Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 17 de marzo de 2007

El corazón de Marfil. Primera parte

(Primera parte de este cuento, publicada originalmente en Spaces el 13 de Noviembre de 2006).



BREVE REFLEXIÓN SOBRE LA HISTORIA QUE SIGUE:



Lo que van a leer, si tienen la paciencia necesaria y su vida es lo bastante aburrida, NO es un cuento moralista, NO es un cuento didáctico, y NO pretendo decirle a nadie lo que debe hacer con su vida. Sin embargo me gustaría que quien lo lea, al igual que yo hice mientras lo escribía entre finales de 1996 y principios de 1997, piense un poco en lo que supone el no aprovechar ciertas oportunidades que a veces, casi milagrosamente, se nos ponen delante.


Ojalá tuviéramos, y yo el primero, menos miedos, menos inseguridades, y nos lanzáramos siempre de cabeza por aquello que de verdad nos atrae, sin miedo al ridículo, sin temor a ser rechazados... (Joder, aún no ha empezado el cuento y ya estoy poniéndome merengue, cursi y vomitivo).


Advierto a mis fieles seguidores, aquellos que conocen mis cuentos, que aquí no hay violaciones, ni cuerpos descuartizados, ni lenguaje soez. Una mariconada de historia, vamos. Este cuento no va a gustar a algunos, pero tal vez guste a alguien. A mí por lo menos, aun reconociendo que no es mi estilo, me gustó escribirlo.


La historia que comienza a continuación es muy especial para mí por razones personales que no vienen al caso, pero déjenme decirles que la idea me rondó por la cabeza durante años, a raíz de cierto suceso en mi familia que me hizo replantearme muchas cosas. Por fin un día me puse ante una máquina de escribir y empecé a teclear.


Esto es lo que salió:






El Corazón de Marfil


A María López, que es tan especial como vulgar es su nombre.



I

PABLO MARFIL


Debían de ser sobre las diez de la mañana de aquel lunes en que todo empezó. El taxi de Pablo apenas había hecho tres carreras, a pesar de estar trabajando desde las siete. Pablo tamborileaba con los dedos sobre el volante, cerró los ojos, inmerso en la profunda música popular rusa que salía de los altavoces del vehículo. Pensaba en los rusos, ese noble pueblo de hombres y mujeres fuertes, abnegados y luchadores, y sobre todo, libres. Pensaba en cómo vencieron a los poderosos ejércitos napoleónicos, aunque para ello tuvieran que arrasar sus propias tierras y saquear sus propios pueblos con el objeto de no dejar al invasor nada con que alimentarse. Se sentía más cerca de los rusos que de esos pretenciosos americanos con toda su tecnología, sus dólares y sus hamburguesas.


En estas reflexiones estaba Pablo cuando las puertas traseras del coche se abrieron a la par. Instintivamente puso en marcha el motor, después abrió los ojos. El corazón comenzó a latirle rápidamente y violentamente, sin que supiera por qué. Después miró por el espejo retrovisor y vio a un hombre de unos cuarenta años, de cabello plateado en las sienes y con fino bigote, vistiendo traje gris. Por el otro lado del coche había entrado una chica... oh, dios, era... era La Chica... ¿podía ser cierto lo que veía? Era la mujer más bella del mundo, era toda la belleza del universo concentrada en una sola persona. Pero, el señor del traje, ¿sería su padre, o acaso -no, por favor, mundo cruel- sería su marido? No, no, demasiado mayor para ella, esta chica no debe de llegar a los veinticinco, aunque por supuesto eso no significa nada. Un momento, parece haber sido una coincidencia, no se conocen de nada, simplemente han coincidido para coger el taxi en el mismo instante:


- Oh, disculpe, señor, quédeselo usted, yo cogeré otro -. Su voz es maravillosa, Pablo nunca se cansaría de oírla. Pero qué está diciendo... ¡No puede marcharse!


- No, señorita, de ninguna manera. Seré yo quien busque otro taxi -. Así se habla tío, como un auténtico caballero, no... demasiado tarde, ella ya está saliendo del coche. Pablo debe hacer algo o no volverá a verla jamás.


- Tal vez puedan ustedes compartir el taxi si van a lugares cercanos. Es muy probable que tarde en llegar otro.


Y se dio la casualidad de que ambos iban a la Facultad de Medicina.


A Pablo se le caló el coche en dos ocasiones al salir, estaba muy nervioso y no atinaba con el punto del embrague. Su corazón golpeaba con fuerza.


Durante el trayecto nadie habló. Pablo estaba demasiado nervioso para articular palabra, aunque sentía la necesidad de hablar, de decir algo, de hacerse notar de algún modo, de atraer la atención de esa mujer que para Pablo -de eso estaba seguro- sería insustituible pasara lo que pasara y por los tiempos de los tiempos amén.


Sin embargo pudo comunicarse con ella -al menos eso pensó entonces- a través del espejo retrovisor. Aun desatendiendo a la circulación aprovechó cualquier instante para mirarla, e intentar transmitirle así lo que sentía en esos momentos. Pero cómo hacerlo, si ni siquiera él entendía exactamente qué estaba sucediendo. Sólo alcanzaba a comprender que se trataba de algo totalmente nuevo en su vida, y que fuese lo que fuese ya nada sería lo mismo, y que jamás podría volver a vivir en paz... a menos que ella estuviera a su lado.


En algún momento creyó captar miradas dirigidas a él. Miradas de curiosidad. O tal vez de interés. O quizás de amor. O acaso eran sólo miradas de desdén. ¿Cómo interpretarlas, Dios, si en toda su existencia no vio nunca mirada igual? En cualquier caso, si de desdén se trataba, por Lucifer que era el más dulce desdén que ser humano alguno haya expresado.


Entre tanto, cuando apenas faltaban cien metros para llegar al destino, encontró un semáforo cerrado. Pablo agradeció a la suerte, a la Providencia, al Destino, a Jesucristo en la Cruz, a todos los diosos de las mitologías griega y romana y a la infinidad de deidades egipcias, esos breves momentos extra en compañía de su Dulcinea. Estos pensamientos provocaron en Pablo una ligera sonrisa mientras la miraba y, ¡sí, sí, sí!, ella le había devuelto la sonrisa, una tímida, tenue sonrisa, una sonrisita casi imperceptible, pero sonrisa al fin y al cabo. O quizás no, probablemente todo fue un sucio juego de su imaginación exaltada por las circunstancias, porque una sonrisa así era demasiado bella para ser real.


Pero llegó el aciago momento de separarse. El señor quería pagar la carrera, pero ella no lo permitió, entregando el dienero antes de que él pudiese sacar la cartera. Cuando Pablo lo recibió por un momento se tocaron las manos. Sólo fue un segundo, pero pablo sintió algo así como un latigazo, como un rayo que cruzó su cuerpo, y tuvo la certeza de que de haber estado en pie habría caído al suelo.


Tenía que decirle lo que sentía por ella, y debía hacerlo ya o sería demasiado tarde, pero sonaría tan absurdo... "Te quiero, nena, hemos nacido el uno para el otro". ¿Qué iba a pensar ella? Se reiría, seguro, y después se lo contaría a las amigas, y les comentaría también lo feo que es, y a todas les parecería una anécdota la mar de graciosa. Un cuarto de hora después ya nadie recordaría al imbécil del taxista. No, no puede ser, ella jamás se comportaría de un modo tan grosero, ella es dulce, cariñosa y comprensiva. Pablo debía actuar rápidamente, aunque... ¿para qué? Seguro que a una mujer como ella no le faltaban pretendientes, cientos de ellos, todos guapos, fuertes, inteligentes y ricos. Pero qué coño, sin riesgo no hay gloria...


Pablo se giró para decir eso, para decir que sin riesgo no hay gloria y que la amaba más que a su vida por estúpido que pudiera parecer, o para decir cualquier otra cosa, no sé, algo, lo que fuera. Y descubrió quedándose sin aliento que ella ya estaba lejos y que seguía alejándose apresuradamente. Era obvio que esa mujer, esa obra cumbre de la Naturaleza, no tenía el más mínimo interés en Pablo Marfil.



I

Dr. MARTOS VILLEGAS


El doctor Martos Villegas miró su reloj. Eran las diez y siete minutos de la mañana, soltó una exclamación y forzó el paso. A medida que cobraba fama en los ambientes médicos su agenda se hacía más apretada hasta el punto de que a veces pensaba que se le castigaba por sus innumerables éxitos en la cirugía. A las diez y media tenía que dar una conferencia en la Facultad de Medicina y probablemente llegara tarde, aunque no se perdería el principio; ventajas de ser el conferenciante.


Una peculiar música llamó su atención y comprobó con con grata sorpresa que provenía de un taxi desocupado. Perfecto. Se dirigió a él y al entrar vio que alguien entraba por la otra puerta. Se trataba de una joven de algo más de veinte años. El doctor Martos maldijo para sí. Su estricto sentido de la caballerosidad le obligaba a ceder el taxi a la señorita y eso le supondría un considerable retraso. Sin embargo, antes de que él pudiese hacer o decir algo ella se disculpó y se dispuso a marcharse, pero Martos, que ante todo era un caballero, no podía permitir eso, así que dijo:


- No, señorita, de ninguna manera. Seré yo quien busque otro taxi.


No obstante ella no pareció darle importancia a las palabras de Martos y ya tenía medio cuerpo fuera del coche cuando el taxista sugirió que según el destino podrían compartir el taxi. Casualmente la muchacha también se dirigía a la facultad, de modo que fueron juntos.


El doctor Martos estaba nervioso por la inminente conferencia, y también porque llegaba tarde, y no contribuyó nada a su tranquilidad que el taxi se calara dos veces saliendo de la parada. El doctor pensó: "vaya, lo que me faltaba, un novato al volante y que además se perderá por la ciudad". Minutos después comprendió lo que realmente ocurría.


El taxista, un hombre de unos pocos años más que la chica, no dejaba de mirar con disimulo a ésta a través del retrovisor, y para el doctor Martos, hombre curtido en la vida y las pasiones, no pasó desapercibido el significado de aquellas miradas. Indudablemente ese joven estaba más que interesado por la chica.


Una vez que hubo constatado ese hecho el doctor Martos, por una curiosidad innata en él, observó a la chica. Al mirarla detenidamente le recordóa su propia esposa en aquel día en que la pidió en matrimonio, trémula, enamorada, asustada y a pesar de ello enormenete feliz. ¿Podía ser cierto que esos dos jóvenes se hubieran enamorado sin mediar palabra y en cuestión de segundos?


Estaba apunto de llegar, pero un maldito semáforo los detuvo. Bueno, mejor para ellos, pensó Martos. Por un momento le pareció que se habían sonreído a través del espejo, pero fue algo tan sutil que no pudo estar seguro. Se lamentó de esa inseguridad juvenil que los iba a hacer desaprovechar una oportunidad que tal vez fuera única en sus vidas.


Cuando llegaron a su destino se precipitó a pagar la chica. Como el doctor llegaba tarde no quiso discutir, y mientras salía del taxi observó que el joven quedaba meditabundo, como inmerso en una tempestad de emociones cruzadas.


El doctor Martos Villegas lo compadeció sinceramente.



I

MARTA AYALA


Caminaba deprisa, prometiéndose por enésima vez que no volvería a salir más con Susana a menos que ésta le asegurara una hora normal de recogida. Siempre que salía de copas con ella le ocurría lo mismo; se metía en la cama a horas en que la gente decente empezaba a levantarse. Bueno, por lo menos esta vez, al contrario que las otras, había conseguido levantarse, que no era poco. Miró una vez más su reloj, pasaban varios minutos de las diez. Pensó con rabia en la mirada burlona del profesor Ortega, esa vergonzante mirada unida a una sonrisa babosa que parecía decir "¿qué, muñeca, volviste a ser mala anoche?" Siempre que Marta llegaba tarde a clase hacía lo mismo el maldito. Ojalá su cuerpo fuera devorado por una horda de famélicos gusanos, estando él vivo para no perderse detalle.


El autobús debía de haber pasado ya, así que se dispuso a buscar un taxi, y cuando localizó uno corrió en dirección a él sin percatarse de que también un hombre caminaba con el mismo objetivo. Abrió la portezuela trasera izquierda y comprobó que un señor de aspecto distinguido entraba por el lado derecho del vehículo. Aquello era una putada para Marta, pero su natural educación le exigía ceder el taxi, por eso dijo:


- Oh, disculpe, señor, quédeselo usted, yo cogeré otro.


Cuando Marta salía del coche pudo oír que el hombre expresaba su disconformidad, pero tenía demasiada prisa para discutir una cuestión de cortesía. Entonces le llegó, justo cuando iba a cerrar desde fuera la puerta, la voz del taxista, firme y poderosa, que decía:


- Tal vez puedan ustedes compartir el taxi si van a lugares cercanos. Es muy probable que tarde en llegar otro.


Marta lo miró. Le pareció notar en él cierta inquietud, y también le pareció que era el hombre más guapo del mundo. En ese momento se dio cuenta de la triste música -¿rusa, quizá?- y estuvo segura de que había nacido para encontrar a ese hombre.


Entre los desgarradores coros que salían de los altavoces percibió la voz de otro hombre que decía algo sobre la Facultad de Medicina. Era una afortunadísima coincidencia que debía ser aprovechada.


Cuando el coche salía de su estacionamiento se caló dos veces, y Marta fantaseó con la posibilidad de que eso se debiera a la turbación que había producido en el taxista. Pero, no, ella sabía muy bien que tan sólo era lo que los chicos llaman una "chavala del montón", incapaz de producir la más mínima turbación en nadie. Al taxista se le había calado el coche como a una se le puede romper el botón de la blusa, no tenía mayor importancia, no era pregunta de examen.


Marta sólo podía mirarlo a través del espejo retrovisor. Se sentía muy feliz, y de algún modo sentía también que tenía que transmitirle al taxista esa suprema felicidad. De una u otra forma debía compartir con ese joven -su amado, lo sabía con certeza- esas sensaciones tan especiales que la colmaban. Pensó en hacerle un guiño, en sacarle la lengua, en mandarle un beso, en tirarle de una oreja, y en mil locuras más. Cualquier cosa con tal de llamar su atención.


En algún momento notó que también él la miraba por el retrovisor, que la miraba mucho, incluso con descaro, y eso es precisamente lo que Marta quería. "Sí, mi vida, mírame, amor mío, deja que nuestras miradas se crucen una vez más", pensaba ella, presa de ese desorden de los sentidos que se llama amor.


Sentía que se acercaban a la Facultad, que se le agotaba el tiempo. Era como sentirse morir por momentos, ¿pero qué podía hacer?, no se le ocurría nada, salvo ideas disparatadas como decirle: Oye, pedacito de cielo, ámame como yo a ti y serás el hombre más happy del world. Dios santo, estaba desvariando, era algo absurdo. En otras circunstancias se habría echado a reír, pero ahora la situación era más bien trágica.


Estaban a punto de llegar, pero un semáforo colocado allí por la misericordiosa mano de Dios se interpuso en su camino, ¡albricias y gloria bendita, olé la madre del figura que puso ahí el semáforo!


Sonrió al retrovisor, sin pensar muy bien lo que hacía, y allí se encontró la sonrisa de él, prometiéndole una eternidad de placer. Pero ya estaba fantaseando otra vez, probablemente el taxista le devolvía la sonrisa por mera cortesía profesional, y Marta, ingenua como ella sola, se hacía mil estúpidas esperanzas que le causarían más dolor en el momento de la verdad. Momento que por cierto ya había llegado.


Marta sintió las lágrimas asomar a sus ojos, e intuyó que serían las más amargas de su vida, por eso pagó apresuradamente y corrió intentando en vano escapar de su propia cobardía, y queriendo, sin lograrlo, no pensar en esa extraña fuerza que la había llenado cuando tocó la mano del taxista.



(Pronto habrá más, supongo)


1 comentario:

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Comentarios importados desde Spaces:

Philip Oyhas
buee...ya me lo he leido me marcho al gimnasio.
Que malo es el amor,interesante historieta,yo una vez me enamore y fue a primera vista..asi que imaginate como acabo.
15/11/2006 17:18
(http://juanort.spaces.live.com/)

La_YoSeFiN
El so capullo del Leonidas escribe bien!!! Realmente bien y no quieor decirlo porque parece que le estoy haciendo el parabien , pero es que si ya me sorpendiá con todo lo que era capaz de salir de esa cabeza hoy me ha dejado mas atonita de lo que normalmente suele hacer.
Realmente muy bueno paisano. Besos
14/11/2006 14:18
(http://hurracaine.spaces.live.com/)

sandra
¿Podriamos matar al Doctor Martos, por favor?
14/11/2006 14:06
(http://sandragogo27.spaces.live.com/)

Javi
Me ha gustado. Me ha gustado mucho, y no he podido evitar ver un palido reflejo de mi mismo en el relato, aunque supongo que eso les pasara a muchos. Es lo que distingue a un buen escritor, hacer que los lectores se identifiquen con alguno de los personajes de la historia. Pero no te vayas a crecer mucho, ultimamente me pasa bastante a menudo. Al leer ciertas entradas en los blogs, o incluso algún correo que he recibido, no puedo evitar sentirme identificado y he llegado a pensar, egolatra de mí, si la persona que lo ha escrito no me habría mandado un mensaje "oculto".

Perdona, me estoy enrollando malamente. Espero los próximos relatos.

P.D.

Puta epicondilitis, tú no sabes el trabajo, y el dolor, que me cuesta escribir esto, pero tú te lo mereces. ;-)

13/11/2006 20:49
(http://la-osera-de-Javi.spaces.live.com/)

Philip Oyhas
Tan especial pero no te enseña las tetas,fijate tu.
Por cierto,Leo,que es bien largo(si te llamo Leo,es el cariño) ya me leere este laaaaargo relato.
(vais acabar haciendo cosinas,ya veras tu..)
13/11/2006 20:04
(http://juanort.spaces.live.com/)

María
El problema es que las oportunidades pasan una vez, una única y exclusiva vez y no tenemos posibilidad alguna de saber las consecuencias plenas de nuestras acciones, reacciones u omisiones. Hay que hacerlo o no hacerlo y después ya vendrán las lamentaciones o no. No me gusta la frase que dice "uno sólo se arrepiente de lo que NO ha hecho". No me gusta porque no la considero cierta. Puedas arrepentirte de lo hecho al igual que de lo no hecho, todo depende. Nada es blanco o negro.

Espero la segunda entrega antes de precipitarme intentando averiguar lo que va a pasar con Pablo y Marta.
Tengo que decirlo: pobre Marta :(
Estoy sensible, ¡joder! ¿Ya se puede decir "joder", no?

Por cierto yo conozco a uno que le llaman Villegas, aunque no sé el nombre, le llaman así porque es su apellido. No viene al caso pero ya que no tengo historias de mosquitos que contarte te dejo una frase sin sentido alguno.

Que sepas que te quiero a ratos, como las patas a los patos.

P.D. ¿Qué le pasa a mi nombre? Eeeeehhhhhhhhhhh, ehhhhhehhhhhhhheeeeeeeehhhhhhhhhhh
P.D.2. Gracias, después de ésto quizás acepte que me enseñes la chorra
13/11/2006 17:11
(http://may82may.spaces.live.com/)