Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 5 de agosto de 2010

El palito envuelto en algodón


Volví a casa pasada la una de la tarde. No había encontrado los muebles que buscaba (una estantería que diera espacio a mis libros y cuatro sillas de cocina -sin tapizar; a prueba de gatos-), pero como soy algo mujer tuve que comprar cualquier cosa ya puesto en faena: dos libros y una sandwichera.

Meche, la encantadora dama que limpia mi casa, ya se había marchado. Estaba todo limpio, oloroso y en orden. Pero Gusifluky no aparecía por ninguna parte, contrario a su costumbre de saludarme cuando llego a nuestro hogar.

Lo encontré metido en el lavabo... ¡y ensangrentado! Tenía las patas llenas de sangre y el pecho rojo; no quise preguntarme cuánta otra sangre invisible mancharía la parte de su pelaje negro. Lo toqué, lo exploré, le hablé, le consulté, le pregunté... Gusifluky se mostraba tranquilo y adormilado, como siempre, sin prestar atención a mi inquietud. "Se me muere; se me desangra", me dije.

Llamé a Meche:

-¿Qué le ha pasado a Gusi?

-Hola, señor Javi -Meche es una cachonda peruana que siempre antepone el "señor" o "señora" a un nombre; a veces pienso que a mi gato lo llama "señor Gusifluky"-, yo sabía que me preguntarías por lo del gato.

-¡Pues claro que te pregunto! ¿Qué ha ocurrido?

-Ya le dije yo al gato que qué iba a pensar su dueño cuando lo viera así. Puse cera en el suelo y... -entonces lo entendí todo. No me fue difícil imaginarme a Gusifluky haciendo el payaso tras la fregona, resbalándose y poniéndose perdido de cera roja. Intercambio de risas con Meche y asunto finiquitado.

Luego me tocó bañar a Gusi, anque lo había hecho diez días antes; más que nada para que no se intoxicara lamíendose las patitas enceradas. Quedó de un blanco impoluto y de un negro como alma leonidiana, tal como Gusi es cuando no está rebozado en cera roja.

Horas después, cuando he enchufado el ordenador, Gusifluky ha saltado al escritorio. Ha mirado las ramas del pino que llegan hasta la ventana de nuestro estudio, y como al ser ya de noche no había pájaros volanderos saltando de rama en rama se ha tumbado contra la impresora, dispuesto a dormir cerca de mí.

Me ha mirado con sus ojos verdes, como asegurándose de que yo seguía ahí. Yo lo he mirado y le he sonreído, para que sepa que estoy ahí.

Entonces, a la vez que Gusi cerraba los ojos, ha alargado una pata -ese palito envuelto en algodón- y la ha puesto sobre mi mano. Y yo me he emocionado y he pensado que esto tenía que contarse.

Gusifluky siempre quiere estar a mi lado; me necesita.

No sabe, el pobre, que yo lo necesito aún más a él.

5 comentarios:

cachalote dijo...

Te ha salido un relato bonito y sencillo a la vez que enternecedor. Quien no tenga o haya tenido nunca mascota no lo entenderá, pero es que a esos animalejos se les llega a querer mucho.

Unknown dijo...

JOLINES TIO,POR UN MOMENTO ME TEMBLARON LAS PIERNAS AL PENSAR QUE A GUSI LE PUDIERA PASAR ALGO,NO ME IMAGINO NI POR UN MOMENTO LO SOLITO QUE TE SENTIRIAS SI A ESE GATO PRECIOSO LE PASARA ALGO,ME ALEGRO QUE SOLO SEA CERA,DE TODAS FORMAS,MECHE DEBIO DEJARTE UNA NOTA.

VIKIGOLD.

Cristina dijo...

Que bonito.

Anaïs dijo...

Cuánto dan estas pequeñas fieras y qué poco piden a cambio. Y no sigo que tengo el día melancólico...

Antonio "Van Helsing" dijo...

a mi también me hubiera dado un soponcio al ver a mi gata (nocilla se llama) con ese aspecto... me alegro que fuese falsa alarma y ese detalle de la patita es realmente enternecedor.