Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 28 de agosto de 2008

Miedo artificial y amenazas prefabricadas


Si leen la prensa o ven la tele sabrán que en este país casi todos los varones adultos somos maltratadores de mujeres. Los pocos que se libran son pederastas. O eso se desprende de las alarmantes estadísticas que nos muestran y de los amarillistas titulares con los que ofenden nuestra inteligencia día sí y día también.

Recuerden el constante bombardeo de noticias cuyos titulares son, más o menos, así: "Desarticulada una red de pederastas en siete provincias"; "Un hombre mata a su ex novia en Villacascajo. Ya son tropecientas las víctimas de la violencia machista en lo que va de año"; "Una banda de pederastas que distribuía pornografía infantil por internet ha sido detenida. Entre los arrestados hay dos médicos y un profesor"; "Fallece la mujer que ayer recibió veinte puñaladas de su ex marido". Les suena, ¿verdad?

Hoy ser adulto y varón en España es una jodienda. Por defecto eres sospechoso de todo, y mientras no demuestres tu inocencia lo llevas crudo. Así están las cosas. A mí -lo digo muy en serio- me da miedo coincidir en el ascensor con alguna de mis vecinitas adolescentes. Cuando me veo en ese espacio tan reducido con alguna de ellas, los dos a solas, me pego a la pared y miro al techo deseando que ni se percate de mi existencia, no sea que le dé el capricho de acusarme por haberla rozado y me destroce la vida. Ponte después a decir que eres inocente, ¡JA!, que si la niña dice que la tocaste estás jodido.

En cuanto a esas redes de pederastas tan aparentemente abundantes, entérense de que no son (casi nunca) tales redes, sino un puñado de desgraciados a los que se les pilla descargándose algún archivo porno en el que aparecen menores, y muchas veces además se lo descargaron por error. Imagínense que buscan en emule u otro programa P2P la película de Disney Blancanieves. Comienzan a descargarla creyendo que en efecto se trata de esa película, y desde ese momento además están compartiendo el archivo porque así funcionan esos programas. Pero ocurre que eso que se están bajando llamado Blancanieves es en verdad un vídeo porno en el que aparecen unos niños, aunque ustedes no pueden saberlo, claro. Una semana después tienen a la poli llamando a su puerta, y ya se ha liado. Según los periódicos serán ustedes miembros de una red de pederastas. Así, por las buenas. Esto está pasando, así que refrénense un poco antes de linchar a nadie, por favor.

Sobre las mujeres maltratadas, no se fíen de las estadísticas que con tanta irresponsabilidad nos muestran los medios de comunicación (por cierto, ¿por qué no se habla de los hombres maltratados a manos de sus novias o esposas?). Según algunas de esas estadísticas en este bendito país la que no recibe hostias es porque ya la han matado. Sin embargo basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que eso es mentira, y de esto saben mucho los policías, los jueces, los abogados... Desgraciadamente poco pueden hacer, salvo velar por el cumplimiento de la Ley, por disparatada que sea. Bueno, sí que podrían hablar alto y claro, y algunos se atreven a hacerlo, pero sus palabras caen en saco roto, por razones que ustedes y yo conocemos bien.

Alguien se ha propuesto que tengamos mucho miedo y que los unos desconfiemos de los otros. Las mujeres temen a los hombres porque están convencidas de que las vamos a hostiar en cuanto se descuiden. Los hombres desconfiamos de las mujeres porque basta que interpreten mal un achuchón cariñoso, o que se inventen una amenaza, para que acabemos entre rejas. Los menores creen que cualquier vecino adulto, cualquier profesor, o incluso cualquier policía es un pervertido que sólo piensa en abusar de ellos. Los adultos, especialmente los hombres, ya ni nos atrevemos a decirle a unos señores que su hija de once años está guapísima, porque eso nos convertirá inmediatamente en peligrosos pederastas a los ojos de sus desconfiados y atemorizados padres.

Y así vamos, viendo enemigos donde no los hay, en un susto permanente. Mientras tanto alguien, en algún lujoso despacho, se frota las manos y se vanagloria de su impunidad mientras sigue fabricándonos miedos y odios que mantengan nuestra atención alejada de la realidad.

"No penséis, solamente tened miedo los unos de los otros, y confiad en mí porque yo soy vuestra salvación", ese es su mensaje. Y yo me cago en el mensaje y en el mensajero.

lunes, 25 de agosto de 2008

"Yo no comulgo con un dios que deja vivos a los muertos"


Hola, tres lectores. Hoy os voy a hacer una confidencia que os habéis ganado. Resulta que llevo diez años en Cádiz y estoy hasta los cojones de ciertas conductas estafadoras y puteriles, muy frecuentes y celebradas por aquí; pero también diré que los Carnavales de Cádiz me confunden, porque esa poesía y esas voces (sin ser de profesionales) no pueden ser -no quiero que sean- obra de gentuza.

Cuando necesito llorar un rato (cosa que vosotros también necesitáis, no os las deis de duros), recurro a esa música carnavalera. Aquí os dejo una mínima muestra que he escogido porque es preciosa y porque va con mi escepticismo. Tal vez os cueste a algunos captar el acento gaditano, pero merece la pena escuchar esto:

domingo, 24 de agosto de 2008

Qué bonita es la tortura. Anson, oootra vez


(Esta entrada llega tarde pero con vigencia. La tenía casi concluida y olvidada entre otros borradores. Es momento de que vea la luz).

Ya me desahogué con él, pero quiero seguir haciéndolo por motivos diferentes en esta ocasión. Discúlpenme la reincidencia contra el vejete sátiro, pero es que hay gilipuás que dan motivos de réplica a pesar de mi buena y reconciliadora intención. De nuevo el señor Anson, académico de la Lengua, calificador de zorrones, periodista y tonto del culo, me exige teclear algo o de lo contrario exploto.

Pretende el clasificador de misses -con esa autoridad moral que le da el haber promocionado el puterío y el ser (sorprendentemente) un periodista reconocido y respetado por muchos- convencernos de las bondades de matar toros con previa tortura. Lo hace con estos argumentos:

“Los separatistas atacan a los toros, que son la identidad de España: a ella es a quien odian”. Esa afirmación de Andrés Amorós, en una entrevista publicada en EL IMPARCIAL, es verdad, pero sólo a medias. Hay secesionistas destacados en Cataluña y el País Vasco que la han emprendido contra los toros como fórmula para fragilizar a España. Nunca se les hubiera ocurrido herir a la Fiesta Nacional si no fuera porque consideran que debilitan así la unidad de nuestro país.

Hay secesionistas, sin embargo, y, sobre todo, hay muchos ciudadanos en toda la geografía nacional que rechazan los toros por considerar que se trata de un espectáculo cruel. Tienen derecho a pensar así y no se puede encuadrar a los antitaurinos en el antiespañolismo. Desde hace dos siglos al menos, el rechazo de la Fiesta de los Toros es permanente y se desarrolla sobre todo en un sector de la intelectualidad. Un periódico, de indubitado españolismo, “La Vanguardia”, se negaba antes de la guerra incivil a publicar noticias taurinas. Cuando había una cogida enviaba la información a la sección de sucesos.

Otra cosa es que igual que los antitaurinos tienen sus razones, los que defendemos la Fiesta Nacional tenemos también las nuestras. Y la principal es que los que atacan a los toros no se ocupan de prácticas infinitamente más crueles con otros animales. La pesca deportiva, por ejemplo, es de un salvajismo sumo para la sola diversión del pescador. Hasta que no se prohíba la pesca deportiva en Suecia, Noruega, Dinamarca y el resto de las naciones europeas, sería hipócrita abrir un debate sobre la Fiesta Nacional española. La Fiesta de los Toros proporciona, además, infinidad de puestos de trabajos, moviliza un renglón importante de nuestra economía y provoca en la poesía, la pintura, la escultura, la novela, el teatro, la ópera, muestras de extraordinaria belleza. Los toros es un ballet de arte y valor y, sin desdeñar la opinión de los que discrepan del espectáculo, somos muchos, entre ellos Ortega y Gasset, los que creemos que arroja un balance abrumadoramente positivo.

Luis María Anson
de la Real Academia Española

Le voy a hincar el diente a este tontarra, por muy académico que sea, porque motivos no me faltan para hacerlo en sus tres estúpidos parrafitos de mierda falaz. Empieza el Fernando Esteso de la Real Academia aprovechando las retorcidas (y absurdas) afirmaciones de no sé quién para acabar justificando con ridículos argumentos la matanza y tortura de toros. Si tras leer las majaderías de Anson aún les quedan ánimos, a continuación tienen la réplica de un cabeza de chorlito:

Comienzo exponiendo mis dudas sobre eso de llamar "fiesta nacional" al toreo. ¿Quién ha decidido que eso sea la "fiesta nacional" además de algún que otro salvaje como Anson? El fútbol (que es una bobada, aunque menos sangrienta) tiene muchos más seguidores que la tauromaquia, entonces, ¿por qué los sádicos aficionados a los toros se atribuyen la inmerecida categoría de "festivos nacionales"? Gentuza sádica y prepotente...

"Desde hace dos siglos al menos, el rechazo de la Fiesta de los Toros es permanente y se desarrolla sobre todo en un sector de la intelectualidad".

¡Ostras, Pedrín! A ver si va a resultar que pertenezco a un "sector de la intelectualidad" y no me he enterado. Coño, me esforzaré en expresarme con mucha corrección, no sea que me expulsen del "sector de la intelectualidad" ese.

"“La Vanguardia”, se negaba antes de la guerra incivil a publicar noticias taurinas. Cuando había una cogida enviaba la información a la sección de sucesos".

Pues me parece que "La Vanguardia" hacía muy bien, qué leches. Ahora viene lo bueno. Agárrense que vienen curvas:

"Y la principal es que los que atacan a los toros no se ocupan de prácticas infinitamente más crueles con otros animales. La pesca deportiva, por ejemplo, es de un salvajismo sumo para la sola diversión del pescador".

Señor Anson, seamos cautos con el uso del lenguaje, que usted es académico de eso: quienes atacan a los toros son las personas que como usted disfrutan con ese sanguinario espectáculo. Eso sí que es atacar a los toros, no me maree al personal. Más adelante se refiere a la "Fiesta Nacional" o "Fiesta del Toro" (sí, menuda fiesta para el toro, seguro que da saltos de alegría), pero en este párrafo opta por decir "los que atacan a los toros", en lugar de "los que atacan a la Fiesta Nacional", y me pregunto si no habrá en ello intención de confundir al lector.

Compara don Luis María, tal vez creyéndose gracioso, las corridas de toros con la pesca deportiva, de la que dice que es "de un salvajismo sumo" e "infinitamente más cruel". Llegados a este punto dudo si el señor Anson es oligofrénico o bromista. Vamos a ver, pedazo de zanahorio, ¿cómo vas a compararme el sistema nervioso de un pez con el de un mamífero? Además la pesca deportiva no es un espectáculo, por lo que no puede tener lo mucho de crueldad absurda que sí tiene eso que llamas Fiesta Nacional, así, con mayúsculas reverenciales que dicen algo sobre la clase de abyecto personajillo que eres. Mencionas, rijoso carcamal, que la pesca deportiva es para único disfrute del pescador y lo dices como si eso fuera malo, dejando claro así que lo que a ti te va es la crueldad pública, la sangre mediática, la muerte como diversión de masas.

"La Fiesta de los Toros proporciona, además, infinidad de puestos de trabajos..."

Me parece a mí que chirría un poco eso de los "puestos de trabajos", pero al tratarse de todo un académico lo achacaré a una simple errata. No me parece en cambio una errata que el señor Anson hable de "infinidad" de puestos laborales, más bien pienso que este tipo usa el lenguaje demasiado alegremente, por muy académico de la Lengua que sea. En cualquier caso, por mucho trabajo que dé la sangrienta tradición del toreo, eso no es motivo para mantenerla, porque todos esos currantes serían más útiles a la sociedad dedicándose a otros menesteres. Con un pico y una pala se pueden hacer grandes cosas.

"...y provoca en la poesía, la pintura, la escultura, la novela, el teatro, la ópera, muestras de extraordinaria belleza".

Toma ya. Las guerras, el hambre, las enfermedades, cualquier forma de violencia, y todo lo negativo que se nos pueda ocurrir también estimula el arte, ¿qué pretende demostrar con esto el señor Anson? Menuda mierda de argumento...

Ya termino, Luis Mari, coleguita, y perdóname el tono irreverente, pero es que mi respeto hay que ganárselo, y tú, cabroncete sádico, no estás haciendo méritos para ello. Con mediomachos salvapatrias como tú el resto de españoles deberíamos emigrar.

Leónidas Kowalski de Arimatea
del Real Diario de un Cabeza de Chorlito

viernes, 22 de agosto de 2008

Familia Tárrega


El señor Tárrega se acaba de llevar el peor disgusto de su vida, aunque si hubiera sido un poco más observador el incidente no lo hubiera pillado desprevenido.

La señora Tárrega es una mujer de cuarenta y cuatro años, elegante, educada, culta, y aún muy guapa. Es una ama de casa abnegada que se entrega con gusto a las tareas del hogar y al cuidado de David, su único hijo.

David tiene ahora casi catorce años y es un muchacho vigoroso aunque demasiado retraído, en opinión de su padre. Le gusta estudiar y siempre obtiene excelentes notas sin esfuerzo. Se muestra distante con el señor Tárrega pero afectuoso y cómplice con su madre.

El señor y la señora Tárrega apenas mantienen relaciones sexuales, quizá no pasan de seis o siete coitos al año, a los que la señora se entrega sumisa pero desapasionadamente. A pesar de esto podría decirse que se trata de una familia bien avenida.

El señor Tárrega madruga mucho para ir a su trabajo, y dos horas después su esposa se levanta, prepara el desayuno para David y para ella y despierta a su hijo amorosamente. David, en realidad, suele estar despierto a esas horas, pero se hace el dormido para que su madre le susurre al oído mientras mete una cálida mano bajo el pijama y empieza a masturbarlo.

El niño tendría nueve años cuando su madre se la meneó por primera vez. Aquella experiencia fue grata para ambos, pero sobre todo para la señora Tárrega, quien se masturbó frenéticamente una vez que su hijo se fue al colegio. No recordaba haber estado tan excitada nunca. Para David, en cambio, fue un juego con el que no llegó a correrse y que lo dejó muy cachondo durante todo el día.

Desde entonces casi todas las mañanas David es masturbado o follado por su madre. Ella ha visto cómo su hijo empezaba a hacerse un hombre, cómo le aparecía el vello púbico, cómo se desarrollaba su pene hasta ser como es ahora, grueso como el de un adulto ya.

A los diez años el niño sintió el primer orgasmo de su vida -sin eyacular- mientras la señora Tárrega le hacía una experta felación. A partir de ahí siempre quiso más y más. En algunas ocasiones recurría a enfermedades imaginarias para no ir al colegio y quedarse en la cama jugando con su madre.

David tenía once años cuando manchó por primera vez la mano de su madre. Para ella fue tan placentero sentir aquellas salpicaduras de semen que agarró fuertemente la pequeña polla de su hijo y ella misma se corrió sin tocarse tan siquiera.

Luego, de manera sorprendentemente rápida, David empezó a acusar los efectos de la pubertad. Un día la señora Tárrega no pudo contenerse y montó sobre David. Ambos se corrieron casi al instante, y entonces la madre pensó en la posibilidad de un nada deseable embarazo. Para que eso no volviera a ocurrir, la señora Tárrega se aplicó con gran interés a instruir a su hijo para que eyaculara fuera de ella. La señora gozaba sintiendo la espesa leche de David mojando su piel, y también le gustaba saborearla y beberla, pero no podía permitir que su hijo se le corriera dentro, y tampoco estaba dispuesta a usar condones; no renunciaría al enorme placer de sentir ese pene desnudo llenando su coño.

Al principio David eyaculaba a los pocos segundos de sentir la húmeda y caliente mucosa vaginal de su madre envolviéndole la polla, pero con la práctica se convirtió en un maestro retardando el orgasmo, y sólo descargaba la leche al notar que su madre se corría entre gritos y convulsiones. Entonces sacaba el pene y escupía un abundante chorro de lefa sobre el cuerpo tembloroso de la señora Tárrega.

A veces la madre y el hijo salen al campo y follan al aire libre, o lo hacen en el coche, o incluso en los aseos de bares. Viven en un estado de excitación permanente que los hace ser descuidados. Sólo piensan en unirse, en encontrarse, en frotarse, en lamerse y en llenarse mutuamente de saliva, semen, sudor y fluido vaginal. En ocasiones follan en el baño mientras el señor Tárrega ve un partido de fútbol en el salón. Por tanto no era de extrañar que alguna vez los pillara, como así ha sido hoy.

El señor Tárrega se acaba de llevar el peor disgusto de su vida, aunque si hubiera sido un poco más observador el incidente no lo hubiera pillado desprevenido. El señor Tárrega, sin pronunciar palabra y con los ojos espantados vuelve al salón, se sienta en su sofá, mira la televisión sin ver el partido. Creo que está a punto de llorar, pero no lo hace.

Familia Tárrega. Sólo estas dos palabras se leerán en el frontispicio del modesto panteón que los Tárrega adquirieron hace unos años sin saber que se llenaría en un mismo día con tres cuerpos.

Pero esa es otra historia que aún no ha sucedido y no les puedo contar.

jueves, 21 de agosto de 2008

Diatriba poética a una mujer como tú


Versión en audio para vagos:





Cuán zorra eres, meretriz,

que de tan puta y ramera

todo pobre infeliz

portando billetera

puede ser tu amante

por detrás y por delante.

Es tu coño pestilente

guarida y escondrijo

de toda polla o pijo

mientras sea solvente.

Ay de aquel desgraciado cliente

que confunda tu celo mercenario

con amor puro y castizo

sin ver que es pecuniario,

falso y alquiladizo.

So putón verbenero,

desorejado pendón

al que follan por dinero,

impenitente zorrón,

infame puerca grosera

de vagina pesetera

y venal corazón,

repulsiva y barata iza,

putón irredento,

viciosa enfermiza,

monstruoso portento

del folleteo en venta,

maquiavélico talento

para follar bajo renta.

Por el asco que me das

hoy no te insultaré más

y acabo este breve escrito

comparándote con la Amparito,

la que se bajaba las bragas a pedos

y cuando del suelo estaban a dos dedos

a taconazos se las subía,

la muy perra y sucia arpía.

martes, 19 de agosto de 2008

Otro. Es que no escarmientan...






En fin, siguiendo mi costumbre inmemorial de pronunciar un discurso en estas situaciones, me veo en la triste obligación, una vez más, de agradecer uno de esos premios blogueriles que muchas personas se reparten entre sí en lo que es una de las más molestas comidas de polla que imaginar cabe. Los premios se concedieron el pasado día trece, pero razones de fuerza mayor (tenía casi noventa años la fuerza en cuestión) me han impedido hasta ahora agradecerlo debidamente.

Esta vez la culpable es Nomolamos (una de mis groupies, como dicen algunos con sana y divertida mala leche), y el premio es -agárrense y no se meneen- ¡al esfuerzo personal! Yo esto no lo entiendo, porque casi todas las entradas me las escribe el gato, y aquellas pocas que escribo yo son con gusto y sin esfuerzo. Créanme que si un día escribir DCC empezara a suponer un esfuerzo y no un placer, dejaría de hacerlo.

Dejémonos de historias y vayamos al discurso:

DISCURSO DE AGRADECIMIENTO, por el ínclito Leónidas Kowalski de Arimatea.

Amigos míos, una vez más la emoción me embarga, o al menos lo intenta. La emoción acaba desistiendo cuando descubre que sólo puede embargarme al gato porque es lo único que tengo, y seamos francos: ¿quién querría un gato autista y antropófobo como Gusifluky?

Así que, sin emoción alguna, agradezco el enésimo premio bloguero, premio que por cierto es al esfuerzo personal, cáguense vuesas mercedes. La verdad es que escribir DCC es todo un reto intelectual y un esfuerzo permanente, por eso se lo encargo a Gusifluky. Sin embargo los premios me los llevo yo, que para algo me tomo la molestia de firmar las entradas. Aún así considero que el premio es justamente merecido, por razones que les contaré cuando ustedes sean mayores y las puedan entender, y así de paso me doy tiempo para poder entenderlas yo mismo.

Este premio tiene, además, el valor añadido de venir de las manos de quien viene. Nomolamos es una de las personas más enigmáticas que he conocido en mi vida, tan enigmática que no tengo ni repajolera idea de quién es, por eso este discurso será cortito, como cortita es la persona que lo escribe.

Poco se sabe sobre mi benefactora, salvo que se hace llamar Nomolamos porque afirma que no mola un carajo. Y si ella lo dice, queridos amigos, ¿quiénes somos nosotros para llevarle la contraria?

Muchas gracias a todos por acompañarme en un momento tan especial, y ahora hagan su vida y dejen de perder el tiempo.


lunes, 18 de agosto de 2008

Lilit (y XI)


(Viene de aquí).

Por supuesto no maté a ningún demonio, y afortunadamente tampoco acabé con ninguna persona. Conmigo, en cambio, casi acaban el portero, sus amigos y cuanto cliente aficionado a la bulla estaba en Saurion esa noche. Para que no se me olvide aquel día en que perdí la cabeza conservo el recorte de un periódico:

Detenido un hombre en una discoteca por agredir a un empleado con una botella rota.

El agredido, portero de la conocida discoteca Saurion, se recupera de sus heridas. El agresor, al parecer con sus capacidades mentales mermadas, permanece hospitalizado bajo vigilancia policial ya que en la reyerta sufrió graves lesiones.

En la pasada madrugada, sobre la una y media, una patrulla del Cuerpo Nacional de Policía se presentó en la conocida discoteca Saurion alertada por las llamadas de clientes y empleados. Posteriormente procedieron a la detención de A.N.P., quien no obstante fue trasladado al hospital Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, donde permanecerá hasta que su estado permita que sea puesto a disposición judicial.

Según testigos presenciales, A.N.P. atacó por sorpresa al portero de la discoteca con los restos de una botella rota, causándole graves heridas en la cara que han necesitado de numerosos puntos de sutura. En ese momento algunos clientes y otros empleados de la discoteca redujeron al agresor, quien a su vez sufrió diversas fracturas y contusiones durante el forcejeo.

Se da la circunstancia de que A.N.P., siempre según los testigos, gritó en el momento de agredir a su víctima "¡muere, demonio!", lo que hace pensar a los funcionarios policiales que el agresor padece algún problema mental.

Je je. Astutos los funcionarios policiales, añadiría yo.

Ahora, casi dos años después de aquello, estoy en disposición de decirles que sé con seguridad que Lilit nunca existió salvo en mi desquiciada mente. Sé que no existen los demonios y lamento mucho lo que le hice al portero. Le he enviado sentidas cartas de disculpa a través del abogado, pero nunca me ha respondido. No lo culpo por ello.

Desde que el juez ordenó mi reclusión aquí no he vuelto a ver a Lilit, salvo en algunas pesadillas, en las que por cierto ya no la veo tan irresistiblemente bella, sino más bien envejecida y repulsiva. Supongo que la repentina remisión de aquellas alucinaciones tiene mucho que ver con el hecho de no haber vuelto a probar una gota de alcohol.

Hay días en los que me duelen los huesos allí donde me los rompieron. Parece que no todas las fracturas han soldado bien, y menos mal que me extirparon la costilla astillada que amenazaba con perforarme un pulmón.

Ya he pasado esa fase depresiva que me tenía tan ensimismado y apático cuando llegué aquí. Admito que sufrí una leve recaída cuando Sandra me comunicó que estaba embarazada de su actual novio y que se iba a vivir a la ciudad de él, y que por lo tanto ya no me visitaría más. Me pareció muy triste eso, pero lo he aceptado.

Alberto, en cambio, no falta ninguna semana. Me trae libros que ustedes deben aprobar, y me consta -me lo ha contado un pajarito- que una vez le impidieron entregarme El Club Dumas, de Pérez-Reverte; y en otra ocasión fue La Sombra del Viento, de Ruiz Zafón, el libro vedado; e incluso le pusieron pegas para que me regalara el Fausto, de Goethe. No se preocupen, no tengo la menor intención de leer ninguno de ellos. Creo que ya hubo demonios suficientes en mi vida.

El doctor Ramos me pidió que al escribir mi recuerdo de los hechos no olvidara mencionar lo que siento ahora acerca de la bebida. Muy bien, esto es lo que pienso: no quiero verla ni en pintura, y pueden estar seguros de que seguiré tomando el disulfiram y no faltaré a las reuniones de Alcohólicos Anónimos en cuanto salga de aquí.

La doctora Alonso, siempre tan práctica, se interesa por mis propósitos familiares y laborales cuando esté fuera de este centro. Pues bueno, me gustaría empezar a estudiar la carrera de psicología, pero antes necesito un trabajo, y aceptaré lo que salga. Igual me da ser peón de albañil que repartidor de pizzas, lo que quiero es sentirme útil. En cuanto a la familia... Je, me da un poco de vergüenza hablar de ello, pero allá voy:

Durante este tiempo me he hecho muy amigo de la celadora Expósito, no sé si la conocerán. Es la que les dije que estaba dispuesta a llevarme a vivir con ella mientras consigo trabajo y hasta que pueda pagarme un alquiler modesto. Tienen que haberse fijado en Expósito porque es una morenaza guapetona y muy simpática. A veces fantaseo con la idea de formar una familia con ella, y tengo razones para pensar que esa encantadora mujer estaría de acuerdo, aunque entenderán que no entre en detalles íntimos.

He terminado de contarles todo lo que querían saber. Si todo va bien en menos de dos meses me darán el alta y quizá pueda empezar una vida ordenada y moderadamente feliz. Y quizá no esté solo. Permítanme finalmente que les cuenta una insignificante anécdota acerca de la mujer que amo, para que vean lo buena chica que es: yo siempre la llamaba Expósito porque ese es el apellido que lleva prendido en el uniforme, pero tras varios meses llamándola así llegó una tarde en que la interrumpí durante su merienda, y ella, con esa sonrisa de dientes blanquísimos que contrastan con el color de su piel, me dijo:

-Menos formalidades, hombre, que todo el mundo me llama Eva- explicó mientras me ofrecía una manzana que sacó de su bolsa de la merienda.


FIN

viernes, 15 de agosto de 2008

Lilit (X)


(Viene de aquí).

El lunes no fui a trabajar, ni el martes, ni nunca más he vuelto a hacerlo, aunque espero encontrar pronto un trabajo. Ustedes me han prometido ayudarme, ya veremos. Dice el abogado que en un par de meses saldré de aquí, y yo no sé qué voy a hacer porque, como saben, el banco subastó mi casa al no poder pagar la hipoteca. Sin trabajo y sin vivienda, y con el miedo que le tengo al exterior, a veces pienso que me gustaría quedarme aquí para siempre, al menos es un sitio seguro y me tratan bien. Dice la celadora Expósito que me llevará con ella a su apartamento, pero no quiero ser una carga para esa mujer tan encantadora. Bueno, todo esto pertenece a un incierto futuro, y yo les estaba hablando de mi pasado.

Me piden que explique con detalle lo que pasó a continuación. Quisiera complacerlos, pero me temo que no va a ser fácil. Hablar de los días que siguieron a aquel domingo me resulta complicado. Intento tirar de memoria pero casi todo lo que rescato son fragmentos confusos, vagos fogonazos de lucidez entre tinieblas alcohólicas. Entiendan, por favor, que esta parte del relato sea imprecisa. Si necesitan datos más objetivos los encontrarán en las actas del proceso judicial:

Vaciando vaso tras vaso casi instalé mi domicilio en la discoteca Saurion. Algunas veces llegué a ver a Lilit, bailando desnuda o relacionándose con la clientela. En ocasiones la vi, lasciva, obscenamente, besando a desconocidos , dejándose sobar por ellos. Nunca pude hablar con ella porque cuando me acercaba se escabullía entre la muchedumbre que atestaba la sala. Creo recordar que en alguna ocasión el portero forzudo me echó de la sala porque, según él, estaba molestando a los clientes.

Un día el portero no me dejó entrar. Entonces lo odié a muerte, pero hoy comprendo que hizo bien. Yo llevaba días -o quizá semanas, porque por entonces había perdido la noción del tiempo- sin ducharme ni cambiarme de ropa. Tampoco me afeitaba y apenas comía. Creo que alguna vez me oriné encima y estoy seguro de que en varias ocasiones me ensucié con mis propios vómitos. Cuando el portero denegó mi acceso a Saurion debido a mi abandono higiénico comprendí que mi vida se había desmoronado, y sin embargo aún llegué a caer más bajo.

Durante un tiempo -creo que dos días- me mantuve sereno. Sentía tanta vergüenza de mí mismo, de ver en lo que me había convertido, que ni siquiera aceptaba las llamadas de Sandra, Alberto, o los compañeros de trabajo. Con mucho esfuerzo de voluntad me aseé y me puse ropa limpia. Luego decidí que iría a la discoteca Saurion por última vez para ver a Lilit y hablar con ella. O más exactamente, para despedirme de ella.

Con ese estado profundamente depresivo del que sale de una larga borrachera me había propuesto suicidarme. Como pueden ver no llegué a hacerlo, aunque casi hicieron el trabajo por mí.

Aquella vez el portero, aun mirándome con desconfianza, me dejó pasar. No vi a Lilit, pero ante la posibilidad de verla más tarde me puse tremendamente nervioso. Sentía que me faltaba el aire y notaba el corazón bombear con preocupante cadencia arrítmica: bom, bom... bom... bom, bom bom... bom... Empecé a beber para calmarme. Como supondrán, bebí demasiado.

No sé cuántas copas habría tomado cuando por fin vi a Lilit, más bella e irreal que nunca. Bailaba en la pista, con unos y con otros, frotándose con todos como una gata en celo. Cada vez que intentaba llegar hasta ella la perdía de vista para volver a localizarla en otro lugar, siempre igualmente lejos de mí. Siempre inalcanzable, lejana, quimérica.

Pasé varios minutos tras Lilit, tropezando con clientes, derramando bebidas, y recibiendo insultos. Parecía que la había perdido de vista definitivamente cuando la vi en una esquina oscura con el portero. Se besaban y lamían indecentemente, interrumpiéndose sólo para lanzarme miradas y carcajadas.

Entonces tuve claro que Asmodeo siempre había estado ante mis narices, y que Lilit sólo era una marioneta empleada por él para burlarse de mí y destruirme. Ya no aguanté más.

Haciendo de tripas corazón, aparentando indiferencia, fui hasta la barra y pedí otra copa. Mientras la camarera la servía le arrebaté la botella, la rompí contra el mostrador y antes de que alguien pudiera detenerme estaba frente a esos dos impúdicos demonios esgrimiendo la botella rota.

En ese momento todo -el universo entero- había desaparecido para mí. Un único deseo era todo mi mundo: matar a Asmodeo.

Lo que pasó inmediatamente después lo sé por las declaraciones de los testigos y por lo poco que la prensa dijo. Lo único que yo recuerdo es que en algún momento pensé: "Dios mío, qué difícil es matar a un demonio".

(Continuará. No prometo nada pero creo que ya sólo queda el capítulo final).

jueves, 14 de agosto de 2008

Lilit (IX)


(Viene de aquí).

Mi Lilit no podía ser aquella María, por supuesto. El asunto de los demonios y el parecido físico entre una y otra era sólo una coincidencia, por mucho que hubiera pesado en mí ánimo durante unos momentos. También podía tratarse de un simple cuento del portero.

Cada uno ensimismado en sus pensamientos volvíamos al coche de Sandra. Fue ella la primera en hablar:

-Adán, no te lo tomes a mal, por favor... Creo que necesitas ir al médico, y lo antes posible, o te veo acabando como la tal María.

Miré a Alberto preguntándole su opinión con la mirada pero él se limitó a encogerse de hombros. Quemé mi último cartucho proponiendo visitar el hotel Don Fernando. Si dábamos con el recepcionista que estaba de servicio la noche que pasé allí él no tendría inconveniente en reconocer la existencia de Lilit. No nos serviría para localizarla, pero al menos acabaría con el escepticismo de Sandra, al que empezaba a sumarse Alberto.

Luchando contra la indiferencia de mi amigo y la reticencia de mi ex novia logré llevarlos al hotel. Un hombre muy correcto y servicial montaba guardia tras el mostrador de recepción. Mostré mi documento de identidad y pedí al recepcionista que comprobara el registro de hospedados en la fecha en que estuve allí con Lilit, pero el empleado del hotel ni siquiera miró el carnet:

-Sí, señor, lo recuerdo. Efectivamente se alojó usted aquí en la fecha que menciona.

-Ajá. Recordará entonces a mi acompañante...

-¿Su acompañante? No entiendo, caballero.

-Verá, es difícil de explicar, pero el caso es que mis amigos se quedarían más tranquilos si les confirmara usted que esa noche estuve acompañado por cierta persona- dije señalando a Alberto y Sandra.

Era evidente que el recepcionista se sentía incómodo ante tan peculiar solicitud. Tecleó brevemente en el ordenador y dijo a continuación sin dejar de mirar la pantalla:

-Usted alquiló una habitación doble, con cama de matrimonio, señor. Abonó la cuenta con tarjeta de crédito y no hizo uso de ningún otro servicio del hotel, salvo varias consumiciones del mueble bar.

-Bien, pero, ¿sería tan amable de hacer una pequeña descripción de la mujer que me acompañaba? Sólo los detalles que mejor recuerde.

En ese momento era manifiesto el azoramiento del empleado. Se le notaba sinceramente afligido y no dejaba de echar rápidas miradas a mis amigos, especialmente a Sandra. Finalmente dijo:

-Lo lamento, caballero, pero no la recuerdo.


-¡Venga ya, hombre! Es imposible que me recuerdes a mí y te hayas olvidado de ella- estallé pasando al tuteo.

El infeliz miraba nerviosamente a Alberto y a Sandra, como pidiéndoles ayuda. Entonces tuve una sospecha sobre lo que estaba sucediendo:

-Ah, ya entiendo. Esta chica que me acompaña hoy no es mi esposa, ni mi novia, ni nada que se le parezca. Puedes hablar con libertad.

-Caballero, de verdad, esta situación es muy violenta para mí. Le digo que no recuerdo a ninguna mujer que acompañara al señor aquella noche. Si así fuera lo recordaría con seguridad porque...

-¿Porque qué?

-Porque yo mismo tuve que acompañarlo hasta su habitación dado que el estado de... ejem, de indisposición del señor le impedía llegar por su propio pie.

Recuerdo que en ese instante Alberto intentó sofocar una carcajada. Sandra agachó la cabeza y dijo: “Esto ya es demasiado”. El pobre recepcionista tenía una temblorosa sonrisa que no le abarcaba los ojos. Y yo... bah, yo quería morirme.

-Lo siento, señor. Y cuídese esa herida, que parece infectada- dijo el empleado cuando nos marchábamos.

En el trayecto de vuelta a casa Sandra y yo no pronunciamos palabra. Alberto en cambio se mostró dicharachero hablando de toda clase de banalidades, como si nada de lo que acababa de pasar hubiera sucedido.

Al llegar a casa, antes de salir del coche de Sandra, dije con poca seguridad que todo esto debía de tener alguna explicación, a lo que respondió Sandra inexpresivamente:

-Claro, Adán. Claro que tiene una explicación, y te la tiene que dar un psiquiatra.

-Algo tendrás que hacer, tío- añadió con timidez Alberto.

Pero no hice nada durante días, salvo añorar a Lilit y buscarla desesperadamente. Hasta que me enfrenté a Asmodeo, y fue entonces cuando realmente me arruiné la vida.

(Continuará. Dos o tres entradas más y acabamos, creo).

martes, 12 de agosto de 2008

Lilit (VIII)


(Viene de aquí).

Y allí estábamos el domingo los tres mosqueteros esperando en un bar a que Saurion abriera sus puertas. Sandra, taciturna, evitaba mirarme y cuando me dirigía a ella me respondía con monosílabos. Alberto no dejaba de bromear acerca de crucifijos y biblias, incluso llegó a sugerir que podríamos pasarnos por una iglesia cercana para robar unas gotas de agua bendecida. Por si acaso, dijo. Naturalmente ni Sandra ni yo le hicimos el menor caso.

Yo era un manojo de nervios. Antes de salir me tomé dos, o quizá tres whiskazos, pero de camino a Saurion Sandra me advirtió secamente:

-Como te acerques a una gota de alcohol la hostia de ayer se va a quedar chica en comparación con la que te voy a dar hoy.

Y créanme que lo decía en serio (la verdad es que me quedé en la gloria cuando Sandra decidió romper conmigo). Estando así las cosas opté por la abstinencia, a pesar de los nervios. Iba a ser la primera vez que vería a Lilit estando razonablemente sobrio y eso me provocaba inquietud.

A las nueve y siete minutos el portero al que Lilit había besado desvergonzadamente en mi presencia ocupó su puesto. Encabezados por la dispuesta Sandra nos introdujimos en la penumbra del local. Aún no había humo, pero la atmósfera de la sala tenía algo de opresivo. Nos atendió la única camarera que vimos, una chica de unos veinticinco años con notable aspecto de camaruta (una camaruta es una mezcla de camarera y puta). Pedí un zumo de piña mirando con envidia la ginebra que le servían a Alberto. Sandra pidió algo rarísimo cuyo nombre no recuerdo y que por supuesto no tenían. Tras pensar durante unos segundos pidió otra cosa aún más peregrina que dejó a la camaruta con cara de... bueno, con una expresión parecida a la que se le quedó a la lubina Rodolfa. Yo creo que a Sandra le gusta putear a la gente porque la gente la putea a ella en la peluquería. Al final se conformó con una Coca-Cola light, lo que le vendría bien porque se estaba poniendo como una foca.

-¿A qué hora viene Lilit? Suponiendo que trabaje hoy...- pregunté para no alargar más la incertidumbre.

-¿Y esa quién es?-preguntó a su vez la camaruta, quien a esas alturas debía de pensar que nos habíamos propuesto poner a prueba su paciencia.

-Sí, mujer, es una estríper que trabaja aquí. Una pelirroja alta con los ojos verdes. Tiene una bruja tatuada en el culo.

-Yo no me fijo en el culo de las estripers, hijo mío. Lo que sí te digo es que aquí trabajan tres niñas de esas y ninguna es la que tú dices. Está la Eli, que es morena y bajita; la Belinda, que también es morena y con los ojos negros; y otra que no me acuerdo cómo se llama pero que es rubia.

Noté que Sandra me miraba con las cejas arqueadas en irónico gesto de sorpresa. Seguí al ataque:

-No puede ser. La he visto trabajando aquí.

-Pues ni idea, chico. Igual es que trabaja en Saurion desde hace poco y yo todavía no la conozco, pero vamos, que no creo, eh.

Me aferré a esa posibilidad agradeciendo el silencio de Alberto y Sandra. Se me ocurrió entonces otra salida:

-Venga, acabad vuestras copas, que vamos a charlar con el portero. Ese sí que la conoce.

Sin embargo aquel maldito portero juraba no conocerla. Repugnante embustero de mierda. Intenté enfrentarlo a su descarada mentira:

-Vamos a ver si nos aclaramos: hace unos días salí de aquí con ella, y recuerdo perfectamente que te dio un besito al salir, ¡cómo no vas a saber quién es!

-Qué no, hombre, que no. Mira, yo me acuerdo de ti, pero cuando te he visto por aquí ibas siempre solo. ¿A que hace unos pocos días vomitaste en la puerta? ¿Ves como me acuerdo de ti? Aunque entonces no tenías ese tajo en la cara...

Era inútil insistir. Aquel tipo, por alguna razón, no estaba dispuesto a hablar de Lilit. Cuando salíamos dijo el portero a nuestra espalda:

-Si al menos me dijeras que la conociste hace bastante tiempo...

-¿Qué tiene eso que ver?-me volví esperanzado.

-Aquí tuvimos a una que coincide con la descripción, pero no va a ser ella, seguro.

-¿Por qué no?- preguntó esta vez Alberto.

-Porque se suicidó hará cosa de un par de años. Además no se llamaba Lilit, sino María. Que estaba todo lleno de demonios contaba unos días antes de quitarse de en medio. Se conoce que se le fue la cabeza a la pobre.

(Continuará. Creo que toca una visita a cierto hotel).

domingo, 10 de agosto de 2008

Lilit (VII)


(Viene de aquí).

Al llegar la noche de aquel día se reunieron conmigo Sandra y Alberto, quienes amablemente habían abandonado sus planes de nocturnidad sabática para intentar espabilarme "aunque fuera a hostias", en palabras de la siempre cariñosa Sandritilla. Durante la tarde los había llamado a ambos para hacerles un resumen de lo acontecido. Primero hablé con mi ex novia y luego con Alberto. Minutos más tarde era Sandra quien me llamaba a mí:

-¿A ti te gustaba o no te gustaba la comida china? No me acuerdo, chico.

-Sí, bueno... la soporto. ¿Por qué?

-Porque acabo de hablar con Alberto, y hemos decidido que nos vamos a cenar a tu casa. Nosotros llevamos la comida y la bebida, no te preocupes por nada. ¡Ah, y no limpies el espejo! Sentimos un asqueroso morbo por ver la obra de arte. Las dos obras de arte quiero decir, ya me entiendes.

Llegaron juntos y supe que eso no había sido casualidad. Era evidente que se habían citado antes de venir a mi casa, y no creía que fuese solamente para pagar a medias en el chino, sino más bien para ponerse de acuerdo en alguna estrategia contra mí. O a mi favor, no sé. Ya no estoy seguro de nada.

Me había cubierto la herida de la cara con una gasa, pero se empeñaron en verla nada más llegar. Tras muchos ruegos consentí en mostrarla, y supongo que eso tuvo la culpa de que durante la cena apenas comieran nada. Era un corte profundo e irregular que iba desde el pómulo izquierdo hasta casi el centro de la barbilla, en zigzag y rozando la comisura de los labios. Sospechaba que Lilit usó una de sus uñas para hacerlo.

La velada fue tensa y se pareció a un interrogatorio. Alberto hizo de poli bueno esgrimiendo el argumento de que Lilit o como se llamara me estaba tomando el pelo pero había ido demasiado lejos. Sandra, en el papel de poli malo, decía no creer en la existencia de esa mujer, y afirmaba que el corte me lo había hecho yo en un ataque de delirio alcohólico. Según ella los trazos del espejo -"COMENZÓ EL DOLOR"- eran obra mía, como mío había siso el SMS que le había mostrado un par de días antes.

Por mi parte estaba bien seguro de la existencia de Lilit, aunque no me creía todo ese rollo demoníaco y tal. Era de la opinión de Alberto: Lilit estaba jugando conmigo, pero se le había ido la mano. Debo admitir que la madrugada anterior, mientras Lilit hablaba, me sentí hipnotizado por su discurso y creí ciegamente cuanto decía, pero en mi descargo está el hecho de ir bebido, y ya sabemos todos que eso altera la percepción de la realidad. Junto a mis amigos, con los que estaba compartiendo una Coca-Cola familiar, todo parecía distinto, más prosaico y sencillo.

-Mañana, en cuanto abra la Saurion, nos plantamos allí antes de que se llene de gente. Preguntaremos por la niña esa- dijo Sandra tras un buen rato de silencio.

-¿Vais a ir?- pregunté alarmado, temiéndome algún numerito de tirones de pelo y bofetadas, porque Sandritilla es mucha Sandritilla y yo sé que en algún momento tras nuestra ruptura había decidido que a mí sólo me daba por el culo ella.

-No, Adán, no has entendido bien. VAMOS a ir. O sea, que tú también vienes, y nos presentas a la arpía aficionada a la cirugía plástica, a ver qué puede hacer con mi papada- corrigió Alberto.

-Esto ya lo teníais planeado vosotros dos, ¿verdad?

No me respondieron, ni falta que hacía. En lugar de ello concretaron los detalles sin molestarse en someterlos a mi beneplácito. Sentí que las riendas de mi vida estaban en manos de otras personas, ya fueran estas unos amigos bienintencionados o una bailarina putilla con pretensiones de diablesa. Tampoco me importó mucho porque estaba emocionalmente agotado, así que no protesté.

Según Alberto la discoteca Saurion abría los domingos a las nueve de la noche -lo había consultado en la página web del propio local-. Sandra usaría su coche para recoger a Alberto, que vivía más cerca de ella que yo, a las ocho y cuarto. Alrededor de las ocho y media llegarían a mi calle y me recogerían a mí. Si todo iba bien estaríamos en Saurion aproximadamente a la hora de apertura.

-Y cuando estemos allí, ¿qué?- pregunté yo.

-Nada, hablaremos con ella, la invitaremos a una copa y le pediremos explicaciones por esa marca que te ha hecho, pero todo de muy buen rollo, como si nos cayera bien esa guarra. Tú tranqui, Adán, que no habrá espectáculos desagradables. Yo sólo quiero asegurarme de que te puedo dejar solo con ella- dijo Alberto.

-Eso suponiendo que la encantadora Lilit exista, cosa que dudo- terció Sandra.

Ignoré ese comentario y seguí preguntando detalles sobre el plan:

-¿Se os ha ocurrido pensar que quizá no trabaje mañana? Yo no lo sé. En realidad apenas sé nada de ella.

-Y lo poco que sabes puede que no sea cierto, amigo mío- insistió Alberto-, pero sí hemos pensado en ello. En ese caso nos podrán informar de cuándo trabaja, y volveremos al ataque ese día y a esa hora.

-O bien podremos demostrarte que tu Lilit sólo está en esa cabeza delirante y alcohólica que tienes- remató Sandra con su natural diplomacia.

Poco más se habló de interés aquella noche. Cuando se marchaban, ya estando a la espera del ascensor, Sandra pidió a Alberto que bajara solo y la esperara unos segundos; quería hablar conmigo.

Al quedarnos solos mi ex novia me miró fijamente sin decir nada durante larguísimos segundos. Luego empezó a acariciar con extremo cuidado mi mejilla izquierda. Finalmente dijo con voz débil y entrecortada, cerca del llanto:

-Eres un cabrón, Adán. Sé que la quieres, no sé por qué la quieres pero la quieres, de eso estoy segura. Te has inventado una mujer diabólica y la amas más de lo que nunca me amaste a mí, con lo real que yo soy... y con lo que yo te quise.

No me dio tiempo para responderle pero me dio otra cosa: un fortísimo guantazo -tuvo la humanidad de propinármelo en la mejilla sana-. Inmediatamente echó a correr escaleras abajo, y allí me quedé yo, con mi humillación y con las dos mejillas doloridas por sendas mujeres.

(Continuará, y ya no falta mucho para el final).

viernes, 8 de agosto de 2008

Lilit (VI)


(Viene de aquí).

-Respóndeme: ¿quién eres, maldita?-insistí.

-¿Estás seguro de querer hablar de eso, querido?

No, no estaba seguro, sin embargo cuanto antes resolviera mis dudas antes llegaría la paz que necesitaba.

-Habla de una vez, quien quiera que seas. Cuéntamelo todo: por qué me responde un hombre cuando llamo al número de teléfono que me diste; por qué has jugado conmigo a costa de mi nombre; por qué has venido tan tarde...; y por qué te quiero tanto.

Lilit me miraba divertida, con sonrisa tenue y mirada pícara me indicó que tomara asiento mediante un garboso ademán de su mano derecha. Por lo visto la explicación sería larga. Esto es, más o menos, lo que escuché:

-Te advertí que nunca me pidieras explicaciones, pero tu ingenuidad es tal que me apiadaré de ti y te diré quién soy. Adán, pobre humano frágil y necio, hay más cosas en el mundo de las que tú crees. Habéis decidido, con vuestra soberbia y vuestra ignorancia, que sois lo único valioso e inteligente. Me río de vuestro escaso y efímero valor, y más aún me río de vuestra pretendida inteligencia que no es sino ineptitud agravada con petulancia. Ay, Adán, insignificante bufón, si supieras cómo nos burlamos de vosotros...

``Somos legión, estamos en todas partes, visibles unas veces, invisibles otras. Todo, absolutamente todo cuanto os sucede en vuestra fugaz existencia, bueno y malo, es obra nuestra: cada guerra que estalla y cada paz firmada; cada premio en cada juego de azar y cada ludopatía que arruina a una familia; cada parturienta que muere dando a luz y cada niño nacido sano; cada hombre enamorado y cada crimen pasional; cada avión que se estrella y cada avión que aterriza sin novedad; cada lágrima y cada sonrisa; cada muerte y cada salvación milagrosa.... Todo, Adán, todo nos lo debéis.

``Mucho habéis escrito sobre nosotros y pocos sois los que nos conocéis. Inventáis dioses para conjurarnos, y nosotros usamos esas invenciones para volverlas contra vosotros y hacer que os matéis en nombre de esos ídolos, ¡cuán simples y manipulables sois, tristes payasos! Si existen dioses esos dioses somos nosotros, aunque en nada nos parecemos al concepto divino que habéis inventado los humanos. Demonios, nos llamáis, y pensáis que somos los antagonistas de vuestros ídolos absurdos, pero no existen tales ídolos, desgraciados ilusos; sólo estamos nosotros y vosotros.

``¿Y yo quién soy?, quieres saber. Llámame como te plazca, el nombre es lo de menos. Soy un súcubo y soy tu ama. Soy tu diosa y seré tu perdición. Soy tu principio y tu final. Soy lo que deseas y lo que más temes. Pregúntate mejor quién eres tú: eres el juguete que aún no he roto, pero que, dalo por hecho, acabaré rompiendo; eres el osito de peluche que acabará desmembrado y tuerto en un cubo de basura; eres el chicle que se queda sin sabor y se escupe en la acera donde será pisoteado hasta desaparecer; eres el pastel de nata que una niña caprichosa y glotona va a devorar; eres mi fuente de alimento y diversión. Y empiezo a cansarme de ti, desdichada criatura.

``Pero esta noche aún es pronto. Esta noche vamos a divertirnos juntos. Ahora tu placer será mi alimento; tiempo habrá para nutrirme de tu dolor.

Lilit se incorporó, me cogió de la mano y me llevó hasta el dormitorio. Sentí un escalofrío al comprobar que sabía qué pasillos cruzar y qué puertas abrir para llegar hasta mi cama, como si hubiera estado ya antes allí.

Follamos salvajemente durante horas. Cuando amaneció, Lilit se aplicaba chupando mi polla para obtener la enésima erección. Eso es lo último que recuerdo hasta que bien entrada la tarde desperté, agotado y solo.

Somnoliento y con una desagradable sensación de irrealidad fui al aseo. Allí, en el espejo, vi algo que me terminó de despertar: un gran corte cubierto de sangre coagulada me cruzaba la mejilla izquierda; y escrito en el espejo, con toscas letras trazadas con sangre, la rotunda frase "COMENZÓ EL DOLOR".

(Continuará, lo prometo).

jueves, 7 de agosto de 2008

Lilit (V)


(Viene de aquí).

Cuando me levanté a la mañana siguiente la cabeza me dolía horrores y tenía la boca tan seca como la vagina de una abuela devota en misa dominical. Llamé al trabajo para avisar de que no iría, aunque antes tuve que beber como veinte litros de agua. Casi no me tenía en pie, pero por Lilit hice el esfuerzo sobrehumano de llegar hasta el mercado y comprar una lubina de tamaño razonable para dos personas.

Me pasé el resto de la mañana en la cama, dándole vueltas al extraño asunto del mensaje enviado y recibido por mi propio teléfono. Sopesé la posibilidad de que Sandra, durante los segundos que lo tuvo entre sus manos, hubiera reenviado el mensaje a mi número y a continuación hubiera borrado el original, pero esa esperanza era insostenible por la fecha de envío.

Llegué a la siguiente conclusión: al recibir el mensaje, como estaba bastante borracho, manipularía torpemente el teléfono de tal manera que me reenvié el texto y posteriormente borré el original creyendo que estaba borrando la copia. Sí, sin duda era eso lo que había pasado, aunque no pudiera recordarlo.

Claro que había otra posibilidad, pero me negaba a tenerla en cuenta. Ahora mis esfuerzos debían invertirse en prepararme para la visita de Lilit.

Dediqué la tarde a limpiar, fregar, ocultar ropa sucia, perfumarlo todo, poner sábanas limpias... en fin, esas cosas que hacemos los hombres cuando tenemos a la vista una noche de sexo con una mujer que de veras nos interesa. A las ocho y media comencé con los preparativos de la cena. Había tiempo de sobra, pero no cocinaba una lubina a la sidra desde hacía años y antes de eso sólo lo hice en un par de ocasiones, por eso quería ir con calma.

A las diez menos cuarto la lubina me miraba desde el horno con los ojos blancos, lo que según me había explicado una vez Sandra es señal de que el pescado está ya cocido. Apagué el horno y me dispuse a esperar a Lilit seleccionando algo de música entre mi modesta fonoteca, aunque sin atreverme a poner nada en el equipo musical porque desconocía los gustos de mi invitada, y no era plan causarle una mala impresión nada más llegar.

A las diez y media Lilit no había dado señales de vida, así que la llamé. Total, si su marido no estaba con ella no podría enterarse, y por lo tanto a Lilit no le molestaría. Al tercer tono de llamada me atendió la misma voz masculina de la otra vez. Colgué sin decir nada. ¿Tan celoso era aquel tipo que se llevaba de viaje el teléfono de su esposa?

A las once de la noche Lilit aún no había llegado y temí que la lubina me llamara en cualquier momento para pedirme una bufanda.

A las doce yo seguía tan solo como un leproso con ladillas, y la cena estaba más fría que los cojones de un muñeco de nieve.

Antes de acabar jugando al mus con la lubina decidí empezar a beber. Ahora sí que puse música: The end of all hope, de Nightwish, a toda leche, y que le dieran por el saco a los vecinos; jodido yo, jodidos todos. Me emborraché a conciencia, metódicamente, con empeño y eficacia.

Cuando Lilit llegó, a las tres de la madrugada, yo lucía una cogorza de padre y muy señor mío. Lilit dijo como saludo, y supongo que también a modo de disculpa:

-No tenía hambre.

-Bien, por eso llegas a las tres y por eso no me has llamado. Buena explicación.

-No te debo explicaciones. Nunca más te atrevas a pedírmelas.

-Pasa, anda, y discúlpate ante Rodolfa.

-¿Quién es Rodolfa?- preguntó distraídamente mientras entraba en mi casa mirando alrededor.

-Es la lubina. Nos hemos hecho muy amigos durante todo este tiempo.

-Ah. No me gusta el pescado.

-Ahora ya no importa; no podría permitir que alguien se comiera a Rodolfa.

Lilit se abalanzó sobre mí y me besó ansiosa, hambrienta de labios, lengua y saliva. Entre la melopea y el sabor de Lilit casi pierdo la cabeza y olvido mi propósito:

-Para un momento, polvorilla, que tenemos que hablar- dije cogiéndola por los brazos y separándola de mí.

Aquella bailarina misteriosa me miró desconcertada, pero se dejó conducir hasta el salón. La empujé sin miramientos por los hombros y cayó sentada en el sofá. Noté en su mirada que ese trato rudo le había gustado, creo que hasta la excitó. Estando de pie frente a ella se me pasó por la cabeza sacarme la polla y metérsela en la boca, por la fuerza si era necesario, mientras la atraía hacia mí tirándole del pelo. Pero no, tenía que ser fuerte y contenerme; había llegado el momento de la verdad:

-¿Quién eres, perra?- pregunté con toda la autoridad que la borrachera me permitía.

(Continuará, vete a saber cuándo).

miércoles, 6 de agosto de 2008

Lilit (IV)


(Viene de aquí).

Habíamos quedado para almorzar en una pizzería. Alberto me contemplaba con gesto incrédulo mientras le contaba los avatares de la noche anterior. Cuando terminé sonrió maliciosamente, como si conociera un secreto divertido y cruel.

-Adán, amigo mío, ¿tú te crees que yo soy gilipollas?


-¿Por qué dices eso? ¿Qué se me está escapando?

-Mira, yo no sé si me quieres tomar el pelo o si es que eres tonto de remate. Si es lo primero no insistas, porque no me creo nada de esa historia de Lilit. Si es lo segundo... entonces es a ti a quien están tomando el pelo.

Yo no entendía nada y estaba demasiado cansado y resacoso para pensar con claridad. Le pedí que se explicara, pero en lugar de hacerlo me dijo algo aún más intrigante:

-Llamándote Adán deberías saberlo, pero como parece que eres algo lelo (o que te crees que los demás lo somos), te voy a decir que harías bien buscando algo de información sobre esos extraños nombres de Lilit y Asmodeo. Prueba en el oráculo Google, y ya me contarás.

Dicho eso pidió la cuenta. Antes de pagarla y marcharse aún añadió con media sonrisa:

-Lilit, Asmodeo y Adán. Menudo episodio.

Cuando me quedé solo estuve tentado de comenzar mi ritual vespertino de vaciado de vasos, pero la curiosidad pudo más que el vicio y me fui a casa para ver lo que me contaba el omnisciente Google. Y lo que me dijo le daba la razón a Alberto en todo. Para empezar, llamándome como me llamo debería haberme dado cuenta de... la broma, digamos: según la tradición Lilit fue la primera mujer de Adán, pero le salió algo casquivana y prefirió largarse a los infiernos para follar como una descosida con un demonio llamado Asmodeo. Tuvieron muchos demonitos, fueron felices y comieron niños crudos, o lo que coman los demonios y sus putas.

También tenía razón el bueno de Alberto al decir que me estaban tomando el pelo. O eso, o estaba viviendo la más disparatada y asombrosa coincidencia de mi vida. Para ser francos, me inclinaba por la primera alternativa. Seguro que Lilit (o como carajo se llamara) estaba perpleja por mi simpleza al no haberme dado cuenta aún de la burla, pero pronto tendría la oportunidad de desenmascarar a esa bailarina jocosa. Mañana, viernes, la presunta Lilit tenía la noche libre y vendría a cenar a mi casa, cuyas señas le dejé anotadas en un papel que escondió en el sujetador. No habíamos hablado de ello, pero yo contaba con que se quedaría a dormir conmigo aprovechando que su marido iniciaba un viaje de negocios (¡a saber a qué clase de negocios se dedica un demonio, juas!). Además me había propuesto que no bebería nada de alcohol: se iba a enterar esa chiquilla de quién es Adán Navarro cuando está sobrio.

Por la tarde me llamó Sandra. Quería saber cómo me iba con "la amiga imaginaria", según dijo. Fue entonces cuando se me ocurrió demostrarle de una vez por todas que Lilit era tan real como nosotros, aunque usara un alias bíblico.

-Me va bien, graciosilla. ¿Estás celosa, mi vida? Te recuerdo que fuiste tú quién me dio la patada, así que no te veo yo con derecho a ponerte tonta ahora. Bueno, quizá te alegre saber que tiene marido.

-Oh, vaya, qué ligues tan adecuados te buscas, Adancito de mi corazón. ¿Lo has conocido ya? ¿Os montáis tríos?

-No, cabrona, su marido es bastante celoso, por eso no la puedo llamar.

-¡Pues ten cuidado, no sea que su marido resulte ser el malvado Asmodeo! JA JA JA... Ains, hijo, perdona, pero es que el chiste estaba a huevo.

Ante mi silencio añadió Sandra:

-Lilit, Asmodeo; Asmodeo, Lilit. ¿No lo pillas?

-¡Claro que he entendido el chiste! ¿Te crees que soy tan ignorante como para no captar esa estupidez?- uno tiene su orgullo, jolines- Además, me gustaría que tomáramos un café juntos, y así te podré enseñar el SMS que me envió Lilit, para que veas que es tan real como... como...

-¿Como tu halitosis, Adán?

-¿Cómo eres tan cabrona, so zorra?


-JA JA JA... Soy una Montoya, ya sabes.

La muy perversa. El día que me dejó se desahogó bien a gusto, y entre otras mil lindezas me soltó que no soportaba mi "aliento pútrido y pestilente". Hay que ser mala para volver a recordarme una cosa así. En fin, al menos le iba a callar la boquita respecto al controvertido asunto de la existencia de Lilit.

Una hora más tarde Sandra y yo estábamos frente a frente en una cafetería. Llevaba un peinado muy diferente al de la última vez (Sandra es peluquera y creo que se usa a sí misma como muestrario), y además de eso estaba guapísima. No tanto como mi Lilit, pero lo bastante como para hacerme sentir una incipiente erección que frené en seco pensando en aquel día que pillé a mi madre liada con el párroco de mi antiguo barrio. Tras los saludos preceptivos y una advertencia por parte de ella ("como se te ocurra pedir algo con alcohol te dejo aquí tirado, pedazo de subnormal"), pedimos un café con leche para mí y una menta poleo para ella. Sí, es algo pijilla.

-Venga, enséñame eso que me ibas a enseñar. Seguro que es un portento literario la moza esa adúltera que te has sacado de la manga.

-Bah, Sandritilla, no me jodas. Es un simple mensaje de teléfono escrito de la manera habitual, ya sabes. No me vayas a tocar la moral burlándote de las formas. De lo que se trata es de demostrarte que Lilit existe, y punto.

-Tú flipas. Que sepas que he venido sólo para asegurarme de que estás bien. Lo del SMS me suda el coño, entre otras cosas porque no constituye prueba de nada: te lo puede haber enviado cualquiera.

-Confía en mí un poquito, ¿no? Para mí que los celos te corroen el alma, y por eso te muestras tan escéptica.

Se rió. Sandra se rió mucho inmisericordemente, e incluso diría que también sinceramente. Busqué el mensaje de Lilit:

"El d ants era m pdre,no le gusta q m yamen.No m yames + a ste nro,yo t ymare a ti.Vienes a Saurion mñana?TQ".

Triunfante puse mi teléfono ante la cara de Sandra. En un rápido movimiento me lo arrancó de las manos y se puso a teclear como una posesa -una endemoniada, uhm, me acosaban los demonios- y temí que intentara borrarlo."¡No, es lo único que tengo de ella!", grité. Un segundo después era Sandra quien repetía mi gesto triunfal y sostenía el celular ante mi cara. Al principio no entendí lo que ocurría. Cuando vi el problema Sandra ya se había marchado dejando intacta su menta poleo. "¡A una Montoya no le tocas tú los cojones!", dijo al levantarse.

Yo tampoco bebí el café, sino que llamé al camarero para pedirle un whisky. No sé qué explicación podía tener, pero en el mensaje de Lilit el número del remitente coincidía con el del destinatario: el mío.

(Continuará, cuando me venga bien).

lunes, 4 de agosto de 2008

Lilit (III)


(Viene de aquí).

Al día siguiente lo pasé bastante mal en el trabajo. La resaca era atroz, pero la ilusión de volver a ver en unas horas a Lilit me mantuvo animoso y moderadamente despejado. Además, el zumo de las naranjas recién exprimidas en combinación con las aspirinas obra milagros.

A eso de las nueve de la noche estaba listo para ir a Saurion. Las discotecas me parecen lugares ruidosos y nada acogedores, por eso solamente las visito cuando estoy algo bebido, de manera que tomé en casa un par de whiskys para ir calentando motores. Tal vez fueron tres, o puede que cuatro whiskys.

Eran pasadas las diez cuando un taxista parlanchín y futbolero me dejaba en la puerta de Saurion. Uno de los porteros que había visto con Lilit la primera noche -¿por qué pensaba en él como en un demonio?- me franqueó el paso con displicencia y con esa cara de asco que ponen si no eres una mujer. Dentro todo era ruido, humo, y penumbra atravesada por luces estroboscópicas. En las gogoteras bailaban un par de maromos medio desnudos y aceitosos flanqueando a una rubia putirina. Ni rastro de Lilit.

Acodándome en la barra pedí un DYC con cola e interrogué al camarero:

-Oye, perdona, ¿a qué hora viene Lilit?

-¿Quién?

-¡Lilit! ¡La pelirroja que... que baila aquí!- vociferé para hacerme entender sobre el estruendo de la sala.

-¡Ni idea, macho! Aquí trabajan un montón de gogós y algunas estrípers. Por el nombre no me suena.

-Es una pelirroja, alta, con los ojos verdes.

Bah, creo que ni me escuchó, simplemente salió disparado para atender a otros clientes. Pues bueno, a esperar y a vaciar vasos mientras tanto.

No sé el tiempo que pasó ni los vasos que vacié hasta que la vi. Tampoco sé por dónde había entrado, pero allí estaba, en una de las gogoteras, espectacular, dolorosamente bella y lasciva. Levanté mi vaso hacia ella y me devolvió el saludo con una sonrisa deslumbrantemente blanca. Luego, cuando comenzó a desnudarse y a recibir aplausos, silbidos y sátiras proposiciones, opté por darle la espalda y concentrarme en mi copa. Algún día, estaba seguro, Lilit sólo se desnudaría para mí.

Mucho tiempo y muchos vasos después Lilit se situó a mi lado. Vestida, sudorosa y más deseable que nunca me pidió que nos marcháramos. Al salir besó fugazmente en los labios al portero (al demonio). Odié a ese tipo con toda mi alma, pero no dije nada porque supuse que un novio celoso no es lo que querría una chica como Lilit.

-Antes de que me lo propongas, Adán, te advierto que esta noche no vamos a follar, ¿lo aceptas?

-Claro, qué remedio, cielo. De hecho creo que estoy demasiado borracho para esas cosas.

-Además- añadió Lilit agachando la cabeza- tengo que contarte algo. Prométeme que no te enfadarás.

Lo supe. Lo supe antes de que me lo dijera ella. Aún así lo dijo:

-El hombre con el que hablaste, el que te dije que era mi padre, es mi marido.

Intenté tomármelo con entereza. Nos quedamos callados unos minutos paseando cogidos de la mano, y cuando ya no puede aguantar más le escupí una batería de preguntas:

-¿Tenéis hijos? ¿Lo quieres? ¿Cómo se llama?

-No tenemos hijos, y es obvio que no lo quiero, ¿no crees?

-Yo no sé qué creer ya de nada, Lilit. ¿Y respecto al nombre? ¡Necesito saberlo!

Lilit dudó. No parecía gustarle la idea de pronunciar el nombre de su marido ante mí, pero finalmente dijo casi inaudible:

-Se llama Mode.

-¿Modesto? Qué gracioso- respondí irónicamente.

-No. Asmodeo- me corrigió Lilit muy seria.

(Continuará, cuando me salga del níspero).

sábado, 2 de agosto de 2008

Lilit (II)


(Viene de aquí).

Oír aquello me dejó sin palabras, absolutamente desconcertado. Es verdad que bebí hasta el punto de tener varias horas en blanco, pero recordaba perfectamente la cara de Lilit, su voz, su cuerpo y sus tatuajes: en el trasero una bruja volando sobre escoba; en uno de los pechos un pequeño corazón partido; en la cadera una rosa con largo tallo espinoso.

-Te han engañado, Sandra. Alguno de tus amigos a los que nunca caí bien debió de verme anoche, y la verdad es que yo no estaba muy católico. Habrá aprovechado eso para inventar ese cuento de verme practicando soliloquios.

-¡Tres, Adán! Me lo han dicho tres personas distintas en tres llamadas independientes.

-Vale, dime una cosa: ¿se conocen entre ellos?

-Pues sí, pero eso no tiene nada que ver porque...

-¡Están conchabados! ¿Es que no lo ves?- interrumpí a gritos y con la aguja del pacienciómetro en la zona de reserva.

Sandra secaba sus lágrimas con uno de esos pañuelos de papel perfumados que siempre lleva encima. Supongo que aprovechó esos segundos para pensar su respuesta:

-No, Adán, no. Una de esas personas ha sido Alberto, tu amigo Alberto. Por cierto, está muy preocupado por ti, así que llámalo o algo.

Entonces sí que me quedé sin palabras. Conozco a Alberto desde la guardería. Siempre se llevó bien conmigo y fatal con Sandra. Tan asombrado me quedé que no respondí a la despedida de mi ex novia. Allí estaba yo, plantado en mitad de una acera, con unas ganas locas de tomarme un par de cubatas y poner en orden las ideas.

Entré en uno de esos bares de jubilados. Ya saben, dominó y chatos de vino. Pedí un whisky a palo seco, sin hielo. Después otro. Luego otro. Lo bueno de esos establecimientos es que son baratos, de modo que pedí un cuarto whisky.

Mientras volvía a casa llamé otra vez a Lilit. Su teléfono estaba apagado. Finalmente me atreví a llamar a Alberto. Creo que me debía alguna explicación.

-Hola, Adán. Imagino que ya has hablado con Sandra. Tío, perdona que no te llamara a ti antes, pero es que como anoche estabas... así, pues pensé que lo mejor era...

-No te enrolles, Alberto. Empieza a largar por esa boquita. ¿Cuándo, dónde y con quién me viste?

-¿No... no te acuerdas, colega?

-¡No, joder, no recuerdo haberte visto! ¡Venga, cuéntame y no me toquéis más las pelotas entre todos!

-Mira, tío, creo que has bebido. Mejor hablamos en otro momento. Yo te llamo mañana, ¿vale?

-¡NO, NO VALE!- pero ya era inútil gritar, porque Alberto había colgado.

Seguí bebiendo, esta vez en un pub con música suave y gente joven que jugaba a los dardos o charlaba en las mesas. Yo me quedé en la barra y llamé insistemente a Alberto, hasta que vi que había apagado el teléfono. Eso me recordó el teléfono apagado de Lilit y volví a llamarla por si acaso. Esta vez hubo suerte... o no.

-¿Quién es?- respondió una voz de hombre.

-Eh... Hola, ¿puedo hablar con Lilit?

-No conozco a ninguna Lilit.

-Pero ella me dio este teléfono.

-Se habrá equivocado.

Seguí bebiendo, y no puedo decir que me encontrara mal por todo este lío. Después de tantas copas me sentía optimista. Todo debía de tener una explicación sencilla y yo la iba a encontrar, seguro. Quizá me equivoqué al tomar el número de Lilit, no sería raro teniendo en cuenta que yo estaba muy borracho cuando me lo dio. Sólo tenía que volver a esa discoteca y preguntar por ella. Puesto que trabajaba allí no habría ninguna dificultad en localizarla.

Sí, me sentía pletórico de esperanzas e ilusiones. No sólo iba a desmontar el embrollo sino que además iba a conquistar a Lilit. Esa mujer me había dado fuerte, y aunque yo sabía que no era una chica aconsejable para nadie la verdad es que me gustaba como nunca me había gustado ninguna otra. En esas ilusas divagaciones andaba cuando sonó mi teléfono. El corazón me pegó un salto y recibí un chute de adrenalina... pero era Alberto.

-Mira, Adán, te lo voy a decir claramente: anoche estabas ciego perdido. Quise llevarte a tu casa, pero no dejabas de hablar al vacío, como si hubiera otra persona delante. Llamabas Pili o algo así a tu amiguito imaginario.

-Lilit, se llama Lilit... y... no... es... imaginaria- respondí muy lentamente aguantándome la rabia para evitar que Alberto me colgara de nuevo.

-Bueno, como sea. El caso es que intentaste pegarme y me gritabas "¡tú eres otro de los demonios!, ¡tú eres otro de los demonios!" Así que pasé de ti y esta mañana he llamado a Sandra, por si ella puede hacer algo.

-Oye, Alberto, esto es una locura. ¿Dónde me viste?

-En la calle, frente a la discoteca Saurion.

Aquello me animó. Las piezas encajaban y me empecé a reír como un loco. Antes de que Alberto perdiera la paciencia intenté explicarme:

-Jajaja... ¡Claro, tonto! La conocí allí, en la misma puerta, porque ella había terminado el curro. Es que trabaja en Saurion, ¿sabes? Jajaja... Ya nos íbamos, pero ella tuvo que entrar a por el bolso, y en ese momento llegarías tú, jajaja... ¿Ves, coleguita? ¡No estoy loco!

-Adán... Yo no sé si esperabas a alguien, pero cuando te vi hablabas solo, y lo del demonio...

-¡No me jodas, hombre! Estaba muy borracho. Claro, diría y haría muchas tonterías y, joder, es que no me acuerdo de nada de eso, pero... Que no, que no, que la borrachera no sería para tanto, tío, porque anoche eché el mejor polvo de mi vida. Ya te la presentaré, verás qué mujer...

-Ehm... Sí, Adán, vale. Oye, tío, cuídate, eh. En serio.

-¡Bah, la vida me va de perlas! Ven, tómate una copa conmigo, que te tengo que contar un montón de cosas de Lilit.

-No, Adán. Mañana curro, y creo que tú también. Hasta luego, y cuídate un poco, anda.

Bien. Claro que me vio solo, el bueno de Alberto. Supongo que yo estaría canturreando de felicidad, y también por la desinhibición alcohólica, y el pobre creyó que me pasaba algo malo. Je, qué tío más majo. Decidí que al día siguiente volvería a la Saurion, y Lilit se reiría mucho con todas estas confusiones, sí. Lo celebré por adelantado pidiendo otra copa.

Creo que fue entonces cuando recibí en mi celular aquel mensaje escrito:

"El d ants era m pdre,no le gusta q m yamen.No m yames + a ste nro,yo t ymare a ti.Vienes a Saurion mñana?TQ".

Mi inmediata respuesta fue:

"Cuenta con ello. Yo TQ más aún. Tengo que contarte algo muy divertido".

(Continuará, cuando me venga en gana).