Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Homenaje a mis víctimas


Fui niño, como todos ustedes. Fui cruel, como todos los niños.


Hoy, y desde hace muchos años, no encuentro ningún placer en matar animales. Ni siquiera insectos. Es más, hasta me causa cierto desagrado tener que hacerlo por razones higiénicas, como cuando mato una furtiva cucaracha en casa, o por razones de seguridad, como cuando pongo veneno para ratas en almacenes de material explosivo.

Pero de niño maté animales, y hasta los torturé. Casi siempre, eso sí, se trató de insectos, reptiles, o aves. Los mamíferos son otra cosa. A los mamíferos los siento cercanos, expresivos y con gran capacidad de sufrimiento.

Hace tiempo --creo que fue en 1999-- me despertó dos noches consecutivas una enorme rata. Fue en un cuartel. La primera noche me despertó la presión del peso de la rata sobre mi pecho y la rata se escabulló, apenas una sombra correteando hasta desaparecer, dejándome con la sensación de haber tenido un mal sueño. La segunda noche me despertó tironeando de la almohada, y ya tenía sus horas contadas, aunque todavía no lo sabíamos ni ella ni yo. Abrí los ojos y vi su cara junto a la mía. Ambos nos sobresaltamos. Ella se refugió, error fatal, en una camareta deshabitada. Yo me levanté para pedir ayuda al soldado de imaginaria. Entre los dos cogimos unas mesas con las que bloqueamos la salida de esa camareta. Cuando unas horas más tarde sonó la corneta indicando diana me sorprendió encontrar a tantos soldados armados con escobas, tomando al asalto el refugio de la rata. Recuerdo la tenaz y desesperada defensa del roedor, saltando, trepando, chillando... pero aún recuerdo con mayor disgusto los gritos de júbilo de los soldados al acertarle con los escobazos. Estaban gozando con todo eso, y no me costó imaginarlos, unos siglos atrás, quemando brujas y jaleando a verdugos.

Volvamos a mi infancia.

En la farmacia no quisieron venderme una jeringa con su aguja. La farmacéutica me preguntó para qué la quería. Para jugar, le respondí. Así que retiró la aguja y me rebajó cinco pesetas el precio. Eso no me servía para nada, pero no recuerdo cómo poco después conseguí una aguja, y así pude inyectar agua a lombrices de tierra. Les inyectaba agua y se hinchaban cada vez más hasta que por algún sitio reventaban expulsando chorritos. No sean severos al juzgarme, pero la verdad es que aquello me parecía la mar de divertido.

Los saltamontes. Hoy me asquean, pero de niño me lo pasaba muy bien jugando con ellos. Me gustaba coger un alambre y ensartar a varios para ponerlos al fuego mientras aún se movían. Brocheta de saltamontes frescos.

Los pájaros. ¿Cuántos habré matado con la carabina de balines? ¿Cien? Tal vez más. Una vez, antes de tener esa modesta arma, encontré un gorrión herido y se lo llevé a mi abuela con la esperanza de que supiera cuidarlo. Ella, sin dejarme hablar, dijo que había que rematarlo retorciéndole el cuello. Se conoce que mi abuela había perdido práctica o que es demasiado bruta, porque lo que hizo fue arrancarle la cabeza ante mi atónita mirada. Mi abuela dijo "¡uy!" y me mostró la cabeza del gorrión en una mano y el cuerpo en la otra. Después tiró todo al cubo de la basura y siguió cocinando como si nada. Recuerdo que durante un tiempo tuve un poco de miedo a mi abuela. Una cosa es pegarle un tiro a un pájaro desconocido, y otra muy diferente decapitar un animalillo herido cuyo calor sientes en las manos. No sé, contradicciones mías, supongo.

Los gusanos de seda. Yo creo que todos los niños de mi generación hemos criado alguna vez gusanos de seda. Me gustaba su olor, y me gustaba escuchar el rumor de sus diminutas mandíbulas royendo incansablemente las hojas de morera. Fue la misma abuela decapitadora de pájaros la que me enseñó, por métodos prácticos, que si metías un gusano de seda en vinagre durante unas horas y después lo partías en dos obtenías un hilo que podía servir para suturar heridas. Enseñanza curiosa pero inútil donde las haya. Sacrificio igualmente inútil el de aquellos gusanos que jamás llegaron a ser mariposas.

Lagartijas. Cuando ya tuve la carabina, una Cometa VII, me pasaba horas en la terraza, intentando acertar a las lagartijas que tomaban el sol en un solar vecino. Al principio fue difícil, pero después me hice de un visor telescópico y eso incrementó notablemente las bajas entre los reptiles.

Ranas. Un día de veraneo en Torre de la Horadada descubrí un estanque repleto de ranas. A mi primo y a mí, armados los dos con carabinas, nos bastó una tarde para extinguir a todos aquellos anfibios. Días después, por cierto, tuve en aquel mismo pueblo mi más grave encontronazo con la Ley, a causa precisamente de una pistola de balines sin documentación, pero eso es otra historia.

Hormigas. Todos matamos hormigas de modo más o menos inadvertido. A ver cómo carajo te las apañas para ir por el mundo sin pisarlas. Pero hubo un tiempo en que yo gozaba poniendo petardos en los hormigueros y después de la explosión me dedicaba, concienzudamente, a aplastar a las despavoridas y confusas supervivientes. También me he comido a muchas, y debo añadir que esas pequeñitas y rubias son picantes y me gustan.

Ahora vendría la historia de los dos cachorros de gato. Pero aquello merece entrada aparte y además aún no me atrevo a contarlo.

10 comentarios:

Sensei Katorga dijo...

Mirando con perspectiva, ahora con la edad, nos creemos monstruos perversos ante tales hazañas en contra de los indefensos animales (mi primo y yo hemos llegado a meter crías de gato en un congelador) pero creo que son precisamente estos hechos los que nos hacen vagar en el pasado y recordar lo bruto de nuestros actos, hemos crecido y tenemos conciencia de lo mal que lo hicimos pasar a determinados animalillos, hemos crecido y sabemos juzgar de diferente manera, hemos crecido y diferenciamos, hemos crecido y toleramos la vida mientres ella nos tolere a nosotros. Gran post, expiando recuerdos.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Yo no me atormento, Sensei. Hasta cierto punto veo normal que un niño mate bichos y los torture. Creo que forma parte de nuestro desarrollo el querer experimentar. También te digo que si soy el padre de un niño al que pillo metiendo gatos en el congelador le doy una paliza.

(¿Los descongelaste? ¿Resucitaron? ¿Cuando mueras has dejado dicho que te criogenicen? ¿Hasta qué punto tu respuesta a la anterior pregunta está relacionada con las otras dos?)

Anónimo dijo...

Madre mía. Argggg
Mi única tortura hacia un animal, fue el ahogamiento en un cubo de agua a un ratón que había caído en una trampa de esas de papel con pegamento, yo no me creía con fuerza como para matarlo de un golpe y pensé que lo del dichoso cubo sería solución para acabar con los males del bichito.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Eso, Tesita, estuvo muy bien para ahorrarte tú el mal trago (sí, ha sido un cínico juego de palabras), pero para el ratón hubiera sido mejor un golpe fuerte.

Anónimo dijo...

Y yo que me las daba de original por comer hormigas de pequeño... Como tú dices, son normales y forman parte del desarrollo de un niño los actos de crueldad gratuita, pero también deben ser normales las intervenciones de los padres explicándoles las consecuencias.

P.D.

Es imposible -aunque algunos hindues lo intentan- no causar daño a otros seres, pero en mi caso, siempre que puedo, evito pisar las columnas de hormiguitas y similares.

Sensei Katorga dijo...

Quizá me deben más de una paliza, quinosá. No soy Walt Dysney, no quiero ser inmortal y volverme apático con el paso del tiempo pero para eso ya está Borges y su Inmortal que lo explican mejor que yo...

Anónimo dijo...

:-S Joer, pues a mí nunca se me ha pasado por la cabeza hacerle daño a un animal. Siempre he tenido mucha empatía para con ellos. De pequeña, cuando apedreaban a los gatos, los cogía y me ponía delante para que no les hicieran daño. Una vez me llevé un mordisco de un lirón por salvarle de mi gato -sí, ya sé que el carnivorismo es natural, pero mi gato estaba muy bien alimentado y no le hacía falta el lirón-. Creo que sólo he matado mosquitos y cucarachas, y nunca me ha producido ningún placer hacerlo. De hecho me ha resultado bastante desagradable leer esta entrada. Será que soy hipersensible.
Un besito,
Miri

Mayolongo dijo...

Yo se que lo hacias para comer, seguro que estas perdonado.

Anónimo dijo...

Tengo en casa una ferviente defensora de bichos y animajelos varios. pero no solo los defiende si no que los "cria", los alimenta y les da abrigo... es que ella es un pan de Dios.
Me he dado varios sustos y retorcijones de panza al encontrarme repentinamnete bajo sus sabanas con gusanos, caracoles, saltamontes.. hasta un gorrion moribundo envuelto en uno de sus pañuelos me encontre. es mas, hace unos dias era muy desagradable entrar en su cuarto ya que la luz de la lampara estaba convertida en algo asi como un panal de abejas.. pero en este caso eran coctinelas (mariquitas o chinitas) que la niña habia atrapado en el jardin... Mami! mira tengo como 37 coctinelas (en realidad eran 13, yo las conte)... que les puedo dar de comer, mami?.. pobrecitas tienen taaaanta hambre!

Sofia es casi obsesiva pues se dedica a delimitar el terreno de la cocina adviertiendo el paso de las hormigas en marcha para evitar pisarlas.. yo cacho que se llevaria regio con Javi.

Recuerdo a una prima que luego de encender durante 15 minutos el horno de la cocina se perdia en su interior intentando encontrar los caracoles que minutos antes habia cocinado. Cuestiones de gustos, supongo.

Otros en cambio, se deleitaban mojando gatos para luego lanzarlos a los cables de alta tension o remojando roedores en gasolina para luegos encenderles fuego y escuchar tan divertidisimo chillido agonizante de tan horribles animalejos.

Yo? no, que soy una santa, no mato ni una mosca!

Anónimo dijo...

Soy una mentirosa :(

Tambien he matado...
Piojos.. y por montones! jajaja