Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 24 de febrero de 2008

Pues ahora ya no me gusta tanto


Escucho poca música, y casi nada de lo que me invitan a oír me gusta, pero cuando azarosamente doy con algo que de veras me va puedo pasarme horas y horas escuchando la misma canción (conducta adictiva, sí, ya lo sé. Ahórrense los comentarios psicológicos). Eso me pasó con una canción en francés de la cual no entendía ni papa, pero es que en ese idioma se te pueden cagar en los muertos y te suena a gloria. La canción se llama (a ver si lo escribo bien): Quelqu'un m'a dit.



Me gustaba. Me gustaba mucho aunque no supiera de qué hablaba, porque hay cosas que no necesitas comprender para que te gusten, y me atreveré a decir que hay cosas que pueden gustarnos precisamente porque no las entendemos.

Me gustaba. Me gustaba mucho pero hoy he buscado la
letra de esta canción, traducida al castellano, y ha resultado ser tan... bueno, quizás no era una buena traducción, pero sí me ha quedado claro que preferiría seguir oyéndola en franchute sin tener idea de lo que cuenta.

Pero da igual. Podría ser la mejor historia jamás contada y hoy habría dejado de gustarme. No sé por qué morbosa e innecesaria curiosidad me he fijado hoy en el nombre de la cantante, y resultó ser Carla Bruni.

Yo no sabía quién era la Bruni hasta hace unos días, pero ahora sí que lo sé. Sé quién es y, sobre todo, sé lo que es.

Mierda, mierda y mierda. Qué rabia. No sé si os he dicho, mujeres, que sois todas unas putas, pero si no os lo dije, aquí lo expreso: SOIS TODAS UNAS PUTAS. (Y me suda la polla que os siente mal, porque sé que si yo fuera el presidente de Francia me estaríais lamiendo todas el sudor del cipote, así que, que os compre quien no os conozca, zorrones).

sábado, 23 de febrero de 2008

Se puede enseñar a leer a un gato



Así es, chorlitianos lectores.

No es difícil conseguir que un gato aprenda a leer, basta con algo de paciencia y con seleccionar buenas lecturas que puedan interesarle. Se sabe de muchos gatos que tras aprender a leer eligieron mal sus lecturas o fueron inadecuadamente aconsejados, y en consecuencia se negaron a volver a leer nada: Un gato llamado Feliponcio, de Zahara de los Atunes (Cádiz), fue obligado por el sádico de su dueño a leer una novela de un tal Dan Brown. El dueño fue denunciado por una sociedad protectora de animales y cumplió veinte años de condena en Alcatraz, pero eso no ha impedido que Feliponcio desarrolle tal fobia a la lectura que ahora huye de cuanto signo gráfico encuentra en su camino. Los ratones, que son muy listos y muy hijoputas, martirizan al pobre Feliponcio envolviéndose en papel de periódico y paseándose frente a él. Otro gato, llamado Judas y natural de Algezares (Murcia), leyó un cuento de Paulo Coelho y se arrancó los ojos para no tener que enfrentarse nunca más a la lectura. El gato Jeremías, de Pinos Puente (Granada), leyó varios reportajes de ufología firmados por un tal J. J. Benítez. Jeremías se suicidó lanzándose al paso de un tren porque no podía soportar un ataque de risa que le duraba ya dos meses.

Todas estas desgracias son consecuencia de inadecuadas lecturas, pero los gatos, por naturaleza, aprenden a leer con notable rapidez. A veces sospecho que ellos nacen sabiendo leer, pero que sólo leen en público cuando se les pide, no sé si por pudor o por modestia.

¿Cómo puede dudarse de la capacidad lectora de un animal que tiene esos ojazos? ¿Cómo puede pensarse que un animalito que mira al mundo de ese modo sabio e inquisitivo no puede leer? Los gatos no sólo leen, sino que además tienen buen criterio para escoger lecturas.

Mucho se habla de las bolas de pelo que vomitan los gatos, pero ellos y yo sabemos que los gatos vomitan tras leer a Coelho y a J.J. Benítez, entre otros autores que sólo escriben eso: bolas de pelo. Los gatos, tan delicados ellos, no pueden digerir ciertas tonterías, y acaban vomitándolas.


La próxima vez que su gato vomite en mitad del salón, piense en esto que le cuento y revise su biblioteca, que a lo mejor la culpa es de usted.

(Me van a perdonar el desastre de las palabras cortadas. Hasta que Gusifluky no se lea un buen tutorial para editar textos con imágenes en Blogger y después me lo resuma estas atrocidades seguirán sucediendo).

lunes, 18 de febrero de 2008

Esta vez me importó un carajo


Esta vez me ha importado un carajo. Un bledo, un pimiento, un pepino, un cojón de pato, un comino. Vamos, que me la suda. Me la trae floja, floja y pendulona, me la trae al fresco, o al pairo, me la pela, me la refanfinflota. O sea, que me da igual.

Hablo de la enésima escabechina en un país lejano, que esta vez se llama Afganistán como podría llamarse de cualquier otra manera, donde a otro hijo de puta le ha dado por volarse en cachitos y ya de paso llevarse puestas a diez, veinte o cien personas que pasaban por allí. Tampoco se crean ustedes que otras veces la carnicería me importa mucho, para qué nos vamos a engañar. Pero lo de ayer fue diferente: ¿pueden creerse que, casi casi, me he alegrado?

En esta ocasión el terrorista suicida igual podía ser un fanático religioso -de la religión que sea, que eso importa poco y los cristianos tienen mucho que callar- como un fundamentalista de eso que algunos llaman "derechos de los animales", y es que el petardazo se ha producido entre una muchedumbre que disfrutaba del abominable espectáculo que proporciona ver a dos perros peleándose. Por eso, decía, casi me alegro de que las huríes -esas putas del paraíso musulmán- tengan trabajo con el nuevo héroe. El desgraciado tuvo tino para escoger momento y lugar, reconozcámoslo.

Bueno, tampoco es para tanto -pensarán algunos de ustedes-, total, lo de las peleas de perros es una cosa cultural y tal. Folclore de la zona y todo eso. Hay que entenderlo.

Claro que sí. Ahí justamente quería yo llegar, al folclore aborigen, a las tradiciones y a la cultura de cada lugar... Bonita manera de enmascarar lo que es pura salvajada en demasiadas ocasiones, porque, convendrán conmigo, no es lo mismo irse de viaje con la familia a Asturias y coger una melopea de sidra que irse a Somalia y regalarle a Carmencita, de dos años, una preciosa ablación de clítoris con la excusa de que es lo tradicional, ¿verdad que no?

Pues aquí, en nuestra zapateril y rosa nación de naciones (arrojo confeti y doy saltitos de alegría, yupi yupi), también tenemos lo nuestro. Me he parado a pensar en ello por el asunto de la matanza durante la pelea de perros en ese país lejano. Inevitablemente he comparado al suicida talibán con uno de nuestros simpáticos muchachos etarras, y la pelea de perros con una de nuestras tan castizas corridas de toros. Y, oigan, me he quedado un poco asombrado de mis propias emociones al respecto.

Me jode que se mate a la gente, me jode mucho. Me jode que se mate a animales por diversión, me jode mucho, aunque no tanto como que se mate a personas. Dicho esto debo añadir que no me jode igual que se mate a unas personas como a otras, porque no todo el mundo es igual de inocente ni respeto por igual a cualquiera. Si un día ETA pone una bomba en una abarrotada plaza de toros y descuartiza a ochenta espectadores, yo lo sentiré mucho y volveré a llenarme, una vez más, de rabia e impotencia, pero... No sé si me estoy explicando. Resumiendo:

Si tengo que elegir, mil veces prefiero que maten al cobarde y sanguinario espectador de una corrida de toros que al desgraciado que espera en una parada de autobús, porque hay víctimas inocentes y víctimas que no lo son tanto.

Espero que haya quedado claro.

Ea, otro premio. El Nobel está a la vuelta de la esquina


Una vez más he sido víctima de uno de esos memes blogueriles en los que unos amigachos se reparten premios mutuamente. Esta vez el culpable ha sido Pedro Lucio con su blog El Tirador Solitario, muy recomendable para quienes estén interesados en armamento militar y Defensa. Al premio Marmota y a la mención Quercus Pyrenaica debo unir ahora el premio Arte y pico (acabo de encargar una estantería bien grande para colocar tanto galardón). Aunque nunca sigo las "normas" de estos premios, que consisten básicamente en seguir la cadena, sí que tengo mis propias normas, que consisten básicamente en no seguir las normas y en agradecer, eso sí, el reconocimiento que se me dispensa. La verdad es que mola saber que alguien pasa buenos ratos leyéndote, así que ahí va mi:




Discurso de agradecimiento


Señoras, señores, piticanillos todos:

Gracias por acompañarme en un día tan importante para mí. El anhelado premio con el que hoy se me honra viene a unirse a los otros 378 que justamente me han otorgado en mi breve trayectoria bloguera, a razón de un premio cada día y medio aproximadamente. Tan acostumbrado estoy a estas celebraciones que este discurso lo escribe una de las secretarias que tengo contratadas para estos menesteres: me escriben los discursos, gestionan mi correo, me planchan la ropa, me chupan la pinga, me administran la agenda...

Pensarán ustedes que mi vida debe de ser fascinante con tanto premio. Sí, lo es. Ser yo es lo mejor que me ha pasado en la vida, y si yo no fuera yo, siendo en cambio alguno de ustedes, pues en ese caso yo sería otro, y el otro sería yo... y no sé qué carajo les quería contar. Olvidémoslo mejor.

Quizá parezca que Don Pedro Lucio me concede este premio por amistad, en una de esas abyectas y recíprocas comidas de polla a las que tan acostumbrados estamos en la blogosfera, pero yerran ustedes si creen tal cosa, porque Don Pedro y yo nos llevamos a matar.

La animadversión que Don Pedro y yo nos profesamos con ahínco surgió allá por 1946, cuando un joven Pedrito y este cabeza de chorlito estudiaban en un colegio religioso y ambos nos enamoramos del mismo cura. El cura, sorprendentemente, resultó ser heterosexual y no se avino a nuestros perversos deseos, argumentando el muy truhán que estaba enamorado de una monja, monja que por cierto estaba a su vez liada con la superiora de su convento.

Antes de conocer las oscuras tendencias del cura, Pedrito y yo nos batimos en duelo, o en singular gesta como diría el amigo Cervantes parodiando los libros de caballerías. Desde aquel enfrentamiento tengo una astilla de madera clavada en un hombro, pues nos batimos con espadas de palo a falta de mejor arma.

Hoy, tantísimos años después, este premio me parece sorprendente, merecido y tardío, pero igualmente digno de agradecimiento.

No obstante, fiel a mi costumbre, no seguiré la cadena; es mi norma no chupar más pollas de las estrictamente necesarias. Manías que tiene uno.

Eso sí, agradecimiento infinito y mis más efusivos saludos a Don Pedro Lucio, de cuyo nombre me acuerdo especialmente en los días húmedos, cuando la astilla me hace rabiar de dolor.

martes, 5 de febrero de 2008

Fui


Todo pasa, nada queda. Nuestro amor, tus ilusiones, mis esperanzas, vuestros miedos, sus risas, nuestras enfermedades, tus ideales, mis pensamientos, vuestras aspiraciones, sus fracasos, nuestra vergüenza, tu rencor, mis pesadillas, vuestro hastío, su locura, nuestra ambición... Todo, absolutamente todo desaparece algún día.

No es malo que todo pase. Tampoco es bueno que nada quede. Tan sólo es.

La foto de tu hijo, el premio de vuestra lotería, el ronroneo de mi gato, la colección de sellos de ese señor, los besos de los amantes, mis lágrimas, los suspiros de todos los que alguna vez estuvieron enamorados, las canas de mi barba y el tinte de tu melena, los disparos al aire y las balas que os alcanzaron, los relojes de arena con todos sus granos y las clepsidras con sus gotas de agua, nuestras cenizas, toda la sangre vertida, los gritos contenidos y el eco de los gritos que no se contuvieron, todas las cosas que fueron, todas las cosas que no pudieron ser, todas las cosas que serán... Todo, absolutamente todo desaparecerá algún día.

Y esto ni es malo ni es bueno.

Me gusta saber que moriré y me gusta saber que mi materia se descompondrá para que mis átomos formen sustancias nuevas, y me alegra saber que muchos de ellos se reagruparán, enlazándose con los tuyos, para dar vida a otros seres. Pero esto no es un sucedáneo de la inmortalidad porque los átomos no tienen conciencia de nosotros, y tampoco importa porque antes o después también ellos desaparecerán.

Y da igual. No es bueno ni malo; es.

En este momento, a las dieciséis horas y diecinueve minutos de un 5 de Febrero de 2008 según el horario y calendario de una parte de la humanidad, he pensado que tengo una increíble suerte por poder sentir lo que ahora siento, que ni es malo ni es bueno.

Solamente fue.

lunes, 4 de febrero de 2008

El Soldado Kowalski


Kowalski o Kowalsky, que de las dos maneras lo encontraremos, es un soldado estadounidense. En su honor me bauticé como Leónidas Kowalski cuando empecé a vomitar en la Red, y en su honor escribo ahora este panegírico. El muchacho se lo merece.

Hace ya bastantes años que conozco al soldado Kowalski. La verdad es que no tenemos mucho trato, pero cada vez que empiezo a olvidarme de él me lo encuentro sorpresivamente en una película o en una novela. O incluso en un videojuego. Confunde un poco su errática carrera militar, pues igual lo ves como Cabo en una peli, como años después te lo encuentras degradado a Soldado en un juego, para volver a encontrarlo a la semana siguiente en otra película ascendido fulgurantemente a Sargento. Debe de tener una peculiar Hoja de Servicios el amigo Kowalski, y un expediente personal de lo más complicado.

Como no lo he visto nunca es de oficial. Supongo que por ser hijo de inmigrantes polacos ha de conformarse con los empleos de tropa o, con suerte, los de la suboficialidad. A mí me cae bien, entre otras cosas, porque mi amigo Kowalski hace su vida entre lo más subordinado del ejército. No me es difícil empatizar con este soldado, y siempre lo reconozco, aunque cambie de cara y de galones. Cada vez que lo descubro en una nueva aventura tengo una peculiar sensación, entre alegría y desconcierto, como cuando nos encontramos inesperadamente a un conocido de nuestra tierra en una ciudad lejana. Él me mira desde la pantalla o desde las páginas, sonríe y me guiña con complicidad un ojo azul, o verde, o castaño. En estos casos entablamos un breve diálogo si la acción lo permite:

--¡Ey, Kowalski, qué alegría verte de nuevo!

--Yo también me alegro, Leo. Sabes que quiero pasarme por DCC, pero tío, ya ves cómo es esto. Siempre ando liado entre tiros, humo, explosiones y compañeros destripados. Eso cuando hay suerte y no soy yo el destripado, mwajajajajaja...

--Ya, hombre, no te preocupes.

--Échale güevos y vente tú a mi mundo, tío. Verás qué risa.

--Uy, quita, a mí eso me da un miedo... Mejor te espero yo a ti.

--Bueno, pues nos vemos, colega, pero ahora me largo, que oigo acercarse otra puta granada de mortero.

Y mientras corre empuñando su M-16 con una mano usa la otra para despedirse de mí. Nos volveremos a ver, pienso yo. Siempre volvemos a vernos, aunque a veces la granada de mortero, o la bala de un francotirador, o un lanzallamas, o lo que sea, lo deja seco.

Mi amigo el soldado Kowalski ha estado en infinidad de batallas. En algunas ha muerto incluso. Ese cabrón es un héroe de los de verdad. Apareció en una novela de Pérez-Reverte, por poner un ejemplo. Y también, aunque no se lo crean, participó en una secretísima expedición científico-militar, y puestos a hacer cosas raras también ha intervenido en una película de animación, y hasta en varios videojuegos, como Shellshock: Nam '67 o Gears of War, donde por cierto perdió una pierna que poco más tarde encontró. Es la metapolla, este Kowalski. Cuánto tendría que contar si se lo permitieran...

Hace tiempo que no nos encontramos, amigo Kowalski. Haz por verme pronto, que no quiero pensar que alguna vez, en el fragor de la batalla, palmes de verdad. Atormentado por la duda he revisado la lista de bajas, tanto en Irak como en Afganistán, y compruebo aliviado que tu nombre no aparece.

Tú sigue muriendo de mentirijillas, que es lo tuyo, y deja para otros morir de verdad.

sábado, 2 de febrero de 2008

Y pasó lo que tenía que pasar. (Breve cuento intrigoso)


Enrique cerró el libro a falta de unas pocas páginas para acabarlo. Si no fuera por lo que pasó después estoy seguro de que nos hubiera recomendado a todos leer Cañas y Barro, de Blasco Ibáñez. Ya estaba pensando en la siguiente novela que leería: El Malvado Carabel, de Wenceslao Fernández Flórez. Sin duda un acierto, pero lamentablemente no llegó jamás a leer una sola de sus páginas.

Sobrecogido aún por los acontecimientos que se desarrollaban en la novela de Blasco salió a comprar tabaco. Era Enrique un fumador compulsivo, aunque se olvidaba de su vicio cuando se metía de lleno en una buena historia, pero con todo y con eso tenía la costumbre de fumar un cigarrillo durante los finales de sus lecturas. Se le hacían así más intensos, o eso quería creer. Cuando la estanquera le dio los dos cartones de tabaco que había pedido se dio cuenta de que había olvidado la cartera. No importaba, Enrique era vecino del estanco y cliente fiel de años, así que se le fió la mercancía. Esa deuda jamás fue solventada.

De vuelta a su casa pensó en pasar por la churrería para dar un desayuno sorpresa a su esposa, pero cambió de opinión cayendo en la cuenta de que no llevaba dinero encima. Mejor lo dejaría para mañana, que era domingo y Gloria no saldría a hacer sus compras como hace todos los sábados, así podrían disfrutar más tranquilamente de los churros y de un chocolate casero bien espeso y tibio. Luego pasó lo que pasó, y ese domingo ni Gloria ni él, ni ninguno de sus vecinos a decir verdad, desayunó churros con chocolate.

A punto de coger el ascensor para subir hasta su piso se topó con el presidente de la comunidad de vecinos, a quien le recordó que había dos bombillas fundidas en su planta. El presidente prometió cambiarlas en breve. Jamás lo hizo.

Mientras Enrique entraba en su hogar sonó el teléfono. Vio en la pequeña pantalla de cristal líquido que se trataba de su cuñada, así que optó por apagar el timbre del teléfono y esperar a que Gloria se despertara para devolver la llamada a su hermana. Dado que los acontecimientos sucedieron de la manera que sucedieron, esa llamada no llegó a producirse nunca.

Al pensar en Gloria tuvo Enrique el súbito deseo de ir hasta el dormitorio para besarla, pero antes se entretuvo unos segundos metiendo el contenido del cesto de la ropa sucia en la lavadora. Si en lugar de haber hecho eso hubiera ido inmediatamente a despertar con besos a su esposa el final de este cuento los habría sorprendido entre besos y caricias. Desgraciadamente les va a llegar el final mientras Gloria duerme y Enrique sostiene en las manos un jersey de lana. Gloria sueña con un antiguo novio del instituto. Enrique se pregunta qué programa de lavado será conveniente para el jersey.

Esta historia podría tener una segunda parte donde se explicaría lo que falta por explicar, pero esa segunda parte no va a ser escrita jamás. Es una pena porque era muy interesante.