Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

viernes, 30 de julio de 2010

Linda habanera podrida

Qué bien suena...


...y qué mal huele:


Soy balear y alicantino


Soy canario y valenciano


Soy la fuerza catalana


Soy de la huerta murciana


Yo soy vasco y soy de Asturias


Soy…


Soy de España y soy de sol


Soy de mar y soy de tierra


Soy la octava maravilla


que puso Dios sobre la tierra


Soy de España y soy de sol


Soy de mar y soy de tierra


Soy la octava maravilla


que puso Dios sobre la tierra


Soy el alma de Castilla


de Navarra y de Aragón


Soy la sal de Andalucía


Soy gallego y de León


Soy la recia Extremadura


Soy…

domingo, 25 de julio de 2010

El chiste del año


Jo jo jo... Me parto el orto con las ocurrencias que tiene la basca. Yo es que me troncho, de verdad. Tal mezcla de humor y real sabiduría me provoca unos ataques de risa que no pueden ser ni buenos, oye. Es una risa puñetera, así como atravesada y canalla, pero risa al fin y al cabo.

Y es que, ya puestos a que se rían de este menda, prefiero empezar por hacerlo yo.

¿Cómo no se nos ocurrió antes esta definitiva solución?
.

sábado, 24 de julio de 2010

¡Confesad, malditos!


A ver, cuidadito con sacar conclusiones simplonas de lo que viene a continuación, ¿vale?, que yo no estoy majareta ni nada de eso:

Un amigo -hola, tú, se te saluda- me contaba hace años que cuando iba por la calle, al cruzarse con desconocidos le resultaba inevitable imaginar que les reventaba la cabeza con una escopeta. Otra amiga (quien por cierto murió en extrañas circunstancias no hace mucho, mientras estaba embarazada) no ocultaba su fijación por fantasear con atracar el banco cada vez que se veía en una oficina bancaria, y no era por el dinero, sino por el gustazo de sacar una pistola y someter a toda aquella gente, ya fueran empleados o clientes.

Pues a mí, desde hace algunos años me pasa algo parecido. Cada vez que veo un grupo de gente más o menos numeroso lo primero que pienso es en lanzar una granada en medio del grupo. Si se trata de una muchedumbre, como en una manifestación o algo así, ya no pienso en arrojar una granada porque se quedaría algo escasa para mi gusto, y entonces imagino cargas de abundante explosivo. No sé, unos diez kilos de PG-2 por cada mil congregados o cosa así. Me imagino el efecto y hago conjeturas macabras: tantos muertos (vaya desde aquí mi pésame a los deudos); tantos mutilados (angelicos míos, desgraciaos pa to la vida) ; tantos heridos graves (esperemos que no les queden secuelas incapacitantes) ; tantos leves
(les deseo sinceramente una rápida recuperación); tantos ilesos (cabrones afortunados)...

Esto, y lo digo en serio, nada tiene que ver con mi misantropía; de hecho incluso cuando me siento en paz con el mundo, en armonía con el cosmos, en comunión con la humanidad y en pollas en vinagre, sigo fantaseando con volar a gente, con escachar personas y con descuartizar seres humanos.

Ahora, por si alguien lo duda, debo aclarar que yo no deseo hacer una cosa así; simplemente no puedo eludir esas imágenes de cuerpos desmembrados en mi cabeza de chorlito cada vez que veo a gente reunida. A lo mejor es por eso que no me siento cómodo en las aglomeraciones.

Sospecho que todos tenemos ideas más o menos psicópatas,
al igual que mi amigo el reventador de cabezas o que mi difunta amiga la atracadora de bancos, pero pido confirmación (o refutación, so aguafiestas): ¿Os pasa a vosotros algo así? ¿Me contaríais vuestras perturbadoras ensoñaciones mediante los comentarios?

Gracias muchas.

viernes, 23 de julio de 2010

¿Y a usted qué tal?


Ya sabrá el lector habitual que recientemente me he quejado varias veces de esa costumbre de hablarme de usted que de un tiempo a esta parte noto en los comentarios. Me toca los perendengues que gente con la que tengo mucha confianza, o gente con la que me gustaría tenerla, se dirija a mí como si yo fuera un señor mayor o un académico venido a menos. Todo eso me suena a cachondeo, y como soy muy sensible y susceptible pues me encabrono, claro.

Sin embargo mi disgusto no debe entenderse como una oposición al empleo del usted. Lo que pasa es que me incomoda ver ese tratamiento entre comentarios donde para mí prima el desenfado y el humor. Dicho esto quiero aclarar que en mi vida extrablogosférica me tomo muy en serio la educación y soy generoso en el empleo del usted, hasta el punto de llegar a ser inoportuno como demuestra la siguiente anécdota tan real como que mi gato se llama Gusifluky:

Allá por el año 1996 yo estaba destinado en un lugar de características inusuales donde los militares profesionales éramos bichos raros, de hecho yo era el único cabo profesional. Por profesión y jerarquía me sentía más cercano a los cabos primeros que a cualquier otro militar, pero eso no me hacía olvidar que los cabos primeros eran mis superiores jerárquicos, y aunque ellos me daban toda la confianza del mundo mi sentido de la autoridad me impedía tutearlos o llamarlos por sus nombres; para mí todos se llamaban "mi primero", por mucha confianza que tuviéramos y por más que ellos se quejaran.

Estando así las cosas una noche me fui de putas con cierto cabo primero (por entonces yo era un impenitente putero, circunstancia de la que hoy abomino), y tras escoger mi jefe inmediato una lumi de su gusto y yo otra del mío llegó el momento de irnos a fornicar a las habitaciones que para tal menester están. Pero -oh, infausta suerte- aquella fatídica noche todas las habitaciones estaban ocupadas salvo una con dos camas. A mi pesar acabamos allí el cuarteto de meretrices y milicos. Cero intimidad; cien confianza.

Luego, en la plenitud de la actividad percutiva, mi querido compañero y jefe tuvo la ocurrencia de preguntarme qué tal me iba, ¡como si no lo estuviera viendo! Y yo, muy disciplinadamente, le respondí sin detener la percusión:

-¡Muy bien, mi primero! ¿Y a usted qué tal?

Sabiendo esto se entenderá que acepte el usted sin que ese tratamiento excluya la confianza, la intimidad, el compadreo incluso. Claro que lo acepto, pero no me gusta en los comentarios de este blog.

A lo mejor, después de todo, lo que pasa es que yo quisiera tratar de usted solo a aquellos con los que me he follado a putas en la misma habitación. Ellos son "ustedes"; los demás son "vosotros".

Cuando me llamé Elisa




Hace unos diez años conocí a una pianista. No sé qué idea tendrán ustedes de las pianistas, pero la que yo conocí era guapa, esbelta, con larguísimas piernas de mujer atlética y el pelo rapado casi al cero. Era una pianista que se estaba formando para ser soldado y de la que dejé de saber cuando ya como soldado profesional se fue destinada ni más ni menos que a Regulares. "A mis padres les hacía mucha ilusión que yo fuera pianista, y la verdad es que me gusta la música y disfruto tocando el piano, pero lo que a mí me va es la vida militar", me confesó aquella chica durante una noche de copas, sin saber todavía lo que realmente es la vida militar. Yo le dije que la música de piano no estaba entre mis favoritas, salvo, claro está, el Para Elisa de Beethoven.

Poco después me invitó ilusionadísima a recibir un pequeño concierto personal: "¡Este sábado por la noche no están mis padres y queda usted invitado a escuchar su apreciado
Para Elisa interpretado en vivo por una pianista novel!". Este cabeza de chorlito podrá serlo cuanto ustedes quieran, pero no tanto como para rechazar esa apetitosa oferta.

Llegó la noche del sábado y mi amiga la pianista me recibió muy formalmente. Parecía otra, tan estirada y cursimente ataviada con aquel vestido negro y largo como de concertista famosa, y tocó solo para mis oídos
Para Elisa, y yo me sentí muy grande y eché de menos un frac que haberme puesto para la ocasión.

¡Puaj! A partir del segundo párrafo todo es mentira. En verdad la muy cabrona no tecleó en el piano nada para mí.

Eso sí, es de justicia reconocer que la muy cachonda follaba como una diosa.

¡Pues no, también eso es falso! Coño, lo único verídico de esta entrada es el primer párrafo. ¿Pero y lo bien que me lo he pasado escribiendo todos los demás?


martes, 13 de julio de 2010

Autocontrol




Hoy paso otro de esos ratos tan frecuentes en mi vida en los que, por decirlo de un modo suave, no me apenaría nada saber que el universo se va a ir al carajo dentro de una hora. Hasta me alegraría saber que tal cosa va a pasar, oye. Como no me gusta ir contándole mis penas a nadie, porque imagino que cada cual tiene bastante con las suyas y me parece una descortesía inexcusable ir por la vida cargando a los demás con mis miserias (ojalá todo el mundo fuera tan considerado), lo que yo hago en tales momentos es sentarme frente al teclado y escribir, escribir y escribir. Me pongo los auriculares, busco algo de música -hoy toca Loreena McKennitt-, y cigarrillo tras cigarrillo y cerveza tras cerveza pulso teclas con el índice de la diestra y el dedo medio de la siniestra.

Muchos de los escritos que vomito en el estado misantrópico en el que ahora me encuentro nunca llego a publicarlos; otros se publican en un impulso y quizá sean eliminados tras unas horas de vérselas con un par de lectores escandalizados (o complacidos, que de todo hay). En otras muchas ocasiones acabo escribiendo breves cuentos salpicados de ácido humor negro que no se pueden escribir en papel porque la celulosa se disuelve ante tanta acidez. Y hay veces que publico provocadoras entradas con el único fin de indignar a alguien, como si eso me sirviera para sobrellevar mejor mi rabia, mi desprecio... o mi miedo.

O puede que me dé, cuando me siento como ahora, por dejar demoledores comentarios en otros sitios desechando toda empatía hacia el autor del blog. Ya he perdido la cuenta de las bitácoras que han desaparecido de la Red tras un flamígero comentario mío, y no lo digo con orgullo, pues si bien algunos de esos blogs eran basura no menos cierto es que sus autores debían de ser personas en extremo sensibles para cargarse la ilusión de meses o años por un párrafo de este cabeza de chorlito. La verdad es que lo lamento, pero sería un hipócrita si pidiera perdón, porque sé que volveré a hacerlo, y porque pienso que cuando uno expone sus textos al público debe tener huevos para apechugar con lo que le venga.

Pero hoy me preguntaba si sería capaz, estando tan encabronado, de vencer el asco y el desprecio que me provoca la humanidad y escribir por una puñetera vez algo que no sea perverso, cruel, cínico. Todo un reto emocional. Autocontrol, Leo, autocontrol. Podemos hacerlo. Cierto es que nada nos impide desahogarnos como mejor nos parezca, y para eso creamos este terapéutico blog; pero intentemos el ejercicio intelectual -¿o emocional?- de ir más allá. Adelante:

Me gustan mucho los cambios que recientemente he provocado en mi existencia. He ganado mucho en calidad de vida, pero sobre todo me alegra comprender que realmente lo he hecho por mis padres. Se lo merecen, joder. Me preocupaba que se preocuparan por mí.

Me gusta llamar a mis padres por el placer de escucharlos y saber que están bien; se acabó eso de pasarme dos meses sin oírlos, negándome a atender sus llamadas por miedo a lo que puedan contarme o por miedo a lo que pueda contarles.

Me pareció sorprendente pero me gustó mucho escuchar a mi madre nerviosa y muy interesada el domingo por la inminente final del Mundial de fútbol. Fue gracioso.

Me encanta darle un sorpresivo beso a los pocos compañeros que quiero -y que sé que me quieren- y observar disimuladamente y como sin darle importancia sus reacciones. Sí, ya sé que suena a mariconada y tal, pero es un experimento muy útil para conocer a las personas según cómo actúen en ese trance.

Disfruto hablando con una compañera que, sin ser mi tipo sexual, me inspira un enorme cariño y me infunde ganas de abrazarla constantemente.

Me gusta ver reír a mi jefe directo, aunque raramente sea yo quien le provoque la risa.

Me ha encantado que hoy, mientras veía la película
Malditos bastardos, mi inquieto gato haya pasado diez minutos dormitando y ronroneando sobre mi regazo (es muy raro que él pase tanto tiempo pegado a mí).

Me gusta levantarme por la mañana y encontrarme a Gusifluky medio dormido en el lavabo, y me gusta verlo salir de ahí y desperezarse cuando abro el grifo para lavarme la cara, y más aún me gusta verlo jugar con los cordones de las botas mientras intento anudarlos a pesar de sus ataques.

Me alegran las sonrisas de esa camarera desde la terraza de enfrente mientras bebo un gin-tonic en la competencia. Y me alegra que esté embarazada.

Me gusta salir a cenar con el gordo cabrón, charlar con él y saber que queda gente buena. (El gordo cabrón es un ex legionario que no tiene nada que ver con los tópicos legionarios).

Me divierte ofrecerle "morcilla" a la puta pelirroja cuando me la encuentro corriendo por Camposoto y que ella sonría. (La puta pelirroja es un ex boina verde que... bueno, sí tiene algo que ver con los tópicos sobre Operaciones Especiales).

Me alegra el reconocimiento a mi honradez que supone que los camareros del Hogar del Soldado, cuando he pedido un café y descubro que no llevo dinero encima, me digan: "Kowalski, contigo no hay problema; tú lo que quieras".

Empiezo bien el día cuando puedo darle una latita de comida para gatos a una gata que ronda todas las mañanas por la zona donde mi querido Miguelito me recoge para ir al trabajo (ssshhh, que no se entere de esto Gusifluky).

Vale. Habría más que decir (muuuucho más), pero ya me he demostrado a mí mismo que aun estando muy encabronado puedo vencer la tentación de ser destructivo.

Y mientras tanto el universo no se ha ido al garete. Lástima, otra vez será.

domingo, 11 de julio de 2010

NÚMERO OCULTO (IV)


(Viene de
aquí).

Podría haber sido peor; podría haber interpretado el papel de perra en celo para sonsacarle alguna pista al tipo misterioso del número oculto -"Hola, cariño, me pillas calentísima y estoy tocándome esto tan húmedo que tengo entre los muslos. Háblame de ti, cielo, dame detalles para sentirte cerca, muy cerca"- y que su interlocutor resultara ser su madre en lugar del hijoputa anónimo.

Solo de pensar en esa posibilidad se le ponían los pelos de punta. María Dolores Cospedal, la madre de Lola García, también fue administrativa en Mucangrios Ibéricos, aunque para cuando Lola entró en la empresa ya hacía mucho que su madre estaba retirada. Doña María Dolores fue una eficiente empleada de MUCANGRIBER S. A., y como eran otros tiempos, además del papeleo inherente a su puesto de administrativa tenía que ayudar en la alimentación y desparasitación de los mucangrios, que como todo el mundo sabe comen como limas sordas y son propensos a las infestaciones de lombrices, piojos, ladillas, pulgas, garrapatas y -¡vade retro!- los temibles langostinos epidérmicos. Por eso la pobre mujer se volvió medio loca, convirtiéndose en pensionista de salud delicada desde los 35 años (¡el sueño de todo gaditano!), de modo que Lola podría haberla matado del disgusto si la hubiera confundido con el anónimo llamante.

Afortunadamente no había sido doña María Dolores la víctima del exabrupto telefónico de Lolita, pero al pensar en su madre Lola se acordó de que hacía casi dos semanas que no hablaban, y con la firme intención de visitarla ese mismo día al salir del trabajo llegó a la granja y le dio el café a María.

-Lola, este café está frío- dijo su compañera sin dar las gracias.

-Más frío está tu coño y tu marido no se queja- respondió Lolita, que era así de simpática a veces.

A continuación Lola se metió entre pecho y espalda una dosis doble de Quitalorzas, y un cuarto de hora más tarde se estaba cagando como una abubilla. El resto de la jornada laboral lo pasó casi todo sentada; sentada en el váter en lugar de hacerlo frente a su escritorio.

Serían las doce y media cuando su teléfono volvió a sonar. Atendió la llamada sin levantarse del trono de los truenos y los truños:

-¿Sí?

-¿María Dolores García, de Mucangrios Ibéricos?- era la voz de antes, la del hombre al que había puesto como hoja de perejil por error.

-Sí, sí, soy yo. Dígame.

-La llamé hace rato, señorita, pero ocurrió algo muy raro...

-¿De verdad? Pues no lo entiendo. Ah, bueno, es que una compañera de trabajo tenía mi teléfono, y ella es muy bromista, ¿sabe usted? Bah, ya me imagino que habrá hecho alguna de las suyas. Jo, es tan graciosa...- mintió desvergonzadamente Lolita.

-Pues a mí no me hizo ninguna gracia, y sepa usted que la voz de su amiga se parece sospechosamente a la suya.

-Sí, todo el mundo nos lo dice, "uy, chicas, qué voces tan superidénticas tenéis", pero ella está más gorda que yo, eh, se lo aseguro.

-Vamos a ver, señorita, a mí me importa un bledo lo gorda o flaca que esté usted. Soy el inspector Bellino Ventolera y la emplazo a presentarse en la comisaría de la Policía Nacional a la mayor brevedad posible. Tenemos que hablar.

-Pero es que yo esta tarde pensaba... -empieza a decir Lola cuando el Quitalorzas se manifiesta de nuevo:

Prrrrfff... POM POM... Prrrffffuussssssss... PLAF... Ñlafsss... ¡PUMBA!

-¿Qué está pasando ahí? ¡Ahora mismo mando a los GEOS!- grita alarmado el inspector Bellino.

-Que no, hombre, que no. Es que estoy con un tratamiento para adelgazar, ¿sabe usted?, y eso, que me ha pillado haciendo de vientre.

-¡Oh, dios, otra con el Quitalorzas! -dice solidariamente el inspector-. Mi mujer lo lleva probando desde hace dos meses, y no solo no ha perdido una arroba, sino que además ahora altera a los niños con sonoras cagaleras pedorreicas a cualquier hora. Histeriquitos perdidos me los tiene, oiga. Pero dígame, me hablaba usted de sus planes para esta tarde...

-Ah, sí. Pues eso, que yo esta tarde quería ir a visitar a mi madre.

-La comprendo, señorita García: madre no hay más que una y a ti te encontré en un burdel, como suele decirse. Vaya usted a visitar a su señora madre y mañana me viene a ver sin falta. Ah, y se me trae pañales, que igual la cosa va para largo.

-¿Me puede contar de qué se trata, señor inspector? -pregunta Lola entre preocupada, curiosa y cagarreica.

-No, no puedo. Mañana por la tarde la espero en comisaría. Adiós.

Presa de inquietud -que siempre será mejor que estar presa en un gulag o en una mazmorra de la inquisición- la escuálida Lola García se persona en casa de su madre a las seis de la tarde. Hablan mucho sin decir nada interesante, como la mayoría de las mujeres. Básicamente doña María Dolores se queja de lo flaca que ve a su hija, y esta le responde que aún le sobran muchos kilos para estar perfecta. Después de eso se ponen a hablar de una furcia llamada Belén Esteban, y en ello están cuando el teléfono móvil de Lola vuelve a sonar. La pantalla anuncia un número oculto y Lola decide no contestar, hasta que cambia de intención a la cuarta llamada:

-Hola, Lola -saluda la misteriosa voz masculina una vez más-. ¿Lo estás pasando bien con mami, cielo? Seguro que sí. Tienes aspecto de ser una buena hija, una buena y gordinflona hija.

(CONTINUARÁ AQUÍ)

viernes, 9 de julio de 2010

No estarás sola

Querida antifutbolera:

Imagino lo que sientes cada vez que el imbécil de tu marido, novio, follamigo o lo que sea, se olvida de tu existencia entregándose fanáticamente a la contemplación de uno de esos odiosos partidos mundialeros.

Sé lo sola que te sientes y cuánto anhelas que alguien se acuerde de que tú eres más importante que un gol. Para mí desde luego que lo eres, aunque aún no te conozca. Créeme, no estás sola; a mí tampoco me gusta el fútbol (lo odio en realidad).

Como quizá sepas el domingo, a las 20´30 (hora de aquí), se juega entre las selecciones española y holandesa la final del Mundial de Fútbol. He pensado que sería una magnífica oportunidad para conocernos tú y yo. Por mi parte no tengo ningún compromiso, y en cuanto a ti no creo que nadie se pregunte dónde estarás.

Podrías venir a mi casa y chuparme la polla. Incluso si te portas bien consentiré que te tragues mi valioso semen.

No debes preocuparte por coincidir en mi hogar con otras tragasables; confío en que sabríamos organizarnos y no será difícil encontrar la manera de que todas recibáis lo que merecéis.

Piénsalo y si te decides escríbeme a cualquiera de mis direcciones de correo electrónico cuanto antes (las encontrarás en mi perfil). Te ruego, eso sí, que te abstengas de hacerlo si no eres aceptablemente guapa.

Gracias por tu atención, y recuerda que cuentas conmigo el domingo. Porque tú lo vales, cacho puta.

Besitos.