Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

martes, 22 de enero de 2008

Manolín Galvín, el niño que quería ser como Cela


Cuando nació Manolín, su padre, don Manuel Galvín, se dijo que su retoño sería alguien grande en el mundo de las artes, preferiblemente en la Literatura. La madre de Manolín, doña Sergia Moribúndez, no se dijo nada porque, haciendo honor a su apellido, se estaba muriendo la pobre. De hecho se murió unos minutos más tarde, y aunque no tenga nada que ver con esta historia quiero añadir que el mundo no perdió gran cosa con el óbito de doña Sergia, pues además de tonta, puta y vieja, era doña Sergia coja, fea y guarra. Un premio de señora, vamos. Sería indiscreto decir que don Manuel se alegró por la muerte de su esposa, así que no lo diremos, pero sepan ustedes que así fue. Aunque yo no he dicho nada, eh, a mí que me registren.

Manolín era un bebito despierto, al menos mientras no dormía. Creció sano, fuerte, guapo, y tuvo cualquier lujoso capricho que se le antojó, pues don Manuel otra cosa no, pero dinero tenía mucho, fruto de su sacrificado y arriesgado trabajo como traficante de droga y armas, a lo que habría que añadir los réditos que varios lupanares de su propiedad le proporcionaban. Que Manolín quería una casa de muñecas con genuinas muñecas hinchables dotadas de auténtico vello púbico, pues la tenía; que Manolín quería un muerto de verdad para representar la crucifixión de Jesucristo Nuestro Señor, pues lo tenía; que Manolín quería un mucangrio como mascota, pues lo tenía. Cuentan los cronistas que hasta llegó a tener un tamagotchi de esos, punto éste sobre el que no me atrevo a hacer aseveraciones dado lo surrealista de la idea.

Don Manuel, no obstante, prestó mucha atención a la formación cultural y artística de su hijo. Le regalaba importantes obras literarias en su cumpleaños y el día de su santo. Los otros trescientos sesenta y tres días del año le regalaba lo mismo. En cambio, los días 29 de Febrero de los años bisiestos le regalaba libros de Coelho o de Dan Brown, para que el niño conociera la inmundicia literaria, aunque fuera un día cada cuatro años.

Manolín Galvín leía bastante, como pueden suponer. Cuando tenía doce años le dijo a su padre: "Papaíto, yo de mayor quiero ser como don Camilo José Cela". Semejante declaración llenó de orgullo a su padre, y hubo que practicarle una sangría para que tanto orgullo paterno tuviera salida y no acabara reventando al buen señor. "Ya sabía yo que mi niño sería alguien en la vida", le contaba don Manuel a las putas aburridas que trabajaban para él, ya que nadie más lo quería escuchar, hartos todos de la misma cantinela: mi niño se leyó el Quijote a los cuatro años, mi niño tiene seis años y ha escrito un ensayo acerca de la obra de Shakespeare, mi niño esto, mi niño lo otro... Pobres, pobres putas aburridas que cuando no estaban recibiendo polla estaban soportando a don Manuel, ese patrón de exaltado amor paterno.

Fue en esa época, a los doce años de Manolín, cuando su padre construyó un palacete para su hijo colindante con la suntuosa mansión familiar (fíjense que las mansiones siempre son suntuosas; no pueden ser lujosas o simplemente grandes; han de ser suntuosas, pero aprovecho esta pequeña digresión para sugerirles que cuando escriban un cuento no digan "suntuosa mansión", porque las mansiones pueden ser muchas más cosas, hasta pueden ser cochambrosas, y también pueden ser vetustas, viejas y antiguas, que viene a ser lo mismo. Lo que no puede ser una mansión es minúscula, porque entonces vaya mierda de mansión, que ni sería mansión ni nada. Tampoco puede una mansión ser simpática, ni egoísta, ni pendenciera, ni muchas otras cosas, pero aún así las mansiones pueden ser calificadas de variadas maneras sin caer en el archimanido "suntuosa", y una vez aclarado esto... Coño, ¿por dónde íbamos?) Ah, sí, lo del palacete de Manolín y tal. Pues eso, que Manolín ya tenía su palacete, llenito de libros escritos por insignes señores (¡y por insignas señoras, seamos paritarios!). Manolín se encerraba allí y leía algo, pero básicamente se hacía pajillas, pues como todos sabemos es lo que tiende naturalmente a hacer un muchacho de esa edad al que dejamos solo. Juventud, divino tesoro. Doce años, quién los pillara. Mi prima tiene ladillas. Mmm... ¿Mi prima tiene ladillas? Perdón, esto no venía aquí.

El caso es que cuando Manolín cumplió quince años, le dijo hierático a su padre... (A ver, un momento, esto hay que aclararlo, que el palabro lo merece. No es que le dijera a su padre "eres un hierático", así como si lo insultara, no, no es eso. Hierático es uno de esos adjetivos que molan un huevo, y va referido al propio Manolín, y quiere decir que Manolín se puso la hostia de solemne al hablar con su señor padre). Pues eso, le dijo hierático a su padre: "Papuchi, vas a flipar, pero ya soy como Cela". En ese momento don Manuel Galvín, conteniendo emocionadas lágrimas (las lágrimas suelen ser emocionadas, salvo cuando se te mete arenilla en los ojos, en cuyo caso el lagrimeo no obedece a cuestiones emotivas), pidió al hijo de su alma que se esperara un poco antes de hacer una demostración pública, y expuesta esa humilde solicitud se fue raudo y veloz (joder, soy la hostia, "raudo y veloz", qué bien suena y qué original soy) en busca de sus vecinos, empleadas, clientes y todos los mucangrios (es que, esto se me olvidó decirlo antes, el mucangrio que don Manuel Galvín regaló a su hijo resultó ser una mucangria que estaba preñada y ahora tenía don Manuel varios cientos de mucangritos). Una vez reunidos todos los convocados se dieron cuenta de que eran tantos que no cabían en la suntuosa mansión de los cojones, así que alquilaron el estadio Santiago Bernabeu. Allí sucedió todo.

"Estoy listo, padre", dijo Manolín al micrófono en mitad del campo de fútbol, ante la espectorante mirada de los allí reunidos. Don Manuel Galvín, embelesado y trémulo de puro amor filial, se sacó un pañuelo blanco del bolsillo, se sonó con él los mocos y luego lo agitó desde el palco presidencial, salpicando de viscosas partículas verdes a los espectadores de las gradas inferiores y dando así la señal para el inicio de la demostración.

"¿Nos recitará completo el diccionario?", se preguntaban algunos. "¿Dirá algo tan ingenioso que nunca antes oímos?", se preguntaban otros. "¿Me llegará el sueldo a fin de mes?", se preguntaba la mayoría. Apareció entonces un tipo corriendo que depositó una palangana junto a Manolín, y luego otro que vertió el contenido de una botella de agua, litro y medio, en la palangana. Los dos sirvientes se retiraron, dejando a Manolín Galvín como única estrella. Todos los focos concentrados en él, todas las miradas pendientes de su persona, todas las respiraciones interrumpidas por la intriga... Sí, docena y media de espectadores fallecieron asfixiados.

Manolín se baja los pantalones, se baja los calzoncillos, se pone en cuclillas sobre la palangana y --¡oh, apoteósico momento!-- absorve por el ano toda el agua de la palangana. Indescriptible la reacción de los congregados. La multitud, extasiada, enfervorecida, se pone en pie y grita: "¡CE-LA, CE-LA, CE-LA...!"


Por si alguien no lo pilló:


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, "tañia la citara con la pipa o clitoris".

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Jo jo jo... No recordaba las palabras exactas, Mondéjar, pero sí que me acuerdo del momento, y de los niños zangolotinos que se sacaban lombrices del culo y las usaban como cebo para pescar. Joder, qué risa...

Anónimo dijo...

Mira que eres ingenioso, cabroncete.

Besos,
Miri

Cristina dijo...

¿lo de "absorVe" es aposta?

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

No, es una falta, CRD, y además ya es la segunda vez que me la detectan.

La dejo ahí como recuerdo de mi falta de atención y de mi ignorancia.

Y gracias.