Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Twitter, blogueros de nivel avanzado y rasmia femenina


Ahora veo la cuchilla de afeitar sobre mi escritorio. Estaba a punto de usarla para cortarme las venas cuando he decidido postergar esa tarea para escribir esto. ¿Dije postergar?, perdón, quise decir procastinear, o procastinar, o como cojones se diga eso.

El caso es que he descubierto que existe algo llamado blogueros de "nivel avanzado", y no sé muy bien lo que será tal cosa, pero estarán de acuerdo conmigo en que suena chuli. ¡Jopetas, yo quiero ser un bloguero de nivel avanzado!, le he comentado a mi gato. Gusifluky me ha mirado muy serio y ha dicho que no soy más gilipollas porque no me entreno. Tiene esas cosas, no es un gato que sepa consolar a las personas afligidas.


Sabrán ustedes lo que es Twitter
, y si no lo saben es porque no son blogueros de nivel avanzado, en cuyo caso, además de darme pena, no deberían seguir leyendo esto porque no se merecen que yo, el nuevo bloguero de nivel avanzado, escriba para ustedes. Ea, ea, chusma, fuera de mi blog chachipiruli de nivel avanzado. Yo, gracias a Marmota, me he enterado de qué va esto del Twitter, y a pesar de no verle el menor interés he decidido que también lo quiero en DCC, porque como dice un tal Sergio del Molino, es cosa de blogueros de nivel avanzado. En la columna de la derecha podrán ver mi Twitter a partir de hoy y hasta nueva orden. Espero que les guste.

Ya puestos, y hablando de Sergio del Molino, les contaré que es un periodista que dice cosas como "rasmia femenina" para hablar de las mujeres que escriben blogs, ¿a que mola? Joder, es que me dan ganas de ser mujer sólo para que digan de mí algo tan... tan así. También dice de una señora que es "una bloguera que antes que bloguera es madre (...)", lo cual me parece muy razonable, pero me quedo con la duda de si eso le impedirá ser una bloguera de nivel avanzado. Bueno, aquí pueden ver entero su artículo sobre la rasmia femenina en la blogosfera. Está muy bien, yo he leído un trozo. Debo reconocer que el amigo Sergio Del Molino al decir lo de nivel avanzado lo entrecomilla, así que cabe la posibilidad de que, después de todo, este tipo esté de coña.


miércoles, 28 de noviembre de 2007

Ha muerto Jaime Cámara


Casi ninguno de ustedes lo conoció, pero era, hasta la madrugada pasada, mi compañero y enlace en uno de los lugares en los que tengo que trabajar. Fue un buen compañero, y casi siempre nos despedíamos con un abrazo. Los militares, vistiendo el uniforme, no debemos abrazarnos. Es una falta de decoro, dicen, pero casi siempre le tendía los brazos al acabar el trabajo que temporalmente nos unía. Era una broma entre nosotros. Era uno de esos abrazos que se dan más por provocar que por otra cosa. Jaime nunca rechazó mi abrazo. Es más, se entregaba efusivamente a él.

No era mi amigo. Jamás compartimos nada que no fueran unas charlas insustanciales en la cantina y unas horas de trabajo juntos, pero es porque no tuvimos oportunidad de nada más. Jaime tenía 28 años, creo. No conozco a su familia, salvo a su esposa... su viuda, ahora es su viuda, aunque haya algo impropio en llamar así a una muchacha de vientitantos. Ella también es compañera, pero casi no la he tratado. Jaime no era mi amigo según lo que yo entiendo por un amigo, ya les digo que no tuvimos oportunidad de serlo, pero era muy agradable llegar al campo de camarinas y verlo, sabiendo que estaba en sus manos la descarga del material bélico que le llevaba.

La última vez que lo vi, hace unos meses, los dos estábamos muy ocupados. Fue durante un ejercicio de artillería, nos cruzamos, nos saludamos, y seguimos nuestros caminos, él pendiente de posibles fallos en los cañones y yo pendiente de lo mío. Unos días más tarde Jaime tuvo un accidente con su moto del que quedó en coma hasta hace unas horas. No fui a visitarlo al hospital en el que vegetaba. Tampoco lo lamento. Jaime, en verdad, ya había muerto.

Tatiana Argüello, una de las pocas mujeres militares dignas que he conocido, se llevaba bien con él, aunque apenas se conocían. Ahora ella está en otro lugar, haciendo otras cosas, y no sé si debería llamarla para darle la noticia o dejar que siga sin conocerla. Eso es lo único que ahora me preocupa.

Hace unas horas que Jaime ha muerto. A ustedes no les importa, pero a mí sí.

martes, 27 de noviembre de 2007

Epílogo excepcional al tratado puteril


Ella tiene veinte años y los ojos muy grandes. Lo mencionó, como si yo no me diera cuenta, en una de las últimas veces que nos hemos visto, y les prometo que es cierto.

La vamos a llamar Nuria, como podríamos llamarla María, Aurora o Petra. En realidad no conozco su nombre, y si lo conozco lo he olvidado. Siempre me dirijo a ella por el apellido, que es lo que veo en su uniforme. Ella ni tan siquiera me puede llamar por el apellido, y usa para dirigirse a mí la fórmula profesional que le enseñaron, que le enseñamos, que Turi le enseñó. A Turi dediqué una entrada en esta bitácora, pero tuve que borrarla por esas cosas de la vida.

A Nuria la veo cada cierto tiempo. Me siento unido a ella por el simple hecho de que Turi fuera su instructor. Me gusta verla, porque como ella dice, tiene veinte años y los ojos muy grandes. A Nuria también le gusta verme, porque, supongo, soy un enlace con otros lugares y con tiempos mejores.

Nuria está apunto de ser expulsada del Ejército, ¿saben? La verdad es que Nuria no es una buena Soldado, seamos sinceros. Es rebelde y contestona, indisciplinada e impredecible. Exactamente como tantos otros Soldados. Pero ella es mujer, y no es una golfa que se baja las bragas, literalmente, ante el superior jerárquico. Así que lo tiene chungo.

Nuria está sola en el mundo. No tiene padres ni otros parientes cercanos, sólo veinte años y los ojos muy grandes.

Nuria es militar durante el día, pizzera por las noches y camarera los fines de semana. Tiene veinte años, los ojos muy grandes y, antes se me olvidó decirlo, también tiene un novio que merece siete tiros al amanecer. Con tres trabajos y casi no le llega para mantener el alquiler, la letra del coche y al holgazán de su novio.

Me decía todo esto hace unos días. Llego adonde ella está, me sonríe con una de esas sonrisas que se saben francas y sin trampa, y me pregunta qué tengo que contarle, pero ella y yo sabemos que no le interesa mi vida y que sólo es una cortesía antes de empezar ella a contarme la suya. Me gusta escucharla, quizá porque tiene veinte años y los ojos muy grandes.

Nuria se quejaba porque tras varios arrestos por llegar tarde al cuartel la echaban del ejército. Se lamentaba de eso y se lamentaba de su trabajo en Telepizza y se lamentaba de su otro trabajo como camarera. Se lamentaba de todo pero sonriendo como sólo las personas valientes pueden hacer. Indiscreto de mí que le pregunté por qué no colaboraba más su novio. Nuria, con sus veinte años y sus ojos grandes, agachó la cabeza, y cuando volvió a levantarla me dijo con firmeza:

--¿Sabe una cosa, mi Primero? No tengo que aguantar esto, ¡que yo tengo veinte años y los ojos muy grandes!

No sé qué será de sus años venideros ni lo que Nuria hará con sus grandes ojos, pero sé qué fue de los veinte años y de los ojos grandes que tuvo, y debo reconocer que sí, que hay excepciones... y que alguna vez no todas las mujeres fueron putas.

Tratado puteril. Capítulo seis. Protéjase del puterío


En DCC creemos que el puterío, puesto que es consustancial a la mujer, y por lo tanto a la humanidad, no puede ser erradicado si no es con la extinción de la especie. La idea de extinguirnos nos parece harto recomendable, pero no la vemos factible a corto plazo. En cambio podemos adoptar unas medidas dirigidas a atenuar las perniciosas consecuencias del puterío.

Para empezar debemos entender que sólo mediante la unión de todos los hombres podremos lograr avances significativos. Actuando todos a una, con perseverancia y firmeza, conseguiremos que la mujer sea más humilde y menos puta. Habrá disidentes, traidores viles... que deberán ser pasados a cuchillo. Proponemos unas sencillas medidas que han de ser aplicadas sin tibieza ni mano temblorosa a cuanta mujer tengamos cerca. Recordarán que en el capítulo dos de este tratado se habló del efecto Diosa, el cual consiste en la antinatural creencia por parte de la mujer de ser superior al hombre. Saquémoslas de su error, buscando siempre la igualdad y, de vez en cuando, dándoles algún que otro disgusto que les sirva de escarmiento y les recuerde su condición de humildes mortales:

1) Nunca diremos a una mujer que es guapa, ni siquiera levemente atractiva, pero siendo caballerosos tampoco mencionaremos detalles de mal gusto como, por ejemplo, que tiene más bigote que una gamba. Podemos conseguir el equilibrio con la técnica que en DCC llamamos "de la buena amiga", por haberla observado en las propias mujeres cuando se tratan entre ellas. Consiste en emplear inocentes comentarios en apariencia, pero que son interpretados por las mujeres como verdaderas puñaladas. Unos ejemplos: "Oh, cariño, cuánto tiempo sin verte. Qué bien se te ve y qué sanota, parece que has cogido unos kilitos, eh". "Ay, cielo, no sabía que estabas embarazada. Con ese barrigón serán gemelos por lo menos, ¿no? Estarás ilusionadísima". "¿Te has lesionado? Te lo pregunto porque como cojeas..." "Qué envidia me da verte tan joven... si pareces una adolescente, con tantos granos y todo". "Qué buena persona eres. Se nota que llevas la belleza por dentro". En fin, cositas así. Se trata de usar la imaginación y de sacar nuestro lado femenino.

2) Nada de regalos. En las salidas con una mujer se pagará todo escrupulosamente a medias, e incluso en los restaurantes le pasaremos la cuenta a la mujer, más que nada para ver la cara que se le queda.

3) Cuando hable con una mujer manténgale la mirada. No sucumba a la tentación de mirarle las tetas, pues éstas ejercen un poder hipnótico en los hombres que daría al traste con nuestras intenciones. Aproveche las ocasiones en las que hable con una mujer para alabar las virtudes de otras. Actúe así con todas, de modo que cada una de ellas se sienta inferior a las demás.

4) Cuando vaya por la calle y se encuentre de frente con una tipa de buen ver mírela descaradamente de arriba abajo con gesto de divertida sorpresa, como si viera algo inauditamente ridículo, y suelte una pequeña carcajada al cruzarse con ella. El resultado es mano de santo para minar la confianza de la mujer más engreída.

5) Si usted tiene uno de esos coches de lujo que tantas bragas mojan aprovéchese y no permita abusos. No sea calzonazos ni acabe convertido en el taxista gratuito de una pelandusca. Actúe, en cambio, así: admita en su vehículo a cuanta zorrilla se le ponga a tiro, llévesela a un lugar solitario y alejado de cualquier posibilidad de auxilio, fóllesela por las buenas o por las malas, después abandónela, desnuda y sin un céntimo. Mejor si está lloviendo y hace un frío del carajo. Tampoco estaría de más que antes de abandonarla a su suerte le dé usted una buena paliza, por puta. Tras una experiencia así ella valorará más a su novio fiel y humilde, o se morirá de frío. Tanto en un caso como en otro, los hombres ganamos. (Consejo: use placas de matrícula falsas para la ocasión).

Ya sólo nos queda añadir que, si ha tenido la santa paciencia de tragarse todo este tratado puteril, ha ganado una tostadora y dos entradas para un concierto de mi prima rebuznando. Desde DCC le damos las gracias.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo cinco. Profesión frente a vocación, ¿competencia desleal en el puterío?

El puterío ha derivado en múltiples formas y estilos. Existe desde el puterío ligero de la adolescente que le come la boca al macarrilla de su barrio a cambio de una vuelta en la moto, hasta el puterío de altos vuelos como el que en su día llevó a cabo Anna Nicole Smith. Era inevitable que antes o después, más bien antes que después, apareciera el puterío como profesión. Hablemos un poco de él:

El puterío profesional consiste en que una mujer se abra de piernas y se deje follar por un perfecto desconocido a cambio de un precio modesto previamente establecido y durante un tiempo limitado. Para que se hagan una idea podemos decir que, aproximadamente, la tarifa viene a ser de unos 60 € por hora en un prostíbulo medio. También hay putas profesionales callejeras con las que se puede regatear y suelen ser mucho más baratas, aunque el cliente ha de aportar la cama o, más habitualmente, el vehículo. Las putas profesionales de la calle no ofrecen garantías de salubridad y en DCC no las recomendamos en absoluto. También hay otro tipo de puta profesional que trabaja a domicilio. Este servicio es muy cómodo pero arriesgado, porque el cliente encarga el trabajo por teléfono y no sabe si llegará a su casa una bella muchacha o una anciana gonorreica. Confiamos en que los nuevos servicios de telefonía con imagen contribuyan a mejorar el mercado y eviten las estafas al consumidor. Apuntaremos también, como curiosidad, que cada vez es más difícil encontrar una puta profesional ibérica. Las negrazas africanas, las indias colombianas y ecuatorianas, y las irreales rubias del Este de Europa han saturado el mercado, expulsando sin piedad a la profesional española, que ahora se ve obligada a fregar escaleras o a ingresar en el ejército. Si usted quiere aprender algo sobre culturas extranjeras y no puede permitirse viajar, desde DCC le recomendamos que se vaya de putas.

Las putas profesionales no son casi nunca mujeres espectacularmente bellas, y las que lo son duran poco en la profesión porque siempre aparece alguien que las retira mediante el matrimonio. Estas señoritas profesionales son, a su retorcida manera, honestas. Al menos no quieren ocultarnos que buscan el dinero y no el amor. Es por eso que merecen nuestra simpatía, pero sin olvidar que no dejan de ser putas. Existe toda una leyenda acerca de esclavitud sexual que en DCC negamos rotundamente en lo que a España se refiere, y sobre este asunto no nos extenderemos, pero para el lector curioso recomendamos la lectura de Esas Señoritas, de un tal Leónidas Kowalski.

Las otras putas, las meramente vocacionales que no se han profesionalizado, o sea, todas las demás mujeres, son bastante más difíciles de tratar. Con estas nunca sabemos de antemano la tarifa que cobran, llevándonos con frecuencia desagradables sorpresas a la hora de abonar la factura. No es extraño encontrar en nuestra sociedad casos de hombres arruinados porque no supieron prever la minuta que se les echaba encima. Se trata de pobres infelices que se han quedado sin casa, sin hijos, sin pareja, y sin un duro en el bolsillo. Para colmo de males, no podrán emparejarse nunca más porque como ya se ha explicado, al carecer de dinero, no pueden interesar a dama alguna, salvo a ciertos ejemplares de señoras de provecta edad, feas, gordas y poco limpias.

¿Existe una competencia entre las putas profesionales y las putas vocacionales? Sinceramente creemos que no. Trabajan artículos diferentes en circunstancias bien distintas. Las primeras se encargan de satisfacer un deseo sexual puramente animal por un rato, las segundas trabajan con otros deseos más duraderos y profundos, como el amor de los hombres y su necesidad de compañía y atención. Por otra parte, en innumerables casos son indistinguibles las unas de las otras, o cambian su papel de un tipo de puterío al otro con tal rapidez que se hace imposible determinar a qué clase de puterío pertenecen. Esto hace que sea muy confuso catalogar adecuadamente a las putas, pero sí hemos observado que la sociedad en general desprecia a las putas que ganan poco dinero y en cambio presenta como digno ejemplo a las putas que se hacen multimillonarias ofreciendo el coño. Nos damos cuenta de que la sociedad materialista en la que estamos inmersos al final lo que valora es la pasta, sin importar por qué medios ha sido obtenida. En el capítulo anterior se expusieron unos ejemplos de furcias bellas unidas a deportistas o empresarios, pero ocurre lo mismo cuando se trata de gangsters, traficantes o ladrones. Lo que importa es la cantidad de dinero que haya en juego, y nunca su procedencia.

Al final todas lo mismo. Currantes de burdel, modelos de pasarela, bailarinas de barra americana, famosas de revista, soldados de tetas con medallas, camareras de sonrisa por cubata, niñas de minifalda y pintalabios, señoras con abrigo de visón... todas igualmente putas son. Ya lo decía el gran Quevedo con su Poderoso Caballero es Don Dinero, y nosotros nos vamos a permitir esta breve paráfrasis:

Fuerte dama es Doña Pasta,

que hace puta a la más casta.

(PRÓXIMO CAPÍTULO, Y FINAL: Protéjase del puterío).


sábado, 24 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo cuatro. El cornudo consentido y el puterío, ¿indignidad o pragmatismo?


En este proceloso mundo puteril hay una figura masculina que influye notablemente, más que por su acción por su omisión. Con su inactividad y conformismo da consentimiento tácito al puterío. Nos referimos al cornudo consentido, ese señor que ve cómo la mujer amada se le va detrás de alguien con más dinero que él y se queda tan fresco.

Algún lector puede pensar que su caso no es ése, que él jamás toleraría tal cosa. Ese mismo lector, casi seguro, es gilipollas además de cornudo. Ya hemos aclarado en capítulos anteriores que todas las mujeres son más o menos putas, y mal que nos pese debemos ser humildes y aceptar que por la misma razón todos los hombres somos unos cornudos, o cuando menos, unos cornudos potenciales. Volverá otra vez a negarlo el lector de antes, u otro cualquiera, argumentando que a él jamás le han puesto los cuernos, y que si se los pusieran no se lo tomaría nada bien. Dirémosle a este tonto lector dos cosas: la primera, que no esté tan seguro de la ausencia de sus cuernos; la segunda, que nos gustaría fiarnos de su palabra en cuanto a su actitud rebelde ante la posibilidad de ser cornificado, pero que sus actos le quitan la razón. Expliquemos esto más detenidamente:

Imagine que tiene usted una bola de cristal que funciona de verdad y puede adivinar el futuro sin duda alguna. Imagine que la bola le dice que un tal Alberto Sinosiaín va a matar a puñaladas a su hijo, y además le da la dirección de ese asesino futuro. Usted, ni corto ni perezoso se dirige al domicilio de ese tipo. Llama a su puerta. Y entonces, cuando Sinosiaín abre, usted se lanza sobre él y... lo abraza, le da palmaditas en la espalda, le pide un autógrafo, se hace fotos junto a él, y lo anima a seguir por ese camino diciéndole, además, que es un tío grande y que es su ídolo. Pues eso, exactamente eso, es lo que hace usted todos los días con los millonarios que si no se están follando a su mujer es simplemente porque es demasiado fea para ellos o porque no la conocen. Pero usted siga aplaudiéndoles, so gilipollas. So cornudo. ¿Es que no se da cuenta, pedazo de carne con ojos, que todos esos futbolistas, o banqueros, o políticos corruptos, o tantos otros a los que usted adora, se le estarían percutiendo a la perica si quisieran? ¿Cómo que les ríe las gracias y sin embargo se hace el digno contándome que su mujer es suya y sólo suya? Usted lo que es, es un tío mierda al que le debe de poner cachondo la posibilidad de que otro hombre le pise a su hembra, pero le da vergüenza reconocerlo.

A veces, cada vez menos, DCC se mezcla con el mundo. Entramos a bares y sitios así, y vemos a un grupo de mediohombres hablando con admiración de, casi siempre, futbolistas. Últimamente también se estilan mucho los vítores sobre un chófer de Fórmula Uno. Lo que vemos es a los machos débiles de una manada jaleando al macho alfa. Y nos da mucha pena. Y mucho asco. Nos gustaría que las personas fueran algo más complejas, algo menos animales y algo más personas. Nos gustaría que ellas no fueran tan putas y que ellos fueran más dignos, pero la Naturaleza manda, y en DCC la aceptamos, no nos queda otra opción.

Hay hombres que se consideran interesantes, o divertidos, o inteligentes, o guapos. Creen que eso les facilita el emparejarse, y no negaremos que es cierto, siempre y cuando estén dispuestos a emparejarse con las sobras que los millonarios les dejan. Ni siquiera queda el consuelo de ser el amante secreto de la furcia de un millonario, porque si a algo son fieles las mujeres es al dinero. Acéptelo, hombre, es usted un cornudo en potencia, si no lo es de facto. Y cada vez que aplaude el gol de uno de sus queridos futbolistas, además de cornudo, es usted un astado consentido.

Llegamos ahora al meollo de la cuestión: ¿esta actitud permisiva es indigna o pragmática? En DCC somos de la opinón de que los cuernos consentidos, aun siendo potenciales y no efectivos, constituyen una bajeza, pero admitimos que la posición más cómoda y saludable es la de aceptar el hecho, evitar pensar en ello y seguir dándole palmaditas en la espalda al millonario que nos puede quitar a la mujer con sólo chasquear los dedos. Cabe la posibilidad de que a fuerza de abyecto servilismo el ricachón se apiade de nosotros, nos tenga mucha pena y no se folle a nuestra mujer. Nos parece una posibilidad remota, pero posible al fin y al cabo.

La actitud de rebeldía, si bien es la que mantenemos en DCC (con absoluta inutilidad, por cierto), no nos parece recomendable, pues hemos comprobado directamente que conduce a sufrir ciertas patologías como: misoginia, depresión, frustración crónica, y SEHCT (síndrome de estar hasta los cojones de todo). Abogamos, más bien, por la humilde aceptación de la realidad, por el pragmatismo más descarnado y por el a joderse tocan. Lo que no podemos tolerar es que ustedes, además de ser cornudos consentidos, se hagan los dignos. Ya que han perdido la dignidad, sean al menos capaces de mantener la virtud de la sinceridad y reconozcan que la vida es más fácil siendo un mierdecilla que adula al poderoso. Admitan, caballeros, que ponen gustosamente a sus señoras a disposición del rico, y que también le pondrán a sus hijas en cuanto estén en edad. No pasa nada, señores, admitan eso como DCC admite que la vida de ustedes es mucho más feliz que la nuestra.




(PRÓXIMO CAPÍTULO: Profesión frente a vocación, ¿competencia desleal en el puterío?)

viernes, 23 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo tres. Relación entre belleza y puterío


En este capítulo queremos explicar que el intrínseco puterío en la mujer tiene intensidad variable y el porqué de este hecho. Se conoce que no todas las mujeres son igual de putas, habiéndolas un poco putas, bastante putas, y putísimas redomadas. Así mismo no se pretende negar la existencia de raros ejemplares de mujer que, acaso por mutaciones genéticas, carecen totalmente de puterío, entre las cuales, sin duda alguna, se encuentran todas las lectoras de esta bitácora. Claro que sí. Desde luego que sería una increíble coincidencia, pero aún así nos la vamos a creer. En DCC somos la rehostia de magnánimos.


No es nuestra pretensión establecer verdades incontestables, pero entendemos que más de treinta años de sistemática observación del sexo femenino nos facultan para opinar con moderada autoridad. De estas observaciones se ha desprendido que hay una evidente relación proporcional entre belleza y puterío. Podemos sostener el axioma "cuanto más guapa, más puta" sin temer equivocarnos. La inteligencia, por contra, no parece guardar relación con el puterío, pudiendo encontrarse tontas muy putas y putas muy listas por igual.


Es un error muy común creer que la continencia del puterío obedece a causas morales y a la decencia. Pensar esto es como creer que la gente de sólidos valores morales no necesita comer. El que no come es porque no puede, sencillamente. De igual modo, la que no es puta es porque no la dejan. Hay mujeres más feas que pegarle a un padre y que a pesar de ello se empeñan con insufrible contumacia en argumentar contra mi tesis diciendo disparates como este: "Pues yo, cuando era joven, fui Miss Villacascajo de Abajo y, ya ves, me casé por amor con un muerto de hambre". Ante tales afirmaciones este humilde tratadista, que sobre todo es un caballero, opta por guardar silencio. Hoy, sin embargo, en honor a la verdad, debemos dejar a un lado la cortesía y hablar alto y claro: Señora, Usted, tanto antes como hoy, tiene toda la cara de Silvester Stallone jiñando cuando está estreñido, así que déjese de fantasías. Usted fue Miss Villacascajo de Abajo porque era la única mujer de esa aldea, y aún así tuvo que follarse a los doce miembros del jurado para que no le dieran la corona al travesti de un pueblo vecino. Coño ya con tanta fanfarronada.


La mujer bella, la chorvi guapísima, la tía buenorra de verdad, putea todo lo que puede. La expresión "no eres más puta porque no puedes" tiene un sentido más literal de lo que mucha gente cree.


Llegados a este punto, oportuno será hacer un inciso para desmentir uno de los grandes mitos de nuestra sociedad. La belleza es relativa, dicen. Ja, ja y ja, respondemos desde DCC. La belleza (y nos referimos, por supuesto, a la belleza física) es reconocible por todo el mundo cuando se tiene delante. Lo cierto es que hay mujeres hermosas cuya belleza nadie discute, y mujeres horripilantes que asustan hasta a los demonios. Entre unas y otras, eso sí, se encuentran la mayoría, y aquí admitimos que serán los particulares gustos de cada hombre los que tendrán la última palabra. Lo que está claro es que son las de belleza indiscutible las triunfadoras que alcanzan el objetivo y se casan con el multimillonario, las demás se reparten las migajas y se entretienen estudiando manuales feministas. (Existe una idea parecida a la anterior, según la cual ninguna es fea por donde mea, pero sobre esta última suposición no nos vamos a pronunciar).


Para terminar este capítulo nada mejor que ilustrar lo dicho con ejemplos gráficos, y luego digan que esas putas bellísimas se emparejan por amor. Amos, no me jodan:





Una putilla monísima con un tipo feo, pero millonario. Se trata de la modelo Elin Nordegran y del golfista (que practica el golf, no que se casó con una golfa, aunque también) Tiger Woods, quien según la revista Forbes fue el deportista mejor pagado de todos los tiempos con unos ingresos de 87 millones de dólares.





Un tipo con cara de sátiro casándose con una rubiaca buenorra. Son el futbolista Iván Zamorano y la modelo No Sé Qué Alberó.





Preciosidad liada con un saco de dientes. Hablamos esta vez de la modelo Cicarelli y del jugador de fútbol Ronaldo.



Una putilla sonriente y un pez con corbata. El de la cara de pez es el empresario Álex Corrías, la otra fue su esposa y se llama Inés Sastre.



Aquí vemos una fregona junto a una furcia espectacular. Se trata, cómo no, de otro futbolista, llamado Karembeu en esta ocasión, y la otra es una tal Adriana.



(PRÓXIMO CAPÍTULO: El cornudo consentido y el puterío, ¿indignidad o pragmatismo?)

jueves, 22 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo dos. Las edades del puterío


Para seguir estudiando el puterío no estará de más exponer cómo y cuándo aparece, su desarrollo y las consecuencias que conlleva durante su evolución tanto para las mujeres como para los hombres.

En el capítulo anterior ya se respondió indirectamente a la cuestión de si la puta nace o se hace. Quedó patente que la puta es innata. Veamos ahora cómo se desarrolla:

Es a partir de la menarquia y del afloramiento de las tetas cuando aparecen los primeros signos de puterío. Ocurre alrededor de los doce años, aunque hay ligeras variaciones según la situación geográfica que parecen estar relacionadas con la cantidad de horas de luz solar. Para el hombre no avezado estos signos de inicial puterío pueden resultar entrañablemente simpáticos, y no es raro que haya padres insensatos que alientan en sus hijas la conducta puteril, grave error educativo por el que después pagarán otros. Las adolescentes adquieren conciencia del poder que sus incipientes tetitas ejercen en los hombres y se aprovechan de ello volviéndose caprichosas, manipuladoras y coquetas -¡qué me dices!, ¡aprendices de meretrices!-. Desde esa edad y hasta los veinte años aproximadamente ensayan técnicas de seducción y visten ropajes que no dejen lugar a dudas sobre su condición femenina, algunas incluso usan sujetadores con relleno postizo. La culpa, ya se sabe, es de los padres, que las visten como putas. También se maquillan como payasos a pesar de tener unas caritas perfectas y además de provocar alguna calentura por mostrar más carne de la debida provocan vergüenza ajena. En DCC somos firmes defensores de la paz y aborrecemos cualquier forma de violencia, pero consideramos que por el bien de la humanidad habría que ahogar a ciertos padres en ácido sulfúrico. Durante esta etapa de las jóvenes putillas es cuando experimentan con el sexo haciéndole pajillas al macarra del barrio y más adelante follándoselo vivo. Esto es, quizá, la única buena obra que hacen en sus vidas, pues está bien que el pobre muchacho tenga la oportunidad de descargar los huevos antes de ingresar en prisión. Sin embargo, manifestamos ciertas reservas en cuanto al altruismo de esos puteriles actos, y creemos más bien que ellas lo hacen como entrenamiento para el día en que cumplan su sueño, el cual a esa edad ya consiste en casarse con un hombre rico. Viven estos años enamoradas de presentadores de televisión homosexuales, de cantantes cocainómanos o de actores alcohólicos. Asisten, con sus mejores ropas de putones verbeneros, a conciertos en los que se matan entre ellas por acercarse al escenario con la esperanza de que el vocalista drogata de un grupo rockero o el cantante amariconado de moda se fije en ellas. Muchas son las que tras una actuación se han quedado preñadas de su ídolo y no le han vuelto a ver el pelo salvo por la tele. Después le cuentan a sus padres que el culpable es el Yosua (otro macarrilla de barrio, pero cuyo padre tiene una tienda de ultramarinos y así al menos el bebé podrá comer), por lo que Yosua y la putilla se casan de forma precipitada y el bastardo crecerá sin saber que su verdadero padre no es el Yosua, sino un artista de mierda que murió por sobredosis poco después de engendrarlo. Esta situación, debemos reconocerlo, nos provoca en DCC una malsana satisfacción y un poco de risa. Las putillas, durante la adolescencia, son muy calientapollas pero casi inofensivas. Salvo para el tontarra del Yosua, claro.

Entre los veinte y los treinta años alcanzan las mujeres su plena madurez puteril. Cuidado con ellas. Ya han refinado sus técnicas manipuladoras y en algún momento pasado olvidaron los escrúpulos, junto con las bragas, en el asiento trasero de un coche. Todas a esta edad tienen el mismo objetivo: casarse con un hombre guapo, fuerte, sano, responsable, fiel y rico; o en su defecto casarse con un hombre rico sin más. La mayoría, como cabía esperar, sucumbe ante la despiadada competencia y acaba casándose con cualquier pelagatos: ya dijimos en el capítulo anterior que hombres millonarios hay pocos; mujeres guapas, muchas. Durante esta etapa de su vida dejan de recordar que son humanas y van de diosas por la vida. A mayor belleza mayor es el endiosamiento (en otro capítulo se darán unas recomendaciones para evitar en lo posible el efecto Diosa). Dado que se creen diosas tratan a los hombres como a seres inferiores, salvo a los hombres ricos, ante los cuales se comportan como siervas. Una vez más, en DCC clamamos por la paz y el diálogo, pero con la sospecha de que dos buenas hostias a tiempo bajarían a muchas diosas de su altar.

Aquellas que llegan a los treinta años solteras se sienten acomplejadas y fracasadas. Cuanto más se acercan a los cuarenta más se les envenena el alma y con más desesperación buscan un marido adinerado (observen que ya no digo millonario). Usualmente han tenido que trabajar y son conscientes de la urgencia de encontrar un marido que las mantenga y las libere de la esclavitud de horarios y jefes, y ya de paso les garantice el alimento a ella y a sus retoños. Sabedoras de que se les acaba el tiempo ya no aspiran al ricachón que no consiguieron cuando aún tenían las tetas prietas e ingrávidas, así que ahora les vale cualquiera, preferiblemente con empleo fijo y razonablemente remunerado. Suelen follar bien y ser poco exigentes en lujos, pero muy infieles porque están en una época de búsqueda y comparación frenéticas.

Pasados los cuarenta años son excelentes amantes (gallina vieja hace buen caldo). Se vuelven humildes, aunque no mucho. Las que aún son solteras son horrorosas, o bien es que nadie las quiere de tan indisimuladamente putas como han demostrado ser en sus años anteriores. Saben que están a punto de ser expulsadas del mercado por las pujantes veinteañeras buenorras y esto las lleva a rebajar mucho su caché, llegando a darse de baratillo al primer postor que por allí pase. Son cosas de la ley de la oferta y la demanda, que puede ser casi tan puta como las propias mujeres. En cuanto a las cuarentonas casadas sólo apuntaremos que son siempre infieles de pensamiento y ocasionalmente de obra. También las hay chateadoras impenitentes quemando sus últimos cartuchos, por si acaso el millonario tan ansiado se esconde bajo un alias como, por ejemplo, Millonety_Soltero_Guapete.

De los cincuenta en adelante ya ni merece la pena hablar de ellas como mujeres, porque son más bien abuelas, y las abuelas, al igual que los ángeles, son seres asexuados.


(PRÓXIMO CAPÍTULO: Relación entre belleza y puterío).

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Tratado puteril. Capítulo uno. El puterío como condición natural de la mujer


Está bien, admitámoslo ya de una vez. Las mujeres son unas rameras debido a cuestiones puramente evolutivas. En su manera de proceder no hay perversión alguna, tan sólo el fiel seguimiento de un dictado natural contra el que poco podemos hacer, salvo conocerlo, comprenderlo, y evitarnos daños innecesarios pretendiendo el imposible de actuar contra natura.

Para entender a qué se debe esta característica debemos empezar hablando del humano neonato. El bebé es un ser débil, frágil, y totalmente dependiente de la madre durante bastantes años. Incapaz de alimentarse y protegerse solo, necesita de los cuidados maternos a tiempo completo. La madre, a su vez, queda durante esos años incapacitada para trabajar o cazar. De ahí la importancia de unirse con cierta fidelidad a un hombre protector. Esta fidelidad es relativa, pues bastará que otro hombre más protector se interese por ella para que cambie de pareja.

Ahora bien, ¿qué entendemos por un hombre protector? Un hombre protector, originalmente, era un macho fuerte y sano, buen cazador y responsable. Era un tipo que salía de casa al amanecer y a la hora de la cena estaba de vuelta con un mamut al hombro, sin entretenerse tomando cervezas con los amigotes. Hoy en día esto ha cambiado ligeramente, y ahora el macho protector ideal es aquel que tiene mucho dinero, con el que puede pagar a otros para que cacen por él mamuts y lo que se tercie. Los instintos en la hembra humana siguen siendo básicamente los mismos, por eso se sienten atraídas por los machos fuertes, pero adaptándose a los tiempos saben que el macho protector de hoy es el de la cartera de piel de cocodrilo y Ferrari en el garaje. Él es quien mejor puede garantizar la alimentación, la seguridad y el abrigo, tanto de la madre como de los hijos.

Centenares de milenios de evolución dejan honda impronta, y siendo consecuentes no podemos ahora pedirle a las mujeres que guíen sus pasos por el amor tal como lo entendemos los hombres. Somos animales, y el idealismo es cosa de transtornados que sufren defectos mentales.

Algún hombre especialmente ingenuo podrá argumentar en contra de lo expuesto aduciendo que su mujer (esposa, querida, amiga íntima, manceba, concubina o lo que sea) lleva unida a él largos y felices años a pesar de ser pobre de solemnidad. Ya. Y probablemente ella sea más fea que un pie. Hay que entender que hombres millonarios hay pocos; mujeres guapas, muchas. Sólo las más aptas (entendiendo por aptas las más apetecibles sexualmente) alcanzan el objetivo de unirse al actual macho alfa, el de la cartera de piel de cocodrilo y Ferrari, recuerden. Si de veras es usted pobre puedo asegurarle que su pareja no es un bombón precisamente. Esto no quita, claro que no, que para usted sea la mujer más guapa del mundo. Lo que pretendo decir (con mucho tacto), es que, a lo mejor, los señores millonarios no comparten sus gustos en cuanto a belleza, lo que sería una suerte para usted, porque, desengáñese, si su mujer gustara a un millonario no sería su mujer. Tampoco es que los millonarios sean unos hombres malos y envidiosos que le quieren quitar las mujeres a los pobres, que habrá de todo, y además no les hace falta, porque ya se encargan ellas de buscarlos. Ahora, por favor, no desprecie usted a su mujer, hombre, que ella no tiene la culpa de ser así de fea y de puta. Lo de la fealdad es cuestión de gustos (hagamos como que nos creemos eso) y lo del puterío es, como ya dijimos, un rasgo evolutivo.

Si bien es cierto que la mujer lleva el puterío en los genes, no menos cierto es que podría luchar un poco contra su instinto. A fin de cuentas vivimos en una sociedad que para seguir existiendo nos exige refrenar ciertos impulsos, y creo yo que de igual manera que la inmensa mayoría de los hombres no violamos a cuanta fémina bella nos cruzamos por la calle, también ellas podrían poner de su parte y ser algo menos putas. De todos modos, en DCC nos mostramos comprensivos con la puteril condición femenina, y somos de la opinión, usando jerga jurídica, de que la mujer no es una puta culposa ni dolosa, en tanto en cuanto no la creemos consciente de su venalidad, ni engaña a nadie al seguir unas pautas que le han sido impuestas por la Madre Naturaleza, esa misma Madre que tantos hijos de puta ha parido.

Y sigo abogando en descargo de la mujer al insistir en que ella no es consciente de estar en venta. Ellas, realmente, creen en el amor. Lo que pasa es que su amor no es igual que el del hombre, lo que por otra parte constituye un argumento más en contra de la seudoteoría del Diseño Inteligente: ¿qué clase de Dios tarado crearía dos sexos complementarios que tienen tan diferente concepto del amor? Cuando la mujer se abre de piernas ante un millonario siempre se justificará explicando que está enamoradísima de él, y el caso es que ellas mismas se lo creen. Pregúntenles si se hubieran enamorado del mismo hombre en caso de que fuera pobre, y les responderán ofendidas que por supuestísimo que sí, sin embargo, pónganles delante a otro hombre más rico y ya verán qué pronto se desenamoran del primero para "enamorarse" del segundo, y una vez más estarán convencidas de lo genuino de su amor. Amor que en DCC no nos atrevemos a poner en duda, pero expresando nuestra convicción de que el objeto de ese amor no es hombre alguno, sino su cuenta bancaria.


(PRÓXIMO CAPÍTULO: Las edades del puterío).

domingo, 18 de noviembre de 2007

A solas con el cucho



Vivir a solas con un gato tiene su cosita. Es más divertido que vivir en total soledad, e infinitamente más cómodo que vivir con familia, con amigos, o con cualquier otro ser humano no catalogable. También tiene, no se crean, sus desventajas. Una de ellas es la absoluta falta de intimidad. Me explico:

Si uno vive, pongamos, con su tía abuela, puede decirle "tía abuela, no entre en mi cuarto sin llamar porque suelo estar masturbándome y se va a llevar usted un soponcio", y en siete de cada diez casos la tía abuela respetará nuestra intimidad. En otro de cada diez casos la tía abuela no hará caso porque es sorda, y en los dos casos restantes se lo tomará como una invitación, pues es sabido que el veinte por ciento de las tías abuelas son algo rijosas y cochinas. Pues bien, nuestra prudente advertencia, en el caso de los gatos, funciona en cero casos de cada diez. Los gatos no tienen el menor sentido de la intimidad. De hecho, fíjense en ellos cuando se ponen a cagar. Observen que el gato adopta para ese menester una actitud muy digna y hasta se diría que una pose interesante. Esto ocurre porque a ellos les gusta que los miren en todo momento, hagan lo que hagan. De igual modo, creen que a nosotros los humanos también nos gusta ser observados en cualquier circunstancia.

Y hablando de cagar, cuando uno vive a solas con un gato se acostumbra a hacer caca bajo la atenta mirada del félido. Los primeros días puede resultar incómodo, porque estás esperando que cualquier inoportuno ruido, de los muchos que en esas actividades surgen, sobresalte al animal y éste nos brinque encima y se nos zampe el salchichón. A las mujeres, obviamente, no puede ocurrirles dicho percance. Bueno, si eres
Amor, la de Gran Hermano, también te puede pasar. El caso es que después uno se acostumbra y ya no puede ir al baño si no es acompañado del gato. Con la confianza llegan las bromas, y los juegos. A mí me gusta esperar a que esté medio dormido en el lavabo y entonces hago fuerza abdominal para obtener un sonoro pedo amplificado por la maravillosa acústica del váter. Es muy gracioso ver al gato pegar un salto y mover las orejas en todas direcciones. Creo que a él también le parece divertido porque nunca se marcha.

A las personas solitarias que vivimos con un gato es fácil reconocernos por la calle. Tenemos las manos arañadas, y a veces también la cara. Nuestra ropa parece siempre de invierno porque va cubierta de pelos. A mí, sin ir más lejos, una vez quisieron apalearme unos fundamentalistas de
PETA, acusándome de matar animales para hacerme prendas de abrigo. Es que ellos se hacen mucho los chulitos con el tema de proteger a los animales, pero no viven con un gato.

Cuando vives con un gato aceptas que la propiedad privada ha quedado abolida en casa. Aunque no le guste mi comida, él tiene que probarla o no me dejará comer en paz. Mis libros son sus libros, y aunque raramente los lee tiene la necesidad de morder las portadas para dejarlos marcados con su particular ex libris. Los ceniceros son para el gato fuente inagotable de sorpresas, y todo cuanto encuentra en ellos le parece un juguete excelente. Mis calcetines no son mis calcetines; son sus paños para tapar el comedero. Bolígrafos, relojes, teléfonos, carteras, monedas, llaveros... todo son juguetes para Gusifluky.

Quien vive con un gato no tarda en descubrir que no vale el viejo truco empleado con lo niños, ese de dejar los objetos fuera de su alcance. No, el gato lo alcanza todo, antes o después. Los gatos saltan, saltan mucho y muy alto, trepan, se arrastran, se estiran y se encogen, y si se lo proponen pueden abrir grifos, neveras y armarios. Algunos aprenden a abrir puertas y a usar llaves. A mi gato le encontré una vez en un bolsillo un juego de ganzúas, una revista porno, dos caramelos mentolados y una lata de atún. Me pregunto para qué querría el atún.

Las personas que vivimos a solas con un gato solemos morir jóvenes, por infartos casi siempre. Imagine que son las tres de la madrugada, usted se levanta a buscar un pañuelo para secarse el sudor que le ha provocado una reciente pesadilla, y al abrir el cajón donde están los pañuelos se encuentra con un inesperado gato que le salta a la cara. Usted, obviamente, muere para siempre por un infarto fulminante. Lo peor de todo es que, como vivía a solas con el gato, nadie se entera de su muerte hasta pasados dos meses, cuando los vecinos ya están hartos del mal olor que sale de su casa. Entonces es cuando aparece usted en España Directo, y sus vecinos también, repitiendo el tópico de "era una personal muy normal y educada, aunque casi no lo conocía". Cuando el gato es interrogado sobre su posible implicación en la desgracia, suele responder: "Yo no sé nada. Una noche me despertó bruscamente mientras yo dormía en el cajón de los pañuelos, y tenía muy mala cara. Se conoce que quiso pedirme ayuda, pero ya era tarde".

Otro caso parecido, e igualmente habitual, es cuando... Vuelva a imaginar, hágame el favor. Son, esta vez, las cuatro y cuarto de la madrugada. Usted se despierta con la imperiosa necesidad de echar una meada, pero no enciende la luz porque está medio dormido y no recuerda dónde está el interruptor. Va por el pasillo tenebroso, donde precisamente se encuentra su gato sentado justo en la mitad y meditando sobre cosas profundas. El gato lo ve a usted perfectamente y piensa que usted también puede verlo a él, así que no se aparta. Usted pisa la cola del gato. El gato da un chillido de esos que despiertan a toda la comarca y parte de las comarcas colindantes. Usted, una vez más, se muere para siempre de modo irremediable. Luego viene todo el circo del caso anterior, pero con el infame añadido de que, además, se habrá meado usted encima mientras palmaba.

También se cuentan por millares los casos de las personas que fallecieron desangradas en el intento de bañar a sus gatos. Esto les ocurrió mayormente por desinformación. Si tiene usted un gato y quiere bañarlo, le recomiendo que lea "
Instrucciones para bañar un gato", de Leónidas Kowalski.

Las personas que vivimos con un gato en un piso alto tenemos una preocupación constante: las ventanas. Nuestras viviendas son húmedas y huelen a caca de gato porque tenemos miedo de ventilar la casa y que el gato salte por una ventana. Desgraciadamente en los gatos es habitual lo que se ha dado en llamar, parece que con cierto humor cínico,
el síndrome del gato paracaidista. La obsesión por mantener cerradas las ventanas puede llegar a ser verdaderamente mórbida, y a mí me ocurre que voy a casa de un amigo y le cierro las ventanas en pleno mes de Agosto. Supongo que ese detalle, unido al hecho de beberme todo el whisky de mi amigo, es la razón por la que no me ha invitado más.

Quienes vivimos a solas con un gato tenemos la costumbre de hablarle, y si no llevamos cuidado también acabamos hablando con las plantas, con los insectos y con los muebles. De hecho, muchos seres humanos que vivieron con un gato durante años terminaron sus días encerrados en hospitales psiquiátricos, que es el nombre políticamente correcto para denominar a lo que siempre se ha llamado manicomio. Por cierto, el siempre claro y directo
DRAE nos dice que la palabra manicomio viene de manía y de cuidar, y la explica concisamente como "hospital para locos", lo que demuestra que los señores académicos no son nada gilipollas y mantienen el cada vez más difícil arte de llamar al pan, pan, y al vino, vino.

Los gatos son elegantes, juguetones y limpios. Usted, suponiendo que haya vacunado debidamente a su gato,y salvo que sea una mujer embarazada, no tiene que temer nada de contagios. Una vez más tengo que mencionar la excepción que supone Amor, la de Gran Hermano: aunque la ciencia avanza que es una barbaridad me parece a mí que esta chica no se va a quedar embarazada jamás, por lo que ella no tiene que temer nada en absoluto de los gatos. Las demás mujeres corren
un riesgo durante la gestación debido a la toxoplasmosis, pero basta con elementales medidas de higiene para que también ese peligro sea conjurado. La verdad es que, por triste que les pueda parecer, es mucho más fácil que sus propios hijos o esa pareja de dudosa moral con la que follan les transmitan a ustedes alguna enfermedad.

Y lo vamos a dejar ya, que nadie lee entradas tan largas, y además me espera mi gato Gusifluky.



NOTAS:

1- Cucho es un chilenismo para nombrar al gato.

2- Amor, la de Gran Hermano, me parece una mujer guapísima, digan lo que digan y a pesar de mis bromas.


sábado, 17 de noviembre de 2007

Ay, mi niño, que está malito...

A mí me pasa que tengo mi corazoncito, pequeño y casi invisible ante tantos centímetros de polla, pero corazoncito a fin de cuentas. Ciertas cosas me parecen enternecedoras y me hacen sonreír, como aquella vez que introduje en el recto de María Mercedes un paraguas y me empeñé en abrirlo cuando ya estaba dentro y ella gritaba y yo... Bueno, dejemos ese asunto.

Alguno de mis contumaces espameadores me ha enviado un vídeo que voy a colgar aquí. Simplemente porque me gusta y me hace sonreír cada vez que lo veo. Espero que a ustedes les pase lo mismo (son sólo catorce segunditos de nada):

viernes, 16 de noviembre de 2007

Los hombres sin rostro



Desde niño supe que me acechaban, pero aún no sabía identificarlos.

Ahora veo a los hombres sin rostro por todas partes. Casi todos mis vecinos son hombres sin rostro. Puede que se libre ese niño preadolescente de ojos azules que vive en el primero. A veces no responde a mis saludos de tan ensimismado como va, y yo sé el porqué. Es nuestro secreto, aunque él ignora que yo lo sé. Me enteré de todo cierta tarde, cuando coincidimos en el portal él, una vecinita, y yo. Vi cómo miraba a la vecinita, y me bastaron unos segundos para comprender a mi joven amigo. Supe que este muchacho no es un hombre sin rostro, y supe también que está enamorado hasta las pestañas de su lindísima vecinita. Supe también, maldita sea, que ella sí es un hombre sin rostro en pequeña versión femenina.

Quizá también se libre la niña educada, hija de una dama sudamericana que vive en mi misma planta. Ojalá esta niña no sea otro hombre sin rostro. Eso espero. Sin embargo, sé que corre peligro de serlo. He visto con quién se reúne por las mañanas para ir al colegio: un grupo de pequeños hombres sin rostro la esperan al salir de casa. Se reúnen con ella, la acogen en su grupo de hombres sin rostro y, más que acompañarla, se la llevan, chupando su personalidad, absorbiendo su presencia y diluyéndola en la masa devoradora de los hombres sin rostro. Me gustaría hacer algo para evitarlo, pero alguien me acusaría de ser un pedófilo y llevar sucias intenciones. Los hombres sin rostro usan estratagemas así, y la mayoría de jueces también son hombres sin rostro. Y además, yo no tengo madera de héroe.

Mi trabajo está lleno de hombres sin rostro. Algunos no lo son, pero la mayoría sí. En mi trabajo es obligatorio vestir uniforme, y quizá por eso lo escogí. Supongo que imaginé que poniéndome un uniforme me confundiría con la masa y los hombres sin rostro, satisfechos con eso, me dejarían en paz. Pero fue una ingenuidad creer eso. La voracidad de los hombres sin rostro no se colma con vestuario uniformado. Ellos exigen que la uniformidad abarque la manera de pensar, los intereses culturales, la economía y hasta la forma de hablar. Mientras no homogeinices con ellos todos los aspectos de tu vida seguirás teniendo un rostro que te distingue del resto.

Cuando salía de casa por las noches y deambulaba de bar en bar, más borracho a cada parada, con la esperanza de encontrar a personas con cara --preferiblemente con cara femenina-- sólo encontraba hombres sin rostro. Si en alguna ocasión descubría a alguien con cara lo normal es que yo estuviera tan ebrio que parecía otro hombre sin rostro. Dejé de salir.

Mi familia también está plagada de hombres sin rostro. No puedo luchar contra ello y me limito a evitar los encuentros hasta donde me es posible. No me gusta nada mirar a mis familiares, a gente a la que quiero, y no poder distinguirlos porque casi todos presentan el mismo semblante vacío, la misma cara en blanco. Es desolador.

Los hombres sin rostro hablan mucho de fútbol, o de la vida de famosos, o de éxitos de unas clases que yo no puedo comprender, y a veces me quieren meter en sus conversaciones. Es una trampa para saber si soy otro hombre sin rostro como ellos o un disidente. Lo sé. Si me lo propongo puedo aparentar tener otra cara, y si no me conocen bien, puedo simular una infinidad de caras con notable éxito. Lo que no puedo es parecer otro hombre sin rostro. Corrijo: NO QUIERO PARECERLO. Aunque muchas veces me gustaría serlo.

Las poquísimas veces que voy a comprar ropa me encuentro tiendas de ropa para gente sin rostro, con solícitos vendedores sin rostro que me quieren convertir en otro hombre sin rostro. Es algo muy molesto y casi siempre me hace sentir avergonzado.

Los hombres sin rostro compran coches que a menudo no pueden pagar y que son de diferentes marcas y colores, pero en el fondo todos son iguales, como los propios conductores sin rostro que los van a manejar. Que a mi edad no tenga uno de esos coches me convierte en obvio personaje con rostro, y eso no le gusta a nadie. Se sorprenderían (o no) si supieran cuántos polvos me he quedado sin echar por no tener coche, a pesar de poder pagar cualquier habitación de cualquier hotel, y cualquier trayecto en taxi. Pero da igual, porque si no era por el coche me hubiera delatado la música, o la manera de conducir, o cualquier otro detalle. De un modo u otro los hombres sin rostro siempre me acaban desenmascarando... y no les gusta lo que ven, porque están acostumbrados al más absoluto vacío bajo la máscara, y cualquier otra cosa los asusta, por inofensiva que sea.

A medida que cumplo años la presión de los hombres sin rostro se acentúa. Figúrense: treinta y dos años, soltero, vivo solo si no contamos a Gusifluky (el gato), no tengo pareja y llevo una vida tan desordenada que hasta yo me preocupo. Los hombres sin rostro no ven bien nada de esto y me acosan. En ocasiones son leves puyas para hacerme sentir avergonzado, pero otras veces lanzan dardos bien cargaditos de veneno. No soportan mirarse al espejo para ver la nada, y se lo cobran succionando un poco de mí, no para aprovecharlo, sino para masticarlo y escupirlo después convertido en un montoncito de mierda vacía, inodora, transparente y fría.

Admito que en ocasiones envidio a los hombres sin rostro, y me gustaría decirles que mil veces he querido ser como ellos. Pero es que no me sale prescindir de mi individualidad, joder. Van a tener que perdonarme. O besarme el culo.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Se han fallado los premios Quercus, ¡y tengo mención!


No quepo en mí de gozo. Me va a pasar como le pasó a aquella solitaria que tuve, que llegó un momento en que de tan grandota y saludable como se puso no cabía en mí y hubo de buscarse otro huésped. Ahora vive en Segovia, dentro de un tal Don Alfredo Mantecas, donde sin duda tendrá más espacio.

En fin, el caso es que Miri acaba de conceder los premios Quercus 2007 (por el culo se te mete), y este cabeza de chorlito ha pillado cacho. Concretamente he sido distinguido con una mención (no confundir con una micción, que sería igualmente merecida, pero mucho menos honrosa).



(Mención Quercus pyrenaica)

Miri, por si no lo saben, es una famosa científica. Famosa por sus tetas, injusticia ésta imperdonable porque la humanidad, tan desagradecida ella, ha olvidado el importante papel que Miri jugó en lo que a nuevos materiales se refiere. Los fabricantes de sujetadores, hartos ya de que Miri les reventara sus productos, se pusieron serios y crearon nuevos materiales irrompibles e imperforables. Hoy en día, muchos soldados deben su vida a las tetas de Miri y al empeño de los fabricantes de sujetadores, que inventaron el kevlar, material del que están hechos los modernos cascos y chalecos antibalas. Esto, amigos míos, es de justicia recordarlo, y por eso yo lo cuento y me quedo tan fresco.

Ya sin más tonterías, y hablando en serio, mi discurso de agradecimiento:





Discurso de agradecimiento
(Pronunciado por el ínclito Don Leónidas Kowalski de Alburquerque)


Buenas tardes, señoras, señores, cagamandurrias y petimetres todos:

Si estos premios ya estaban unidos a mi chorlitesca persona por razones heráldicas -mi segundo apellido proviene de las palabras latinas albus (blanco) y
quercus (roble o encina)- más lo están ahora que se me otorga esta merecidísima mención, cuyo merecimiento es sólo comparable a lo tardío del reconocimiento. Ya era hora, hostias.

Hoy me siento mucho más quercus que nunca. Más roble, menos persona. Más encina, menos humano. Tan quercus soy en este momento, que mi gato Gusifluky se está afilando las uñas en mi tronco. Bah, que noooo, tontos, que yo en mi tronco sólo admito el roce suave de femeninos dientes, y a ser posible ni siquiera eso, por lo que sólo practico sexo oral con ancianas a las que previamente les pido que se extraigan la dentadura postiza para que así no puedan herirme el tronco.

Cuando mi secretaria, alborozada y cachonda como es ella, me comunicó que DCC tenía una mención en los Quercus 2007, pensé para mis adentros, para mis turbios y oscuros adentros, que algo malo debía yo estar haciendo para merecer semejante escarnio. Pero no. Afortunadamente Miri ha sabido distinguir las churras de las merinas y los aguacates de los higos chumbos, lucidez que la ha llevado a decir estas lindezas mí:

"(...) hay que darle de comer aparte (...) no me atrevería a recomendarlo a la mayoría de mis conocidos (...) grosero (...)"

Muy bien, Miriam. Recuérdame que te debo una copa de vino. O de cicuta, ya veremos lo que encuentro por casa.

En esta ocasión tan emotiva no puedo evitar recordar mi primer contacto con Miri. Nos conocimos en Ceuta, haciendo la mili. Quinta del 57. Segundo Tabor de Regulares. Primera Compañía. Tercera Sección. Segundo Pelotón. Por entonces Miri aún no se había operado y se llamaba Mariano --¿te acuerdas, Marianillo, de aquel Cabo Primero que te arrestó por ir sin afeitar? El muy hijo de puta te tenía envidia porque tú eras más barbudo que él--. Años después te operaste en manos de aquel doctor miope, y por eso te puso ese par de tetas, viéndolas aún pequeñas el muy maldito.

Ahora miro atrás y... me hago daño en el cuello, así que miraré al frente, pero no sin recordar que cuando Miri y yo éramos pequeños medíamos menos que ahora.

Gracias, Miri. Y gracias a ti también, Roberta, que no sé quién eres ni por qué te nombro, pero eso no disminuye mi profundo agradecimiento hacia ti.


martes, 13 de noviembre de 2007

A vosotras, españolas. (Segunda parte)


A ver cuándo coño reunís el coraje necesario para admitir que ser mujer no es malo, pero tampoco bueno; sólo es. Ni sois mejores que yo, ni yo mejor que vosotras.

En lugar de gastar fuerzas en comeros con patatas fritas a vuestros hombres, deberíais esforzaros en despreciar a las féminas que dicen cosas como "las mujeres no queremos igualdad; queremos ventajas" (frase real oída a cierta mediodama). Aunque muchas no lo digan, mediante su cotidiana actitud demuestran comulgar con esa idea. Lo que pasa es que es más fácil medrar a costa de hombres con un gran complejo de culpabilidad (que los hay, y muchos) y con los que os tienen miedo (que los hay a pares), y que a pesar de ello os van a embaldosar de oro vuestro camino hasta el inmerecido éxito profesional y económico. Andad, valientes de pacotilla, y reclamad a las hijas de puta que de verdad os están jodiendo el buen rollete de la igualdad. Pedidle cuentas a las golfas que tiran de tetas para abrirse camino. Plantadle cara a las rameras que obtienen prebendas a cambio de mamadas. Con esas no os atrevéis, ¿verdad?, bien sabéis que ellas son mil veces más peligrosas que los hombres. Y bien que lo sabéis porque sois lo mismo.

Pues no, y mil veces no. Quienes de verdad perjudican a las mujeres son los igualitarios de cupo y las zorritas de apertura pernil a cambio de favores, pero vosotras, tan modernas y tan cobardes, tan blandas y tan políticamente correctas, os preocupáis porque el emblema de Madrid no está representado por una osa sino por un oso, o exigís la inmediata paridad numismática proponiendo la efigie de Doña Clara Campoamor en las monedas, señora ésta, por cierto, que a buen seguro se avergonzaría de vuestra charlatanería que más que feminista es interesada y canalla. Sois unas feministas de mierda. Sois unas igualitarias de Barby Megachuli. Sois unas justicieras de Nancy Superguay. Unas feminiotas de género, o sea no sé, ¿no? Paritarias de la muerte te lo juro por Snoopy.

Redundo en mierda al cagarme en vuestra igualdad "de entre once y doce con peligros de ventana", como diría el maestro cojitranco.

lunes, 12 de noviembre de 2007

A vosotras, españolas


Se os están comiendo el terreno, mis niñas. Y me alegro mucho. Quien siembra vientos recoge tempestades, y todo eso.

Mis queridas españolas, no sé si os habréis fijado, pero cada vez más son los españoles que se casan con damas hispanoamericanas, y con mucha razón. Es lo que pasa cuando se puede comparar y escoger: uno se queda con lo mejor.

Mientras mis adoradas compatriotas se llenan la boca hablando de paridad y de igualdades de cupo, otras, más avispadas e inteligentes, aprovechan la coyuntura para cazar marido. Y muy bien que hacen, qué leches. Cuestión de supervivencia y que gane la más fuerte, y a vosotras,
españolitas de osa y madroña, os están pegando una paliza de órdago, por prepotentes, por gilipollas y, sobre todo, porque habéis olvidado cómo se conquista a un hombre.

Si el hombre es como tiene que serlo, lo de la igualdad, el respeto y todo lo demás os vendrá dado. Pero vosotras, españolas modernillas de manual feminista, preferís ocultar vuestros muchos defectos apelando a cupos paritarios y leyes que permiten detener a hombres con vuestro mero testimonio acusador y sin la menor prueba. Así que ahora muchos españoles se buscan la pareja en las américas, donde las mujeres, además de ser hembras de bandera, son más listas que vosotras, pardillas. No más honestas, ni más decentes, pero sí más prácticas. Más humildes, menos endiosadas. Quizá tan interesadas como vosotras, pero al menos saben dar a cambio un cariño del que vosotras os creéis dispensadas.

Pero vosotras, españolas de igualdad tan políticamente correcta como falsa, seguid luchando por carteras ministeriales de cupo femenino, por puestos ejecutivos de cupo femenino, por leyes que os conviertan en jueces y verdugos (¿o verdugas?) contra los hombres y por cuantas otras majaderías sacadas de panfletos feministoides se os ocurran. Seguid encantadas con vuestro
Instituto de la Mujer y aferradas a esas abyectas Concejalías de la Mujer. Mientras vosotras os dedicáis a vuestros anacrónicos proyectos sexistas y a vuestras labores segregadoras muchos hombres, cansados ya de tanto abuso y de tanta tontería, están buscando a mujeres de verdad.

Y pasan más cosas: pasa que mujeres de verdad las hay a millones desde la frontera con los USA hasta el Cabo de Hornos; pasa que suelen ver a España como la Madre Patria; pasa que sienten a la vieja Europa como una tierra llena de atractivo, de cultura, de riqueza y libertad; y pasa también que ellas tienen nuestro mismo idioma, amigas españolas, con lo que eso une y facilita la coyunda; y también pasa que gracias a Internet las relaciones intercontinentales son fáciles y baratas. Pero vosotras, íberas de mírame y no me toques, seguid a lo vuestro, que os las van a dar hasta en el carnet de indentidad las indiecitas listas, tan majas y guapas ellas.

Bien merecido lo tenéis.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Tetoteca


Saludos, mis pequeños gusiflukys. Tal como les adelantaba en la entrada del Jueves -sí, ésa sobre un concurso que
Paloma finalizó nada más empezar, por lo que jamás la perdonaré, y que le ha hecho ganar la novela La Sombra del Viento-, hoy publico algo especial. Se trata de un experimento literario que han hecho seis mujeres por mí.

Siguiendo otra idea que Tesa me dio con su entrada En tus manos, pedí a veinte féminas que me describieran sus pechos. No esperaba más de dos o tres respuestas, pero han sido seis las damas que han aceptado, y francamente, me honra mucho esta participación tan inesperada e ingeniosa. Muchísimas gracias a todas.

Vamos con las descripciones, de las que no he tocado una coma:

Las tetas golfas de la Doctora Yvonne, quien a petición suya enlazo porque ella es así de exhibicionista:

Mis tetas cambian todo el tiempo. A veces, porque sí nomás, se ponen bastante putonas, gruesotas, la piel blanca brilla y los pezones se hinchan, se oscurecen. Al tacto, los pezones tornasolados son suaves como la nada, perturbadoramente suaves, perfectos para enloquecer de excitación y ternura a cualquier hombre. Pues sí, por momentos mis tetas parecen diseñadas para calentar a un macho, ponerlo enfermo. Yo misma las miro y no puedo creer lo putas que se ponen. La lascivia casi violenta que desprenden con toda esa hinchazón supera cualquier película pornográfica, me resulta realmente sorprendente verlas así, tan independientes. Tanto, que en un impulso esquizoide, las reprendo silenciosamente, por ser tan relajadas.

Pero mis tetas cambian todo el tiempo y de un momento a otro, porque sí nomás, se retraen y se parecen a los sobrios pechitos de una ninfa. Los pezones se achican, se vuelven más duros y rígidos. La teta blanca se redondea y queda más insensible. Al tacto son como dos bolas medianas, perfectamente manejables. Mis tetas parecen ahora indiferentes, sin deseo de nada.

Me gusta mucho jugar con ellas, pero no porque las acaricie en solitario. Adoro refregarlas en la cara de un hombre, azotarlo con ellas. Me gusta especialmente ser un poco bruta, meterle los pezones en sus narinas, insertarlos en sus orejas, en sus ojos. Cuando la temperatura sube y el deseo me quita la razón, lo que más me gusta es que su lengua se apodere de mis pezones con frenéticas lamidas. Quisiera que me chupe ambos pezones a la vez, y gozo como una loca con sus inútiles intentos.


En los últimos meses, y no porque sí, mis pechos han cambiado más que nunca y todos los días me quedo un buen rato mirándolos en el espejo. Creo que todas las mujeres nos miramos desnudas en el espejo del baño luego de tener sexo. Pero esto es diferente, porque estoy siendo testigo de una preparación lenta, concreta. Mis tetas, antes los mejores adornos, ahora se convirtieron en dos laboriosas fábricas. Los pezones ennegrecieron y se mancharon. Las aureolas se deformaron, se agrandaron y no respetan sus contornos. En ellas nacieron unos gránulos, no me explico cuál, pero tienen su razón de ser. Las venas se azularon y se pueden ver a través de la piel traslúcida. Estos días de espléndida preñez mis tetas están más hinchadas que nunca y trabajan con un propósito que va más allá de mí. Sensibles, gordas, plácidas. Y querendonas también, claro que sí.

Las precoces bolillas:

Como tuve mi primera regla con once años, en seguida me salieron dos bolillas bajo aquella cara de niñita. Nunca creí ese dicho de que a las chicas que comen mucho pan y frutos secos les crecen más las tetas porque yo apenas comía una cosa u otra y en seguida tuve un buen par de pechos grandes.

Después de dar de mamar a mi hijo durante seis meses, cuando ya las glándulas estaban vacías de leche, no se volvieron a llenar de grasa del todo y por eso parecen más caídos que antes, es un poco pero se nota. Tengo la piel muy blanca y los pezones rosados, muy sensibles, al menor contacto o bajada de temperatura se ponen en guardia. Venas azul-verdosas se adivinan de forma tenue en un par de lugares bajo la piel.

Alguna vez he pensado que sería muy frustrante perder (por el cáncer) alguno de mis dos pechos, que no me sentiría una mujer completa. Creo que son muy importantes como mujer, en las relaciones sexuales y como madre porque te unen (unieron) de manera muy intensa a tu bebé.

Mandarinas que se transformaron en manzanas, manzanas que pasaron a ser peras y finalmente mangos:

Recuerdo una época en que mis pechos eran mandarinas. Mandarinas verdes, con los gajos todos bien unidos y jugosos. De aquella me acomplejaban mis mandarinas adolescentes. Ahora mataría por poder hacerlas jugo. Tres lactancias y quince años después, mis pechos pasaron a ser manzanas, después peras y ahora tienen toda la apariencia de mangos. Lo que he perdido en turgencia desde que mis pezones no apuntan al cielo sino al suelo, lo he ganado en tamaño de areola. Ya no tienen un color rosa Barbie, ahora son de color chocolate, con sabor a café bien cargado y estimulante, son más sensibles y más inteligentes, y siguen siendo capaces de elevar cualquier camiseta y amenazar con taladrar sujetadores sin relleno. Han sabido dar comida y dar placer. Creo que, en definitiva, a pesar de los años y los partos, me siguen gustando mis pechos. Ahora marcan canal cuando el Bra me ayuda y han aprendido a ereccionar casi tan sólo con el pensamiento. Más caídos, pero más inteligentes. No me quitaría sus estrías, son cicatrices de guerra.

Las tetas diez (quién las pillara):

Busco un espejo y me coloco justo enfrente de él.Me despojo de la camiseta que llevo. Ya sólo me viste el sujetador de color negro y los tejanos.

El sujetador esconde un pecho turgente, redondo y, si me apuro, llega al adjetivo de... eeerrrr.... explosivo. Dicho sujetador cubre justo para ocultar los pezones con lo cual queda al descubierto prácticamente el resto a la vista.

Me quito el sujetador y mis pechos no se mueven un milímetro. Siguen exactamente en la posición anterior. Rígidos. Erectos.Son más bien redondos. No podrían calificarse de pequeños, tampoco son exagerados. Creo que quedan en perfecta armonía con mis hombros y mi cintura.Dicen los que los han visto que parecen operados. NO lo son.

La areola no es grande. Tampoco pequeña. La describiría del tamaño justo y adecuado para terminar de dibujar mi pecho. El pezón no sobresale. Tampoco se esconde. Digamos que si fuera una persona (mi pezón) no sería ni tímida ni demasiado atrevida y que hablaría sólo cuando tuviera algo que decir.

Están bronceados. Siempre están bronceados. Da igual el mes del año. Siempre tienen ese color atezado. En realidad toda mi piel corporal es así.No hay marcas de ningún tipo.

Busco lunares pero no los veo. Ninguno hasta llegar cerca del ombligo.

Mis pechos son perfectos, joder! jjajajaja!

La escueta:

Y no seria mas practico enviarte una foto?

Creo que mis pechos no es lo más ostentoso de mi cuerpo, son de tamaño regular, puedo abarcarlos completamente con la mano, aunque algunos excesos se desbordan por entre mis dedos, más aún en días de latente revolución hormonal. De piel tersa y muy blanca en donde un lunar, en el pecho derecho, duerme al borde zigzageante del limite de mis pezones.

Sería todo, no más.. que estoy nula con esto, más fácil era describir lo que podría sentir al tener unas manos sobre ellos...

Las tetas simpáticas:

Mis tetas son… simpáticas, tienen buen carácter.

Están habituadas a que se metan con ellas. Son más bien grandes, o eso dicen. Aunque yo creo que, como todo, depende de con qué las compares. Están acostumbradas a ser el centro de atención, y no pocas veces tengo que insistir a mis amigos en que cuando hablen conmigo me miren a los ojos. A menudo me meten en apuros, cuando deciden liberarse de sus ataduras y hacen que se me desabroche el botón de la camisa o el sujetador, cosa de la que yo no siempre me doy cuenta en un primer momento, pero que la gente que está a mi alrededor no sólo percibe, sino que encuentra muy graciosa.


Mirando desde arriba forman un canalillo bien definido, un canalillo bastante traicionero, por cierto, por donde se desliza poco a poco en verano cada gota de sudor que me surge del cuello. Lo mismo sucede con cualquier traguito de agua o refresco que se me escape de los labios, lo que me cuesta no pocas bromas y/o apuros, según la situación.


Me quito el sujetador y el canalillo no desaparece, pero se atenúa, ya que una vez libres cada una decide separarse de su compañera y tomar su respectiva dirección. Son claras, redondas y, al tacto, más bien blanditas, diría. El pezón, del tamaño de un garbancito, está rodeado de una aureola grande, rosada tirando a marrón, increíblemente sensible y que se encoge fuertemente ante cualquier estímulo, bien se trate de una corriente de aire, del roce con el algodón de la camiseta o de un pensamiento inoportuno. Son muy excitables, y a menudo eso me hace pasarlo mal. Esto las condena a ir prisioneras en sujetadores de tela gruesa, generalmente rojos, negros o de colores vivos, que reducen el roce con la ropa o el viento, y que no dejan ver a través de la camiseta las expresiones de tan travieso pezón.

Mis tetas, aunque grandes, caben bien en una mano masculina grande, y ahí, en el fondo, es donde más les gusta estar. La más mínima caricia me desencadena una excitación salvaje que no puedo disimular, porque ya sólo la respiración me delata aunque intentara ocultarla. Y voy a cambiar de tema, porque… porque sí.

El caso es que me gustan mis tetas. No son perfectas, como tampoco lo es el resto de mi cuerpo. Pero son alegres, traviesas, juguetonas... simpáticas. Y eso va mucho con mi carácter. Me gustan así.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Y tú, ¿rezas o enriqueces?


Lo he visto hace un rato mientras desayunaba-comía-cenaba, (filetes de pechuga de pollo salpimentados; el caviar se lo echo a Gusifluky). Veo ahora que en Youtube anda un rato largo dando guerra. Es lo que pasa por no ver la tele, que soy el último en enterarme de estas cosas:




Pues este cabeza de chorlito se alegra muy mucho. Me alegro de que por fin la sacrosanta Iglesia Católica se vea tan mal como para tener que hacer esta campaña. Es el principio del fin. Aún les quedan unos siglos de dar por saco, claro, pero sin el chollo de los diezmos y sin poder meternos el miedo en el cuerpo como antaño a estos señores les queda poco para extinguirse. Empiezan a oler a cadáver. Y por esta vez no me parece un olor desagradable.

Bien harían, si tanta falta les hace la pasta, en empezar a vender inmuebles y obras de arte. Aunque no olvidemos que gran parte de esas posesiones de incalculable valor son robadas, y a veces por el expeditivo sistema de quemar a sus legítimos dueños bajo la peregrina acusación de brujería. El mayor y más impune robo de la Historia. Y ahora me vienen con comedores sociales y otras limosnas, esperando darme penita. Los muy cabrones.

Homenaje a mis víctimas


Fui niño, como todos ustedes. Fui cruel, como todos los niños.


Hoy, y desde hace muchos años, no encuentro ningún placer en matar animales. Ni siquiera insectos. Es más, hasta me causa cierto desagrado tener que hacerlo por razones higiénicas, como cuando mato una furtiva cucaracha en casa, o por razones de seguridad, como cuando pongo veneno para ratas en almacenes de material explosivo.

Pero de niño maté animales, y hasta los torturé. Casi siempre, eso sí, se trató de insectos, reptiles, o aves. Los mamíferos son otra cosa. A los mamíferos los siento cercanos, expresivos y con gran capacidad de sufrimiento.

Hace tiempo --creo que fue en 1999-- me despertó dos noches consecutivas una enorme rata. Fue en un cuartel. La primera noche me despertó la presión del peso de la rata sobre mi pecho y la rata se escabulló, apenas una sombra correteando hasta desaparecer, dejándome con la sensación de haber tenido un mal sueño. La segunda noche me despertó tironeando de la almohada, y ya tenía sus horas contadas, aunque todavía no lo sabíamos ni ella ni yo. Abrí los ojos y vi su cara junto a la mía. Ambos nos sobresaltamos. Ella se refugió, error fatal, en una camareta deshabitada. Yo me levanté para pedir ayuda al soldado de imaginaria. Entre los dos cogimos unas mesas con las que bloqueamos la salida de esa camareta. Cuando unas horas más tarde sonó la corneta indicando diana me sorprendió encontrar a tantos soldados armados con escobas, tomando al asalto el refugio de la rata. Recuerdo la tenaz y desesperada defensa del roedor, saltando, trepando, chillando... pero aún recuerdo con mayor disgusto los gritos de júbilo de los soldados al acertarle con los escobazos. Estaban gozando con todo eso, y no me costó imaginarlos, unos siglos atrás, quemando brujas y jaleando a verdugos.

Volvamos a mi infancia.

En la farmacia no quisieron venderme una jeringa con su aguja. La farmacéutica me preguntó para qué la quería. Para jugar, le respondí. Así que retiró la aguja y me rebajó cinco pesetas el precio. Eso no me servía para nada, pero no recuerdo cómo poco después conseguí una aguja, y así pude inyectar agua a lombrices de tierra. Les inyectaba agua y se hinchaban cada vez más hasta que por algún sitio reventaban expulsando chorritos. No sean severos al juzgarme, pero la verdad es que aquello me parecía la mar de divertido.

Los saltamontes. Hoy me asquean, pero de niño me lo pasaba muy bien jugando con ellos. Me gustaba coger un alambre y ensartar a varios para ponerlos al fuego mientras aún se movían. Brocheta de saltamontes frescos.

Los pájaros. ¿Cuántos habré matado con la carabina de balines? ¿Cien? Tal vez más. Una vez, antes de tener esa modesta arma, encontré un gorrión herido y se lo llevé a mi abuela con la esperanza de que supiera cuidarlo. Ella, sin dejarme hablar, dijo que había que rematarlo retorciéndole el cuello. Se conoce que mi abuela había perdido práctica o que es demasiado bruta, porque lo que hizo fue arrancarle la cabeza ante mi atónita mirada. Mi abuela dijo "¡uy!" y me mostró la cabeza del gorrión en una mano y el cuerpo en la otra. Después tiró todo al cubo de la basura y siguió cocinando como si nada. Recuerdo que durante un tiempo tuve un poco de miedo a mi abuela. Una cosa es pegarle un tiro a un pájaro desconocido, y otra muy diferente decapitar un animalillo herido cuyo calor sientes en las manos. No sé, contradicciones mías, supongo.

Los gusanos de seda. Yo creo que todos los niños de mi generación hemos criado alguna vez gusanos de seda. Me gustaba su olor, y me gustaba escuchar el rumor de sus diminutas mandíbulas royendo incansablemente las hojas de morera. Fue la misma abuela decapitadora de pájaros la que me enseñó, por métodos prácticos, que si metías un gusano de seda en vinagre durante unas horas y después lo partías en dos obtenías un hilo que podía servir para suturar heridas. Enseñanza curiosa pero inútil donde las haya. Sacrificio igualmente inútil el de aquellos gusanos que jamás llegaron a ser mariposas.

Lagartijas. Cuando ya tuve la carabina, una Cometa VII, me pasaba horas en la terraza, intentando acertar a las lagartijas que tomaban el sol en un solar vecino. Al principio fue difícil, pero después me hice de un visor telescópico y eso incrementó notablemente las bajas entre los reptiles.

Ranas. Un día de veraneo en Torre de la Horadada descubrí un estanque repleto de ranas. A mi primo y a mí, armados los dos con carabinas, nos bastó una tarde para extinguir a todos aquellos anfibios. Días después, por cierto, tuve en aquel mismo pueblo mi más grave encontronazo con la Ley, a causa precisamente de una pistola de balines sin documentación, pero eso es otra historia.

Hormigas. Todos matamos hormigas de modo más o menos inadvertido. A ver cómo carajo te las apañas para ir por el mundo sin pisarlas. Pero hubo un tiempo en que yo gozaba poniendo petardos en los hormigueros y después de la explosión me dedicaba, concienzudamente, a aplastar a las despavoridas y confusas supervivientes. También me he comido a muchas, y debo añadir que esas pequeñitas y rubias son picantes y me gustan.

Ahora vendría la historia de los dos cachorros de gato. Pero aquello merece entrada aparte y además aún no me atrevo a contarlo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Un pequeño concurso


Actualización
: Ya hay ganador, ganadora en este caso. Fue divertido mientras duró.


Hola, seres humanos y otros eventuales lectores. Hoy les voy a proponer un concurso, con premio y todo. El premio consiste en un libro que el propio ganador escogerá de entre una lista que más adelante presento. Se lo haré llegar por mensajería a la dirección que me facilite mediante correo electrónico, y naturalmente con los portes pagados.

Tesa me dio la idea mediante esta entrada de su bitácora: En tus manos. Como podrán ver es una colección de descripciones de manos, descritas anónimamente por los propios dueños. Pues bien, la descripción de una de mis manos está incluida en la entrada de Tesa, y regalaré a quien la descubra un ejemplar de alguno de estos libros (elegido por el ganador):

-La Sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón.

-El Mundo y sus Demonios, de Carl Sagan

-Errores, Falacias y Mentiras, de Peter Villanueva Hering

-Una Breve Historia de Casi Todo, de Bill Bryson

-El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte

-Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari

-La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole

-A Sangre Fría, de Truman Capote

-El Fraude de la Sábana Santa y las Reliquias de Cristo, de Juan Eslava Galán

-Madera de Héroe, de Miguel Delibes

-Apocalipsis, de Stephen King

-El Dardo en la Palabra, de Lázaro Carreter

-El Jinete Polaco, de Antonio Muñoz Molina

-El Fabuloso Libro de las Leyendas Urbanas, de Jan Harold Brunvand

-El Hombre del Bicentenario, de Isaac Asimov

-El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco

Es una lista tomada un poco al azar de entre libros que me gustaron mucho, y creo que hay para satisfacer a lectores muy diferentes, aunque desde luego no a todos.

Cada participante sólo podrá hacer un intento, así que piensen bien la respuesta. Apelo a su buena fe para que no hagan más de una intentona cambiándose el alias que usen para comentar. Por cierto, sólo admitiré la respuesta correcta en los comentarios de esta entrada.

Adelante, inténtenlo. Para animar a los indecisos daré una pista: mis manos tienen cinco dedos cada una.

(Doctora Yvonne, usted no puede jugar por razones que usted y yo conocemos).

La entrada de Tesa también me ha dado otra idea, mucho más divertida que ésta, pero de eso hablaremos el domingo, y si piensan que esto son manipulaciones mías para mantenerlos pendientes del Diario de un Cabeza de Chorlito, debo confesarles que están en lo cierto.