Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 12 de abril de 2008

Sin calefacción en el Puerto de la Mora


Ahora me gusta más que antes viajar desde Cádiz a Murcia. Este es el origen de mi cambio:

Desde Cádiz hasta Granada el viaje matinal en autobús había sido agradable, con pocos viajeros y mucha lectura, dos asientos sólo para mí, sol y la tranquilidad de haber dejado a mi gato en buenas manos. En Granada hicimos un alto de cuarenta minutos para almorzar. Cuando volví a ocupar mi plaza en el bus el panorama no era tan agradable.

La fría tarde granadina, con su cielo nublado y su tormenta lejana, se hizo más inconfortable aún cuando nos habló el conductor, un instante antes de proseguir el viaje:

- Señores viajeros -era uno de esos raros chóferes educados-, tengo que comunicarles que se ha estropeado la calefacción, y por circunstancias que desconozco no podemos cambiar de coche. Les aconsejo que se abriguen, y les recuerdo que al llegar a Murcia tienen a su disposición las hojas de quejas. Yo las pediría.

Hubo murmullos de fastidio, pero lo que más claramente recuerdo fue la extemporánea risa de una mujer en la que hasta entonces no había reparado. Estaba sentada un par de filas de asientos tras de mí, y fuimos varios los que giramos la cabeza sorprendidos por esa risa ante lo que parecía ser una mala noticia, una muy mala noticia en verdad, como sabrán quienes hayan pasado el Puerto de la Mora nevado y sin calefacción.

Lo que más me sorprendió al mirar a aquella mujer fue el hecho de no haberme fijado antes en ella. Supongo que iniciaba su viaje desde la estación de Granada, de lo contrario estoy casi seguro de que me habría llamado la atención. Era morena, delgada, con melena recogida en larga cola de caballo que se echaba displicentemente sobre uno de sus pechos. Tenía esa edad indefinida de algunas mujeres maduras que tanto puede ser mediada la treintena como cercana a la cincuentena; esa edad de mujer guapa y completa que a ningún hombre importa porque sólo vemos la belleza que trasluce.

Unos minutos después de iniciar la marcha me maldije por mi falta de previsión al haber dejado la ropa de abrigo en el equipaje que estaba en la bodega del autobús. De cintura para arriba sólo me cubría una camiseta interior y una fina camisa. Aunque no es recomendable dormirse en situaciones de frío extremo pensé que la situación no llegaba a ser peligrosa, y tal vez dormitando se me haría el gélido viaje más llevadero. Me acurruqué en mi asiento y con la somnolencia que da la digestión no tardé en quedarme traspuesto.

No pasaría mucho tiempo, porque aún no habíamos llegado al Puerto de la Mora, cuando la mujer de la risa impertinente me zarandeó con delicadeza, y al verme abrir los ojos dijo:

-Perdona, ¿puedo sentarme a tu lado? Es que soy muy friolera y...

Anonadado, medio dormido, y con una de esas incómodas a la vez que placenteras erecciones que no me faltan en las siestas, balbuceé halagado algún comentario de dudosa inteligibilidad. La dama debió de entender mi situación, o simplemente la daba por sentada. En cualquier caso comprendió mi beneplácito, como saben las mujeres comprender lo que les interesa, pues sin más palabras se sentó a mi lado, invadiendo mi espacio de fragancia de mujer limpia y sin perfumes enmascaradores.

Vi entonces que mi compañera de viaje calzaba botas de tacón y caña alta, hasta casi la rodilla. Las piernas, esbeltas pero no huesudas, metidas en ajustados y desgastados pantalones vaqueros. Tenía una cintura estrecha de la que sin duda -y con razón- se sentía orgullosa, porque un fino jersey de lana no la cubría, dejando a la vista piel bronceada sin estrías ni el menor pliegue de grasa superflua. En cambio no iba escotada mi nueva amiga, pero en rápido, experimentado y discreto examen me hice una idea: "Tamaño manzana; firmes (aunque nunca se sabe, que los sujetadores son muy engañosos); marcando pezones, luego el sostén es sin relleno y debe de ser cierto que tiene frío".

Sin pedir permiso, haciendo uso de esa prebenda que sólo las mujeres muy seguras de sí mismas saben usar, retiró el reposabrazos que separaba nuestros asientos. A continuación se pegó a mí, mucho más de lo que podríamos llamar decoroso, y dijo en voz baja, inaudible para nadie más que para mí:

-Uy, qué calentito estás, chico.

"No lo sabes tú bien, mi niña", me hubiera gustado responderle, pero en ese momento mi único pensamiento era: "¡Javi, joder, que pareces un adolescente! Intenta relajarte y que este pedazo de hembra no note los latidos de tu corazón. No lo eches a perder todo por parecer un crío asustadizo".

-Me llamo María del Mar. Ahora que vamos a pasar unas horas juntos, ¿me dices tu nombre?- añadió con susurros, acercando mucho su boca a mi oreja derecha, de modo que su aliento me hacía cosquillas... y ya saben ustedes lo que pasa con esa clase de cosquillas; mi excitación ya amenazaba con una eyaculación no solicitada.

-Encantado, María del Mar. Yo soy Javier... y me alegra que estés aquí- añadí en un arranque de osadía.

Entonces María del Mar, la dama de risa que no viene a cuento, rió otra vez (creo que halagada), sacó de su bolsa de viaje una de esas mantas que llaman "americanas" -finas y fácilmente plegables-, la desdobló y nos cubrió a ambos con ella.

-¿Siempre viajas con una de estas mantas, niña?- A algunas mujeres les sabe a rayos que las llamen "niñas", pero en Andalucía occidental es muy común y me consta que a la mayoría le gusta, así que me arriesgué. Y no me salió mal la apuesta:

-No, pero al salir de casa supe que compartiría viaje contigo y que tendrías frío, y volví a por la manta. Es que soy un poco bruja, tonto.

Y dicho eso me cogió la mano bajo la manta, la llevó a su regazo y la colocó sobre sus muslos, sin dejar de acariciarla. Pensé entonces que mejor sería seguir dormitando antes que provocar un escándalo, y me limité a quedarme quietecito y hacerme el dormido, ¡cómo dormir de verdad con el pene convertido en una barra de acero!

También seguí ignorando las maniobras de María del Mar cuando se llevaba, lenta y casi imperceptiblemente, mi mano a sus pechos, apoyando su cabeza en mi hombro, haciéndome sentir su respiración en mi cuello. Esto no puede estar pasando -me decía yo-, tranquilo y no te embales, Javierillo.

Imagino que mi pasividad la defraudó, y por eso al cabo de un rato, ya cruzando el Puerto de la Mora, guió mi mano bajo su ropa y me hizo sentir directamente sus pechos. Normal que me hubiera percatado de sus pezones intentando perforar el jersey; Mari Mar no llevaba sujetador. Aún así tenía unas tetas firmes, tiesas, duras. Diría que eran pétreas, pero eran demasiado cálidas para ser piedra.

Cuando su otra mano, la que no sostenía mi diestra, se me puso en la entrepierna y comenzó a sobarme bajo la manta decidí que tenía que hacer algo, so pena de quedar como un apocado efebo. Busqué la boca de María del Mar y no encontré resistencia para lamer su lengua. Era una lengua díscola y hábil, y toda esa boca sabía a... no sé cómo definirlo, creo que podría valer si digo que el sabor de aquella boca era el de la juerga, la despreocupación y el desenfreno.

Nos besamos con ganas, protegiéndonos del frío con el calor de nuestros cuerpos, y harto ya de hacerme el reprimido desabroché sus pantalones y hurgué entre el vello púbico hasta llegar a su sexo, mojado, ardiente.

-No, esto ahora no- dijo María del Mar mientras sacaba mi mano de entre sus muslos-. Llevo unos vaqueros muy ajustados y me estás haciendo daño. Déjame que te dé gusto yo a ti.

-Pero yo quiero que tú goces, mi niña- protesté entre jadeos de excitación.

-Soy feliz haciendo que un macho se corra. Calla y desahógate- me dijo susurrando Mari Mar a la vez que me sacaba la polla y la empezaba a menear bajo la manta.

No puede aguantar mucho, en verdad apenas medio minuto, hasta que derramé un abundante chorro de semen que manchó su mano, su manta y mi orgullo.

-Lo siento, niña, es que estaba tan caliente que...

-Shhhh, lo sé, cielo, lo sé- me interrumpió ella -.Lo importante es que sigas teniéndola bien dura y podamos seguir jugando un rato más.

Por eso no hubo problemas. La situación era tan excitante que yo hubiera podido alcanzar diez orgasmos y mantener la erección. En aquellos momentos todo yo era polla, y los latidos que se podían notar en el pene no parecían provenir del corazón, sino de la misma verga. Si María del Mar quería jugar manoseando dura polla no iba a tener motivos de queja.

Así anduvimos, usando nuestras lenguas como sondas de exploración, mientras yo manoseaba los pechos de María del Mar y ella me masturbaba furiosa, hasta hacerme daño en algunos momentos. La segunda vez que me iba a correr la previne:

-¡Joder, que me corro otra vez, chiquilla! ¡Para, que te voy a poner perdida la manta!

-Venga, cerdo, escupe tu leche y ensúciamelo todo- respondió ella arreciando en los vaivenes y obligándome a morder su cuello para que el dolor le hiciera disminuir los meneos. Cuando notó que dejaba de eyacular siguió apretándome el pene con movimientos más lentos pero fuertes, desde la base de mi polla hasta el capullo, como queriendo exprimirme.

-Uhm, así, cabrón, vacíate bien los cojones- dijo mi complaciente compañera de viaje soltando mi polla y comenzando a sobarme los huevos.

Tras esta segunda corrida yo estaba más relajado, aunque igualmente erecto, y quería un poco de paz. Como Mari Mar no dejaba de sobarme los testículos le pedí que nos diéramos un descanso, pero ella -me lo temía-, se negó.

-¡Nada de descansos! ¿Es que eres poco macho para mí? Piensa en lo que te gustaría tener mi coño en tu boca y beberte todo mi jugo; en lo que disfrutarías follándome y escupiendo tu leche dentro de mi coño; en lo bien que te sentirías si tuvieras esta polla tan dura follándome el culo...

Con palabras tan elocuentes me quedé sin argumentos. Así estuvimos durante unas cuatro horas. Llegó un momento en que mis corridas no eran acompañadas por eyaculación alguna. Simplemente no me daba tiempo a regenerar ni un poquito de semen entre orgasmo y orgasmo.

Cuando llegamos a Murcia, yo con el pene hecho una piltrafa y María del Mar, supongo, con el brazo dolorido, la ayudé a sacar su equipaje de la bodega. Cuando se lo iba a entregar la encontré besando apasionadamente un hombre que había ido a recogerla. Dejé la maleta de María del Mar junto a ellos y me marché sin decir nada.

Horas más tarde descubrí una nota en el bolsillo de mi camisa. Sólo decía: "María del Mar. Tfno: xxxxxxxxx. Llámame cuando vengas a Murcia".

Por eso ahora voy a Murcia más que antes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues si, cuando me dijistes que te habian comprado algo me alegre mucho, y si, la verdad es que por primera vez entro en tu bloc por un leve recuerdo seguido de curiosidad y si la verdad es que escribes bien, una pena que te lo tenga que decir aqui, pero asi te lo has merecido, aunque quizas sea esta la manera que te guste, con una pantalla tan sumamente fria, pero libre verdad, si yo anonimA, para siempre, asi lo quisiste, pero que sepas que me alegro si sigues contesto con tus libros

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

AnónimA, no sé quién eres ni entiendo lo que significa esto: "si sigues contesto con tus libros".

Deduzco que eres una de las damas que acabaron odiándome por unos u otros motivos, pero aun así te agradezco que andes por aquí. Otro día, ya con más confianza, te identificas si quieres.

Besitos miles.

Anónimo dijo...

¡Oh! perdona, como le puedo haber dado tan poca importancia a mi comentario que no lo he repasado, me confundí con una tecla, queria decir contento, con n, pero vamos que creo que tampoco es tan dificil de discernir, pues no me voy a identificar porque no me apetece al igual que a ti solo te apetece estar a gusto aquí dentro, pero si sabes que te puedo decir, que soy una buena persona, una buena persona que pusiste en tu contra por gilipollas, pero sabes que, que no vale eso de que uno es como le hacen las circunstancias de la vida, ni mucho menos, uno es como quiere ser, como lucha por ser, o es que tu no has puesto interes por superarte escribiendo, seguramente si, bueno cuidate, dentro de los limites que te apetezca o quieras

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Pues sí, AnónimA, estoy contento con mis libros. Son más seguros y sinceros que la mayoría de mujeres que conozco.

Si quieres más conversación privada recurre a mi perfil, donde tienes mi dirección de correo electrónico. No quisiera que incurras en indiscreciones que me obliguen a eliminar algún comentario tuyo.

Por lo demás, siempre agradezco tener un lector nuevo.

Anónimo dijo...

En que minuto dices que despertaste de tu traspuesto?

Eres un soñador, Leo, ya quisieras tu encontrarte con esa morena con cola de caballo. Supongo que a eso se le llama autodefensa, autoproteccion, o autoloquesea, una fantasia, consciente o inconsciente, para capear el frio.


Paloma.