Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El bobo Santos. I. Donde conocemos al protagonista, a su madre, a su hermana, y a dos hombres que no merecen nombrarse


Decir que Andrés Santos Perdigones es normal sería decir mentira. Tampoco se puede afirmar que Andresito sea demasiado especial; como él hay muchos más, aunque no tantos como para sentar norma.

Andrés Santos Perdigones es llamado Andresito por su familia, y el bobo Santos por casi todas las demás personas que lo conocen. A él, en cambio, le gusta presentarse como Sito Perdigones, "porque suena guapo y da respeto", dice. Para él el respeto es importante, aunque no suela ser respetado, y el que no recibe parece compensarlo siendo exquisitamente respetuoso con todo el mundo.

Andrés tiene veintiséis años, un cuerpo grandote muy velludo y el gesto bobalicón. Tiene, también, la conciencia limpia y las intenciones nobles. Con un cociente de inteligencia que lo tacha despiadadamente de idiota podría creerse que Andrés es feliz, como dice la sabiduría popular que son todos los idiotas, pero lo cierto es que Sito Perdigones está en esa frontera desalmada en la que no es lo bastante inteligente para ser uno más, ni lo bastante tonto para no darse cuenta de su deficiencia, por eso Andresito ni es ni podrá ser feliz en la vida que le tocó cuando sus padres tiraron los dados, hace ya veintisiete años, en el asiento trasero de un Seat 127.

Nació Andresito con un peso de tres kilos y doscientos gramos, y fue un bebé normal hasta que al año y tres meses se le escapó de las manos al padre, que venía borracho de celebrar la victoria de su equipo de fútbol favorito. El golpe en la blanda cabeza del niño lo dejó en coma cinco semanas, pero a la tercera su padre ya había desaparecido, dicen que por culpa de los remordimientos. El caso es que dejó bien jodidos a Sito y a la madre, ya fuese por el sentimiento de culpa o por cualquier otro motivo.

Los médicos advirtieron que Andresito, si salía del coma, quedaría algo tocado. Y sí, salió del coma y se quedó algo tocado. María Antonia Perdigones cogió a su bebé tocado y se mudó a un cochambroso, vetusto y diminuto apartamento, porque desaparecidos el cabeza de familia y su sueldo no podía permitirse otra cosa, ni siquiera podía pagar el alquiler de su nuevo hogar en realidad, pero con la buena fe y paciencia del casero, más los trabajos ocasionales de fregona que le salían, mal que bien salió adelante durante unos primeros, durísimos años.

Después, cuando Andresito tenía seis años, se mudaron de nuevo. Esta vez ocuparon un espacioso cuarto en el caserón de un viudo rico. Andresito y su madre compartían la misma cama, pero era habitual que María Antonia fuera requerida por el señor a horas intempestivas para algún trabajo urgente. Entonces Sito se quedaba solo durante horas, despierto, escuchando a veces jadeos y sollozos, hasta que su madre volvía de aquellos trabajos, siempre llorando en silencio. El pequeño Andrés no era un niño listo, desde luego que no, pero sí sensible, y cuando su madre volvía de las expediciones nocturnas la abrazaba y le daba consoladores besos en la frente. María Antonia se aferraba con fuerza a su hijo, a su hijo retrasado, y le susurraba: "ssshh, mi niño, duerme, duerme y deja que ahora vele yo por ti".

Sito Perdigones apenas guarda otros recuerdos de aquella época, si acaso sabe que por los tiempos de la casona fue cuando su madre se volvió a quedar embarazada, y que cuando empezó a notársele tuvieron que irse a vivir a otro sitio. El viudo rico le regaló a la madre de Andrés un pisito pequeño pero nuevo y amueblado, con la condición de que nunca más se acordara de él. Sito está seguro de que a su madre no le costó mucho olvidarse del señor viudo y rico que la hacía llorar por las noches.

Poco después nació María Dolores, cuando Andrés estaba a punto de cumplir los diez años. María Dolores, Lolita, fue una niña sana y encantadora que creció adorando a su hermano mayor, como todos los niños adoran a sus hermanos mayores. Lolita no podía darse cuenta, por ser demasiado pequeña, de que su protector hermano, el invencible Sito Perdigones, era un triste idiota del que todos se burlaban. Hasta que Lolita fue adquiriendo juicio, y con el juicio le llegó también -ay- la vergüenza.

(Esto seguirá, que sólo estamos en el principio, pero seguirá otro día).

4 comentarios:

kitty_wuuuu dijo...

¡Bien, bien, bien!
Me gusta.
¡Espero con ansia las demás partes como si de Lilith y Adán se tratara!


Muá.

Rocket dijo...

Estimado Leónidas,

Como llevo una semana de Miér...coles, me encuentro físicamente agotado por motivos profesionales, tengo la espalda dolorida y hecha una montaña rusa y, en general, mi actitud vital bien puede ser resumida con un "Redios", espero deseo y confío a que nuestro nuevo amigo Sito le vaya bien, no ya en el transcurso de la historia que observo que no, sino en el fin de sus andanzas y peripecias tan bien descritas por ud.

¿Y por qué? se preguntará ud. Pues porque estoy hasta mis cánicas (ya sabe de qué le hablo) de que a tanto giliponcios y cantamañanas, jurgolistas, horteras y paletos, les vaya todo de película cursi americana (prostitutas de alto standing incluidas en el lote) y a los pobres Sitos de este cochino mundo siempre les restrieguen en los morros.

No lo puedo evitar. El señor perdigones me recuerda mucho a un soldado que tuve en mi compañía hace muchos años. El pobre era fronterizo, no sabía leer ni escribir, era obstinado, torpe, feriante de profesión desde los 6 años y maltratado por una sociedad jodidamente clasista que le dió la espalda en todo... pero era un trozo de pan y una persona exquisitamente amable. Un señor, un caballero.

¡Que le vaya bien a Sito!, mi ex soldado se lo merece. Por justicia, aunque sea poética.

Saludos,
Rocket

Anónimo dijo...

Joder con el perdigones, me parto la caja, el hombre, parece un cacho pan. A ver si nos vamos espabilando en continuar.

curiosísima dijo...

Ya me ando por Diciembre 2007.
Ya me queda menos.

Seguiremos informando...