Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 2 de abril de 2009

Anochecer entre caballeros


Debió de ser entre 1999 y 2001. Anochecía en San Fernando y yo bebía un whisky con refresco de cola en un bar cutre de barrio pobre, de los que frecuentan jubilados jugadores de dominó y obreros en paro. Seríamos unos seis o siete clientes, y salvo yo todos hablaban de algo; de su injusto despido o de qué equipo de fútbol había hecho mejor partido el día anterior. Se mezclaban las conversaciones y aumentaba el volumen de las voces cuando se mencionaba a un árbitro, a un antiguo jefe o a un político.


Entonces entró ella. Metro ochenta y cinco, cuarentona, rubia, ojos azules, traje blanco, piel discretamente morena, cuerpo perfecto y cara de diosa devoradora de hombres. Se hizo el silencio.

Cada cual parecía ensimismado en su vino o en su cerveza. Elisabeth —varios años después supe que se llama Elisabeth; que es holandesa; que está divorciada de un arquitecto español; que fue pareja de un famoso profesor universitario con muchos libros publicados el cual terminó la relación por lo incómodo que se sentía saliendo con una mujer tan bella; que pasa períodos vacacionales en San Fernando; que es madre de una deliciosa adolescente mitad española y mitad holandesa; que su español no sirve para nada y mi inglés menos aún (del neerlandés ni hablar)—, Elisabeth, decía, pidió un jerez. Mientras lo consumía nos miró a todos, con descaro y uno a uno, evaluadora y altivamente, con la seguridad exclusiva de las mujeres que se saben extraordinariamente bellas.

Era aquello un espectáculo surrealista: una de las mujeres más guapas y elegantes que he visto en mi vida en uno de los típicos bares que hieden a machismo y a vulgaridad. Y sin embargo, desde el momento en que Elisabeth llegó, con su sola presencia lo había convertido en un territorio propio donde no había más amo que ella.

Acabado su jerez se despidió dejando tras de sí ecos de acento foráneo. Yo esperaba —temía— una explosión de cobardes comentarios de machitos reprimidos. Pero no sucedió nada de eso. Poco a poco se reanudaron las conversaciones sobre árbitros posiblemente injustos, antiguos jefes probablemente despóticos y demostrados políticos corruptos.

Nadie mencionó que acababa de ver a una diosa.

Y yo supe que aquella tarde moribunda —anochecía en San Fernando— me encontraba entre caballeros.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto señor Leónidas, se encontraba usted en compañia de caballeros, en uno de esos reductos donde nos reunimos los que queremos estar solos, un lugar de hombres en toda la extensión de la palabra.
Se aprende mucho en esos sitios, si se sabe distingir entre el humo y los vapores lo que se oculta tras las vidas miserables y aburridas de hombres sometidos a su destino, y no, no es fracaso, nisiquiera mediocridad, es libertad

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

No estoy de acuerdo, anónimo. No lo puedo ver de esa manera. Para mí es un recuerdo muy grato porque aquellos hombres no se comportaron como animales cuyas fauces babean ante la presencia de una hembra. Tan sencillo como eso.

Anónimo dijo...

Que sea para usted un grato recuerdo no implica que ella estuviese en un sitio fuera de su alcance, es muy probable que ella buscase precisamente lo que encontró allí pero no puedo entrar en sus motivaciones.
Recuerda El Trillo, ¿qué eramos nosotros en aquel antro?

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

¿Un sitio fuera de su alcance? ¡Elisabeth tenía a su alcance todo lo que allí había con solo chasquear los dedos!

(Del Trillo no recuerdo casi nada, y lo poco que recuerdo poco tiene que ver con esta entrada).

Anónimo dijo...

A veces encuentra uno mujeres tan hermosas que dan miedo, y tan solas y perdidas, y buscan con tanta ansiedad que no son capaces de encontrar, sus atributos, son su arma y su maldición.
Buscan un HOMBRE, sin apellidos, solo un HOMBRE, cosa casi imposible de encontrar en los tiempos que corren.
Se empieza a babear cuando se pierde la propia dignidad y nos pasa mucho, aquellos no la perdieron, eligieron su hombría, por el motivo que fuera, hasta la aceptación del propio miedo exige más que la baba o el comentario facil

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Ahora empezamos a estar de acuerdo, anónimo, ¡pero no te cargues el idealismo de esta entrada!

Anónimo dijo...

En el trillo nosotros eramos el medio de mantener aquel santuario, pero pocas veces pudimos entrar en su altar, esa mujer tal vez hubiera tenido lo que quisiera, pero de haber sido así su recuerdo sería quizá diferente, tal vez sería el de un pellejo buscando caña y no una diosa

Adrián dijo...

eso pretendo

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Oh, dios, otro bloguero perturbado. Justo lo que necesitaba la Red.

Bienvenido al mundillo, Adrián.

Mondejar dijo...

Tu entrada me recuerda a los abueletes que se veian antes por el barrio, en sus bancos sentados al sol o a la sombra, sus sobreros, sus gafas de sol de cristales verdes; unos señores.

Y el sardigueras en su caballo, tomando un vino en la ventana del bar de los sevillanos.
Joer macho.

Volviendo a tu entrada esa era una marrana buscando guerra, hay un dicho que dice: "el que no quiera polvo que no salga a la era".
Pues demasiado bien se portaron los chicos, sospecho que en el fondo preferian que se largara para quedarse ellos a sus anchas.

Me despido, pidiendo respeto a los mayores, y recuerda hoy no se come carne.

Mondéjar

Anónimo dijo...

No queria llamar a esa señora marrana, se me fue la cabeza.

Saludos


Mondejar.

Rocket dijo...

Estiamdo Leónidas,

Muy buena la entrada, muy buena. Perdón por la brevedad, ando un poco de cabeza...

Saludos,
Rocket

Gerardo dijo...

Cómo me gustan algunas cosas que escribes que, seguramente, no aprecies tú tanto cuando les das la salida.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

No. Todo es un engaño. Todo es una inmensa mentira. Qué asco damos todos.