Marcelo y yo la esperábamos todos los miércoles en nuestra casa de alquiler. Ella llegaba sin falta, desde hacía dos meses, y se quedaba con nosotros desde las cuatro de la tarde hasta que nosotros nos rendíamos. Siempre nos rendíamos nosotros antes que ella.
Decía llamarse Cati y aparentaba unos cuarenta años, y muy bien llevados, por cierto. Su marido le pagaba encantado un caro gimnasio, miles de cosméticos, sesiones de rayos UVA y las operaciones de cirugía estética que hicieran falta porque le gustaba tener un bonito florero que presentar a los ejecutivos de su empresa. A Marcelo y a mí, dos chavalitos de veintidós años por aquel entonces, nos gustaba mucho. De hecho fue la que más nos duró.
Unas veces nos la follábamos alternativamente, para que mientras uno descargaba los huevos en su interior el otro se repusiera y de este modo no le faltara polla en ningún momento. Otras veces la penetrábamos ambos a la vez, por cualquier orificio que se nos pusiera a tiro, y en esas ocasiones, si tenía la boca libre, gritaba como una loca y al cabo de un rato había que darle un par de hostias para que no asustara a los vecinos.
Era buena, Cati, muy buena. Incluso aquella vez que a Marcelo se le fue la mano y le arrancó un pendiente desgarrándale la oreja ella no se enfadó, y antes de irse al médico para que le pusieran un par de puntos aún le hizo una mamada a Marcelo y bebió ávidamente su semen, para demostrarle que no le guardaba rencor. Buena chica, la amiga Cati. Más tarde Marcelo la llamó, movido por inaudito arranque de arrepentimiento, y tras colgar el teléfono me dijo compungido:
-- Tres puntos le han dado.
-- Es demasiado buena para eso; yo le daba diez puntos.-- Y los dos nos descojonamos ante mi chiste.
Nosotros éramos así. Fogosos, salvajes y con muchas ganas de reírnos. Éramos jóvenes. Ay.
Un miércoles, antes de que ella llegara, le dije a Marcelo que estaba harto, que quería cambiar de esclava, que había que jubilarla. Él sólo dijo: "Hoy nos la follamos por última vez". No hacía falta añadir nada más, Marcelo y yo nos entendíamos casi sin palabras y sabíamos muy bien lo que acabábamos de decidir y el papel que cada uno adoptaría en ello.
Marcelo miraba hacia la calle desde una ventana cuando vio llegar a Cati. "Llega a las cuatro y cuarto", dijo. "El culo le parto", respondí, y los dos estallamos en locas carcajadas. Nosotros éramos así. Éramos jóvenes.
Aquel Miércoles Cati estaba más guapa que de costumbre, como si intuyera que iba a ser un día especial. Marcelo y yo no queríamos perder el tiempo, así que la llevamos a la cocina casi sin saludarla, y allí le arrancamos la ropa, rompiéndola. Ella protestó y le di dos hostias para que se callara. Le mantuve la cabeza contra la encimera mientras Marcelo le daba por el culo. No tardó mucho en correrse y ocupé su puesto. Cati ya no necesitaba que la sujetaran, siempre oponía un poco de resistencia al principio, pero luego se relajaba y nos pedía más. Así que Marcelo me dejó solo con ella mientras iba a buscar algo a su habitación.
Yo le estaba dando de lo lindo a Cati cuando volvió Marcelo con su bate. Ella no lo vio.
Empecé a moverme más deprisa, cada vez más cachondo, hasta que noté la inminencia del orgasmo y le hice una señal a mi amigo. Marcelo contrajo el gesto aguantando la carcajada, y sin decir nada empezó a machacar la cabeza de Cati con el bate. Yo la agarré fuerte por las caderas, clavándole las uñas y empujando con fuerza para no salirme de su culo mientras se convulsionaba. Y así, entre las agonizantes convulsiones de Cati, eyaculé abundantemente. Después salí del interior de ese cadáver tembloroso y lo dejé caer al suelo de la cocina. Marcelo y yo nos miramos sonrientes y jadeando, él por el esfuerzo y yo por el reciente orgasmo.
-- Joer, macho, me he quedao en la gloria--. Dije.
-- Pos anda que yo...-- Respondió Marcelo, y los dos volvimos a reírnos. Éramos jóvenes, qué tiempos aquellos.
Teníamos un acuerdo desde que empezamos con esto: "El que mata limpia, y el que folla descansa". Puesto que esta vez fue él el que mató era a mí a quien tocaba descansar. Me fui a tomar unas cervezas y a leer el periódico mientras Marcelo se liaba con los útiles de limpieza.
Dos horas después se reunió conmigo en el bar. Le pasé discretamente una servilleta de papel sobre la ceja derecha para quitarle lo que parecía ser una sanguinolenta salpicadura de masa encefálica, y luego le tendí el periódico abierto por la página que nos interesaba. Marcelo centró su atención en el anuncio que yo había marcado:
Mujer atractiva de 32 años busca dos chicos guapos para fantasía de trío.
-- ¿La siguiente?-- Preguntó mi amigo.
-- Ya la he llamado. Pasado mañana a las siete de la tarde.
Y los dos nos dimos palmadas en la espalda y nos reímos muy fuerte durante un buen rato. Nosotros éramos así, felices y jóvenes.
1 comentario:
Comentarios importados desde Spaces:
lagata
Solo espero que eso que has relatado sea solo eso,ficcion."JODER QUE ANIMALADA"
02/07/2006 0:56
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BelsanEmpress
Buen relato. Pero el autor es malo, mecachis, es requetemalo. Me da miedo, quiero irme con mi mamá!!
26/06/2006 23:06
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Tesa
Me parece un relato GENIAL.
...Gracias a gente como tus personajes, se hacen famosos otros como Grisom y Horatio en la tele.
Has elegido mal el nick.... los chorlitos no tienen tanta calidad en la cabeza.
Ea... se acabaron las adulaciones
26/06/2006 10:47
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Javi
Esta vez me has dejado sin palabras.
P.D.
Como me da miedo preguntar, seguiré pensando que esta historia no es autobiográfica.
25/06/2006 22:34
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Leónidas
Ya, pero tú me quieres mucho, Lucía. Y eso es lo que cuenta.
25/06/2006 21:30
(http://cabezachorlito.spaces.msn.com/)
El sabor de los besos
Pues no encuentro las palabras justas para comentar esta historia sin que suene mal , solo te dire que eres un brutopervertidosadicoanimal .
25/06/2006 21:24
(http://luciavb1.spaces.msn.com/)
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