Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

miércoles, 28 de mayo de 2008

El día que cagué verde


Esta, probablemente, sea la entrada más seria que haya publicado en este bendito blog. Si ustedes se han acostumbrado a mis tonterías mejor dejen de leer, porque esta vez hablo en serio.

Voy a hablarles de la fatídica mañana en la que me levanté más temprano de lo habitual, como cosa de un cuarto de hora más temprano.

Me puse el chándal y metí el uniforme de campaña en la bolsa. El uniforme es negro, caqui y marrón, y además lleva bordado mi nombre. La bolsa que usaba esta mañana era negra, caqui y marrón, y además lleva bordado mi nombre.

Como me sobraba tiempo y me estaba cagando hice lo más lógico en tales circunstancias: cagar.

Hasta aquí todo es normal y de una aburrida cotidianeidad. Lo que no fue normal es ver que mi mierda era de color verde, verde militar, verde caqui.

Fue una mierda blanda y abundante, de sorprendente color verde, inexplicable por la pigmentación de los últimos alimentos ingeridos. Fue una mierda rebelde que se negó a aceptar su natural color marrón.

Fue una mierda de color caqui.

Fue un líquido zurullo verdoso.

Fue una pastelada que de haber sido más sólida bien se hubiera confundido con una esmeralda enorme de trescientos gramos.

Fue una ñorda que quiso camuflarse en el camuflaje de mi uniforme.

Fue una caca caqui.

Al menos -oh, dichoso de mí- la mierda no llevaba bordado mi nombre, porque eso ya hubiera sido excesivo.

domingo, 25 de mayo de 2008

Los cuentos que dibujé para mi hermana


Me gusta que mi hermana pequeña venga a visitarme. Dentro de unos días cumple diez preciosos añitos rubios desde los que mira al mundo con curiosa y asombrada mirada azul. Es una niña guapa y muy despierta que será una gran mujer, no lo dudo.

Se llama Alejandra pero la llamo Ali, y es sordomuda.

Desde niño disfruté inventando historias que contaba a un grupo de amigos en el cole. Yo ya era mayor cuando mis padres, a una edad arriesgada, decidieron tener a mi hermana. Ali nació totalmente sorda y nada se ha podido hacer por solucionar ese defecto. Su sentido del oído funciona perfectamente, en realidad. Es su cerebro lo que falla; una lesión congénita impide que el cerebro pueda reconocer los sonidos. En palabras del neurólogo que la trató: "Para la niña el mundo sonoro es un ruido blanco, como lo que oímos en la radio cuando no hay sintonizada ninguna emisora".

Para mí fue frustrante no poder contarle cuentos a mi hermana pequeña. O mejor dicho, fue frustrante que ella me mirara con su carita de eterno asombro sin reírse, sin estremecerse, sin entender nada de lo que yo le contaba. Hasta que tuve la acertada idea de dibujar para ella cuentos.

Al principio eran unas viñetas burdas, apenas esbozos de personajes y lugares. Poco a poco desarrollé una desconocida habilidad para el dibujo, y noté que Ali disfrutaba cada vez más con mis cuentos gráficos.

Son cuentos que dibujo en blocs de notas, con una viñeta en cada página. Si ella los mira a solas no es divertido, porque están pensados para que sólo se pueda comprender la historia si yo la ayudo gesticulando, como un silencioso mimo cuentacuentos.

Cada vez que mi hermana ríe hasta saltársele las lágrimas con mis alocadas historietas yo me siento bien. En la gloria. Me siento GRANDE.

Nuestros padres están empezando su jubilación con muchos viajes, y es frecuente que dejen a Ali en mi casa hasta que vuelven. Como vivo solo y adoro a mi hermanita a mí eso me parece de perlas.

Ahora suelo dibujar para ella breves cuentos de pocas viñetas en las que sólo aparecen hombres y mujeres desnudos haciendo toda clase de guarradas. Para que Ali se meta mejor en la historia me desnudo ante ella y la obligo a desnudarse. Después, para aumentar el realismo, hacemos lo que se ve en mis dibujos.

A veces llora. Eso me gusta aún más que cuando se ríe. De hecho ya casi nunca ríe por nada.

Cuando chupo su coñito impúber me siento GRANDE. Cuando eyaculo en esa boquita incapaz de pronunciar palabras me siento GRANDE. Cuando le penetro el ano me siento GRANDE.


A veces llora, y entonces yo me siento GRANDE.

Ahora ando ocupado dibujando una historia en la que aparece una niña rubia con tres hombres. En la siguiente me gustaría dibujar también un perro, pero por ahora me salen fatal los perros.

Aunque... no sé, creo que Ali ya es mayor para cuentecitos, quizá debería pasar a las películas X. Total, a mí no me gusta dibujar.

domingo, 18 de mayo de 2008

Recuerdo desenterrado


(Nota del cabeza de chorlito: Publiqué la mitad de este cuento el viernes. Finalmente he decidido eliminar esa entrada y publicar aquí el relato completo porque creo que se puede leer de una vez sin ocupar demasiado tiempo).


Un lugar de España. Año 1938.

Lo peor era el barro. Al menos eso era lo peor cuando la artillería enemiga dejaba de tronar. Bueno, también estaban los piojos. Y el olor inmundo de los cadáveres en descomposición. Tampoco hay que olvidar el hambre. Y el miedo. Ahora que lo pienso, todo era lo peor en aquellos días.


Otro lugar de España. Año 1988.

Como hoy. Hoy todo vuelve a ser lo peor. Hoy ha muerto mi nieto, ¿saben? Acabo de conocer los detalles de su muerte, y supongo que estoy conmocionado, porque en lugar de llorar estoy recordando cosas. Casi las estoy viviendo de nuevo.


Un lugar de España. Año 1938.

Estaban locos. Estaban verdaderamente majaras al ordenarnos aquellas carnicerías sin sentido. Cegados por el miedo y borrachos de sangre nuestros jefes ordenaban asaltos suicidas sin ton ni son. El enemigo hacía lo mismo, y cuando les tocaba a ellos jugar a soldaditos valientes nosotros sólo teníamos que apuntar desde nuestras trincheras y apretar el gatillo viéndolos caer entre el estrépito de las ametralladoras y los fusiles. Cuando abatíamos al último y las armas volvían a su amenazante silencio negro con olor a aceite caliente venía lo peor... aunque ya he dicho que aquellos días todo era lo peor: los gritos de los heridos en tierra de nadie; las llamadas de auxilio, "¡me han dado, me han dado, ayudadme!", "¡camilleeeeeros, aquí, aquí, rápido, que siento que me voy!"; los delirios de los más graves, "¡madre, madre, mamaíta, ven, por dios te lo pido!", "¿dónde está mi juguete? ¡Devolvedme mi juguete!"; las peticiones de los más realistas, que querían dejarlo todo atado antes de morirse, "¡Cañedo! ¿Me oyes, Cañedo? ¡Fui yo el que te robó la baraja! ¡Anda, ven a buscarla si tienes huevos, y que sepas que tu novia es una golfa y se la ha follado media compañía!", "¡Teniente Gámez, es usted un cabrón!" (por entonces hasta para agraviar usábamos el usted), "Por favor, compañeros, decidle a mi novia que lo de Margarita no fue nada, ella entenderá".

No es agradable recordarlo, pero la verdad es que llega un momento en que todo da igual, y debo confesar que a veces rematábamos a los heridos que se arrastraban en la tierra de nadie, tanto a los del bando enemigo como a los nuestros. Auxiliarlos era imposible, y soportar sus desvaríos y sus llantos día tras día mientras se morían de sed o se desangraban era inaguantable. Los mejores tiradores se entretenían rematándolos y les hacían un favor a ellos y a nosotros. Ustedes no lo comprenderán, pero eso es porque ustedes no estaban allí.


Otro lugar de España. Año 1988.

Mi nieto acaba de morir y sólo tiene... tenía doce años. Era un niño lleno de curiosidad y muy inteligente. "Abuelito, cuéntame cosas de la guerra civil", solía pedir cuando sus padres lo traían a verme. Yo, claro, me inventaba para él mil y una batallas donde todo era perfecto y había mucho honor, mucha dignidad y mucho heroísmo. La verdad no es cosa para un niño de doce años. La próxima vez le contaré que un día, bajo el bombardeo de la aviación enemiga, un grupo de soldados liderados por mí... No. Se me olvida. Se me olvida que no habrá próxima vez. Estoy chocho y conmocionado, eso es lo que pasa. Ya no tiene sentido seguir inventando cuentos para un niño de doce años. Ahora sólo me viene a la miente el asqueroso plato de la verdad cruda con su guarnición de inmundicia y horror.


Un lugar de España. Año 1938.

Aquel día estábamos casi sin munición y la infantería enemiga estrenaba unos morteros. Ahora nos machacaban a placer sin tener que salir de sus madrigueras gracias a la trayectoria curva de esas armas. El miedo nos paralizaba, el hambre nos tenía debilitados, y a cada paso en las trincheras nos hundíamos más en el barro. Nuestro abastecimiento estaba bloqueado desde hacía semanas, y aunque recuperábamos de los bolsillos y de las cartucheras de los muertos cercanos a nuestra trinchera toda munición y condumio aprovechable, la situación era más que desesperada. En esas circunstancias lo razonable hubiera sido un repliegue táctico, una retirada técnica, una huida estratégica o como puñetas llamen los estrategas a salir corriendo dándonos patadas en el culo.

Pero aquel día de 1938, en aquel lugar, nada guardaba el menor parecido con lo razonable, así que se nos ordenó asaltar las trincheras enemigas. De perdidos al río.

Salté a la tierra de nadie con el sabor agrio del miedo en la boca, con más odio hacia mis jefes que hacia el enemigo, con cuatro cartuchos en mi Máuser, y con el tiempo justo para ver al Sargento Máiquez pegarle un tiro en la cabeza al Soldado Cruz por no atreverse a salir de la trinchera.

Nos barrieron. El absurdo intento de asalto duró como mucho treinta segundos, y perdimos en ese tiempo a cuarenta y dos compañeros. "¡Volved, volved a la posición anterior! ¡¡POR VUESTRA MADRE, ATRÁS!!", gritaba como loco el Teniente Oviedo, que unos instantes después cayó con la cabeza reventada por un balazo. Con él perdimos al mando más sensato de la compañía. Dios lo tenga en su Gloria.


Otro lugar de España. Año 1988.

Dicen que mi yerno se va a poner bien, que lo suyo son heridas superficiales. Qué tontería creer que se curará. Cicatrizarán las heridas de la piel, eso sí, pero no se va a poner bien nunca. Un padre que ve a su hijo morir de esa manera no puede ponerse bien jamás. La madre, mi hija, no sé ni cómo está. Ella no fue a la excursión, menos mal. Espero poder abrazarla pronto, pero me dicen todos que por ahora es mejor que me quede en la residencia, que no es bueno a mi edad recibir ciertas impresiones. Qué sabrán ellos de recibir impresiones fuertes...


Un lugar de España. Año 1938.

Tras aquella mala imitación de asalto que tantos litros de sangre derramó en vano volvimos a nuestra trinchera, a comer barro y a dejarnos descuartizar por los morteros Valero de 50 milímetros. ZZZZZZZBOUM, una nube de humo negro espeso, unos segundos de silencio más espeso aún, y otra vez los gritos. Recuerdo al pelirrojo Tamayo, sin piernas y cubierto de sangre, chillando sin parar "¿quieres morcilla? ¡toooooma morcilla!", hasta que paró para siempre. O hasta que alguno de nosotros lo paró, no me acuerdo. Era un buen muchacho de un pueblo andaluz, y no sabemos qué quiso decir con aquel último ofrecimiento gastronómico. Supongo que teníamos tanta hambre que hasta en las últimas pensábamos en comida.

El barro. Cuánto barro había allí, coño. El terreno estaba tan blando que algunas granadas de mortero se clavaban en el suelo sin detonar, asomando sobre la superficie las colas con las aletas estabilizadoras de color verde. Parecían pequeñas lechugas, o eso se me figuraban a mí. El hambre, ya saben.

Cuando teníamos algo de calma hincábamos una estaca junto a las granadas que no explosionaban, y de la estaca pendía un trapo rojo. Esto servía para que nadie pisara el ingenio inadvertidamente, y para que después lo pudieran localizar los de ingenieros, quienes lo harían volar de modo seguro.


Otro lugar de España. Año 1988.

Tuve dos hijos, Jorge y María. Jorge murió a los dos años de tuberculosis. María sólo ha tenido un hijo, que se llama como yo, Paco. Lo llamamos Paquito simpre. No, no ,no. Otra vez se me ha ido la cabeza. Quiero decir que lo llamábamos Paquito, y como Paquito lo recordaremos porque ya nunca llegará a ser Don Francisco.

Quizá yo pude haber evitado su muerte, treinta y ocho años antes de que naciera.


Un lugar de España. Año 1938.

El hambre, el agotamiento, el miedo, el desorden y la derrota inevitable nos hacían ser descuidados. Oí el zumbido de una de aquellas malditas granadas al cruzar el aire y pensé que eso sería lo último que oiría, pero no fue así. CHOF, eso es lo que oí a continuación cuando la granada se hundió en el barro a medio metro de mis pies. Estaba demasiado débil como para alegrarme de mi suerte y sentí más indiferencia que otra cosa. Sabiendo como sabía que era cuestión de minutos abandonar nuestras posiciones en una retirada definitiva dejé aquel cacharro medio enterrado en el fango, sin preocuparme de señalizarlo.


Otro lugar de España. Año 1988.

Paquito me llamó ayer. Estaba emocionado porque su padre le había prometido que hoy lo llevaría a visitar el escenario donde su abuelo luchó durante la Guerra Civil. "¿Vendrás con nosotros, abuelito? ¡Dime que sí!" Le dije que no. Le dije que me dolían las piernas y que estaba muy cansado. Para pasear con mi nieto nunca me duelen las piernas ni estoy cansado, pero la verdad es que yo no quería volver allí. Debería haber ido. A lo mejor podría haberle salvado la vida hoy, ya que no lo hice hace cincuenta años.

No me han contado muchos detalles, pero yo desgraciadamente me los imagino vivamente porque vi a mucha gente morir por efecto de las granadas de mortero. Cuando lo socorrieron decía mi yerno antes de perder el conocimiento que su hijo estaba desenterrando algo del suelo y que entonces se produjo la explosión. Eso es lo que saben todos.

Yo sé algo más. Yo sé que aquello que mi nieto desenterraba parecía una pequeña lechuga metálica, y sé que me estaba esperando a mí desde hace medio siglo. Al final ha logrado su objetivo, la muy perra. Me ha dejado sin descendencia. Mis genes ya están extinguidos. Hoy me siento muerto.

Hoy todo vuelve a ser lo peor.

domingo, 11 de mayo de 2008

Y luego me dirán que no son unos salvajes


Hace poco publiqué un par de entradas (una y dos) donde sostenía que los musulmanes son, dentro de la irracionalidad que acompaña a toda creencia religiosa, más salvajes que los cristianos. Dicho así la aseveración me parece incorrecta, así que matizo:

En los países de tradición musulmana hay más salvajismo y menos respeto por la vida que en los países de tradición cristiana (ahora sí me convence la afirmación). Las razones para que esto sea así no serán únicamente religiosas, desde luego, pues el islam es en esencia muy parecido al cristianismo, lo que pasa es que por otras causas culturales los países islámicos se han quedado colgados en una eterna Edad Media. Sea por lo que sea, me quedo con nuestra forma de vida.

Ya, ya sé que los megaprogres, en sus continuas contradicciones se empeñan en respetar por igual cualquier cosa, y mientras por un lado te están diciendo que hay que respetar cualquier manera de pensar, por otro te están imponiendo su modelo de pensamiento. Me gustaría a mí que los ilusos defensores de la Alianza de Civilizaciones me explicaran cómo cojones compatibilizan la igualdad de hombres y mujeres con el respeto por otras culturas. Pondré un ejemplo concreto: lean esta ABERRANTE NOTICIA.

Y ahora, si tienen cojones, me dicen que los musulmanes son tan civilizados como yo.

viernes, 9 de mayo de 2008

Dos cositas rápidas


He acabado cediendo a la presión de Javi y me he puesto a leer Amor se escribe sin h, de Enrique Jardiel Poncela. Tengo la novela casi terminada y puedo decirles que me ha hecho reír a carcajadas en algún momento, y eso es mucho, porque yo tengo la lágrima más fácil que la risa. Si les gusta el humor absurdo o las cosas bien escritas se harán un favor leyendo esta magnífica parodia de las novelas románticas.

Si prefieren leer blogs eruditos y humorísticos no se pierdan Humoradas, que por cierto lo escribe un tal Enrique Gallud Jardiel, nieto del mencionado E. Jardiel Poncela.

Ya puestos a hacer recomendaciones, y por asociación de ideas con la anterior entrada que este cabeza de chorlito les sirvió, quiero recomendarles la lectura de "Flores para Algernon", de Daniel Keyes. Hay quien la engloba en el género de ciencia ficción, y también hubo imbéciles que la incluyeron en el apartado de Literatura Infantil (hay que ser bruto e insensible para pensar que esta brevísima novela es un relato infantil). Es de los pocos libros que me hicieron llorar sin estar borracho. Léanla, léanla... y después, si quieren, hablemos de ella.

Sería todo.

domingo, 4 de mayo de 2008

El famoseo me la sopla


A mí los famosos y los borregos que los ponen en ese pedestal me la sopláis. Así de claro.

Me refiero, por supuesto, a esos famosos que lo son por una cara bonita o por hacer el payaso sin sentido del ridículo. Hay otro tipo de famosos, los "grandeshermanos" y las putipuercas (y algún putipuerco) que alcanzan la fama contando cómo se follaron a tal o a cual, pero es que a esos no los conozco ni de nombre, así que no son objeto de este vómito. También están los famosos de, a mi juicio, merecida fama, como ciertos escritores o científicos. Estos últimos me inspiran simple y puro respeto, así que tampoco serán objeto del desahogo que estoy pariendo.

Como no veo apenas la tele y tampoco voy al cine las únicas actrices cuyas caras me suenan son las porno, por las que siento desprecio pero me sirven para hacerme pajas. Seguramente me habré cruzado con muchos famosos, pero es difícil que yo los reconozca, lo que supone que su fama es para mí cuando menos relativa. Si no voy con alguien que me los señale ni me entero. Recuerdo con vergüenza ajena la noche que me crucé con Esther Arroyo, hace una década y en Tarifa. Fue en un estrecho callejón de los habituales en esa ciudad, y mis dos acompañantes se pusieron casi histéricos. "¡Mira, mira, es Esther Arroyo! ¿Le decimos algo? ¿La saludamos?"

Qué vergüenza. Una tía alta y rubia, y ni siquiera muy bella. Joder, ya por entonces me había follado a tías más guapas. ¿A qué venía tanto revuelo? Nada, es que era "famosa". Pasé junto a ella, casi rozándola, mi cabeza alta y la mirada al frente. No la miré. Sólo deseaba que mis acompañantes no la cagaran, porque no tenía la menor intención de esperar mientras pedían autógrafos chorreando abyectas babas. Lo que sí tenía muy claro es que en ese caso yo, con chulería y absoluta seriedad, le hubiera dado MI autógrafo a la Arroyo. El número de teléfono sólo si me lo hubiera pedido de rodillas. Menudo soy yo para estas tonterías. Afortunadamente pasamos de largo, creo que porque temieron que este cabeza de chorlito les montara un número ante su diosa.

Lo de Manuel Reyes fue peor si cabe. Llegué a sentir ganas de pegarle, en serio. Un momento, ¿que no saben quién es Manolito Reyes?, lo comprendo, pero si usan el enlace, que para eso lo he puesto, verán que sí que lo conocen.

Fue la tarde de un frío y lluvioso Domingo en San Fernando, hará unos seis años. Yo bebía algo que no sería una Mirinda cuando el camarero, señalando a través de los cristales de la puerta del bar, dijo:

-Ira, ahí está el Pozí retratándose.

En efecto, al otro lado de la calle, el archifamoso Pozí se dejaba fotografiar (previo pago) junto a unos reclutas. No vestían uniforme, pero eran alumnos del Centro de Instrucción y Movilización Número 2, lo sé porque son todos idénticos e inconfundibles. "Pues bueno", le dije yo a mi vaso. Me la suadaban bastante el Pozí y sus fans, pero es que después aquel grosero se metió en el bar. EN MI BAR.

Imagínense el ambiente cuando este tipo irrumpe: cuatro parroquianos (un viejo Comandante de Infantería de Marina en la Reserva, su hija con síndrome de Down, un anciano que habla con el anterior sobre las vicisitudes y problemas de cuidar de una adolescente que padece ese síndrome, y este cabeza de chorlito que estaba al margen de la conversación, más concentrado en reaccionar adecuadamente a los continuos piropos que la chica me lanzaba y ante los que no sabía qué responder). Ese era el panorama, casi familiar y cómplice, cuando entra Don Manuel Reyes.

No saludó, cosa que se puede disculpar en ciertos ambientes, pero no en aquel tan... hogareño. Dejó la puerta abierta de par en par, y les recuerdo que afuera hacía frío y estaba lloviendo. Mientras el gran Pozí se sentaba a una mesa yo me levanté de mi taburete para cerrar la puerta y a mi vuelta aproveché para echarle una mirada asesina al señor Reyes. No pareció acusarla, supongo que cuando se es famoso las miradas asesinas de los mindundis como yo resultan inofensivas.

A gritos, interrumpiendo la conversación de los venerables señores, exigió un anís que pagó con las monedas obtenidas vendiendo su patética imagen. No contento con todo esto, mediado su vaso de anís, gritó hacia nosotros:

-¡Lo que estáis diciendo son tonterías!

Ay, qué ganas me dieron de pegarle. El viejo Comandante lo miró, con una de esas miradas superficiales y llenas de desprecio que sólo la edad y la experiencia se pueden permitir, y tranquilamente reanudó su conversación, como si no hubiera pasado nada.

Pero yo sé una cosa, y es que jamás me fotografiaré junto a Manuel Reyes.

viernes, 2 de mayo de 2008

Adolfo Ortiz Benjumea


Se llamaba Adolfo. Al menos así se llamó en vida. Cuando falleció se le nombraba en documentos y misas como "el difunto Adolfo". La realidad, no obstante, es que todos lo hemos conocido siempre, tanto en vida como cuando pasó a ser nutriente gusanero, como "ese hijoputa".

Ese Hijoputa y yo fuimos todo lo amigos que pueden ser un cabeza de chorlito y un hijoputa. En los mejores tiempos de nuestra amistad, siendo adolescentes, él me dejaba follarme a su hermana retrasada, a cambio de lo cual yo lo dejaba partirle las patas a mi gato. Ahora, haciendo memoria, creo que nuestra amistad empezó a requebrajarse el día que se le fue la mano y mató a mi gato. Yo, en justa reciprocidad, le maté a su hermana la tonta.

Para evitar males mayores llegamos al siguiente acuerdo: Yo diría que mi gato se había suicidado, y él diría que había asesinado a su hermana.

-No sé yo... algo no me cuadra en ese trato-. Dijo Ese Hijoputa.

-Que sí, tonto. Es lo mejor para todos. Mi gato era mío, y tu hermana era tuya. Uno puede hacer lo que quiera con lo que es suyo, así que mi plan es perfecto.

-No, si dicho así vas a tener razón-. Concedió Ese Hijoputa, que como habrán notado, además de hijoputa era bastante lerdo.

-Vale, ahora sellemos nuestro pacto con sangre. Pégate un tajo, venga.

Se cortó en la muñeca con un cuchillo oxidado y me lo tendió después:

-Te toca. Córtate.

-¡Anda! Acabo de acordarme de que soy hemofílico. Si me corto me desangro. Mejor córtate tú otra vez y así será como si los dos lo hubiéramos hecho.

Y el muy tontarra volvió a cortarse. Buen chico, Ese Hijoputa.

La policía, inexplicablemente, no estuvo de acuerdo con nuestro plan. Ese Hijoputa fue internado en un centro para menores díscolos, acusado de matar a su hermana la tonta, y el muy capullo se mantuvo fiel a nuestro juramento. Jamás me delató en los diez años que pasó allí, pero casi todos los días me escribía emotivas cartas como esta:

"Querido cabeza de chorlito:

Espero que en el momento de leer la presente estés bien disfrutando de la libertad que a mí se me niega.

Yo estoy bien, aunque algunos compañeros me pegan y otros me dan por culo. Yo prefiero a los segundos, porque al menos así obtengo algo de amor. Bueno, perdona que me ponga cursi, que sé que no te gustan estas sensiblerías mías.

Vivir aquí es chungo. Cuando no me están dando por el culo me están pegando. Ya no tengo dientes por tantas hostias como me he llevado. Los funcionarios que me cuidan dicen que estoy mejor así porque no les daño la picha al chupársela. Lo bueno es que aquí nadie me llama Ese Hijoputa, me llaman Sindy, de sin dientes. Son muy simpáticos.

Algunos días sangro mucho por el culo, pero siempre hay algún funcionario que me pone pomadita en el ojete y me dice al oído amorosas palabras. Es por momentos así por los que pienso que tampoco se está tan mal aquí, y entonces resisto la tentación de faltar a nuestro pacto de sangre y contarlo todo.

Espero que te sientas orgulloso de mí. Yo siempre me sentiré orgulloso de ti. Joder, tío, cada vez que me acuerdo de cómo le partiste el cuello a mi hermana... ¡tú sí que eres un machote, no como estos maricas!

Esta carta es la número 377 que te envío, y aún no he obtenido ninguna respuesta tuya. Supongo que me han intervenido las comunicaciones y que no me llegan tus cartas porque en todas ellas me expones infalibles planes para escapar. Deseo que dentro de ocho años, cuatro meses, dos semanas y tres días estés en la puerta de este lugar esperando mi libertad como yo la espero.

Gracias por todo, Chorli.

Siempre tuyo, Adolfo, alias Ese Hijoputa, alias Sindy".

Comprenderán que yo con cada una de esas cartas me emocionara una barbaridad. Desde que empecé a recibirlas mi familia ahorró una pasta en papel higiénico. Alguna vez estuve a punto de responder a Ese Hijoputa, pero bah. Cuando saliera ya hablaríamos.

Y salió. Irreconocible, pero Ese Hijoputa salió. Estaba flaco, tuberculoso y enfermo de sida. Naturalmente, después de lo que "le hizo" a su hermana nadie en su familia quiso acogerlo, por lo que recayó sobre mí cuidar de él. Era un engorro, pero para eso están los amigos.

Le monté una tienda de campaña y lo enseñé a ganarse la vida poniendo el culo en oscuras esquinas de polígonos industriales. Obviamente, en concepto de gastos le cobraba una pequeña comisión del cien por cien de sus ingresos, y a cambio le daba un bocadillo cada dos o tres días. Ese Hijoputa, desagradecido como lo fue siempre el muy canalla, se murió a los pocos meses, provocándome con ello una sustanciosa merma en mis ingresos.

Hoy, dos de Mayo de 2008, Ese Hijoputa hubiera cumplido 28 años, y yo, que soy así de leal con mis amigos, he querido escribirle este homenaje.

jueves, 1 de mayo de 2008

Ustedes no saben quién es Bárbara


Bárbara es una publicista que está haciendo un master para especializarse en diseño gráfico. Ya ven, Bárbara es una chica que nos va a engañar a todos, ¿qué otra función tiene un publicista?

Además de eso Bárbara es alguien que, como el cazador cazado, se siente engañada. Desde mi ignorante punto de vista nadie la engaña más que la propia Bárbara. Temo que vea enemigos donde no los hay, y de eso intento hablar con ella con tacto pero con firmeza. Flaco favor le haría si le diera la razón en todo.

Bárbara tiene un nombre bonito y sonoro, y a mí esa chica me cae bien por muchas razones. Es joven, guapa, inocente y fuerte. Bárbara es más fuerte de lo que ella cree, pero está hundida e intenta salir adelante con las armas que ella aún desconoce poseer y con las que ya conoce.

Si ustedes, hombres, tuvieran una novia que los espera mientras se van a pasar meses en tierras lejanas, querrían que esa novia fuera como Bárbara. Si ustedes, hombres, perdieran la vida en esas tierras lejanas, querrían que la novia que les llora fuera como Bárbara.

Bárbara es la novia de un compañero caído en Kosovo. No conocí al Cabo Antonio Jesús Bonilla, pero sé ciertas cosas. Sé, por ejemplo, lo que Bárbara está haciendo por su recuerdo, que es más de lo que harían por la mayoría de nosotros. Sé también que Bárbara se queja, y con razón, por que tras tantos meses el Ministerio de Defensa no ha facilitado los resultados de la autopsia de Antonio Jesús.

Ella debe saberlo, pero por si acaso le recuerdo que estoy aquí, para seguir discutiéndole ideas erróneas y para apoyarla en todo aquello que me parezca legítimo.

¿DÓNDE ESTÁ LA AUTOPSIA DE ANTONIO JESÚS?

(Léase esto otro, que no me escondo)