Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

viernes, 15 de agosto de 2008

Lilit (X)


(Viene de aquí).

El lunes no fui a trabajar, ni el martes, ni nunca más he vuelto a hacerlo, aunque espero encontrar pronto un trabajo. Ustedes me han prometido ayudarme, ya veremos. Dice el abogado que en un par de meses saldré de aquí, y yo no sé qué voy a hacer porque, como saben, el banco subastó mi casa al no poder pagar la hipoteca. Sin trabajo y sin vivienda, y con el miedo que le tengo al exterior, a veces pienso que me gustaría quedarme aquí para siempre, al menos es un sitio seguro y me tratan bien. Dice la celadora Expósito que me llevará con ella a su apartamento, pero no quiero ser una carga para esa mujer tan encantadora. Bueno, todo esto pertenece a un incierto futuro, y yo les estaba hablando de mi pasado.

Me piden que explique con detalle lo que pasó a continuación. Quisiera complacerlos, pero me temo que no va a ser fácil. Hablar de los días que siguieron a aquel domingo me resulta complicado. Intento tirar de memoria pero casi todo lo que rescato son fragmentos confusos, vagos fogonazos de lucidez entre tinieblas alcohólicas. Entiendan, por favor, que esta parte del relato sea imprecisa. Si necesitan datos más objetivos los encontrarán en las actas del proceso judicial:

Vaciando vaso tras vaso casi instalé mi domicilio en la discoteca Saurion. Algunas veces llegué a ver a Lilit, bailando desnuda o relacionándose con la clientela. En ocasiones la vi, lasciva, obscenamente, besando a desconocidos , dejándose sobar por ellos. Nunca pude hablar con ella porque cuando me acercaba se escabullía entre la muchedumbre que atestaba la sala. Creo recordar que en alguna ocasión el portero forzudo me echó de la sala porque, según él, estaba molestando a los clientes.

Un día el portero no me dejó entrar. Entonces lo odié a muerte, pero hoy comprendo que hizo bien. Yo llevaba días -o quizá semanas, porque por entonces había perdido la noción del tiempo- sin ducharme ni cambiarme de ropa. Tampoco me afeitaba y apenas comía. Creo que alguna vez me oriné encima y estoy seguro de que en varias ocasiones me ensucié con mis propios vómitos. Cuando el portero denegó mi acceso a Saurion debido a mi abandono higiénico comprendí que mi vida se había desmoronado, y sin embargo aún llegué a caer más bajo.

Durante un tiempo -creo que dos días- me mantuve sereno. Sentía tanta vergüenza de mí mismo, de ver en lo que me había convertido, que ni siquiera aceptaba las llamadas de Sandra, Alberto, o los compañeros de trabajo. Con mucho esfuerzo de voluntad me aseé y me puse ropa limpia. Luego decidí que iría a la discoteca Saurion por última vez para ver a Lilit y hablar con ella. O más exactamente, para despedirme de ella.

Con ese estado profundamente depresivo del que sale de una larga borrachera me había propuesto suicidarme. Como pueden ver no llegué a hacerlo, aunque casi hicieron el trabajo por mí.

Aquella vez el portero, aun mirándome con desconfianza, me dejó pasar. No vi a Lilit, pero ante la posibilidad de verla más tarde me puse tremendamente nervioso. Sentía que me faltaba el aire y notaba el corazón bombear con preocupante cadencia arrítmica: bom, bom... bom... bom, bom bom... bom... Empecé a beber para calmarme. Como supondrán, bebí demasiado.

No sé cuántas copas habría tomado cuando por fin vi a Lilit, más bella e irreal que nunca. Bailaba en la pista, con unos y con otros, frotándose con todos como una gata en celo. Cada vez que intentaba llegar hasta ella la perdía de vista para volver a localizarla en otro lugar, siempre igualmente lejos de mí. Siempre inalcanzable, lejana, quimérica.

Pasé varios minutos tras Lilit, tropezando con clientes, derramando bebidas, y recibiendo insultos. Parecía que la había perdido de vista definitivamente cuando la vi en una esquina oscura con el portero. Se besaban y lamían indecentemente, interrumpiéndose sólo para lanzarme miradas y carcajadas.

Entonces tuve claro que Asmodeo siempre había estado ante mis narices, y que Lilit sólo era una marioneta empleada por él para burlarse de mí y destruirme. Ya no aguanté más.

Haciendo de tripas corazón, aparentando indiferencia, fui hasta la barra y pedí otra copa. Mientras la camarera la servía le arrebaté la botella, la rompí contra el mostrador y antes de que alguien pudiera detenerme estaba frente a esos dos impúdicos demonios esgrimiendo la botella rota.

En ese momento todo -el universo entero- había desaparecido para mí. Un único deseo era todo mi mundo: matar a Asmodeo.

Lo que pasó inmediatamente después lo sé por las declaraciones de los testigos y por lo poco que la prensa dijo. Lo único que yo recuerdo es que en algún momento pensé: "Dios mío, qué difícil es matar a un demonio".

(Continuará. No prometo nada pero creo que ya sólo queda el capítulo final).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Jesus!, es increíble ver como un hombre se marca la vida, por una golfa, hasta perderlo todo, cuando digo todo, no me refiero solo a lo material, sino a esos valores que no se nace con ellos, sino que se hacen y se cultivan. Es lamentable, pagar un alto precio por alguien que lo único que ha creado es desconcierto, obsesión y locura. Creo Leónidas, que debes crear más episodios, apetece que te transporten a un mundo entre lo virtual y lo real.
Un saludo

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Lo siento, Blanca, esto se acaba. Ya está escrito el último episodio, y es el último. Pero habrá otros cuentos.

Anónimo dijo...

La verdad hasta donde somos capaces de llegar nosotros los hombre por el recuerdo de una mujer. Ansioso de leer el final.
Una gran historia.