Mi peor enemigo

(Publicado el 29 de Agosto de 2006 en Spaces).

A veces me siento muy solo. Sobre todo cuando estoy rodeado de gente. Cuando me encierro en casa, con la única presencia viva de mi gato, impertinente y juguetón, me encuentro conmigo mismo y me doy compañía, no siempre grata, pocas veces protectora, y en demasiadas ocasiones destructiva. Pero al menos me encuentro y me acompaño. Sin embargo en la calle, en el trabajo, de fiesta o de copas, rodeado de gente, me veo despersonalizado, incómodo, abandonado. Privado de mi compañía. Perdido de mí mismo.

Hace tiempo que no atiendo las llamadas de algunas amantes. Follar se me hace aburrido y me parece más una obligación que un placer.

Sé que soy mi peor enemigo, pero es una enemistad antigua y conocida. Es, en cierto modo, una enemistad segura.

Hoy, no sé por qué, ha sido diferente. Estando en el trabajo, solo en mi puesto, me ha empezado a asfixiar mi propia presencia y he anhelado la companía de alguien, de quien fuera. Un compañero con el que he pasado muchas horas de bromas y de charla intrascendente durante este mes de Agosto se ha pasado por mi dependencia para advertirme que se ausentaría durante un rato. Le he pedido que volviera pronto y he añadido, en un impulso, que lo iba a echar de menos. Se ha reído. Creyó que era otra más de mis bromas haciéndome el mariquita. Pero no es eso, es cierto que lo he echado de menos.

Antes de eso una compañera (una de las pocas mujeres que admiro y respeto sinceramente) ha visitado mi puesto de trabajo para preguntarme qué tal la boda a la que asistí el Viernes. Se ha sentado cerca de mí y hemos pasado unos minutos de conversación y leves confidencias. Me ha encantado eso y me he sentido muy agradecido, pero no se lo he dicho porque le daría vergüenza. Cuando se ha ido me he dado cuenta de que tenía ganas de llorar.

Es extraño. Hasta los ermitaños necesitamos del contacto humano a veces. Hoy, por ejemplo, parece que es uno de esos días. Uno de esos días en los que me siento cansado de espantar a quienes se me acercan. Uno de esos días en los que me asusto de mí mismo y no quiero que me dejen conmigo a solas.

Joder, si hasta me apetece llamar a mis padres. Pero no debo hacerlo porque mi madre me llamó ayer, y si los llamo hoy pensarán que me pasa algo malo por mucho que yo les asegure que estoy bien. No están acostumbrados a que busque su contacto, los pobres. A veces me pregunto cómo es posible que a pesar de todo me quieran. Bueno, ya me odio yo todo lo que ellos no lo hacen.

Acaba de ocurrírseme que podría llamar a mi hermano. Mi hermano es exactamente ocho años menor que yo. Ambos nacimos un cinco de Mayo. Él fue mi regalo de cumpleaños cuando yo cumplí los ocho. Sin duda es lo mejor que me han regalado nunca, ¿y saben una cosa?, una vez me salvó la vida, pero eso no es momento de contarlo ahora.

Ahora es momento de llamar a mi hermano.

A Ustedes gracias por escucharme. Me hacía falta.