Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 18 de agosto de 2013

Egoísmo y reproducción


   Quise que esta entrada se titulara "Egoísmo y reproducción: por qué y cómo la Iglesia Católica nos vende la moto", pero mi editor consideró que era un título demasiado largo y que además, mientras gobierne el PP al menos, no conviene meterse con la Santa Madre Iglesia. Aunque estoy en desacuerdo con las cortapisas editoriales, debo reconocer que tampoco tengo ganas ni tiempo para escribir un ensayo serio sobre la relación que existe entre las religiones -cualesquiera que sean- y la tasa de fecundidad. Así que voy a descargar aquí una simplona entrada sin más aspiración que la de alcanzar cuatro Pulitzer y siete Nobel.

   Estoy hasta los mismísimos cojones de que me tachen de egoísta por negarme a procrear. Es un argumento muy habitual entre fanáticos religiosos, tarambanas cubiertos por la fortuna paterna y descerebrados varios: "Oh, qué egoísta eres, que no quieres cuidar a bebés, porque eso exige esfuerzo y dedicación de recursos", vienen a decir, los muy pérfidos. Ya, claro. Veamos quiénes lo dicen:

   A) CLÉRIGOS: A estos no debería ni molestarme en refutar, pues los muy cobardes, al menos en el catolicismo, exigen la procreación descontrolada... ¡para los demás! Y mientras tanto ellos se asientan en una cómoda y ficticia castidad (no caeré en la puya oportunista de hablar ahora sobre esos asuntillos anecdóticos de dos o tres curas que no supieron guardar la chorra bajo la sotana y se desahogaron con niños...) Qué fácil es hablar de procreación cuando la cosa no va contigo, ¿verdad, compadre? De todos modos, los clérigos viven del negocio de la religión, y para ello necesitan carne fresca, personitas de mente vacua que puedan llenar de mitos y miedo, sobre todo de miedo. Viven de eso mis amigos los sotánidos, y por lo tanto su opinión está viciada de parcialidad desde el comienzo. No hablaré más de ello.

   B) ESOS (IN) FELICES PADRES: Míralos, tan entregados y tan contentos, gritando a sus vástagos hasta desgañitarse mientras no pueden reprimir que el color verde-envidia les cubra el rostro cuando te ven hacer esas cosas que tú haces y que ellos no pueden ya ni soñar. No daré más detalles sobre este triste y digno de conmiseración grupo humano porque tengo gente cercana que pertenece a él y tampoco es plan hundirlos más de lo hundidos que me consta que están. Lo que sí debo añadir es que no hay que tomarlos en serio cuando te animan a tener hijos, pues lo hacen bajo esa creencia según la cual el mal de muchos aporta consuelo.

   C) EL IRRESPONSABLE PICHABRAVA: También conozco a alguno de estos repugnantes seres humanos. Se trata de un hijoputa al que se la suda lo que pase con ese nuevo ser que concibe de manera irresponsable, espontánea y que por su momentáneo placer de un orgasmo justifica 80 años de vida sufriente en un nuevo ser del que nunca querrá saber nada.

   D) EL IRRESPONSABLE PICHABRAVA CON PAPI ADINERADO: Otro repugnante ser humano. Este, contrariamente al anterior, actúa con premeditación y embaraza a mujeres -hay que aclarar que normalmente se le ofrecen y también ellas van buscando el embarazo de este tipo de personajes- sabiendo lo que hay y dando por hecho que va a engendrar un nuevo bastardillo del que no va a tener que ocuparse, pues para eso está la fortuna de papá. Conozco indirectamente a uno especialmente prolífico, y créanme si les digo que por nada del mundo querría parecerme a él.

   E) LA FEA: Es esa mujer extraordinariamente fea, gorda y repulsiva, que un día, por un impensable azar, folló con un desconocido en extremo grado de embriaguez. Increíblemente se quedó preñada contra todo pronóstico, y ahora la muy puerca va por la vida dando lecciones de fecundidad y generosidad, y no deja de repetir que ese monstruo que ha parido es lo más bonito del planeta. En realidad no lo quiere, y además esa criatura está condenada a una vida dura de rechazo, pero a la madre no le importa nada de eso porque se siente supermujer y megahembra al haber alumbrado un nuevo cacho de carne.

   F) LA PUTA: A este tipo de mujer, lamentablemente, la conocí bien. Se trata de un tipo de hembra cuyo coño está en venta, siempre. El ejemplar concreto que conocí abortó voluntariamente varias veces porque los padres de esos embriones no anunciaban el nivel económico que ella esperaba (además de ser delincuentes como ella misma), pero cuando dio con el IRRESPONSABLE PICHABRAVA CON PAPI ADINERADO no se lo pensó y decidió quedarse encinta, y de esta manera su hijo es hoy en día un seguro económico para su madre, y eso es realmente lo único que le interesa a la madre según sé por muchos motivos que contaré otro día.

   Quizá se me olvide algún caso sobre los motivos egoístas que tiene la gente para procrear, pero ahora toca explicar por qué yo considero que es una actitud mucho más generosa el negarse a tener hijos:

   Soy un ignorante, y debemos partir de ahí. Dicho esto déjenme decir que soy plenamente consciente de que no sé una mierda. Pero sin salirme de la submierda que he descubierto, tengo que decir que me siento infinitamente insignificante cuando me adentro en unas buenas páginas de biología y empiezo a comprender lo que es la evolución y en qué irrelevante lugar me coloca eso como ser humano... ¿Y si hablamos de cosmología? Entonces la palabra "insignificante" resulta hasta demasiado grande. Por eso, permítanme decirles que:

   Yo soy demasiado insignificante y consciente de serlo como para desear perpetuar mi herencia genética, y tampoco considero que mis genes tengan nada de especial que me obligue moralmente a perpetuarlos. Y todos los que lean esto, y quienes no lo lean, TAMBIÉN son demasiado poquita cosa como para insistir en la reproducción. No somos NADA, salvo un accidente sumamente improbable en el Universo.  Lo que pasa es que la mayoría de las personas no se dan cuenta.

   Lo que este cabeza de chorlito observa, es que tras cada razón para tener hijos hay un motivo interesado por parte de alguien. Y normalmente ese motivo es bien mercenario.

  No volváis a hablarme de intereses egoístas para tener hijos... ¡y que os den por el Santo Orificio!

viernes, 16 de agosto de 2013

¡Pues claro que las había olvidado!


   Hace mucho tiempo, cuando este cabeza de chorlito estudiaba en un instituto politécnico militar y todavía era demasiado joven para saber que... -para saber lo que ahora sé, en fin, y no entremos en detalles que ensuciarían esta entrada-, sucedió un episodio que alguna vez debía ser escrito. Se lo debo a alguien: 

    Yo había estado pasando un puente en el hogar familiar, a unos setecientos kilómetros del instituto. Llegó el momento de hacer la maleta y prepararme para embarcar en el autobús que me llevaría de vuelta al politécnico. Se sucedieron los besos de rigor y la indefectible pregunta de mi padre, que siempre está atento al menor detalle: "¿Seguro que no te dejas nada, Leo?" "No, papá, lo llevo todo", fue mi convencida respuesta. Había dejado en casa unas botas en buen uso pero que no eran reglamentarias y sobre las que ya me habían llamado la atención alguna vez. Se trataba de unas botas de apariencia militar pero con un acabado diferente y con  unas correas de sujeción en la caña que no se correspondían con las que nos proporcionaba el ejército, siempre tan uniformado hasta en los más insignificantes detalles. Por eso las dejé en casa, y por eso inicié mi vuelta sin pensar en esas botas que había dejado intencionadamente, porque además en el instituto tenía uno o dos pares perfectamente reglamentarios esperándome.


   A mitad de camino, cientos de kilómetros y varias horas después, el bus se detuvo en el lugar de siempre para que conductor y viajeros pudiéramos comer. Y allí estaba mi padre, sosteniendo una bolsa de plástico y diciendo triunfalmente ante mi asombro: "¡Leo, hijo, que te has dejado las botas!".


   Me imagino a ese hombre, a mi padre, llegando a casa tras despedirme en la estación de autobuses. Lo veo dando una vuelta de reconocimiento por mi dormitorio recién abandonado y abriendo los armarios, por si acaso. Lo veo descubriendo ese par de botas -recuerden que entonces los teléfonos móviles no estaban popularizados- y gritanto horrorizado: "¡MARUJA, VOLVEMOS AL COCHE, QUE LEO SE HA DEJADO LAS BOTAS Y LO VAN A ARRESTAR!". Veo a ese hombre metiendo apresuradamente las botas en una bolsa de basura, corriendo a su Ford, gritándole a su esposa que se dé prisa... Veo a ese matrimonio volando por alcanzar el autobús en el que viaja su hijo aunque saben que les lleva ya una media hora o más de ventaja... Veo a ese conductor, mi padre, que siempre ha sido respetuoso con los límites de velocidad saltándoselos sin el menor arrepentimiento, ¡porque todo vale menos en ese momento que la integridad disciplinaria de su hijo!


   Lo logró. Cuando salí del bus para comer, ahí estaba mi padre, sosteniendo una bolsa de basura y exclamando: "¡Leo, hijo, que te has dejado las botas!"


   Creo que le dije, poco más o menos, que no debía haberse preocupado, y que esas botas no me servían, y que tenía otras. Papá y mamá volvieron a su Ford, con la bolsa de las botas viejas, y emprendieron la vuelta de su odisea de unos setecientos kilómetros por una botas que nadie quería. El resto de mi viaje lo pasé aguantándome las ganas de llorar, y no por tristeza, sino por puro agradecimiento que no sabía cómo corresponder.


   Ahora, más de veinte años después, y aunque esto no lo vayan a leer mis padres, debo confesar que aquellas botas eran fundamentales. Hicieron muy bien intentando que las recuperara, por supuesto que sí. Gracias a ese gesto sé un poco más sobre el amor y el sacrificio. Por eso, sin duda, debo gritar a los cuatro vientos que yo me olvidé esas botas. Y ojalá que cada vez que alguien se olvide unas botas viejas, haya otra persona dispuesta a llevárselas. Contra viento y marea, y hasta donde haga falta.