Es tarde. Demasiado tarde para ti y para mí. Pero déjame decírtelo ahora, porque estoy ajustando cuentas y ando pagando deudas. Empieza a tamborilear con los dedos sobre la mesa como tú sabes hacer y escúchame. Esta vez seré yo quien te cuente historias.
Te voy a hablar de recuerdos, de esos recuerdos que compartimos tú y yo, para que veas que los conservo perfectamente en una cajita que me he llevado siempre adonde quiera que haya ido.
Recuerdo como si fuera ayer a ese niño moreno que iba todos los meses, solo con su tesoro en el bolsillo, a una oficina bancaria en Murcia, y al dejar en ventanilla la libreta de ahorros y el billete de mil pesetas decía muy serio: "Buenos días. Quisiera hacer una imposición". Gracias por enseñarme a ser educado. Gracias por enseñarme a decir "imposición" y lo que eso significa en términos bancarios, y por desvelarme que "Excmo." es la abreviatura de Excelentísimo. Gracias por enseñarme a pensar en el futuro.
Recuerdo cuando me relatabas tus heroicidades durante la guerra civil. Y no me importa que fueran inventadas muchas de ellas. Recuerdo también los relatos que no eran inventados. Gracias por enseñarme a escuchar. Gracias por enseñarme a disfrutar con una buena historia.
Recuerdo cuando te empeñaste en enseñarme todas las capitales de Europa y los ríos más importantes. Recuerdo también que no lo lograste. Recuerdo que alguna vez me escapé de esas clases extras que me imponías, y cómo me regañabas amablemente por ello cuando me echabas el guante. Recuerdo que tú me enseñaste a leer. Gracias por intentar lo de las capitales y los ríos. Gracias por enseñarme la expresión "saltarse algo a la torera". Y veinte millones de gracias por enseñarme a leer antes de que lo hicieran en el colegio.
Recuerdo nuestros paseos cuando tras quedarte ciego me convertí en tu lazarillo. Recuerdo la sensación de coger tu mano, callosa por una larga vida de trabajo honesto, y guiarte hasta donde siempre nos sentábamos al sol, un sol que no veías pero cuya calidez agradecías. ¿Sabes?, nunca hubiera cambiado una de esas tardes a tu lado por un rato con los amigos. Ah... y perdona por los tropiezos, ya sabes que me despistaba con mis fantasías. Recuerdo cuando te leía los equipos que se enfrentaban en la quiniela para que tú hicieras tu pronóstico (ay, pillín, ahora caigo en que me enseñaste a leer para eso, jajaja). Gracias por enseñarme a ser útil. Gracias por descubrirme el placer de ayudar a otros. Gracias por hacerme sentir importante.
No sé si podrás sentirte orgulloso del tipo en el que me he convertido, pero hago lo que puedo para que no te avergüences de mí.
Yo sí que me siento muy orgulloso de ti, abuelo.
2 comentarios:
Oh qué lindo...
A mí no me quedó más remedio que idealizsarme un abuelo (dios me bendijo sólo con un par de abuelillas que no valen la pena mencionar)aunque cuando era niña, por ausencia y necesidad, me adopté al abuelo de Hiedi, ese viejo de mierda que no tenía ni un ápice de sencibilidad, pero así gruñón y con toques de pedofilia fue lo mejor que me pude encontrar.
Dichoso, tú.
Alelí.
Vale, sí, me pillé tres errores en un par de frases... así a vuelo de pájaro.
Me voy a por un par de azotes.
Otro más.
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