A vueltas con las historias tristes

(Publicado originalmente en Spaces, el día 19 de Abril de 2006).

Estaba en el autobús con los ojos empañados, conteniendo las lágrimas. De no ser porque a mi lado viajaba una mujer bellísima me hubiera echado a llorar (maldito sexista), no me avergüenza decirlo.

Y es que acababa de leer un cuento de Isaac Asimov que... bueno, léanlo ustedes, y después hablamos de lo que son historias tristes. Se llama "El niño feo", cuarenta y cinco páginas con el corazón en un puño. Una de esas historias con las que se sufre párrafo a párrafo y que no se pueden abandonar. No es la primera vez que me hace llorar el malvado Asimov, hace muchos años lo hizo también, el muy maldito, con "El hombre del bicentenario". Pero como no va a ser todo triste, y además hay gente que insiste en la extraña idea de que yo no me río nunca, les contaré que horas después me partí de risa con otro cuento de Asimov: "¿Qué es esa cosa llamada amor?" Léanlo, se lo ruego; me gusta ver a la gente sonreír.

Bueno, el caso es que me ha gustado saber que aún me puedo conmover leyendo algo, sigo vivo, por más que les pese a... esos bastardos. Claro que no había, aún, motivo de alarma, pues hace poco más de medio año que lloré lo mío leyendo "La Sombra del Viento", de C. Ruiz Zafón.

¿Saben? Uno de los mejores cumplidos que me han hecho fue confesarme cierta persona que había llorado al leer uno de mis cuentos ("El Corazón de Marfil", no se molesten en buscarlo en las bibliotecas). Aunque conociendo como después he conocido a esa persona me inclino a pensar que mentía, pero fue un detalle bonito. Y es que hacer reír, o al menos provocar una sonrisa, es relativamente sencillo. Las personas estamos normalmente predispuestas a reír, es fácil, no duele y además es gratis. Otra cosa es llorar. A eso la peña no está tan predispuesta, ¿a que no? A ver, usted, amable lector, sí, sí, usted, no se esconda y dígame si le apetece llorar un rato.

- Ejem, ¿yo?, bueno, es que yo... uhmm, perdone, que tengo las patatas friéndose.

¿Lo ven? Es mentira, nadie salvo yo se pone a freír patatas a la una de la madrugada. Nadie quiere llorar. Por eso me parece tan meritorio que un escritor logre que sus lectores lloren, y que le pidan más. Es fascinante.