Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 18 de marzo de 2010

Los diversos suicidios del teniente Núñez. (X)


-Ajá, ya entramos en materia. Se me acaba de erizar el vello de los brazos. Mira, toca, toca- me invitó Silvia. Era cierto que tenía la piel de gallina, tan cierto como que al acariciar sus brazos a mí se me erizó lo que no era precisamente el pelo. Me esforcé por centrarme en el relato de los acontecimientos.

-Fue el seis de enero, día de Reyes de 2008. Los Reyes Magos le regalaron a Estévez una soga y él le encontró a ese regalo la poco recomendable utilidad de ahorcarse con él.

-No hables así, Alburquerque. Da miedo oírte ese cinismo.

-¿Qué quieres?, no es cinismo. O sí, no sé. Me lo tomo con... me lo tomo como puedo, Silvia, simplemente.

»Nos pareció una coincidencia curiosa que Estévez se quitara la vida tan poco después de que lo hiciera Núñez, una repugnante casualidad pero nada más que eso. El muchacho, que se supiera, no tenía ningún problema. Incluso quienes lo vieron en sus últimas horas afirman que parecía perfectamente normal y hasta bromista. Un muchacho de veinticuatro años feliz, sin problemas, jovial y con una novia que según dicen los que la conocen es una maravilla. Sin embargo, aproximadamente a las tres de la tarde de aquel día, algo dejó de funcionar correctamente en la cabeza de Estévez, cogió una soga que antiguamente su padre usaba para atar a un borrico y se colgó con ella de una encina a doscientos metros de la casa de Setenil de la Bodega, donde vivían sus padres. Fue precisamente su madre quien descubrió el cadáver cuando iba a comprar un roscón de reyes.

-¿Y ya está? ¿No se sabe nada más? ¿No habría algún asunto de deudas por drogas o vete a saber qué?

-Nada de nada. Fue así de sencilla y misteriosamente. Y es que los muertos, Contreras, nunca vuelven para dar explicaciones.

Silvia apagó su cigarrillo y se quedó mirando la colilla aplastada en el cenicero como si quisiera encontrar ahí una aclaración. Como ella no añadía nada seguí contándole.

-El día diecinueve de ese mismo mes de enero de 2008, sábado, el soldado Guerrero se reventó el pecho con una escopeta de caza. Lo hizo en la cocina de su hogar. La esposa estaba en el salón viendo el principio de una película. Le pidió a su marido que hiciera palomitas, y lo que ella cuenta es que entre el petardeo de los granos de maíz bajo el efecto del microondas oyó el petardazo del disparo. Y ya está, otro menos.

»A partir de ahí el resto de los que fuimos componentes de la guardia del treinta y uno de diciembre nos preocupamos lo bastante como para reunirnos fuera del cuartel y empezar a hablar de nuestros temores. Nos citamos en un bar de mala muerte que todos conocíamos porque estaba cerca del acuartelamiento. Es ese bar que ves al llegar al cuartel si vas a entrar por puerta falsa y que se llama Venta de San José, pero que todos llamamos Venta del Nabo por alguna oscura razón.

»Allí, entre bromas y veras, hablamos de los tres suicidios relacionados por un mismo servicio de guardia. Entre bromas y veras cada cual expuso una explicación derivada de las más variopintas hipótesis. De Quevedo, Calahorro, Martínez, Sanz, Camúñez, García, Gil y yo dijimos muchas gilipolleces. La tontería que no se le ocurría a uno la decía otro, y entre todos compusimos un glorioso memorándum de disparates.

»Creo que fue la cabo De Quevedo quien tuvo la idea de llamarnos El Club de los Probables Suicidas, en alusión al relato de R. L. Stevenson cuasi homónimo titulado El club de los suicidas. ¿Lo has leído, Silvia?

-Pues no. Yo es que leo poco, ¿sabes?

-Bueno, da igual. El caso es que entre bromas y veras los miembros del Club de los Probables Suicidas nos comprometimos a reunirnos semanalmente para darnos mutuo apoyo y exponer cualquier problema personal con el fin de atajar una eventual intención de suicidio. También nos intercambiamos los números de teléfono y prometimos estar siempre disponibles para cualquier socio del club que nos llamara, fuera la hora y momento que fuese.

»No sirvió de nada, Silvia, porque el viernes veintiocho de marzo la misma De Quevedo, inventora del Club de los Probables Suicidas, pasó de probable a efectiva. Tenía veintisiete años recién cumplidos y un embarazo de siete meses cuando la encontró muerta su marido.

-Diossss... ¿Y a ella qué le pasó?

-Ahora te lo cuento, querida Silvia, ahora te lo cuento. De momento permite que vaya al aseo.
(ESTO SIGUE EN CUANTO ACABE DE ORINAR)

2 comentarios:

Pajeú dijo...

"Orinar", en vez de "mear".
Cómo debe de ser.

Un SoSo
(y te dejo, que voy a leer otro capítulo).

El soldadito de plomo dijo...

Debiste haberlo redactado así:

"Como debe ser".

(Sin la tilde del "como", y sin el "de" que implica probabilidad en lugar de obligatoriedad).

¿A que soy un chulito insoportable?