El título de esta entrada es lo que algunos llaman un microcuento. Se trata de una simple frase de siete míseras palabras que, ciertamente, transmite un mensaje. Hasta ahí solamente puedo objetar que me parece una pedantísima gilipollez llamar "microcuento" a lo que por todos es conocido como una puta frase de mierda. Sin embargo para ciertos cantamañanas la frasecita huérfana constituye una extraordinaria muestra de talento literario, de arte breve, de minimalismo llevado a las letras. ¡Andad y que os jodan, farsantes! Según esa idea del minimalismo literario hay niños menores de un año que son excelentes artistas: "¡mamá, tengo caca!" (tres palabras y un mensaje complejo entre el gusto por poseer [tengo] y el placer escatológico [caca]); ¡Quiero teta! (dos palabras, récord absoluto y genialidad sin igual si tenemos en cuenta la ambigüedad erótico-alimenticia-incestuosa del profundo mensaje).
¿Alguien puede tomarse en serio estas tonterías pseudoartísticas? Pues sí, hay quien lo hace. Por eso es tan famoso -lamentablemente- aquel "microcuento" de Augusto Monterroso titulado El Dinosaurio:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
¡Oh, qué bella historia, y cuántas indescriptibles emociones me provoca su lectura! Sólo un defecto le veo: yo hubiera ahorrado una palabra diciendo: "Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí". Menuda tontería. Y sin embargo esa tontuna de siete palabras es para algunos una muestra de genialidad. Manda huevos. Más mérito tiene la archifamosa frase, también de siete palabras, "dábale arroz a la zorra el abad", que por lo menos es un palíndromo.
Invito a los tres lectores de esta bitácora a dejar en los comentarios su microcuento, sin pasarse de siete palabras, como Monterroso. Empiezo yo mismo con tres "historias" (cuya simpleza no pretende pasar por excelencia, porque yo no tengo la cara tan dura como don Augusto Monterroso):
El Afortunado Superviviente
Gasté la última bala y siguió corriendo.
La Virgen
Tembló enternecedoramente cuando me saqué la chorra.
El Fundamentalista
Al leer la Biblia dejó de pensar.
Adelante, espero otros microcuentos de siete palabras, ni una más ni una menos, a lo Monterroso.