Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

martes, 29 de septiembre de 2009

A veces me acuerdo de aquel perro


Fue una mañana de hace casi una década, y se trató de un acontecimiento quizá anodino para muchas personas. Pero yo lo recuerdo con maravillada admiración, porque la vida —mi vida al menos— se compone de esos momentos intrascendentes en los que tras su aparente trivialidad puedo vislumbrar algo grande: una sonrisa inesperada en una persona de cuya simpatía desconfiaba; un sorprendente beso de ternero que me da la mujer que amo (jejeje, algún día puede que explique lo que es un beso de ternero, pero por ahora me lo guardo como un tesoro para mí solito); la comprensión de un fenómeno físico que me tenía intrigado; reconocer a un personaje secundario de una novela que es un viejo conocido por haberlo visto en otras novelas del mismo autor; darle las gracias por su servicio al personal de guardia saliente que despido y felicitar a los cabos —cuando lo creo conveniente—, y ver en sus caras satisfacción por el trabajo bien hecho y por el reconocimiento que humildemente puedo otorgarles; mirar con altivez a la cara de algunos sinvergüenzas y comprobar que desvían la mirada avergonzados; que un jefe me valore un esfuerzo extra; que empiece a llover cuando llevo corriendo varios kilómetros y me siento agotado...

Aquella mañana de hace casi una década yo esperaba bajo la luz de unas farolas —aún no había amanecido— a un compañero que me recogería para ir al tajo. Dejé mi bolsa de deporte sobre la acera, apoyé la espalda contra una fachada y medio dormido esperé que llegara mi compañero. Somnoliento vi por el rabillo del ojo que se aproximaba un señor con un perro. No le di más importancia y continué mi duermevela vertical, puesto que ni mi bolsa ni mi persona le cerrábamos el paso al señor y al perro. Sin embargo, cuando ambos estaban a medio metro de mí, se detuvieron. Dos estatuas, dos figuras hieráticas mirando al frente, dos seres vivos inmóviles, dos animales de notable inteligencia que no miraban el reloj y pacientemente esperaban. Esperaban porque así lo había decidido el perro, quien sabiamente percibió mi bolsa en la acera como un obstáculo para su dueño ciego.

Cuando me di cuenta de lo que sucedía retiré el obstáculo apresuradamente. Fascinado como estaba por la actitud de aquel excelente perro lazarillo no les di ni los buenos días, y ellos, tras la breve interrupción, continuaron su paseo como si nada, deslizándose ante mí en silencio, sin aspavientos ni recriminaciones.

Ahora, tanto tiempo después, no recuerdo al ciego pero sí al perro lazarillo. Era feo y amorfo, una mezcla de pastor alemán con vete a saber qué. Era feo y amorfo, y era también el perro más bonito que he visto nunca. Si alguna vez me quedo ciego, quiero tener conmigo un perro así de feo y así de amorfo.

2 comentarios:

Rocket dijo...

Estimado Leónidas,

¿Ha tenido usted oportunidad de conocer cuál es el proceso de adiestramiento de esos animales?. Se lo recomiendo, es muy intersante.

Tengo un amigo que tiene un labrador que estuvo en el programa de perro guía y no pasó la prueba porque tiraba un poquito de la cuerda.

Ahora vive al lado de la playa, rodeado de niños revoltosos a los que cuida y soporta con una paciencia proverbial y tiene pinta de ser feliz. Se le nota que tiene un caracter especial.

Saludos,
Rocket

Importantista dijo...

Magnífica tu actitud ante la vida; precioso el artículo. Es inevitable: lo uno lleva a lo otro.

Que no decaiga.

Un saludo.