Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 22 de julio de 2007

Diego Corona Bonet


El 4 de Noviembre del año pasado dejé un comentario en alguna parte de la Red con mi nombre real, porque consideré que la ocasión lo merecía. Entonces no podía imaginarme las positivas consecuencias que eso iba a traer, ¿quién podía estar interesado en googlear buscando a este mindundi? Primero fue Mayolongo, del que no sabía nada desde hacía tres o cuatro años, y ahora me ha localizado Diego Corona... ¡Tras diez años de habernos perdido la pista!

Han pasado diez años, y el muy cabrón me ha encontrado. No es que yo me esconda, pero es habitual que no responda a llamadas, y cuando eso te lo hacen tres o cuatro veces lo normal es que te hartes y dejes de llamar. Si a eso unimos mi costumbre de estrellar teléfonos móviles --creo que ya van tres-- y perder así la agenda completa cada cierto tiempo, el resultado es que constantemente rompo con el pasado, salvo en aquellos asuntos en los que la memoria, pertinaz e hija de puta, me sigue torturando. Siempre he tenido un serio problema para eso de mantener el contacto con la gente que está lejos. Me temo que soy lo que por aquí llaman un descastao.

Diego fue uno de mis mejores amigos, y una persona llena de valores poco habituales como la honradez, la sinceridad, el compañerismo y la lealtad. Nos conocimos en Septiembre del año 1991, él tenía catorce años y yo dieciséis. Acabábamos de ingresar como alumnos en el hoy inexistente Instituto Politécnico número 2 del Ejército, en Calatayud, y aunque todavía no lo sabíamos íbamos a ser grandes amigos y a vivir juntos muchísimas aventuras. Juas, juas, ahora me acuerdo del regalo tan especial que le hice años después en Granada... jajajaja, lástima, Dieguito, que eso no lo pueda contar aquí, shhh, sigue siendo nuestro secreto.

Los dos nos formamos como auxiliares de laboratorio y cursamos el primer año de la especialidad de químico artificiero. Tres años internados juntos en un ambiente en que hasta respirar estaba prohibido. Quien no ha vivido esa experiencia no sabe lo que es perder (¿o invertir?) su adolescencia en aquel sitio. Cuántas noches llorábamos por la presión disciplinaria, por la nostalgia de la familia... pero siempre en silencio por el temor a que nuestros compañeros supieran que llorábamos y nos acusaran de miedicas, cobardes, nenazas... para descubrir tiempo después que todos llorábamos más o menos y nos ocultábamos de nosotros mismos. Cada uno de nosotros sólo tenía una cama, una estrecha taquilla en la que apenas cabían los uniformes y un puñado de compañeros con los que compartir risas, amarguras, arrestos y borracheras vespertinas los sábados. Comprenderán que de esta forma se forjaran amistades intensas.

Diego y yo éramos radicalmente diferentes. Él jovial y yo taciturno. Él atleta e inquieto, yo aburrido y un desastre en gimnasia. Él tenía una habilidad envidiable para hacer nuevos amigos, mientras que yo siempre andaba buscando la soledad. Era inevitable que nos hiciéramos buenos amigos.

Para que se vayan haciendo una idea de quién es Diego Corona Bonet les contaré una anécdota: Debió de ser un sábado por la noche, cerca de las 22:30. Yo había llegado al Politécnico borracho como una cuba. Pude ponerme el uniforme pero hasta ahí llegué. Me tumbé en mi cama, rozando la pérdida de consciencia. Todo el mundo había salido para formar y pasar el control nocturno con el objeto de comprobar que estábamos todos. Yo no podía mantenerme en pie, y en ese momento me daba igual el paquete que me iba a caer, pero Diego apareció en mi camareta. Intentó arrastrarme, convencerme, espabilarme... y nada. Finalmente se rindió, ¿y saben qué hizo ese cabronazo? Se sentó en mi cama, a la espera de que nos arrestaran a los dos. Este tipo es así, no abandona a sus amigos, sean las que sean las consecuencias. Aquel gesto se abrió paso entre los vapores etílicos y gracias a eso pude sacar ánimos de no sé dónde y ponerme en pie. En el último momento llegamos los dos a formación y nadie fue arrestado. Si me tambaleaba demasiado en posición de firmes, a punto de caerme, tenía la seguridad de que cerca estaba Diego para sujetarme. También tenía la seguridad de que al día siguiente no me pediría nada a cambio, simplemente él es así.

Después, cosas de la vida, fuimos destinados como jóvenes Cabos profesionales --él aún era menor de edad cuando ya lucía los tres galones rojos-- al mismo sitio: el hoy desaparecido Grupo de Municionamiento III/22, de Granada. Llegamos a vivir un año juntos en dos viviendas de alquiler. Qué buenos tiempos, rediós. Cuánta diversión, cuánta juventud, cuántas experiencias nuevas ahora que no estábamos bajo el yugo del internado militar. Éramos jóvenes, teníamos un sueldo, teníamos ilusiones, ganas de recuperar los tres años de internado y sobre todo, nos teníamos a nosotros.

Diego era un muchacho guapo. Mi padre le dijo cuando lo conoció que se parecía a Clark Kent, y Diego le respondió que no era el primero que se lo decía, así que nunca le faltaban féminas a mano. Joder, qué tiempos de tapeo, sexo, juergas nocturnas de lunes a lunes... además, es que Granada era mucha Granada.

En el año 1997 me dio un disgusto gordo: dejó el ejército. Nunca he entendido sus motivos, aunque creo intuirlos. Lo que tengo claro es que lo lamenté mucho y me lo tomé como una ofensa personal. Diego era uno de los mejores militares que he conocido, y además vivía la profesión como pocos. Diego estaba hecho para la milicia, y la milicia está hecha para componerse de gente como Diego. En fin, sus motivos tendría.

Ahora, al reencontrarnos tras diez años, me ha dado otro disgustazo. Resulta que el muy maricón se ha casado. ¿Cómo has podido hacerme esto, Diego? Bueno, antes o después conoceré a la afortunada, espero. Seguro que es una dama estupenda, debe de serlo. Por cierto, en San Fernando tenéis vuestra casa, siempre que me aviséis con un par de semanas de antelación para hacer limpieza.

Diego, el alegre y cachondo de Diego... ¿cómo pude abandonarlo? Nunca mais, Dieguito, nunca mais.

7 comentarios:

marmotilla dijo...

Sssssh, un secreto: cuando estrelles el móvil, saca la tarjeta. Sólo por si acaso.

Sensei Katorga dijo...

Si es que un amigo es un amigo. Magnífico relato, me ha emocionado.

Gerardo dijo...

Lo mismo: que guardes la agenda en la SIM y, aunque pierdas el aparato, conservas número y agenda.

Me alegro de que andes recuperando amigos (a mí me pasó lo mismo, sin internet en mi caso) y merece la pena.

Saludos muy desconectados de la wes.

-. Gerardo, en un un cíber.

elrescatedelosmuertosvivientes dijo...

Gracias Vallano,ojala supiera contestarte con tu misma prosa...

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Hola a todos.

Marmota y Gerardo, mi problema con los móviles va más allá de eso. Tras destriparlos busco la SIM y la trituro, así me protejo de la tentación de hacer llamadas inoportunas a gente que no debo llamar. Cuando al día siguiente voy a por un duplicado de la SIM ya se me ha pasado el mal momento y no hay peligro, pero tampoco hay agenda.

Sensei Kátorga, gracias. Los mejores relatos son las propias vivencias, pena que no se puedan contar todas, ¿verdad?

Elrescatedelosmuertosvivientes, ¿no pudiste encontrar un alias más largo? No sé, algo así como Elmáschipirifláuticodetodalajodidainternety+chuloqueun8 . Ya te vale, coleguita, ya te vale.

24 de julio de 2007 20:20

Anónimo dijo...

Yo tampoco entendí cómo pudo dejar el ejército.
En realida fue él quien me motivo a mí a continuar muchas veces..
Me da pena que haya pasado el tiempo y se haya perdido todo el contacto.
Cosas de la vida... supongo.

El soldadito de plomo dijo...

Hola, anónimo.

Yo tengo el número de Diego. Si me escribes a mi correo electrónico (lo tienes en mi perfil) y me dices quién eres te lo paso, tras pedirle permiso a Diego, claro.