Primeras experiencias de un hombre bueno

(Publicado originalmente en Spaces el 8 de Noviembre de 2006).



Esto de ser un hombre bueno está resultando algo más complicadillo de lo que esperaba, pero eso sí, merece la pena porque duermo con el sueño de los justos, sin terribles pesadillas en las que en el Día del Juicio Final se me condena al infierno por cinco o seis eternidades, o más si son pequeñas.

Después de tres días de bonhomía quiero hacer públicos mis progresos, así como mis fracasos:


- No diré palabrotas. ¡Ojetivo logrado!

- No me comeré a más niños. ¡Ojetivo logrado!

- No me masturbaré más de diez veces al día. No logrado. 27 pajas el primer día, 46 el segundo y 18 el tercero. Yo creo que es por la emoción de ser bueno y por el amor que reboso.

- No volveré a orinar en el ascensor. Ojetivo parcialmente alcanzado. Fue un chorrito de nada, apenas unas gotitas, pero como había una vecina presente la cosa ha sido muy sonada. La muy chism... Grrrr... es una estupenda mujer simpatiquísima a la que le gusta hablar con todos y de todos.

- Sólo me acostaré con mujeres por amor y con el único objetivo de procrear. Bajo ninguna circunstancia me acostaré con hombres. ¡Objetivo logrado!

- No odiaré a nadie. ¡Objetivo logrado!

- No pensaré que todas las mujeres son unas p****. ¡Objetivo logrado!

- Ayudaré a cruzar la calle a viejecitas desvalidas, sin robarles el bolso. Ojetivo parcialmente alcanzado. He ayudado a cruzar la calle a cuatro ancianitas desvalidas, pero a la primera le robé el bolso porque me despisté un momentín. La segunda fue ayudada sin novedad destacable, salvo quizás el dato insignificante de que esta ancianita tenía quince años y también fue ayudada por mí a otros menesteres, como quitarse la ropa y meterse en la cama, y luego se empeñó en hacer cosas feas sexuales, pero como yo soy bueno le dije que de eso nada, que no abusaría de ella, pero que podía recompensarme por mi ayuda con una buena mamad... grrrrr... nada, nada, vamos con la tercera ancianita. Con ésta sucedió una desgracia. Cuando vi aquel autobús que se nos echaba encima tuve que abandonarla en mitad de la calle y... ¡pum! adiós vieja, pero no fue culpa mía que ella no pudiera correr más, la culpa fue de la artritis, yo en cambio corría que me las pelaba cuando vi llegar a la poli. Con la cuarta viejarrona tomé precauciones para evitar esta clase de accidentes, así que en cuanto la vi parada al borde de la calle la cogí en brazos y la llevé al otro lado. Fue entonces cuando me explicó que ella no quería cruzar y que en realidad estaba esperando a su hijo que pasaría a recogerla por el lugar exacto donde yo la encontré, pero yo tenía prisa y no le hice mucho caso, dejándola allí y confiando en que su hijo la encontrara. Cuando tres horas más tarde pasé de nuevo por ese lugar ahí estaba la señora, creo que llorando. Ese espectáculo me dio cierta vergüenza ajena e hice como que no la conocía mientras pasaba de largo. Eso ocurrió ayer por la tarde, y esta mañana, cuando iba a trabajar, la he visto en el mismo sitio. Ya no lloraba, ahora estaba temblando de frío. No habrá ayudado mucho la circunstancia de que esta noche haya sido especialmente lluviosa.

Resumiendo podría decirse que voy por buen camino, y sé que no sacaría ánimos si no fuera por vosotros, por vuestro apoyo moral y todo ese rollo, y aunque algunos descreídos no me tomáis en serio yo os digo a todos por igual que:

¡OS QUIERO CON LOCURA, COMO EL SILURO A LA SILURA!