Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Los cretinos se han... perdón, empiezo: Los creyentes se han librado del demonio (por enésima vez), ¡albricias!


El actor Michael Brea era famoso en su puta casa y admirado por su
madre, hasta que el pasado día 22 se cargó, espada mediante, a su principal admiradora. Sin embargo afirma el infeliz que no le ha hecho pupita alguna a su mamá, pues a quien ha matado ha sido al diablo que ella llevaba dentro. Tócate la flor, María del Amor.



Declara este alienado, con esas aseveraciones confusas e incoherentes que son propias de las personas dadas a creencias mágicas o que son enfermas mentales -a veces cuesta distinguir ambas circunstancias-, que dios se le presentó y le anunció su muerte inminente para ese mismo día, pero que fue otro día posterior cuando oyó a su madre hablarle con la voz del demonio (supongo que reconoció la inconfundible voz del demonio por haberla oído innumerables veces en los 40 Principales, digo yo).

El caso es que el colega, quien a tenor de la noticia creía en espadas mágicas, hechizos de magia negra llevados a cabo con pollos cocidos y en un dios de inconcreta mitología, decidió hacer lonchas a su señora madre con la espada mágica apelando a un indefinido dios de los muchos que han sido y ante esos pollos a medio cocer. En fin, más de lo de siempre.



La familia superviviente del parricida no ha dudado en echarle un cable apiadándose de su probable esquizofrenia: "Todos los que han tenido contacto con Michael saben que él es compasivo, gentil, inteligente, espiritual, y cariñoso", han dicho en un comunicado público. Loable, muy loable muestra de generosidad, pero...

Yo, cabeza de chorlito como soy, tengo mis dudas acerca de la inteligencia que los familiares atribuyen a un tipo creyente en magias; una persona en verdad inteligente tiende a alejarse de cualquier forma de pensamiento irracional, creo yo. Pero no me hagan mucho caso y permitan que insista en recordarles que soy un cabeza de chorlito (y si quieren me pueden decir eso de "claro, claro, qué fácil es hablar de racionalidad cuando no se es esquizofrénico").

Lo que sí tengo claro es que entre los intencionadamente elogiosos calificativos con los que los familiares adornan al señor Brea hay uno que me chirría, y al que culpo en gran medida (esquizofrenias aparte) de la muerte de su madre y de millones de otras muertes. Adivinan a cuál me refiero, ¿a que sí?

jueves, 25 de noviembre de 2010

Cómeme la polla, Benedicto.


Yo antes creía en Dios. En uno cualquiera, vamos. Creo recordar que el dios en el que yo creía tenía un difuso aspecto de dios cristiano, pero eso fue una coyuntura cultural de mi tiempo y mi lugar. De haber nacido en Afganistán probablemente hubiera creído en un dios islamista, y de haber nacido en la Grecia de hace veinticinco siglos probablemente hubiera creído en los múltiples y olímpicos dioses jerarquizados.

O quizá no. Quizá no me creería un carajo de ninguna de esas tonterías contrarias al pensamiento crítico y a los datos que la más humilde observación de la naturaleza nos ofrece. Sin embargo, aun no creyendo las bobadas cruelmente manipuladoras de las religiones, bien posible es que me hubiera callado, que cobardemente hubiera silenciado mis convicciones o mis sospechas para salvar la vida. No debe olvidarse que aún hoy hay lugares donde se mata por el delito de no creer en el dios oficialmente elegido; que sigue existiendo gentuza deseosa de matar a quien no comparta sus mitos.

Yo antes creía en un dios, en uno cualquiera. Era un niño y me habían adiestrado para creer eso, sabrán disculparme. Yo antes creía en un dios como creía que las mujeres son seres angelicales y que los soldados estamos siempre al servicio de nobles razones. Yo antes creía en un dios, leía libros de J. J. Benítez y soñaba con que mi mundo negro podría volverse rosa. Era un niño y era ingenuo, compréndanme.

Ahora que ese mundo negro de mi infancia se ha vuelto de un agradable gris claro, tirando a blanco, me doy cuenta de que los dioses -¡cualesquiera!- ni existen ni deben existir. Ya es bastante chunga la vida como para que esas entelequias nos la jodan aún más con sus caprichos que en verdad solo obedecen a los oscuros deseos de unas personas dominadas por enfermizas mentes. La absurda hipótesis de la existencia de un dios es solamente la excusa para crear una religión, y las religiones son solamente la excusa para que hagas lo que un sádico quiere que hagas.

Pues ahí tenemos al amigo Benedicto (léase el último párrafo del enlace)
, el Gran Jefe de los Católicos, afirmando que la convivencia de su creencia mágica con la otra creencia mágica llamada Islam está difícil, pero que el esfuerzo merece la pena cuando se trata de combatir unidos a quienes no profesamos religión alguna. Y yo aquí tan tranquilo hasta ahora, sin saber que esos humanos irracionales me habían declarado la guerra y que hasta establecen insospechadas alianzas para luchar contra el enemigo común: yo. Ya ven que sigo siendo un ingenuo.

Pero no. Ya basta de quedarme a verlas venir. Puesto que esos animales me han declarado la guerra me siento moralmente autorizado para salir ahora mismo a quemar iglesias, degollar curas y violar monjas. Bueno, lo de las monjas me lo pensaré, que son todas muy feas (si fueran guapas serían putas y no monjas, obviamente).

Tranquilo, Benedicto, que estoy de coña. La Guerra Santa es cosa de los fanáticos como tú, y lo que es este menda no tiene intención de hacerle pupita a nadie por no compartir su ateísmo. Esta actitud mía se podría llamar de diferentes maneras según le apliquemos un criterio filosófico o religioso, pero ¿sabes, Benedicto?, estoy casi seguro de cómo la llamas tú: ventaja.

viernes, 19 de noviembre de 2010

¡Esos hombres malvados!


Me lo han contado de buena tinta y me lo creo, aunque no puedo demostrar que sea cierto (eso lo dejo al criterio del lector):

Hace unos poquitos años. Comisaría del Puerto de Santa María (Cádiz). Lunes, 8:05 A.M. Una señora muy enojada está poniendo una denuncia contra su ex marido por incumplimiento de la custodia compartida.

Señora: (...) ¡Y ya ve usted la hora que es y ese golfo sin devolverme a la niña!

Agente de policía: Vamos a ver si yo me aclaro, señora. Según la orden judicial su ex esposo debería haberle entregado la niña a las ocho de la mañana...

Señora: ¡Sí, y ya ve usted!

Agente de policía: Pero señora, es que son las ocho y cinco.

Señora: ¡Sí! ¿Ve como va con retraso ese irresponsable?

Agente de policía: Señora, vamos a ver, ¿no me ha dicho usted que vive en XXXXXXXX?

Señora: Allí vivo de toda la vida.

Agente de policía: Pues nosotros tardamos diez minutos en llegar desde aquí hasta su barrio, y eso si vamos con las luces de emergencia. Ya me explicará cómo es posible que usted esté aquí a las ocho y cinco...

Mientras la buena y veloz señora se intenta justificar entra en la oficina de denuncias un segundo policía.

Agente de policía 2: ¿Es usted doña XXXXXXX?

Señora: Sí, yo soy.

Agente de policía 2: ¿Su ex marido es don ZZZZZZZZ?

Señora: ¡No me nombre a ese malnacido!

Agente de policía 2: Bueno, es que el malnacido acaba de llamar a la comisaría preguntando por usted. Dice que se deje de tonterías y vaya inmediatamente a recoger a la niña, que lleva media hora esperándola en la puerta.

Y la señora se fue a recoger a su hija, sin que nadie le pusiera un par de grilletes ni la multara por denunciar en falso.

Sin comentarios.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Pulsé una tecla y premiáronme esos bobos


El título de esta entrada es lo que algunos llaman un microcuento. Se trata de una simple frase de siete míseras palabras que, ciertamente, transmite un mensaje. Hasta ahí solamente puedo objetar que me parece una pedantísima gilipollez llamar "microcuento" a lo que por todos es conocido como una puta frase de mierda. Sin embargo para ciertos cantamañanas la frasecita huérfana constituye una extraordinaria muestra de talento literario, de arte breve, de minimalismo llevado a las letras. ¡Andad y que os jodan, farsantes! Según esa idea del minimalismo literario hay niños menores de un año que son excelentes artistas: "¡mamá, tengo caca!" (tres palabras y un mensaje complejo entre el gusto por poseer [tengo] y el placer escatológico [caca]); ¡Quiero teta! (dos palabras, récord absoluto y genialidad sin igual si tenemos en cuenta la ambigüedad erótico-alimenticia-incestuosa del profundo mensaje).

¿Alguien puede tomarse en serio estas tonterías pseudoartísticas? Pues sí, hay quien lo hace. Por eso es tan famoso -lamentablemente- aquel "microcuento" de Augusto Monterroso titulado El Dinosaurio:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

¡Oh, qué bella historia, y cuántas indescriptibles emociones me provoca su lectura! Sólo un defecto le veo: yo hubiera ahorrado una palabra diciendo: "Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí". Menuda tontería. Y sin embargo esa tontuna de siete palabras es para algunos una muestra de genialidad. Manda huevos. Más mérito tiene la archifamosa frase, también de siete palabras, "dábale arroz a la zorra el abad", que por lo menos es un palíndromo.

Invito a los tres lectores de esta bitácora a dejar en los comentarios su microcuento, sin pasarse de siete palabras, como Monterroso. Empiezo yo mismo con tres "historias" (cuya simpleza no pretende pasar por excelencia, porque yo no tengo la cara tan dura como don Augusto Monterroso):

El Afortunado Superviviente

Gasté la última bala y siguió corriendo.


La Virgen

Tembló enternecedoramente cuando me saqué la chorra.


El Fundamentalista

Al leer la Biblia dejó de pensar.


Adelante, espero otros microcuentos de siete palabras, ni una más ni una menos, a lo Monterroso.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Paintball para Bibi


En cuanto vi el vídeo que tan generosamente comparto aquí me pregunté qué pensaría de él mi amiga Bibi. Me imagino su reacción y me mondo. En fin, juzgad vosotros (y vosotras también, venga).


viernes, 12 de noviembre de 2010

Disparos, sangre y telequinesis


A mis treinta y cinco años, con una vida más sedentaria de lo que debiera, comiendo más carne que otra cosa, bebiendo como un cosaco y fumando como un carretero, acumulo papeletas para la Gran Rifa de la Muerte Temprana (¡no se la pierdan, señores, y procuren asistir con sus hijos y esposas!). Pero además hago trampa y obtengo papeletas extras jugando a F.E.A.R. 2, Project Origin.

Hace ya más de tres años (mierda, si parece que fue la semana pasada) contaba por aquí que me lo paso en grande con los juegos FPS (first person shooter, creo), esos de tirador en primera persona, ya saben: uno ve en primer plano del monitor las dos manitas sosteniendo una escopetilla (o una pistolica, o una metralleta, o un bazoca, o como se llamen esos chismes), y más allá se muestra un escenario lleno de gente mala a la que hay que acribillar a tiros. Es una actividad así como relajante y placentera. Yo suelo imaginarme que disparo a futbolistas, a banqueros, a constructores, a políticos corruptos y a putas, aunque nada impide imaginar que se dispara, por ejemplo, a (ponga el lector lo que prefiera en la línea de puntos): ................................................................................................................................................................. Bueno, vale, dejo más espacio por si el lector es especialmente misántropo, enga: ................................................................................................................................................... Ea, ya está bien, no sea que acabe incluyéndome a mí también ese jodido lector psicópata.

El caso es que, aunque estos juegos son generalmente muy salutíferos y nunca he comprendido por qué no los venden en las farmacias (imaginemos a ese señor estresado que llega a las tres de la madrugada a la farmacia de guardia: "¡Por favor, un FPS de tres gigas, rápido!", "¿Lo prefiere vía PC, vía Playstation, vía Xbox...?", "Oiga, por mí como si es para Iphone, pero que tenga mucha sangre, se lo ruego")... Vaya, ya he perdido el hilo de lo que iba a decir. Ah, sí, que aunque normalmente estos juegos son cosa buena para la salud, hay excepciones. Tal es el caso de F.E.A.R., con el que estuve al borde del infarto hace tres o cuatro años, y que recomiendo a cualquier tiparraco al que le vayan los tiros, la sangre, la violencia, y las paranormalidades:



sábado, 6 de noviembre de 2010

Pobre niña guapa y desatendida


Hay cerca de donde vivo un barrio de esos que llaman marginales. Casi todas las tardes, cuando voy a casa de mi novia, paso por allí y suelo encontrarme con una niña guapa y sucia que siempre está sola en la calle. Le calculo once añitos y seis o siete moratones en los brazos; en las marcas que esconderá su ropita manchada no quiero ni pensar.

Alguien debería ocuparse de esa niña.

Ya nos reconocemos -ella me sonríe con timidez y yo le hago un guiño-, pero jamás hemos intercambiado una sola palabra. La veo vestir la misma ropa durante semanas enteras, y sus uñas largas y negras apuntan a una oscura existencia de desatención higiénica y abandono paterno.

Alguien debería ocuparse de esa niña.

Tiene mi joven y anónima conocida los ojos grandes y castaños, el pelo negro y enmarañado, la piel morena y sucia, el mirar triste y resignado. Es una adorable gitanilla flaca, desnutrida, con un aciago futuro de palizas y embarazos precoces.

Alguien debería ocuparse de esa niña.

Me ha contado mi novia que el padre de la niña está en la cárcel, y que la madre se prostituía en su propia casa hasta hace poco, dejando a su hija en la calle a horas intempestivas hasta que se marchaba el cliente con el que estuviera ocupada. Ahora la madre ya no ejerce de meretriz barata porque ha perdido la escasa belleza que le quedaba, y se dedica al tráfico de drogas al menudeo.

Alguien debería ocuparse de esa niña.

Hay días en los que, al cruzarme un momento con la niña sucia, siento ganas de secuestrarla. La cogería de la mano, le diría "acompáñame", y la llevaría a mi casa. La lavaría, le pondría un buen plato de comida, le compraría ropa bonita...

Alguien debería ocuparse de esa niña.

Quisiera hacer de ella una señorita respetable, educada, y feliz. Luego me gustaría violarla -¡oh, qué placer reventar ese chochito impúber!-, y después gozaría estrangulándola -¡qué bella visión la de su carita amoratada!-, y a continuación sodomizaría el cadáver aún tibio -¡exquisitez sin parangón eyacular en el ano de ese inocente cuerpo inerte!-. Y finalmente me comería su tierna carne cocida, aunque dejaría una parte, por supuesto, para mi gato.

Alguien debería ocuparse de esa niña.