Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

martes, 13 de julio de 2010

Autocontrol




Hoy paso otro de esos ratos tan frecuentes en mi vida en los que, por decirlo de un modo suave, no me apenaría nada saber que el universo se va a ir al carajo dentro de una hora. Hasta me alegraría saber que tal cosa va a pasar, oye. Como no me gusta ir contándole mis penas a nadie, porque imagino que cada cual tiene bastante con las suyas y me parece una descortesía inexcusable ir por la vida cargando a los demás con mis miserias (ojalá todo el mundo fuera tan considerado), lo que yo hago en tales momentos es sentarme frente al teclado y escribir, escribir y escribir. Me pongo los auriculares, busco algo de música -hoy toca Loreena McKennitt-, y cigarrillo tras cigarrillo y cerveza tras cerveza pulso teclas con el índice de la diestra y el dedo medio de la siniestra.

Muchos de los escritos que vomito en el estado misantrópico en el que ahora me encuentro nunca llego a publicarlos; otros se publican en un impulso y quizá sean eliminados tras unas horas de vérselas con un par de lectores escandalizados (o complacidos, que de todo hay). En otras muchas ocasiones acabo escribiendo breves cuentos salpicados de ácido humor negro que no se pueden escribir en papel porque la celulosa se disuelve ante tanta acidez. Y hay veces que publico provocadoras entradas con el único fin de indignar a alguien, como si eso me sirviera para sobrellevar mejor mi rabia, mi desprecio... o mi miedo.

O puede que me dé, cuando me siento como ahora, por dejar demoledores comentarios en otros sitios desechando toda empatía hacia el autor del blog. Ya he perdido la cuenta de las bitácoras que han desaparecido de la Red tras un flamígero comentario mío, y no lo digo con orgullo, pues si bien algunos de esos blogs eran basura no menos cierto es que sus autores debían de ser personas en extremo sensibles para cargarse la ilusión de meses o años por un párrafo de este cabeza de chorlito. La verdad es que lo lamento, pero sería un hipócrita si pidiera perdón, porque sé que volveré a hacerlo, y porque pienso que cuando uno expone sus textos al público debe tener huevos para apechugar con lo que le venga.

Pero hoy me preguntaba si sería capaz, estando tan encabronado, de vencer el asco y el desprecio que me provoca la humanidad y escribir por una puñetera vez algo que no sea perverso, cruel, cínico. Todo un reto emocional. Autocontrol, Leo, autocontrol. Podemos hacerlo. Cierto es que nada nos impide desahogarnos como mejor nos parezca, y para eso creamos este terapéutico blog; pero intentemos el ejercicio intelectual -¿o emocional?- de ir más allá. Adelante:

Me gustan mucho los cambios que recientemente he provocado en mi existencia. He ganado mucho en calidad de vida, pero sobre todo me alegra comprender que realmente lo he hecho por mis padres. Se lo merecen, joder. Me preocupaba que se preocuparan por mí.

Me gusta llamar a mis padres por el placer de escucharlos y saber que están bien; se acabó eso de pasarme dos meses sin oírlos, negándome a atender sus llamadas por miedo a lo que puedan contarme o por miedo a lo que pueda contarles.

Me pareció sorprendente pero me gustó mucho escuchar a mi madre nerviosa y muy interesada el domingo por la inminente final del Mundial de fútbol. Fue gracioso.

Me encanta darle un sorpresivo beso a los pocos compañeros que quiero -y que sé que me quieren- y observar disimuladamente y como sin darle importancia sus reacciones. Sí, ya sé que suena a mariconada y tal, pero es un experimento muy útil para conocer a las personas según cómo actúen en ese trance.

Disfruto hablando con una compañera que, sin ser mi tipo sexual, me inspira un enorme cariño y me infunde ganas de abrazarla constantemente.

Me gusta ver reír a mi jefe directo, aunque raramente sea yo quien le provoque la risa.

Me ha encantado que hoy, mientras veía la película
Malditos bastardos, mi inquieto gato haya pasado diez minutos dormitando y ronroneando sobre mi regazo (es muy raro que él pase tanto tiempo pegado a mí).

Me gusta levantarme por la mañana y encontrarme a Gusifluky medio dormido en el lavabo, y me gusta verlo salir de ahí y desperezarse cuando abro el grifo para lavarme la cara, y más aún me gusta verlo jugar con los cordones de las botas mientras intento anudarlos a pesar de sus ataques.

Me alegran las sonrisas de esa camarera desde la terraza de enfrente mientras bebo un gin-tonic en la competencia. Y me alegra que esté embarazada.

Me gusta salir a cenar con el gordo cabrón, charlar con él y saber que queda gente buena. (El gordo cabrón es un ex legionario que no tiene nada que ver con los tópicos legionarios).

Me divierte ofrecerle "morcilla" a la puta pelirroja cuando me la encuentro corriendo por Camposoto y que ella sonría. (La puta pelirroja es un ex boina verde que... bueno, sí tiene algo que ver con los tópicos sobre Operaciones Especiales).

Me alegra el reconocimiento a mi honradez que supone que los camareros del Hogar del Soldado, cuando he pedido un café y descubro que no llevo dinero encima, me digan: "Kowalski, contigo no hay problema; tú lo que quieras".

Empiezo bien el día cuando puedo darle una latita de comida para gatos a una gata que ronda todas las mañanas por la zona donde mi querido Miguelito me recoge para ir al trabajo (ssshhh, que no se entere de esto Gusifluky).

Vale. Habría más que decir (muuuucho más), pero ya me he demostrado a mí mismo que aun estando muy encabronado puedo vencer la tentación de ser destructivo.

Y mientras tanto el universo no se ha ido al garete. Lástima, otra vez será.