Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 28 de enero de 2007

Soy un traidor

(Publicado originalmente en Spaces el día 15 de Junio de 2006).

Es un tipo raro. Se llama Juanjo y hace años que no sé de él. Me cuesta mucho mantener esos rituales de las llamadas ocasionales y las felicitaciones en fechas señaladas para mantener el contacto con las viejas amistades; es algo que sólo hago con las ex novias, y tampoco siempre.

Juanjo era diferente a todos mis compañeros de colegio. Juanjo tenía problemas para aprobar gimnasia por ineptitud, y problemas para aprobar todo lo demás por falta de motivación. Juanjo era más inteligente que la mayoría, mucho más inteligente. Juanjo tenía una cultura tal que yo lo consideraba una enciclopedia viviente. Juanjo era uno de esos tipos raros objeto de burlas por ser diferente. Me gusta la gente peculiar y bondadosa de la que se burlan los borregos.

Nos acercamos el uno al otro por recíproco interés: él me necesitaba para espabilar un poquito, y yo lo necesitaba para aprender mucho. Además, su madre preparaba unas torrijas deliciosas, y ella misma estaba buenísima, mejor que las torrijas. La madre, por cierto, estaba encantada de que su hijo se relacionara conmigo, pues yo era su único amigo y hasta entonces Juanjo había estado muy solo. Ahora estoy seguro de que gran parte de la culpa de esa soledad la tenía la propia madre, que lo superprotegió como suelen hacer las madres que sólo tienen un hijo, y cuando le empezó a preocupar la introspección de su Juanjo ya era, quizás, demasiado tarde.

Fue la nuestra una amistad breve pero llena de mutua admiración, si bien es cierto que los motivos por los que él me admiraba a mí no son los más recomendables. Después me marché a otra ciudad y pasamos varios años sin contacto. Cuando lo volví a ver, hará cosa de una década, me encontré a un muchacho apático de veinte años, enfermo depresivo y bajo tratamiento con psicofármacos. Le prometí que seguiríamos en contacto y no pareció importarle mucho. En cualquier caso, le importara o no, lo cierto es que he incumplido mi promesa.

Creo que fui su único amigo, y lo he dejado solo, solo ante una vida llena de colmillos afilados de la que nadie le enseñó a defenderse.

Soy un traidor. Supongo que por eso escribo esto ahora. Cada uno paga sus culpas como puede; cada cual lava sus manchas del único modo que sabe.

Espero que estés bien, Juanjo. Acuérdate de los Nuskys entruskados y sonríe, amigo.


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