Son tímidas y aún escasas, pero van tomando posiciones. Ya han invadido la perilla, clavando ahí sus primeras picas. A mi madre le gustan, dice que me hacen más interesante. Lo cierto es que también a mí me gustan, al menos de momento, y por nada del mundo me las teñiría. Son canas que le están quitando terreno a mi pelo negro.
Es normal, la edad y eso. Supongo que me estoy haciendo viejo, aunque prefiero pensar que estoy madurando. 31 añitos cumplo hoy, y si estoy pendiente de esta fecha es por mi hermano, que curiosamente cumple 23, como si mis padres hubiesen hecho cuentas a conciencia.
Una vez olvidé nuestro cumpleaños. Mis padres me llamaron todo el día pero no atendí las llamadas, cosa habitual en mí, y no se me ocurrió pensar que intentaban felicitarme, pero durante la noche sonó de nuevo el móvil con un número remitente que desconocía: mi hermano, para felicitarme. Admisible que olvide mi cumpleaños, es mío y hago con él lo que me sale de los cojones; inadmisible olvidar el de mi hermano. Tomy, chiquillo, perdona, pero ya sabes que soy así y que no por ello te quiero menos.
El caso es que ando acojonado... no mucho, pero algo sí. Empiezo a tener turbias ideas acerca de la paternidad, del matrimonio... sobre todo de la paternidad. Necesito urgentemente un gato, que como me deje llevar acabaré engendrando un niño en la primera que se me ponga delante, y eso no es plan. Ciertas cosas no se deben hacer así.
Pero bueno, eso, que empiezan a despuntar canas, y aunque me gustan no las quiero.
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