Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

miércoles, 30 de abril de 2008

Sublimes aromas y refinadas damas


A veces este cabeza de chorlito no tiene más remedio que sorprenderse por las rarezas de algunas personas:





Y seguro que luego te las ves en un restaurante, muy finas ellas, levantando el meñique mientras a breves sorbitos se toman una copa del mejor vino que el sumiller pudo ofrecerles.

sábado, 26 de abril de 2008

¡Hasta luego, Lucas!


Se acordarán ustedes de aquella epidemia durante la cual media España imitaba a Chiquito de la Calzada. Parece que ya está remitiendo, aunque debo reconocer que a mí me ha quedado como secuela mencionar al "Doctor Grijánder" cada vez que puedo. Otra de las memorables gracietas de Chiquito fue aquella de "¡hasta luego, Lucas!", y de una curiosa anécdota relacionada con eso es de lo que hoy me da la gana de hablarles.

Pónganse en situación: Bosnia, año 2001. Un grupo de militares españoles, pertenecientes al SNSE XVII viaja en una furgoneta desde Mostar hasta Sarajevo. El motivo de la expedición es llevar al capellán castrense de la Unidad destacada en Mostar para que oficie la misa dominical en la base Butmir, Cuartel General de las fuerzas de la OTAN en Sarajevo. Con el páter y el conductor sobraban siete plazas en la furgoneta, y puesto que el domingo era el único día de asueto para unas tropas que estaban seis meses acuarteladas en tierra extranjera se aprovechaba para hacer lo que llamábamos "japoneseo", esto es hacer turismo en Zona de Operaciones armados con videocámaras que, si el nivel de alerta lo permitía, sustituían a los fusiles.

Aquel domingo del que hablo vuestro Cabo Primero Leónidas Kowalski formaba parte de la excursión. Íbamos desarmados porque entonces las cosas estaban tranquilas. Los croatas empezaban a olvidar la intervención de un banco que poco tiempo antes nos había costado a los españoles la quema de dos Nissan Patrol, y todavía no habíamos llegado al 11-S que cambiaría tantas cosas en el mundo.

Estábamos contentos. Aquel viaje era el primero a Sarajevo para casi todos nosotros, y además nos veíamos desprendidos del armamento por fin, lo que no era cosa insignificante acostumbrados como estábamos a salir siempre de la Base Mostar armados hasta los dientes, normalmente para ir a Trebinje, donde debíamos abastecer a los colegas de Infantería de Marina. Aquello fue una excursión sin armas y con muchos marcos alemanes para comprar regalos y gangas en los PX de Sarajevo.

Por entonces el control de accesos a la Base Butmir lo efectuaba el ejército turco. Entramos tras pasar los rigurosos controles de seguridad, y el páter ofició su misa para católicos de varias naciones mientras los excursionistas hacíamos compras en los bazares libres de impuestos. En la Base Butmir, de jefatura estadounidense, tomé conciencia del enorme poder logístico de los Estados Unidos. A día de hoy no he conocido restaurante alguno, por muy caro que sea, que pueda acercarse a la variedad de alimentos que nos ofrecía el comedor de aquella Base; sólo escoger el tipo de pan que ibas a comer te llevaba un buen rato, tal era la variedad. Y no hablemos de ensaladas.

Finalmente, a media tarde, volvíamos a Mostar. Al salir de Butmir, un soldado turco (me sorprendió que fuera rubio y de ojos azules), miró la matrícula española de nuestro vehículo, nos franqueó el paso, y cuadrándose con marcial saludo, gritó en claro español:

-¡Hasta luego, Lucas!

Para ustedes esto, seguramente, sea una gilipollez. Para nosotros, después de tres o cuatro meses en tierra de lengua desconocida, ver a un turco en Bosnia despedirnos con una broma española fue algo grande. Esta clase de gestos unen a la gente, sea de donde sea. Quizá otro día les hable de mis relaciones con los militares marroquíes.

Hasta luego, Lucas.

viernes, 25 de abril de 2008

Soy Gusifluky, ¡y estoy vivo!


Aprovechando la ausencia de mi padre, y viéndome en la desagradable situación en la que me ha puesto con su última entrada, voy a dejar claras algunas cosas.

Para empezar, y como podéis ver, estoy vivito y coleando. Más a gusto que un arbusto.

Mi padre a veces tiene unos accesos de humor que no sé cómo definir. Creo que podría decirse que se trata de humor hijoputesco, aunque él lo llama humor leonidiano. Se llame como se llame comprenderé perfectamente que a muchos de vosotros no os haga maldita la gracia.

Lamento mucho el malestar causado a mis admiradores, aunque debo reconocer que me ha alegrado descubrir que soy tan querido. A mi padre se lo llevan los celos, pero anda y que se joda, que bien merecido se lo tiene por usarme para sus retorcidos juegos.

Ahora, cómo no, debo dar las gracias a algunas personas. Inspeccionando las comunicaciones de mi padre veo que cinco supuestos seres humanos han contactado con él para preguntar por mi estado de salud. Así que ahí va mi agradecimiento a Lucía, Lola, Dani, Reve y Pedro Lucio. Yo también os quiero, aunque, obviamente, no tanto como vosotros a mí.

En fin, que ya sabéis que estoy bien. Dejad de llorar, que parece que se ha muerto Chanquete, ¡otra vez!

lunes, 21 de abril de 2008

Pequeño Gusi, linda cosita


Aunque muchos lo oculten, yo sé que quienes siguen esta bitácora adoraban a mi gato Gusifluky. Quizá no deberían leer esta entrada, y allá ellos si lo hacen. Va a ser la última que aparecerá en la categoría de Diálogos con mi gato. No podrá haber más diálogos, al menos no con Gusi.

El pequeño Gusifluky ha muerto hoy a las 16 horas y 37 minutos.

Cuando esto se publique yo ya habré sido denunciado por maltrato de animales domésticos. Maldita bruja la vecina que ha ido a denunciarme. Como si yo no tuviera bastante con la muerte de Gusi, encima me van a hacer pagar el pato. O el gato, vamos.

Nunca soporté a esa arpía, pero hoy me he sentido pletórico de generosidad, de buenrollismo vecinal, y le he ofrecido una jarra de gazpacho que acababa de preparar pensando en ella, porque sé que le gusta mucho. Ahí es cuando todo se ha ido a la puta mierda. Dejen que lo cuente desde el principio:

He llegado a casa sobre las 15 horas, cansado, cabreado y hasta los huevos del mundo. Gusifluky, jugando con los cordones de las botas mientras yo los desanudaba, me arañó los dedos. Impaciente le di una patada y lo hice volar.

Gusi, estrellado contra la cómoda y asustado, me miró con esa carita entre lastimera y agresiva de animal acorralado que ponía en estas ocasiones.

-¿Mmñgrrr?- preguntó con desconcierto.

-Lo siento, hijo, lo siento. Perdóname. Me enfado mucho cuando me haces daño con esas uñas tan afiladas. El mal humor me lleva a la violencia, pero de verdad que me arrepiento inmediatamente.

-Padre, ¿ya no me quiere? Soy un gato adulto, si no me quiere con usted, abra la puerta y deje que me busque la vida. Será duro, pero sobreviviré un par de años más, creo. Hasta que me atropellen o algún humano medio psicópata como usted me dé una patada demasiado fuerte...

Me jodió siempre que Gusi dijera esas cosas, me dolía cuando me hablaba de esa manera. No es que se pusiera victimista ni autocompasivo; es que él era así y lo decía en serio. Y además tenía razón, por eso siempre acababa provocándome remordimientos.

-¡Calla, gato malo! No dejaré que te marches. No puedo dejarte solo... ni quedarme solo.

-Así que es eso, padre. Egoísmo, puro egoísmo...

Se ha marchado al transportador, su ilusorio refugio, dejándome más a solas que nunca tras sus palabras acusadoras. El envenenado reproche ma ha hecho sentir la necesidad ineludible de compensarlo de alguna manera, y he recordado entonces que a Gusi le gustaba meterse en la bañera conmigo. Pensaba darme una ducha rápida, pero qué coño, podía permitirme un baño largo jugando con mi hijo gatuno; nadie me esperaba, salvo él, que lo esperaba todo de mí.

Lo saqué del transportador por la fuerza. Después de la patada estaba reticente y se ha quejado un poco:

-¡Mmmjjjjjjjjjjjjgggrrrr!

-Shhhh, tranqui, mi niño. Vamos a darnos un bañito. Verás qué rico.

Una vez en el cuarto de baño, que ya estaba lleno de vapor, se tranquilizó, y pataleando me pidió que lo dejara en el suelo. Empinado para ver el interior de la bañera, y comprobando que no había demasiada agua (al pobre le daba miedo si no hacía pie) giró su cabecita hacia mí, y ya sin rastro de rencor pidió permiso para zambullirse:

-¿Ñiu?

-Claro, hijo, adelante. Es para ti.

Con mucho cuidado se subió al borde de la bañera, su piscina. Lentamente, con ese equilibrio felino tan suyo, ha tanteado el agua con las patas delanteras, en imposible postura que parecía contravenir la gravedad. La temperatura era de su agrado y se dejó caer en el colchón de agua con delicadeza; no le gustaron nunca los chapoteos.

Después me metí yo en la bañera. Recuerdo que me arrodillé frente a él, lo mojé con agua tibia y comencé a enjabonarlo. No sé qué pasó exactamente a continuación. Supongo que le metí gel en los ojos, pero no estoy seguro. Lo cierto que sentí un fuerte pinchazo en un muslo, y que sentí mucho dolor.

Como ya dije antes, hoy no estaba de buen humor, y eso me pone violento, así que no fue buena la ocasión elegida por Gusi para clavarme las uñas en los muslos.

Agarrando a Gusi por el cuello hundí su cabeza en el agua. Él me arañaba los antebrazos. Se risistía con fiereza, pero la verdad es que fue más fácil y breve de lo que podría pensarse. Yo calculo que menos de un minuto.

Cuando lo he sacado del agua estaría en coma, supuse, no muerto del todo. Me acordé de eso que dicen de las siete vidas del gato, y temí que si resucitaba su venganza sería, como suele decirse, terrible. Por si las moscas lo he llevado a la cocina, con la intención de meterlo en la Thermomix, pero no cabía. Mientras pensaba qué hacer ante ese inconveniente lo he introducido en el microondas, a máxima potencia durante unos pocos segundos, los justos para que no estallara mi pequeño gatito querido, pero suficientes para que se le derritieran los ojos. Siempre pensé que los ojos de Gusifluky destilarían un líquido de color pipí, pero han supurado una especie de leche aguada. Decidí trocearlo sobre la tabla de cortar carne e ir metiéndolo a cachos en la Thermo. Eran las 16 horas y 37 minutos.

La Thermomix es un cacharro muy versátil, pero debo decir en su contra que no le ha sido fácil pulverizar los huesos de mi gato. Aumenté progresivamente la velocidad de las cuchillas, zum... zum... ZUM... ZUM ZUM ZUM ZUMZUMZUM..., pero a veces, entre el ZUMZUM, se oía un ¡CRAC! y volvía el silencio. Entonces tenía que parar la máquina, y con una cucharilla desatascaba un hueso duro que había logrado bloquear el poderoso motor de la Thermomix. Finalmente puse la velocidad turbo, y entonces sólo se oía un potente ¡SSFIUSSSSSFIUSSSSSSFIUSSSSSS! Repetí la operación tres veces en total, hasta acabar con todos los despojos de Gusifluky, que fui vertiendo en una jarra de dos litros. No cupo todo el licuefacto gato en ese recipiente, así que he guardado varios vasos en el congelador con el producto sobrante, a los que he añadido unos chorritos de whisky. La idea es sorprender a los invitados con algo nuevo.

Respecto a los dos litros de Gusi que quedaron en la jarra... Bueno, ya se podrán imaginar que el color y la textura parecían los de un gazpacho, y entonces me he acordado de mi vecina y de lo mucho que le gusta ese brebaje. He puesto algo de hielo en la jarra y, ni corto ni perezoso, le he hecho una visita y una ofrenda a mi vecina la arpía.

Emocionada la buena señora me ha agradecido infinitamente el detalle, y me ha propuesto sellar nuestra incipiente amistad bebiendo juntos un vaso de gazpacho. "Qué buena pinta tiene", ha dicho la bruja. Luego lo ha probado, ha vuelto a escupirlo en el vaso y ha gritado:

-¿QUÉ MIERDA ES ESTO?

-Ey, sin ofender, que es mi gato licuado, señora- he respondido candorosamente.

En cuanto he dicho eso la vieja furcia ha salido disparada a denunciarme. No sé que puñetas voy a hacer yo solito con tanto gazpacho. Esto... ¿ustedes gustan?

viernes, 18 de abril de 2008

Aquí me tenéis, beneméritos compañeros


Admirados compañeros de la Guardia Civil:

Acabo de enterarme de esta noticia, según la cual se os ordena investigar a militares que escriben un blog y tratan asuntos profesionales. Es una pena, ¿verdad, compañeros? Tantos delitos impunes por falta de medios y personal, y vosotros dedicándoos a estas bagatelas... En fin, el que manda, manda, y nosotros siempre nos hemos distinguido por obedecer sin discutir.

No creo que este diario, escrito por un cabeza de chorlito, os pueda interesar en lo más mínimo, ni a vosotros ni a nuestros jefazos políticos, pero el caso es que está incluido en ese nuevo campo de investigación, según la noticia referida (militar, bloguero, y que trata asuntos militares). Por si acaso, y como estamos entre compañeros, os lo voy a poner fácil.

Aunque una brevísima búsqueda os bastará para saber cuál es el verdadero nombre de Leónidas Kowalski de Arimatea, no quiero que perdáis vuestro tiempo mientras los malos se os escapan, así que abreviemos: me llamo Francisco Javier Pineda Alburquerque. El resto de datos (destino, empleo, expediente...) ya sabéis cómo obtenerlos.

Me gustaría facilitar aún más las cosas, y se me ocurre enlazar todas las entradas en las que toqué temas militares, pero comprenderéis, queridos compañeros, que se hace muy tedioso revisar casi quinientas entradas. Os propongo algo mejor, más sencillo y directo:

En el perfil de Leónidas tenéis mi dirección de correo electrónico. Yo supongo que tenéis una metodología, pero, coño, ¡que estamos entre compañeros y contáis con mi total colaboración! No perdáis tiempo ni recursos; escribidme exponiendo vuestros intereses y yo os dirijo directamente a los textos leonidianos que coincidan con vuestras espectativas. Y si se me tiene que empurar, pues se me empura, y aquí paz y después gloria.

Pues sin más que añadir, os dejo con vuestra nueva y trascendental misión de investigar a milicos blogueros.

Ánimo y suerte.

Fdo: F. J. Pineda Alburquerque, militar y autor de un blog insignificante.

miércoles, 16 de abril de 2008

Diálogo pasteloso entre enamorados


ELLA (compungida): Últimamente te noto triste, vida mía. ¿Ya no estás bien conmigo?

ÉL (ofendido): ¡Cómo dices eso, mi cielo! Naturalmente que estoy bien contigo, lo que pasa es que... Bah, no importa. Lo único importante es que te amo sobre todas las cosas.

ELLA: Ya, ya sé que me amas de verdad, y nunca pondré en duda ese amor, corazón mío. Sin embargo... a ti te pasa algo.

ÉL: Cariño, estoy bien. No te preocupes, de verdad.

ELLA: No me pidas eso, mi amor. Pídeme lo que quieras, pero no me pidas que deje de preocuparme por la persona que más quiero en el mundo.

ÉL (hosco): Bueno, pues preocúpate, hala.

ELLA (mimosa): Pues eso estoy haciendo, tontín. Anda, cuéntale a tu cuchurrupí qué es lo que te pasa.

ÉL (a punto de ceder): Me pasa que... No, mejor no hablemos de ello. Déjalo, muñequita. Ya se me pasará.

ELLA (insinuante): Anda, cuéntale a tu pequeña zorrita. Seguro que hay algo que yo pueda hacer por ti, pedacito de cielo.

ÉL (avergonzado): Es que... amor mío... no sé cómo decírtelo sin herirte. Prefiero callarme y ser yo quien sufra en silencio.

ELLA (escandalizada): ¿Qué? ¡De eso nada, monada! Aquí sufrimos los dos, y si alguien ha de sufrir en silencio seré yo, que para eso soy tu amante entregada; tu incondicional esclava.

ÉL: Verás, cosita linda, esto es difícil para mí. No quisiera ofenderte de ninguna manera.

ELLA: ¡No me puede ofender aquel de cuyo amor no dudo! Habla, amorcito, habla sin temor.

ÉL: Tú sabes, reina mora, que yo te amo por encima de todas las cosas, pero... En fin, que yo soy un hombre muy macho y tengo mis necesidades. Ea, ya lo he soltado.

ELLA (confundida): ¿Necesidades? Pero si lo tienes todo, azucarillo lindo. Eres guapo, sano, rico, todo el mundo te adora... ¿qué le falta a mi pichita?

ÉL: Pues me falta... eso. Tú ya sabes.

ELLA (más confundida aún): Mmm... No, no lo sé. De verdad que no sé por dónde vas, cuchi-cuchi.

ÉL (un poco hastiado de tanta pamplina): ¡Que quiero sexo, nena!

ELLA (aliviada): Ah, era eso. Pensé que había otra mujer en tu vida. Qué tontería, eh, cariñito.

ÉL: No, mi niña, no la hay, al menos de momento. Pero la habrá si esto sigue así.

ELLA (inocente): Si esto sigue cómo.

ÉL: ¡Pues así, a palo seco! Yo tengo mis necesidades viriles. Necesito descargar, ya me entiendes.

ELLA: Pero... ya sabes que no podemos, ángel mío.

ÉL (impaciente): ¡Hazme una paja al menos, niña!

ELLA: ¿Cómo podría hacerte eso, vida mía? ¿Es que no me ves? ¡No puedo hacerte eso que me dices! Ojalá pudiera.

ÉL (recuperando el tono conciliador): Amorcito, si pones interés seguro que puedes hacerlo.

ELLA (apesadumbrada): Ayyyy, ya ves cómo estoy. Desde que el año pasado me empujaste sobre la vía al paso de un tren y perdí los brazos... ¡Y que conste que no te culpo! Sé que fue uno de tus amorosos juegos... pero salió mal. El fatídico destino y esas cosas que tú me cuentas, amor mío.

ÉL: No, si yo eso lo comprendo, sorbito de almíbar, pero creo que si tú quisieras...

ELLA: Olvídalo. Has de aceptar con resignación el fatídico destino. Eso me lo enseñaste tú, mi amado, mi dios.

ÉL: Sí, pero es que yo estaba pensando que podrías hacerme la paja con la boca. Vamos, si tú quieres, eh, que aquí nadie obliga a nadie.

ELLA (con lágrimas brotando): ¡Yo quisiera! Qué digo quisiera: ¡yo quiero! A pesar de mis deseos de satisfacerte -oh desgraciada de mí- no puedo contener las náuseas cuando me metes eso en la boca. Acuérdate de aquella vez que lo intenté y...

ÉL (interrumpiendo los lamentos de ella): ¡Sí, sí, me acuerdo! Tienes razón, mejor no me la chupes, que me das asco cuando vomitas sobre la polla.

ELLA (llorando a moco tendido): ¡No me hables así! Me pones muy triste, y además no hace falta que me recuerdes lo mucho que te molestó mi involuntario vómito, porque tengo el cuerpo lleno de cicatrices que ya me lo recuerdan. Sí, Leónidas, esas cicatrices que me han dejado marcada tras la paliza que me diste.

ÉL (furioso): ¡Paliza! ¿Qué paliza, pedazo de puta?

ELLA (temblorosa por el miedo): ¡Perdona, perdona, perdona! Escogí mal la palabra. Quise decir castigo, tu castigo. ¡Y bien merecido que me lo tenía, mi amor! Ay, soy tan inútil... Lamento mucho no ser capaz de chupar tu... tu cosa, tu pene.

ÉL (sonriendo): Ea, ea, ea, mi niña linda. Deja de llorar. Sabes que te amo y te perdono todo. Anda, déjame follarte.

ELLA (resignada): Hazme eso que dices si quieres, pero te recuerdo, cielo mío, que el doctor Grijánder me diagnosticó "parasitación masiva por ladillas como cucarachas y hongos vaginales como champiñones".

ÉL (con gesto de asco): Ah... no me acordaba.

ELLA: Sí, corazoncito. Fue poco después de aquella mala racha que tuviste, acuérdate. Cuando te dio por visitar antros de mal nombre y llegabas a casa mareado al amanecer.

ÉL (gritando): ¿INSINÚAS, MALA PUTA, QUE TE CONTAGIÉ TRAS TIRARME A PROSTITUTAS?

ELLA (de nuevo trémula de terror): ¡No, no ,no! Estoy segura, cariño mío, que sólo jugabas al parchís en ese sitio llamado "El Cielo en la Tierra; las Diablesas en tu Cama". Es lo que siempre decías: "vengo de bujar al pachí, y efte pefume er de los colegas, que son mu maricas". Nunca osaría poner en duda tus palabras, amado mío.

ÉL: ¿Entonces de dónde han salido las cucarahas y los champiñones de tu coño, so puerca?

ELLA (otra vez llorando): ¡No lo sé, querido mío! Se me ocurre que fue por una vez que salí de excursión al campo con los de la Asociación de Inválidos y Mutilados. Seguro que eso de hacer un picnic campestre no fue buena idea y se me pegaron estas porquerías.

ÉL (misterioso): Hay una solución para este problema...

ELLA (ansiosa): ¡Dime, Leíto, dime! Soy toda tuya. Pide por esa boquita.

ÉL (contento): ¡Deja que te folle el agujero del culo, guarra!

ELLA (feliz): ¡Sí! Sí, sí, sí. Tómalo, mi alma, mi vida, mi todo. Penetra ese estrecho agujerito lleno de pelos y de restos de excrementos (sabes que, al carecer de brazos, no puedo lavarme bien). Tómalo todo para ti a pesar de que las almorranas intentan arrebatarte lo que es tuyo. Adelante, mi macho, percute mi orto.

ÉL (a punto de vomitar): Oye, mira, que me lo he pensado mejor. Ahora lo que deseo es vomitar. Abre la boca, cacho zorra.

(Ella obedece. Él vomita en su boca. Ella se lo traga todo. Él, finalmente, le da dos hostias y añade: "¡Por cerda!" Después él se va de putas, y ella se queda a solas, en el hospital para inválidos donde vive desde que el tren le amputó los brazos. Ella sueña, ilusionada, con el día en que él volverá a hacerle un poco de compañía).

lunes, 14 de abril de 2008

He visto tu risa (y quiero lamer esos dientes).


Te he visto reír de esa manera que tú ríes, mostrando muchos dientes blancos que, tímidamente, escondes como si fuera malo tener una risa invasiva; una risa que quiere morder la pantalla y saltar sobre tu interlocutor... sobre mí.

Me gusta hacer y decir payasadas para verte reír, y me gusta tu dentadura prominente que es más una virtud que un defecto. Nunca deberías ocultar tu risa, a nadie. ¿Sabes, niña?, dan ganas de lamerte los dientes...

Mi humor, tan molesto para muchos, es para ti inesperado origen de risas (y mira que nos llevamos mal al principio). Tienes razón, muñequita, cuando dices que seríamos amigos -sólo eso- y nos lo pasaríamos muy bien juntos. Qué más quisiera yo que tener a alguien como tú cerca de mí.

Te seré sincero: es puro egoísmo lo que me hace quererte, porque provocarte risas me hace sentirme grande. Te quiero porque me quieres.

Si te hubiera tenido cerca... Si te hubiera tenido cerca algún canalla nos habría mantenido alejados; muy mayor soy para creer en cuentos de hadas con final feliz. Las hadas de mis cuentos resultaron ser unas arpías, pero ninguna tuvo tu risa franca.

He sabido de ti muchas cosas: que tu humor se parece al mío, lo que no es poco; que eres una madre ideal para los hijos que seguramente nunca tendré; que eres guapa, con esa belleza natural y espontánea que no requiere de potingues; que eres inteligente, aunque alguna vez -¡idiota de mí!- lo dudé por tu manera de escribir, sin saber entonces que jugabas con tus chilenismos.

Ay, mi niña, qué puta es la vida, y qué malnacido el tiempo, que me hizo conocerte demasiado tarde.

Si yo volviera a nacer, más que tu amante, querría ser tu hijo. (Ojo, he dicho si volviera a nacer, pero conformándome con este único nacimiento que sufrí en 1975 lo que quiero es, obviamente, follarte).

sábado, 12 de abril de 2008

Sin calefacción en el Puerto de la Mora


Ahora me gusta más que antes viajar desde Cádiz a Murcia. Este es el origen de mi cambio:

Desde Cádiz hasta Granada el viaje matinal en autobús había sido agradable, con pocos viajeros y mucha lectura, dos asientos sólo para mí, sol y la tranquilidad de haber dejado a mi gato en buenas manos. En Granada hicimos un alto de cuarenta minutos para almorzar. Cuando volví a ocupar mi plaza en el bus el panorama no era tan agradable.

La fría tarde granadina, con su cielo nublado y su tormenta lejana, se hizo más inconfortable aún cuando nos habló el conductor, un instante antes de proseguir el viaje:

- Señores viajeros -era uno de esos raros chóferes educados-, tengo que comunicarles que se ha estropeado la calefacción, y por circunstancias que desconozco no podemos cambiar de coche. Les aconsejo que se abriguen, y les recuerdo que al llegar a Murcia tienen a su disposición las hojas de quejas. Yo las pediría.

Hubo murmullos de fastidio, pero lo que más claramente recuerdo fue la extemporánea risa de una mujer en la que hasta entonces no había reparado. Estaba sentada un par de filas de asientos tras de mí, y fuimos varios los que giramos la cabeza sorprendidos por esa risa ante lo que parecía ser una mala noticia, una muy mala noticia en verdad, como sabrán quienes hayan pasado el Puerto de la Mora nevado y sin calefacción.

Lo que más me sorprendió al mirar a aquella mujer fue el hecho de no haberme fijado antes en ella. Supongo que iniciaba su viaje desde la estación de Granada, de lo contrario estoy casi seguro de que me habría llamado la atención. Era morena, delgada, con melena recogida en larga cola de caballo que se echaba displicentemente sobre uno de sus pechos. Tenía esa edad indefinida de algunas mujeres maduras que tanto puede ser mediada la treintena como cercana a la cincuentena; esa edad de mujer guapa y completa que a ningún hombre importa porque sólo vemos la belleza que trasluce.

Unos minutos después de iniciar la marcha me maldije por mi falta de previsión al haber dejado la ropa de abrigo en el equipaje que estaba en la bodega del autobús. De cintura para arriba sólo me cubría una camiseta interior y una fina camisa. Aunque no es recomendable dormirse en situaciones de frío extremo pensé que la situación no llegaba a ser peligrosa, y tal vez dormitando se me haría el gélido viaje más llevadero. Me acurruqué en mi asiento y con la somnolencia que da la digestión no tardé en quedarme traspuesto.

No pasaría mucho tiempo, porque aún no habíamos llegado al Puerto de la Mora, cuando la mujer de la risa impertinente me zarandeó con delicadeza, y al verme abrir los ojos dijo:

-Perdona, ¿puedo sentarme a tu lado? Es que soy muy friolera y...

Anonadado, medio dormido, y con una de esas incómodas a la vez que placenteras erecciones que no me faltan en las siestas, balbuceé halagado algún comentario de dudosa inteligibilidad. La dama debió de entender mi situación, o simplemente la daba por sentada. En cualquier caso comprendió mi beneplácito, como saben las mujeres comprender lo que les interesa, pues sin más palabras se sentó a mi lado, invadiendo mi espacio de fragancia de mujer limpia y sin perfumes enmascaradores.

Vi entonces que mi compañera de viaje calzaba botas de tacón y caña alta, hasta casi la rodilla. Las piernas, esbeltas pero no huesudas, metidas en ajustados y desgastados pantalones vaqueros. Tenía una cintura estrecha de la que sin duda -y con razón- se sentía orgullosa, porque un fino jersey de lana no la cubría, dejando a la vista piel bronceada sin estrías ni el menor pliegue de grasa superflua. En cambio no iba escotada mi nueva amiga, pero en rápido, experimentado y discreto examen me hice una idea: "Tamaño manzana; firmes (aunque nunca se sabe, que los sujetadores son muy engañosos); marcando pezones, luego el sostén es sin relleno y debe de ser cierto que tiene frío".

Sin pedir permiso, haciendo uso de esa prebenda que sólo las mujeres muy seguras de sí mismas saben usar, retiró el reposabrazos que separaba nuestros asientos. A continuación se pegó a mí, mucho más de lo que podríamos llamar decoroso, y dijo en voz baja, inaudible para nadie más que para mí:

-Uy, qué calentito estás, chico.

"No lo sabes tú bien, mi niña", me hubiera gustado responderle, pero en ese momento mi único pensamiento era: "¡Javi, joder, que pareces un adolescente! Intenta relajarte y que este pedazo de hembra no note los latidos de tu corazón. No lo eches a perder todo por parecer un crío asustadizo".

-Me llamo María del Mar. Ahora que vamos a pasar unas horas juntos, ¿me dices tu nombre?- añadió con susurros, acercando mucho su boca a mi oreja derecha, de modo que su aliento me hacía cosquillas... y ya saben ustedes lo que pasa con esa clase de cosquillas; mi excitación ya amenazaba con una eyaculación no solicitada.

-Encantado, María del Mar. Yo soy Javier... y me alegra que estés aquí- añadí en un arranque de osadía.

Entonces María del Mar, la dama de risa que no viene a cuento, rió otra vez (creo que halagada), sacó de su bolsa de viaje una de esas mantas que llaman "americanas" -finas y fácilmente plegables-, la desdobló y nos cubrió a ambos con ella.

-¿Siempre viajas con una de estas mantas, niña?- A algunas mujeres les sabe a rayos que las llamen "niñas", pero en Andalucía occidental es muy común y me consta que a la mayoría le gusta, así que me arriesgué. Y no me salió mal la apuesta:

-No, pero al salir de casa supe que compartiría viaje contigo y que tendrías frío, y volví a por la manta. Es que soy un poco bruja, tonto.

Y dicho eso me cogió la mano bajo la manta, la llevó a su regazo y la colocó sobre sus muslos, sin dejar de acariciarla. Pensé entonces que mejor sería seguir dormitando antes que provocar un escándalo, y me limité a quedarme quietecito y hacerme el dormido, ¡cómo dormir de verdad con el pene convertido en una barra de acero!

También seguí ignorando las maniobras de María del Mar cuando se llevaba, lenta y casi imperceptiblemente, mi mano a sus pechos, apoyando su cabeza en mi hombro, haciéndome sentir su respiración en mi cuello. Esto no puede estar pasando -me decía yo-, tranquilo y no te embales, Javierillo.

Imagino que mi pasividad la defraudó, y por eso al cabo de un rato, ya cruzando el Puerto de la Mora, guió mi mano bajo su ropa y me hizo sentir directamente sus pechos. Normal que me hubiera percatado de sus pezones intentando perforar el jersey; Mari Mar no llevaba sujetador. Aún así tenía unas tetas firmes, tiesas, duras. Diría que eran pétreas, pero eran demasiado cálidas para ser piedra.

Cuando su otra mano, la que no sostenía mi diestra, se me puso en la entrepierna y comenzó a sobarme bajo la manta decidí que tenía que hacer algo, so pena de quedar como un apocado efebo. Busqué la boca de María del Mar y no encontré resistencia para lamer su lengua. Era una lengua díscola y hábil, y toda esa boca sabía a... no sé cómo definirlo, creo que podría valer si digo que el sabor de aquella boca era el de la juerga, la despreocupación y el desenfreno.

Nos besamos con ganas, protegiéndonos del frío con el calor de nuestros cuerpos, y harto ya de hacerme el reprimido desabroché sus pantalones y hurgué entre el vello púbico hasta llegar a su sexo, mojado, ardiente.

-No, esto ahora no- dijo María del Mar mientras sacaba mi mano de entre sus muslos-. Llevo unos vaqueros muy ajustados y me estás haciendo daño. Déjame que te dé gusto yo a ti.

-Pero yo quiero que tú goces, mi niña- protesté entre jadeos de excitación.

-Soy feliz haciendo que un macho se corra. Calla y desahógate- me dijo susurrando Mari Mar a la vez que me sacaba la polla y la empezaba a menear bajo la manta.

No puede aguantar mucho, en verdad apenas medio minuto, hasta que derramé un abundante chorro de semen que manchó su mano, su manta y mi orgullo.

-Lo siento, niña, es que estaba tan caliente que...

-Shhhh, lo sé, cielo, lo sé- me interrumpió ella -.Lo importante es que sigas teniéndola bien dura y podamos seguir jugando un rato más.

Por eso no hubo problemas. La situación era tan excitante que yo hubiera podido alcanzar diez orgasmos y mantener la erección. En aquellos momentos todo yo era polla, y los latidos que se podían notar en el pene no parecían provenir del corazón, sino de la misma verga. Si María del Mar quería jugar manoseando dura polla no iba a tener motivos de queja.

Así anduvimos, usando nuestras lenguas como sondas de exploración, mientras yo manoseaba los pechos de María del Mar y ella me masturbaba furiosa, hasta hacerme daño en algunos momentos. La segunda vez que me iba a correr la previne:

-¡Joder, que me corro otra vez, chiquilla! ¡Para, que te voy a poner perdida la manta!

-Venga, cerdo, escupe tu leche y ensúciamelo todo- respondió ella arreciando en los vaivenes y obligándome a morder su cuello para que el dolor le hiciera disminuir los meneos. Cuando notó que dejaba de eyacular siguió apretándome el pene con movimientos más lentos pero fuertes, desde la base de mi polla hasta el capullo, como queriendo exprimirme.

-Uhm, así, cabrón, vacíate bien los cojones- dijo mi complaciente compañera de viaje soltando mi polla y comenzando a sobarme los huevos.

Tras esta segunda corrida yo estaba más relajado, aunque igualmente erecto, y quería un poco de paz. Como Mari Mar no dejaba de sobarme los testículos le pedí que nos diéramos un descanso, pero ella -me lo temía-, se negó.

-¡Nada de descansos! ¿Es que eres poco macho para mí? Piensa en lo que te gustaría tener mi coño en tu boca y beberte todo mi jugo; en lo que disfrutarías follándome y escupiendo tu leche dentro de mi coño; en lo bien que te sentirías si tuvieras esta polla tan dura follándome el culo...

Con palabras tan elocuentes me quedé sin argumentos. Así estuvimos durante unas cuatro horas. Llegó un momento en que mis corridas no eran acompañadas por eyaculación alguna. Simplemente no me daba tiempo a regenerar ni un poquito de semen entre orgasmo y orgasmo.

Cuando llegamos a Murcia, yo con el pene hecho una piltrafa y María del Mar, supongo, con el brazo dolorido, la ayudé a sacar su equipaje de la bodega. Cuando se lo iba a entregar la encontré besando apasionadamente un hombre que había ido a recogerla. Dejé la maleta de María del Mar junto a ellos y me marché sin decir nada.

Horas más tarde descubrí una nota en el bolsillo de mi camisa. Sólo decía: "María del Mar. Tfno: xxxxxxxxx. Llámame cuando vengas a Murcia".

Por eso ahora voy a Murcia más que antes.

viernes, 11 de abril de 2008

Cisma (por mí que no quede, y allá cada cual con sus culpas).


Pues nada, ahora toca mirar las cosas desde el otro lado. Aseguré que, llegado el caso, haría esto que ahora voy a hacer, y poco más tengo que añadir. En verdad sí me gustaría mencionar un par de detalles, pero estoy convencido de que si los menciono serán manipulados, y no merece la pena. Mejor dejo las cosas así, que a buen entendedor pocas palabras bastan.

Primero
aquí y después aquí di mi opinión sobre el asunto de la película Fitna, que se resume en no admitir su censura y gritar bien fuerte ante el miedo que algunos quieren imponer. También dije -en los comentarios, creo- que haría lo mismo con un vídeo que dijera algo similar con respecto a la religión cristiana. Pues eso, que ahora toca:



Ya ven los problemas que yo tengo con eso de la neutralidad religiosa...

miércoles, 9 de abril de 2008

Jesucristo sigue fumando


He vuelto a coincidir con Jesucristo apenas hace un par de horas. Quizá no sepan de qué les hablo, y probablemente tampoco les interese, pero este es mi territorio y aquí decido yo de qué, cómo y cuándo se habla. Usted, lector habitual o circunstancial que ha venido a parar a este chorlitesco diario puede optar por:

a) Largarse de aquí. ¡Zaaape!

b) Seguir leyendo sin entender nada.

c) Leer esta otra entrada ahora mismo, que le facilitará entender las cosas.

d) Masturbarse mientras grita "¡oh, Leónidas, te deseo como nunca deseé a ningún otro cabeza de chorlito!"

Les decía que he vuelto a encontrarme con mi viejo amigo Jesucristo. Hacía tiempo que no lo veía, pero hoy su divina presencia ha reaparecido, y es bueno saber que Él no nos ha abandonado.

Debo comunicar que Jesucristo ha engordado. Sí, amigos, el Hijo de Dios se está poniendo hecho una foca. Esto lo interpreto como un mensaje para que no demos tanta importancia a la superficialidad de las apariencias, y para que recibamos con agrado los males del sobrepeso. A mí siempre me decía mi madre que estaba muy flaco, mujer sabia ella. Ahora me dice que estoy bien así y que no engorde más, la muy cabrona. Si viera cómo está Jesucristo seguro que volvería a decirme que me faltan unos kilitos, veinte o treinta. O más si son pequeños.

El caso es que este humilde y chorlito mortal se estaba tomando... una mirinda, ejem, en la baguetería La Isla (no se pierdan la carne al toro que preparan, cosa fina), cuando allí que entra Su Divinidad. Majestuoso, gordito y tan gorrón como siempre, se ha apalancado en la barra a un metro de mí, y lo primero que ha hecho ha sido pedirme un cigarrillo. Está el precio del tabaco como para regalarlo, pero claro, ¿cómo le niegas nada a Jesucristo en persona? Después va El Tío y me pide fuego. Yo le hubiera ofrecido mis pulmones también, pero doy por hecho que Él, en su infinita omnisciencia, sabe que soy donante de órganos y debe de haber decidido que mis vísceras respiratorias tienen mejor destino. Destino, por cierto, que será el de ser exprimidas y alquitranar con el producto resultante varios kilómetros de autopista, porque otra cosa...

Hoy, por si aún quedaban dudas, se ha confirmado que Este Sujeto es verdaderamente Jesucristo, y lo demuestra el inapelable hecho de la extraordinaria consumición que el Hijo de Dios ha pedido: una jarra de agua del grifo, con hielo.

Y se la han puesto. Le han servido una jarra de agua, con hielo. Ahora díganme, si tienen valor, que Ese Individuo no es Jesucristo.

Ha saciado su sed parsimoniosamente, mientras se fumaba tres cigarrillos gorroneados a sendos clientes. Después, con la elegancia y clase que caracteriza al Personaje, se ha marchado sin despedirse. Yo he echado en falta alguna frase sentenciosa, del tipo "darás de beber al sediento y de fumar al vicioso", pero bueno, yo, vil mortal, no soy quién para opinar sobre la conducta de Jesucristo. Faltaría más.

Me alegra, y lo digo en serio, que Este Señor haya cambiado el alcoholismo por la dipsomanía hídrica. También me alegra, no lo ocultaré, eso de escribir "dipsomanía hídrica", así como si supiera de qué carajo hablo. Molo un montón cuando me tiro estos pegotes, ¿a que sí? (Digan que sí o muéranse siete veces, que por cierto es un número muy bíblico).

Pues ya está. Sólo me queda decir que me replantearé mi ateísmo, ante tantas evidencias de sobrenaturalidad. Coñe, es que eso de la jarra de agua del grifo, que no un vaso, me ha calado hondo.

martes, 8 de abril de 2008

Me dicen... (Hija de Satanás)


Me dice una chica que es seria, y me acuerdo de que eso mismo intentaba venderme la Otra mientras se andaba follando a toda polla que tuviera cerca.

Me dice una chica que es formal, y me acuerdo de que eso mismo me contó la Otra antes de saber yo que durante cinco años estuvo buscada por la policía por cierto delito, del que se escapó siguiendo los consejos de su "novio", quien por cierto era un policía que acabó en la cárcel por un delito que ahora no voy a contar.

Me dice una chica que es fiel, y me acuerdo de cómo la Otra aparentó fidelidad con el apoyo de sus amantes, muy interesados ellos en darme palmaditas en la espalda mientras me felicitaban por la gran novia que tenía.

Me dice una chica que será una gran madre, y me acuerdo de la Otra, que hasta que yo me puse serio llevaba a su hijo de dos años dando bandazos como si fuera un fardo en el asiento trasero de su coche, y al que le daba a probar el whisky "para que el niño viera que eso no le gustaba".

Me dice una chica que no le interesan los millonarios, y me acuerdo de la Otra, que eso mismo me dijo mil veces, y poco después de abandonarme por confusas razones se estaba acostando con cierto millonario famoso que hoy no identificaré (déjenme guardarme alguna baza).

Me dice una chica que nunca me traicionará, y me acuerdo de la Otra que intentó, por todas las armas que a su alcance tuvo, incluida la mentira, dar una falsa imagen de mí que nunca podré lavar, pues contó con mi silencio cómplice, convirtiéndome yo mismo en el peor de mis enemigos.

Me dice una chica que es una profesional, y me acuerdo de la Otra, que era una gran profesional gracias a coquetear con los jefes o a acostarse con ellos cuando era preciso.

Me dice una chica que tiene sentido del humor, y me acuerdo del sentido del humor de la Otra, que era muy gracioso cuando al reírte podías obtener privilegios.

Me dice una chica que es inteligente, y me acuerdo de la Otra, cuya inteligencia estaba al servicio del poderoso, si entendemos por "poderoso" esa triste idea del poder que tenía la Otra.

Me dice una chica que me quiere, y pienso en las muchas veces que a la Otra le oí decir lo mismo para que cada uno de sus actos desmintiera sus palabras.

Me dice una chica que... y antes de que termine de decirlo ya estoy yo llamándola mentirosa. Llega un momento en que todo te suena a mentira, y más si viene de una mujer. Quizá hago pagar a justas por pecadoras, pero... nadie me ha engañado desde entonces, y si algo me he perdido tampoco he tenido pruebas de haberlo perdido.

Nadie podrá quererme, porque de nadie me fío. Debe de ser difícil querer a quien no confía en ti, pero más difícil es querer a quien ya te traicionó.

(Esta entrada, o post, o como quieran llamarlo los gilipuás de turno, es un claro ejemplo de lo que sale del puto y negro corazón de un bloguero mierdoso que necesita soltar lastre, mierda autocompasiva y caca de la vaca. Que el Monstruo de Espagueti Volador nos dé bien por el saco a todos, que nos lo merecemos, por subnormales. Ustedes y yo).