Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 31 de enero de 2008

Estoy ahí, por ahora


Llego a casa y él sale a recibirme cuando abro la puerta. Se afila las uñas en el felpudo haciendo como que no le interesa mi presencia. Después sigue afilando las uñas en mi ropa a la vez que se despereza. Desde que vive conmigo soy el militar más desastrado de la OTAN, y tener el uniforme arañado por mi gato es la mejor medalla que puedo lucir. ¡Gusi, déjame!

Luego voy al baño, y mientras meo él salta al lavabo, se yergue sobre sus patas traseras y apoya las delanteras en mi hombro. Lo miro, me mira, juntamos los hocicos y él empieza a ronronear. Su ronroneo se confunde con el chispeo de mi orina mojando el suelo. ¡Gusi, déjame!

A continuación voy al estudio, enciendo el ordenador y él salta al escritorio. Tira el lapicero y desparrama los bolígrafos. Mientras Windows arranca mi gato se entretiene desperdigando bolígrafos por todas partes. Yo lo dejo hacer, pensando que ya recogeré los trastos la semana que viene, pero él me mira con sus enormes ojos verdes llenos de sarcasmo y me dice que ya me conoce lo suficiente para saber que no recogeré nada, ni esta semana ni la que viene. ¡Gusi, déjame!

Huyo a mi cuarto para cambiarme de ropa, y él me persigue. Araña mis dedos cuando desato los cordones de las botas. Tira al suelo el teléfono que dejo sobre la mesita de noche. Tras el celular caen las monedas, el mechero, el paquete de tabaco y la cartera. ¡Gusi, déjame!

Vuelvo al baño, escoltado, claro, por el gato. Abro el grifo de agua caliente y me encierro en la bañera protegido por la mampara. Intento ducharme con tranquilidad sin hacer mucho caso del ruido que causan las zarpas de Gusi esforzándose en abrir la mampara. Siempre logra abrirla antes de que termine de ducharme, y entonces lo salpico con una buena rociada de agua, para que aprenda. Cuando salgo de la bañera él aprovecha y se mete dentro. Se empapa bien las patas y cuando voy a por él se me escabulle y se va por toda la casa, dando traspiés, deslizándose, poniéndolo todo perdido de agua jabonosa. ¡Gusi, déjame!

Me visto en mi cuarto, luchando por hacer el lazo de los zapatos sin que Gusi me ampute los dedos. Renuncio a regañarlo, porque cuando lo hago se mete en algún armario ropero y se dedica a tirar las prendas de sus perchas y a llenarlas de pelos. Mejor consentir que me arañe los dedos y me muerda los brazos mientras me visto. Él me mira y con su mirada me dice: "Jódete, chavalín, que cualquier otra opción es peor". ¡Gusi, déjame!

Después vuelvo al estudio, y con suerte Windows terminó de arrancar. En ese caso introduzco mi contraseña en el Messenger y me dispongo a ver las novedades en la bandeja de entrada del correo Hotmail. Puede ser que inicie una conversación por mensajería instantánea, y si es así seguro que Gusi salta sobre el teclado, y eso me hace enviar a mis contactos mensajes sesudos y profundos del tipo "sñdfljbgoan". ¡Gusi, déjame!

Cuando el gato decide calmarse se tumba sobre la impresora, tras haberla puesto en marcha pisando el botón de encendido, claro. Entonces se dedica a observarme con esa manera sabia y atenta que tienen los gatos de mirar, y me hace sentir cohibido. Yo le devuelvo la mirada. Nos sostenemos la mirada durante un buen rato, como en esos westerns donde el bueno y el malo se enfrentan para ver quién saca antes el revólver. Al cabo de un buen rato Gusi decide desenfundar y se estira para poner una pata sobre mi hombro. Clava las uñas en mi ropa y tira hacia sí. Juntamos, otra vez, los morros. Nos damos unos besitos. A continuación Gusifluky vuelca el cenicero, y siempre hay una colilla encendida que indefectiblemente cae cerca de algo inflamable. ¡Gusi, déjame!

Así transcurre nuestro día, entre besitos, caricias, carreras y peleas. Y llega la noche.

Me encierro en mi dormitorio. Gusi lloriquea un poco desde fuera, y yo le grito desde dentro que se joda, por gato malo. Pasan las horas. En lo mejor de mis sueños soy despertado por unos tenues maullidos y un suave roce sobre la puerta. Es Gusifluky, que sólo quiere saber que estoy ahí y asegurarse de que sigo vivo. Entonces, a las dos de la madrugada, a las cuatro o a las seis, yo digo: ¡Gusi, déjame!

Y con eso él se tranquiliza y se vuelve a dormir, porque Gusi sólo quiere saber que estoy ahí, que no lo he abandonado.

Gusifluky, no puedo prometerte qué pasará mañana. Te advierto que se nos vienen encima fechas inciertas, pequeño Gusi. Pero hoy sí, hoy estaré ahí. Si no me despiertas a la una, a las tres o a las cinco... tendré que ir a despertarte yo.

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