Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Un seguro de vida para mi gato Gusifluky


Soy una mala persona, eso lo sabe todo el que tuvo la desdicha de cruzar su vida con la mía en algún momento; pero la sevicia que he perpetrado recientemente no tiene nombre. Durante la comisión del innombrable delito que cometí el último miércoles -sin pudor lo confieso- me llegué a sentir divinamente (nada de culpabilidad ni esas zarandajas de niño obligado a estudiar catequesis), pues pertenezco a esa deleznable clase de individuos que se regocijan causando destrucción y provocando dolor a su paso.

Sin embargo ahora, en el momento de narrar lo sucedido, quizá por un rastro atávico de humanidad que se mantiene presente en mí como si fuera un inútil apéndice que la evolución ha desechado, noto el opresivo peso de la culpa en mi regazo... Anda la hostia, ¡pero si no es la culpa; es Gusifluky! Jopetas, Gusi, vete a comer algo, o a cagar, o a alguna de esas otras interesantes actividades a las que tan apasionadamente te entregas cuando no duermes, ¿es que no ves que estoy escribiendo, tontín?

¿Por dónde íbamos? Bueno, da igual, el caso es que hice algo muy malo. Y encima ahora lo voy a cascar (porque las malas acciones si permanecen secretas no son malas del todo).

La mañana del pasado miércoles amaneció anunciando para mí un día presumiblemente ocioso. Otro miércoles cualquiera me habría levantado temprano para cumplir con mis obligaciones laborales, pero aquel miércoles no era un miércoles cualquiera, no; era un miércoles de semana sabática (porque yo lo valgo), conque estaba a eso de las once tumbado en mi cama, con mi pijama color corinto (como los zapatos de don Zana, la odiosa marioneta que aparece en Alfanhuí -¡larga vida a Sánchez Ferlosio!-), con mi edredón nórdico que lleva varios inviernos esperando que cumpla la promesa de lavarlo, con mi manta azul puesta sobre el edredón (a Gusi le encanta), con mi gato de siete kilos ronroneando sobre mis pies, con mi calefactor de aire caliente, con mis consecuentes sudores de la muerte, y con mi libro Canibalismo ocasional, de Shiguro Takada. Me encontraba, como digo, bien a gustito, absorto en la lectura de tan provechosa obra divulgativa, abstraído en las útiles recomendaciones de Takada y con un principio de erección (sí, siempre me pongo cachondo leyendo cosas así; ya me pasaba cuando leí Milagro en los Andes, y otra vez que leí Historia natural del canibalismo fue un no parar de hacerme gallardas), cuando sorpresivamente -¡oh, calamidad!, ¡oh, aciaga fortuna la mía!- sonó el teléfono con su horrísono
pitupuí pitupuí pitupuí.

Era Olga. Jamás este cabeza de chorlito hubiera podido esperar que precisamente fuera Olga -¡la gran Olga!- quien marcara su número, y es lógico suponerlo así porque hasta que me ha llamado no tenía ni idea de su existencia. La buena de Olga, ni más ni menos. La ingenua Olga, con su acento andaluz bajo y con su notable falta de experiencia. Pobre Olga, quien a pesar de la juventud que transmitía su voz hubo de marcar mi número de teléfono en funesta hora.

Me imagino a Olga madrugando en aquel aciago miércoles, poniéndose guapa para asistir -presumo que es muy coqueta- al que podría ser su primer día de trabajo. La veo frente al espejo, mirándose y remirándose en busca del menor defecto, ilusionada ante la expectativa de su flamante labor como vendedora de seguros por teléfono, y feliz, sobre todo feliz por tener la oportunidad de ganarse el pan en estos tiempos lóbregos de paro y controladores aéreos con muy poca vergüenza.

Pero oh, Olga, querida Olga, ingenua Olga, inocente Olga... ninguna señal del destino te advirtió contra mí; los hados se mostraron miserables y la columna de astrología que leíste en el periódico mientras bebías un café ardiente en ese bar de borrachos trasnochadores te mintió una vez más ("Hoy vas a conocer a alguien chuli, pero para chuli ya estás tú, que eres tan chuli que te crees estas pamplinas zodiacales", o algo así vaticinarían para tu signo). Qué bien empezaste la jornada, querida Olga, con cuánta confianza la desarrollabas, cara Olga... Hasta que el azar, cruel e ignominioso, te llevó a marcar mi número de teléfono. Y entonces se desató la ira de Leónidas Kowalski de Arimatea. (Y da gracias, bisoña Olguita, de haberme pillado sobrio, que si no...)

-¡Buenos días! ¿Es usted el señor de la casa? - La pregunta, además de parecerme sumamente machista, me sonó a grave intromisión en mis relaciones familiares, lo cual no me predispuso a favor de la personita que así se presentaba. Tentado estuve de responderle que en mi casa no hay más señor que mi gato Gusifluky, pero era pronto para tocarle los ovarios a esa chica y opté por darle un poco de carrete.

-Sí, dígame.

-Encantada de saludarlo -hay algunas que se encantan con muy poco-. Me llamo Olga. ¿Le interesaría un seguro de vida? Verá, en XXX tenemos un plan de seguros que...

Olga, la directa Olga, la dicharachera Olga, siguió hablando, pero yo no la escuchaba, dubitativo como estaba entre colgar el teléfono sin ceremonias o aprovechar la ocasión para pasar un rato divertido a su costa. Opté por lo segundo, y así es como Olga (y más tarde Mari Ángeles, pero no adelantemos acontecimientos) perdió parte de su tiempo por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Y además me dio razones para escribir algo en esta bitácora, lo que no es poco en estos tiempos de controladores aéreos desvergonzados y de mujeres militares hipersensibles. (Mwajajajajaja... Ains, chiste interno).

-¿Hacen seguros de vida para gatos? -pregunté aparentando el mayor interés.

-¡Claro, claro, hacemos seguros de cualquier clase! -exclamó orgullosa la pequeña Olga, creo que sin acabar de entender mi pregunta.

-¡Cielos, es sorprendente! - respondí yo con auténtica sorpresa.

-Tenemos un seguro -continuó la encantadora Olga- que cubre todos los gastos en caso de que su gato ataque a alguien y haiga que hacer frente a...

-¡Que no, que yo no quiero eso, puñetas!- interrumpí a la iletrada Olga, algo molesto por la gratuita y absurda suposición de que Gusifluky pudiese atacar a alguien. ¿Por quién había tomado esa bruja a mi lindo e inofensivo gatito? ¿Acaso se creía que era un perro cualquiera?- Lo que yo quiero es un seguro de vida del gato, o sea, que si mi gato se muere yo tenga un sustento, porque yo vivo del gato, ¿sabe usted?

Transcurrieron largos segundos de silencio durante los cuales casi podía oír los pensamientos de Olga ("este tío está majareta") e incluso me parecía verla (bizqueando los ojos e intentando alcanzarse la punta de la nariz con la lengua).

-Perdón, es que no lo entiendo -dijo al fin la pájara.

-Pues está bien claro, señorita - añadí didáctico-. Igual que hay hombres, padres de familia con buenos ingresos, que se hacen seguros de vida para que no les falte nada a sus niños y a sus esposas en el caso de que ellos fallezcan, yo quiero que mi gato tenga un seguro para que cuando se muera a mí no me falte de nada.

De nuevo pasaron varios segundos de espeso silencio, pero esta vez no me imaginé a Olga; bastante esfuerzo me suponía aguantarme la ganas de soltar una carcajada. Finalmente volvió a hablar mi querida Olga:

-Tengo que consultarlo con mi jefa. Lo llamo en cuanto sepa algo.

-Oh, por favor, hágalo a la mayor brevedad posible -dije con tono de súplica.

-¿Su nombre, caballero?

-Leónidas.

Luego me fui a la piltra otra vez, dispuesto a echar mano de mi libro y constatando que ya nada sería lo mismo, porque Gusifluky estaba sobre la cómoda lamiéndose el pene, señal inequívoca de que su tiempo de estar ronroneando en la cama había concluido. Tampoco le di mucha importancia, porque lo que yo quería era leer esas cochinadas sobre canibalismo, y a ello me entregué, con mi pijama color corinto, etc... Mientras tanto perfeccioné detalles de mi fábula para el improbable caso de que me volvieran a llamar de XXX. En eso estaba cuando... pitipuí pitipuí pitipuí.

-¿Sí?

-Hola, soy la de XXX, mire, que...

-¡Olga, qué alegría escucharte! Dime, dime. Y tutéame, anda, que ya somos como de la familia.

-Bueno. No hay problema. Verás, es que lo que tú necesitas es un seguro para animal de trabajo, y tenemos nuestros precios para eso que son muy ventajosos y...

-¡NOOO! -proferí furibundamente a matutina hora en la que no es sospechable encontrarse furibundeces ningunas-. Me parece muy despectivo eso de "animal de trabajo". Mi gato no es un jumento, ¿entiendes?

De nuevo el silencio, los ojos bizqueantes, las bocas abiertas y todas esas cosas que expresan sorpresa suprema o idiotez mediana.

-Espera, te paso con mi jefa -dijo Olga, la derrotada Olga, al cabo de un rato.

-Buenos días, don Leónidas. Soy Mari Ángeles.

-Hola, Mari Ángeles. Un placer -dije yo, más que nada porque cualquier otra cosa que hubiera dicho resultaría grosera.

-Me ha contado mi compañera que necesita un seguro para su gato. Pues bien, nosotras tenemos un cliente que tiene caballos, y los tiene asegurados porque...

-¡Mi caso es diferente! -me apresuré a aclarar- Yo dejé mi trabajo para vivir de la obra de mi gato, porque mi gato es artista, él pinta, ¿sabe? Y si él fallece yo me veo en la calle.

Otra vez el silencio espeso como natillas.

-Perdone, es que no lo he entendido- dijo Mari Ángeles.

-Pues que mi gato es artista. Yo le mojo las patas en pintura y luego lo hago andar sobre un lienzo. Todas sus obras pictóricas se llaman Zarpas, por razones obvias. Zarpas 1, Zarpas 2, Zarpas 3, y así sucesivamente.

-Ah, muy bien -decía aquella mala mujer a la que las posibilidades artísticas de Gusifluky le importaban un carajo y cuyo único fin vital era venderme un seguro -. Pues en XXX tenemos un plan de ahorro y seguro de vida que...

Bah, lo cierto es que los vendedores de seguros son muy aburridos. Y yo también.


11 comentarios:

Rocket dijo...

Estimado Leónidas,

"Cuando el diablo se aburre con el rabo mata moscas"

Saludos,
Rocket

Anónimo dijo...

Hola

Mi solidaridad con usted por el caso de los de "médula espinar", y mi enhorabuena por el blog y su contenido, y por esa acidez perversa con la que nos regala.

Siendo, como soy, de la provincia de Cádiz, en la que usted se haya destinado, me alegraría poder invitarle a una cerveza, si es que lo tiene a bien. Soy hombre, pero no tema que esto sea una añagaza de corte homosexual ni muchísimo menos, sólo que me gustaría conocer al que considero el mejor escribidor de blogs de esta parte de Hispania.

Si aceptase la invitación, le ruego lo deje dicho en el comentario, y ya me pondré en contacto con usted de manera más formal y menos pública, para concretar detalles.

Mientras, le ruego lea el enlace que a continuación dejo, por si a usted la historia que en él se cuenta le produce la misma sensación de cabreo que a mí y por si fuese motivo suficiente para inspirarle alguno de sus artículos más vitriólicos.

El enlace en cuestión es este: http://www.diariodecadiz.es/article/provincia/862250/una/familia/musulmana/denuncia/docente/por/hablar/jamones/clase.html

Nada más. Reciba un cordial saludo.

Tirofijo dijo...

Delicioso relato, jeje. Y sí, la carne humana sabe a atún. Aunque algunas tribus aborigenes africanas afirmaban que la carne del hombre blanco bien cocinada, tenía sabor a plátano.
Cuestión de gustos.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Hola, anónimo groupie:

Bah, lo del foro ese de la lesión medular no deja de ser una insignificante anécdota. En peores garitas he hecho guardia. Pero gracias por su solidaridad, y también por las lisonjas que tan exageradamente me dedica.

En cuanto a esa cerveza a la que me invita, ¿cómo se la voy a negar, si llevo varios años publicando chorradas con el único objeto de que alguien se estire y me pague una birra? ¡Mi sueño cumplido, bendito sea! Claro que pensándolo bien, podría usted ser un sicario contratado por los seres rodantes para degollarme como a Amalia, la parapléjica que me dio pena. Bueno, yo por si acaso iré armado, y le advierto que con este tiempo puedo esconder muchas estrellas ninja en las prendas de abrigo. En fin, ya me contará.

Respecto a esa surrealista noticia del niño musulmán ofendido por hablar de jamones y la disparatada denuncia... De verdad que parece uno de los artículos de The Teleplastic Inquirer . Chaladuras así son las que me hacen ser cada vez menos permisivo con las religiones y con el pensamiento mágico en general.

Anónimo dijo...

Es estupendo llegar a casa con el frío que hace y llorar de la risa con su última entrada, ¡genial! y los comentarios no tienen desperdicio, ¡pero qué risa!...

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Es estupendo llegar a casa (haga frío o calor) y encontrar un comentario así. A pesar de quienes me quisieran silenciar (y que hasta cierto punto lo han logrado), a pesar de quienes me vigilan con temor (casi siempre infundado) por lo que pueda contar, a pesar de otras muchas cosas que se me hace aburrido contar...

...Aún puedo llegar a casa, leer un comentario y renovar mis ganas de escribir.

Gracias.

Rocket dijo...

Estimado Leónidas,

Eso, y al resto que nos den por el tracas, ¡no te jode!

Sin menospreciar el comentario de la amiga anónima (que sospecho que no lo es tanto), ¡coño!, ¡un guiño a la afición!... paquete iba yo a...cagoen.

¡Bah!, eso nos pasa por terciar con cabezas de chorlito...


Portavoz de, sospecho, pública indignación,
Rocket

cachalote dijo...

Pues un poco descafeínado sí que te ha quedado esta vez, sí.

Bah, qué más da, si total estos días tampoco se puede pedir mucho. El otro día precisamente me estaba leyendo no sé qué de una mosca peluda de Kenia..., comparado con eso, esto ha sido gloria.

Anónimo dijo...

Si te vuelven a llamar por ese tema, les dices que no recuerdas la llamada (te haces el loco) y cuando te pongan en antecedentes le dices sorprendido: ¿que yo tengo un gato que pinta?

Y usted una pinta en el coño, gamberra!!.

Saludos cordiales y mazapanes.
Mondejar.

Capullito de Aleli dijo...

Ay, que risa!


Saludos desde el otro lado del charco ;)

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...


Alegría de saber de vos, Capullito.

(Desde el lado bueno del charco).