Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

martes, 2 de octubre de 2007

Azra



Acabo de desempolvar el diario que escribí durante parte de mi participación en la misión SFOR (Fuerzas de Estabilización de la OTAN). Qué recuerdos...

Me he ido a buscar el día en que aterricé a bordo de un C-130 Hércules en la Base Europa, Cuartel General de la División Salamandra, de jefatura francesa y situada en Mostar (Bosnia). Esa entrada del diario, correspondiente al Viernes 20 de Abril de 2001 es escueta, como casi todas las que escribí, y dice así:


Día D+2.
2ª Rotación.
Yo vuelo a Mostar A/P.
A las 5 en pie.
A las 6 en acto. "La Rubia".
A las 6'15 desayuno.
A las 6´45 bus a Villanubla.
A las 7´15 llegada a Villanubla.
A las 8´20 despegue a Mostar.
A las 12 aterrizaje en Mostar.
Alojamiento provisional con Cb1º Pascual, Cb1º Velarde y Cb Correiya.
A las 15`30 hacemos tarjetas de identificación SFOR.
A las 16 nos entregan 500 DM, (adelanto Mayo).
A continuación toma de contacto con mi trabajo.
En la cena veo al Capitán Santoyo, "aquí te pillo aquí te follo". Sigue mascando chicle compulsivamente, eso no ha cambiado desde el año 1994.

Eso cuenta la entrada correspondiente al 20 de Abril. Pero yo, mientras esta tarde la leía, no dejaba de pensar en lo mucho que calla. Mi diario en Zona de Operaciones habla poco y silencia mucho por razones que comprenderán. Ha pasado mucho tiempo y, lo que es más importante, mis circunstancias personales han cambiado hasta ser irreconocibles. Por eso hoy voy a contar lo que callé aquel 20 de Abril.

La temperatura en Mostar era algo más fría que en la recién abandonada Valladolid, donde había pasado el último mes y medio. El día se presentaba nublado pero no lluvioso. Los novatos como yo en misiones en el extranjero íbamos con los ojos muy abiertos, sin perder detalle de las muchas novedades que encontrábamos a nuestro alrededor con un ojo, mientras que con el otro no perdíamos de vista a los veteranos con la intención de imitarlos, (para Pascual era por entonces su quinta misión fuera de nuestras fronteras, y la tercera en Mostar. Hace poco lo vi en un telediario, a la vuelta de Afganistán, y pensé que su mujer necesita un amante, si es que no se han separado ya).

Poco después de desembarcar del Hércules nos hicieron formar. Fue entonces cuando la vi, surrealista con aquel vestido rojo estampado de flores amarillas y muy ceñido, su pelo rubio y su sonrisa de bienvenida (aquella sonrisa suya que no mostraba los dientes), todo fuera de lugar entre los uniformes miméticos, entre tanto muchachote moreno y entre tanto gesto adusto. Pensé alguna locura sobre diosas que guían a los guerreros en el combate. Cuando rompimos filas la diosa se lanzó a abrazar y besar a los viejos conocidos que repetían misión en Bosnia, y yo los envidié mucho.

Luego supe que se llamaba Azra y que era una de las dobras (mujeres) que trabajaban en la cantina española de la Base Europa. Tenía veintidós o veintitrés años, los ojos azules y esa belleza esbelta y rubia que vemos en tantas modelos centroeuropeas. Aunque natural de Mostar --de la parte musulmana de Mostar, para más señas-- hablaba un español casi sin acento y con un vocabulario que ya lo quisieran muchos españoles. Es curiosa la facilidad de esta gente para aprender nuestro idioma. Recuerdo haber conocido a una empleada de gasolinera en algún lugar de Bosnia que me atendió en correcto castellano, y ante mi sorpresa me explicó que lo había aprendido... ¡viendo culebrones sudamericanos en versión original subtitulados a su lengua!

Azra era una chica inquieta, juerguista y manipuladora, pero con buen corazón. Parte de su tiempo libre lo dedicaba a salir con guardias civiles españoles para entregar ayuda humanitaria extraoficial y hacerles de intérprete voluntaria. En relación con esto puedo contar una de las anécdotas más extrañas que he vivido en mi vida: la ocasión en que una patrulla de la Guardia Civil me recogió para llevarme a una cita con una chica. Pero no perdamos el hilo.

Durante mis tres primeros meses en Bosnia Azra y yo nos ignoramos todo lo que pudimos. A mí me revientan las damas que van de guapas por la vida y están coqueteando constantemente; no son de fiar. A ella, supongo, no le gustaba mi manera fría, educadamente distante, de pedirle el café por favor y darle las gracias sin piropearla y sin la menor galantería jamás. Hasta que una tarde, con la cantina casi desierta, Azra me puso el café con muy mala leche, derramando parte incluso. Después me miró furiosa y gritó: "¡KOWALSKI! ¿POR QUÉ ME ODIAS?" Y yo, claro, supe que acababa de nacer una interesante amistad que haría más entretenido el tiempo que me quedaba allí.

Azra me dio algunos disgustos. Procuro pasar desapercibido, y los numeritos públicos no me gustan nada, menos aún en presencia de mis superiores jerárquicos, pero Azra era una dramática incorregible y alguna vez me la jugó, como cuando el incidente de Henar:

La Soldado Henar Domínguez y este menda nos llevábamos muy bien. Heni era una Soldado formal, inteligente, veterana, con buena fama entre sus jefes. Me caen bien las mujeres militares así, que son las menos. Henar y yo a veces compartíamos unos cafés, y a Azra eso la mortificaba. Una vez prácticamente nos tiró el café sobre los uniformes, y Henar, chica discreta, decidió marcharse. Entonces Azra, convertida en una arpía, me soltó la siguiente lindeza mientras hacía el gesto de estrangular: "¡SI VIENES OTRA VEZ CON ESA BRUJA FEA LA MATO! ¿ME OYES, KOWALSKI? ¡LA MATO CON MIS PROPIAS MANOS!" Sí, Azra también aprendía español con los culebrones y era muy teatrera, pero lo peor es que estaban presentes varios de mis jefes y fuimos la comidilla durante unos días.

Pascual, cuando se refería a Azra la llamaba Sindy. Era una broma muy cruel. Sindy quería decir... sin dientes. La dentadura superior de Azra era una chapuza reconstructiva, una cosa hecha de alguna masilla, como un único diente que abarcaba toda la mandíbula. Por eso nunca separaba los labios al sonreír. Por eso nunca reía a carcajadas. No me gustaba que la llamaran Sindy. Nunca supe a qué se debía aquel desaguisado. O sea, la reconstrucción chapucera fue porque durante la guerra no había mejor solución, e imagino que terminada ésta lo que no habría es dinero para un buen dentista, si es que había dentistas. Lo que no supe es por qué Azra había perdido los dientes. Unos decían que tuvo que ver con las violaciones en masa que fueron habituales durante aquella guerra, y otros decían que fue producto del cerco que la parte musulmana de Mostar sufrió por los croatas, durante el cual los musulmanes de Mostar tuvieron que alimentarse con delicias como cortezas de árboles. Yo no lo sé, ni quise preguntarle a Azra. La ignorancia en según qué cosas es muy recomendable.

Una de las pocas tardes que pude dar una vuelta por Mostar, en plan turista de uniforme, nos citamos Azra y yo. Las normas decían que los miembros de SFOR debíamos ir por la ciudad en parejas al menos, y los lugareños no contaban. En fin, me pasé la norma por el Arco del Triunfo. Además, Azra estaba muy bien relacionada en Mostar, tanto en la parte musulmana como en la croata, por lo tanto ir con ella me otorgaba más invulnerabilidad que ir escoltado por una compañía de fusileros. Cuando llegué al recibidor del hotel Eros, Azra no estaba esperándome. No saquen conclusiones precipitadas, lo de citarnos en el hotel es porque tenía el mejor bar de la zona. No pensábamos hacer uso de las habitaciones, en serio. Pero Azra me había dado plantón. Malhumorado, más solo que la una y algo acojonado (los crotas nos la tenían jurada desde que unos meses antes se les intervino un banco que financiaba un partido político extremista afín a sus intereses, de hecho unos días antes de mi llegada a Mostar la cosa había llegado a estar muy fea), comencé a caminar por esa ciudad desconocida en busca de un taxi que me llevara de vuelta a la Base. Debía de ser Julio y era una tarde calurosa y muy soleada. Afortunadamente para mí había poca gente en la calle. Y entonces sucedió.

Una Patrol de la Guardia Civil se cruzó conmigo y sus ocupantes me saludaron. Les devolví el saludo llevando la diestra al ala del chambergo y siguieron su camino, y yo el mío. Al cabo de unos segundos me abordaban junto a la acera:

--¿Kowalski?

--Sí, soy yo.

--Sube, que te llevamos.

--¿A la Base?

--No, hombre. Te está esperando Azra.

De camino al hotel Eros, otra vez, el guardia civil más joven de los cuatro me explicó que habían estado entregando comida en un hospicio de un pueblo lejano, por eso el retraso de Azra. Cuando la dejaron en el hotel y vieron que yo no estaba supusieron lo que había ocurrido, así que se lanzaron a mi busca y captura. Grandes, estos guardias civiles. Y más grandes teniendo en cuenta que quien me daba explicaciones, como supe tiempo después, estaba medio enamorado de Azra. Grandes, grandes y nobles guardias civiles.

Lo que empezó tan mal acabó siendo una tarde de paseo por Mostar, especialmente por la parte crota, ya que en la musulmana no podíamos pedir cubatas. Aprendí algunas cosas, y me sorprendió descubrir que Azra era algo así como una mujer famosa en la zona y tratada reverencialmente --no me pregunten por qué; nunca lo supe--, y cuando tiempo después me vi en cierto apuro --que no contaré en esta entrada--, de nuevo solito, había quien me recordaba como el acompañante de Azra y me ofrecieron coche, chófer y protección, gratis, naturalmente, los amigos de Azra son nuestros amigos y bla bla bla... Pa mear y no echar gota.

Aquella tarde Azra me habló de su hermano y de un collar que él le había regalado por su cumpleaños, me contó también que se había roto ese collar y que mandó a su hermano a una joyería para que lo repararan, y que fue durante ese encargo cuando una granada de mortero cayó en la carretera junto al coche de su hermano y lo mató. Me habló de su sentimiento de culpa. Luego me contó que tenía un tumor en el pecho y que le quedaban unos pocos años, con suerte. Creo que acabamos abrazados y llorando juntos, pero no sé si había más ficción que verdad o a la inversa, ya les dije que era algo teatrera y manipuladora.

Azrita y yo mantuvimos contacto telefónico algún tiempo, hasta que en uno de mis episodios de ira alcohólica estrellé el teléfono móvil y me quedé sin su número. Ella tampoco volvió a llamarme.

Desde entonces, cada vez que un compañero vuelve de Mostar pregunto por ella. Ha sido el Regimiento en el que estoy destinado, precisamente, la última Unidad española que pasará por ese lugar. A día de hoy nadie ha sabido darme razón de su existencia.

Igual la echaron, por díscola y conflictiva. O se buscó un trabajo mejor. O uno de esos oficiales que tanto la baboseaban se ha puesto serio, se ha casado con ella y se la ha traído a España, donde un buen dentista le ha devuelto la risa a Azra.

Yo no sé lo que ha pasado, pero cualquier otra opción me parece inadmisible.

Un fuerte abrazo, Azrita.

9 comentarios:

Javi dijo...

La verdad es que no sé que decir. No tengo muy claro si es una de tus historias o realmente nos estás contando algo más de ti. En cualquier caso me ha gustado y, como no, me ha traido recuerdos de los mejores momentos de mi vida militar.

Besitos.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Javi, es de la categoría recuerdos y experiencias.

Javi dijo...

Tienes razón, no me había fijado. ¡Pero es que lo cuentas de una forma...!

Sensei Katorga dijo...

Recuerdos melancólicos para un post muy bello.

Anónimo dijo...

Siempre la realidad supera a la ficción. Es una buena historia.

Anónimo dijo...

Deberías recuperar más a menudo extractos de tu diario...

GUIZMO dijo...

Bonita historia.
Azra debía ser toda una cautivadora profesional, porque conseguir tener a todo ser del sexo opuesto babeando con una dentadura de nehandertal es algo sólo al alcance de unos poquísimos elegidos.

Carabiru dijo...

Vaya, me imagino que tenía que ser una chica excepcional.

Mr. TAS dijo...

toda una experiencia. tengo un amigo que fue allí. que tengas buen servicio en tu situación actual.
un saludo