y que los que me tratan superficialmente se den cuenta de que no soy tan serio como parezco.

Enlace que viene a cuento: Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, descubierto gracias a Gerardo.

jueves, 7 de mayo de 2009

Elogio del fusil HK G36


Aunque las armas y muy especialmente sus municiones son temas que me apasionan procuro evitarlos en este blog porque no me gusta ponerme "técnico" entre legos. Hoy, no obstante, y a sabiendas de que me lee algún aficionado y algún profesional de las armas, quiero exponer mi punto de vista sobre el fusil de asalto Heckler & Koch G36. Intentaré hacerlo sin molestos tecnicismos, aunque dejando los oportunos enlaces para que el lector interesado pueda documentarse más extensamente si lo desea.


Empecé mi vida militar en aquellos tiempos en los que el soldado se instruía con el fusil CETME C, de tan grato recuerdo para casi todos los que lo conocimos. Desmontarlo y volverlo a montar con los ojos vendados formaba parte de la instrucción normal, sin necesidad de ser un fuera de serie como muestran algunas películas, porque ese fusil, simplemente, estaba bien hecho, y eso se nota a la hora de ensamblar sus piezas. Este fiable y robusto fusil de calibre 7,62x51 mm. (.308 Winchester) fue sustituido por el fusil (de infausto recuerdo) CETME L, en calibre 5,56x45 mm. (.223 Remington). El cambio de calibre obedeció a lógicas exigencias por parte de la OTAN; es razonable que todos los miembros de una alianza unifiquen el calibre de sus armas individuales para simplificar la logística. Por su parte el hoy extinto Pacto de Varsovia pasó del calibre 7,62x39 al 5,45x39, siguiendo la misma idea de reducir calibres pero manteniendo la eficacia. De esta manera el fusilero podía portar mucha más cantidad de cartuchos gracias a la notable reducción tanto del peso de los cartuchos como del peso del arma.

Es común la idea (errónea a mi parecer) según la cual la reducción de calibre en los fusiles, al pasar de 7,62 a 5,56 ó 5,45, se realizó porque el 7,62 "mata", mientras el 5,56 "hiere", lo que es preferible para derrotar a una fuerza enemiga. Es verdad que se le causa mayor fatiga a un ejército provocándole heridos que muertos, puesto que los primeros necesitan ser evacuados y unos recursos de los que los segundos bien pueden prescindir. No obstante, los daños provocados por un 7,62 y por un 5,56 son normalmente letales (salvo en extremidades), y esto a pesar de la enorme diferencia de energía cinética que existe entre un calibre y otro. En mi opinión se redujo el calibre por economía de peso y de dinero, así de sencillo. Esto daría para otra entrada y por ahora no me extenderé más en ello. El caso es que el fusil CETME C fue reemplazado por el CETME L (o LC en algunas Unidades).

El fusil de asalto CETME L es un arma deficiente, se mire como se mire, y digo deficiente por no decir que es un artilugio de mierda. Basándome en mi experiencia con ese triste armatoste aspirante a fusil me atrevo a decir que irse con ese trasto a una guerra es como irse con el enemigo colgado a la espalda. Qué instrumento tan traidor, tan falible... tan mal hecho. Aunque debo señalar que la versión LC me pareció notablemente más fiable —¿tendría algo que ver el muelle recuperador?—, y aunque por entonces (año 2001) ya no era necesario me sentí tranquilo en Bosnia haciendo servicios de escolta en convoyes logísticos armado con el modelo LC. Pero el L ni verlo quiero.

En algún momento alguien decidió —¡albricias!— que el fusil CETME L debía ser reemplazado. Tras el preceptivo concurso fue elegido el fusil G36 —¡albricias otra vez!—. Esta nueva arma fue sustituyendo progresivamente a la anterior, y un día llegó a mis manos. Antes de usarla aprendí a manipularla, a desmontarla y a volverla a montar, a entender las útiles marcas de su visor de 1´5 aumentos... Inmediatamente me di cuenta de que esa "escopeta" era un chisme fino, una máquina bien hecha (ingeniería alemana, ya saben). Nada que ver con el CETME L, que casi necesita martillazos para ser montado.

Después tuve varias oportunidades para disparar con esa máquina llamada G36, pero las rehusé de un modo más o menos desvergonzado, porque opino que los ejercicios de tiro apresurados y sin la debida organización son la mejor manera para que los que disfrutamos disparando acabemos odiándolo. Pero hoy —¡por fin!— he tenido la oportunidad de probar el HK G36 con calma, gozando cada disparo, durante horas, y tengo que decir que si manipularlo fue un placer, dispararlo ha sido un orgasmo. ¡Qué suavidad! ¡Qué deleite notar sus piezas en tan discreto movimiento! Me ha recordado, salvando las distancias de calibre, al viejo y querido CETME C. Echaba de menos un fusil tan fiable, sin sufrir interrupciones (encasquillamientos) cada cinco disparos, de hecho hemos consumido dos mil cartuchos sin una sola interrupción. Así da gusto pegar tiros.

Para colmo, como tirador zurdo que soy, agradezco el acertado diseño del G36, que permite por igual el manejo a zurdos y diestros gracias a la palanca selectora ambidiestra, y muy notablemente gracias a la palanca de montar situada en el "lomo" del fusil, cuando habitualmente es colocada en otros fusiles en el costado izquierdo, lo que supone para los zurdos tener que hacer malabarismos para cargar el arma.

Y ya solo me queda quitarme el sombrero ante los ingenieros responsables del G36.


martes, 5 de mayo de 2009

El origen


Los tres dioses estaban muy aburridos, aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en que estuvieron ocupadísimos, haciendo y deshaciendo en los infinitos universos que creaban y dirigían.


Luego, Uno de Ellos, el más poderoso y sabio, tuvo una idea genial que no tardó en transmitir a sus colegas:

—Divinos compañeros, siempre estamos preocupándonos por nuestros juguetes, buscando nuevos modelos o retocando y mejorando a los antiguos. ¿No creéis que trabajamos demasiado para ser dioses?

—¡Oh, sí, esto es agotador!— respondieron los Otros, que eran tan perezosos como el Primero.

—Pues bien, eso se acabó— prosiguió el Dios Jefe—. He inventado un complejo sistema para que nuestros juguetes se modifiquen por sí mismos merced a infinidad de azarosas variables. Es largo de explicar, pero se puede resumir diciendo que mi invento consiste en algo así como poner a los juguetes en piloto automático, de manera tal que ellos solitos irán cambiando conforme transcurran las generaciones. Mejorarán en función de sus aptitudes, o se extinguirán por la falta de ellas, y en todo esto influirá mucho la competencia entre ellos por los recursos que tan rácanamente les hemos concedido.

Los otros dioses saltaron jubilosos al conocer la buena nueva.

—¡El Divino Piloto Automático!— exclamó uno de los dioses.

—¡La Gloriosa Idea del Dios Jefe, cuya vida guarde Él mismo eternamente!— gritó el más pelota de los dioses menores.

—Bueno, si os parece bien podríamos llamar a este sistema Evolución— respondió lleno de falsa modestia el Gran Dios.

Los otros dioses aplaudieron agradecidos. ¡Cuánto tiempo libre tendrían desde ese momento!

En efecto, tuvieron mucho tiempo libre desde entonces. Se pasaban la Eternidad holgazaneando y haciendo bromas de mal gusto. A veces, por puro aburrimiento destruían un universo y creaban otro nuevo, pero siempre bajo las complejas aunque cómodas leyes de la Evolución, porque la Evolución era el mejor modo para que los dioses echaran largas siestas. Podría decirse, incluso, que la Evolución hizo a los dioses prescindibles para los juguetes.

Y llegó el tiempo en que los dioses, con tanta inactividad, se hicieron vagos y se embribonaron. Tan ociosos se hallaban que se entregaron al vicio del juego y las apuestas. ¿Cuántos universos fueron destruidos o creados sin ton ni son según los resultados de sus apuestas? Nadie lo sabe, ni debe importarnos. Lo único que se sabe es que, tras probar infinidad de juegos, los tres dioses estaban aburridísimos, como quedó dicho al principio de esta historia.

Entonces, un buen día, decidieron jugar a "Beso, Atrevimiento o Verdad". Tratábase este juego de establecer un Perdedor entre los tres dioses mediante la suerte de los dados, el cual debería pagar la derrota besando a uno de los otros dioses, o ejecutando un acto de valor que los vencedores le impondrían, o bien respondiendo con sinceridad a una pregunta íntima.

Antes de echar la partida se prometieron los unos a los otros que no usarían sus divinos poderes para hacer trampas. Comprometidos los tres dioses con esa premisa lanzaron los dados.

Perdió el Dios Sabio, aquel que inventó la Evolución.

Este Dios Perdedor negábase a besar a ninguno de sus contrincantes, porque eran feos y tenían pelos en la cara.

El Dios Perdedor se negaba también a responder preguntas íntimas, porque como todos los dioses escondía muchos secretos inconfesables.

Así que el Dios Perdedor, el más poderoso y sabio de los tres, aceptó someterse a una dura prueba pensando que dentro de lo malo sería lo mejor.

Se retiraron los dioses vencedores para cabildear entre sí un adecuado castigo contra el Dios Perdedor. Le llegaba un rumor al Dios Derrotado: "bla, bla, ¡qué putada!, bla, bla, siu, siu, bla, bla, ¿no será demasiado cruel?, siu, siu, bla, bla, ¡que se joda!, bla, bla, siu, siu".

Finalmente los dioses vencedores comunicaron su veredicto al Dios Fracasado:

—Habrás de pasar un breve espacio de tiempo viviendo entre las formas de vida que usamos de juguetes, como si fueras una criatura más y sin poder usar tus poderes.

El Maestro Dios aceptó. Y así es como nació mi gato Gusifluky.

domingo, 3 de mayo de 2009

Explicación sobre comentarios eliminados


Hace un par de días fueron eliminados decenas de comentarios anónimos en este blog. Parece que la destrucción de comentarios se limita a las entradas más recientes, aunque aún no he determinado hasta qué fecha se han visto afectados los escritos.


No he sido yo. De hecho, de haber sido cosa mía, se leería el mensaje "Un administrador del blog ha eliminado..."; en su lugar se lee "El autor ha eliminado esta entrada", cosa harto improbable porque el autor de un comentario anónimo no tiene control para borrarlo, como sí lo tendría un comentarista registrado en Blogger.

Parece claro que se trata de un fallo de Blogger, que sin embargo no se ha dado en todos los blogs alojados en dicho servicio, vaya usted a saber por qué.

Desconozco si el problema puede tener arreglo, en cuyo caso espero que Blogger lo enmiende a la mayor brevedad posible.

A pesar del tono sosegado de estas palabras lo cierto es que estoy que me subo por las paredes. Vuestros comentarios, anónimos o no, insultantes o halagadores, son importantes para mí, y esto me ha molestado no sabéis cuánto.

Lo siento mucho.

¡Blogger, devuélveme mis anónimos o te partiré las piernas, infame malandrín!

viernes, 1 de mayo de 2009

Si es que me los provocáis


Ya saben todos ustedes que un tal Karst T. la ha liado parda en Holanda. Sí, me refiero a ese tipo que ha organizado una buena escabechina ante la horrorizada mirada de la familia real holandesa. Qué tío más canalla. Mira que mostrar el horror a los dioses, ¡qué atrevimiento! Los dioses nos deben mostrar el horror a nosotros enviándonos a guerras para que seamos descuartizados en Su nombre, pero nunca a la inversa. Y encima el muy desconsiderado se ha muerto sin esperar juicio y sin perdir permiso a la realeza, ¡maldito villano!


Esta bestia parda se ha cargado a unos cuantos conciudadanos (niña inluida como bien resaltan los medios de comunicación, lo cual es siempre muy efectista y por eso yo en mis cuentos chorlitianos suelo usar a niñas bien jodidas de una u otra manera). Pues a mí el tío este llamado Kars T. me despierta contradictoria simpatía, porque aunque no me gusta que se haga daño a inocentes —pensemos otra vez en esa niña y guardemos un minuto de silencio, pero sigan leyendo porque eso lo pueden hacer silenciosamente—, sí creo entender lo que ha encendido a Karst T., y oigan, aunque no apruebo lo que ha hecho (que me parece abominable), sí que lo comprendo. De hecho lo que me parece sorprendente es que algo así no suceda con mayor frecuencia.

Karst T. era un parado reciente de treinta y ocho años. Me lo imagino hipotecado hasta las trancas después de no sé cuántos años de privaciones y sacrificios (o alquilado como parece ser, lo que es peor si cabe). Me lo imagino echando cuentas —que no le salen—. Me lo imagino soportando los cuernos que le pone su pareja con un tipo adinerado que no se tiene que preocupar por el pago de la hipoteca o del alquiler. Me lo imagino cenando pasta todas las noches (porque es lo más barato) ante el televisor que le ofrece imágenes de millonarios y "nobles" que se pegan la vida padre a costa de su trabajo y de esos impuestos que paga tan dolorosa como escrupulosamente. Me lo imagino envenenándose por dentro lenta pero eficazmente. Me lo imagino llegando a un punto de insufrible injusticia y comenzando a perder la cordura. Me lo imagino como si lo conociera, coño.

Y un día Karst T. se acerca con su coche al lugar por el que va a pasar nada menos que la puta familia real, y además la happy family desfilará en algo así como un autobús descapotable para gozar más intensamente del baño de multitudes serviles, acríticas, humilladas y felices en su indignidad. Y eso ya es el colmo para Karst T.

Marcha tan contenta la familia real —esa estirpe privilegiada a la que la ignorancia colectiva le atribuye un poder heredado directamente de Dios—, saludando a "su pueblo", regodeándose en su poder, creyéndose muy especial, como siempre... ¡Y de repente el horror irrumpe en sus vidas perfectas de lujo y placer! Un coche negro atropella a parte de ese pueblo vacuo que se vanagloria de haber sido saludado por sus reales semidioses. Y los semidioses se llevan la mano a la boca para sofocar un grito —han sido educados para no gritar jamás en público—, se sientan y el mundo sigue girando... a su alrededor.

Ay, Karst T., sólo has conseguido aumentar el dolor de gente que, como tú, sufría. Y ahora sufren mucho más por tu culpa. Fue un error, pero te entiendo.

En cuanto a España, estemos tranquilos. Aquí no podría pasar nada parecido. Si Karst T. hubiera sido español y se llamara Paco F. su mayor preocupación sería el partido de fútbol entre el F. C. Barcelona y el Real Madrid que se disputa dentro de unas horas.

Aunque a algunos españoles no nos gusta el fútbol, joder. Resulta inquietante, ¿verdad?