Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 19 de julio de 2007

Mi amigo el otro páter


Hace un tiempo les hablé de mi amigo el páter Don Luis Miguel, y ahora, lo quieran o no, voy a teclear acerca de Don Francisco, porque hoy, tras unos tres años sin verlo me lo he encontrado por la calle, y también porque me da la gana.

El páter Don Francisco sustituyó como capellán castrense a Luis Miguel. Nos hicimos amigos, no recuerdo cómo, pero supongo que esas cosas pasan por la recíproca curiosidad que sienten el ateo y el hombre de fe. Francisco era dado al lenguaje salpicado de tacos y a los abrazos quebrantahuesos. Me descubrió en la peor época de mi vida y generosamente prestó oídos a mis miserias e hizo lo que pudo por aliviar mis amarguras. Fue uno de los primeros en darme aquel sabio consejo: "Aléjate de ella, te va a destruir". No le hice caso y me destruyó, pero eso es otra historia.

Hoy andaba en busca de una farmacia cuando he visto a un tipo vestido de negro y con alzacuellos que me miraba. ¡Cóño, pero si es el páter! Ahora me emociono al recordar el encuentro: ¡Me cago en todos los demonios y en la puta de oros, qué alegría verte, Javi!, gritaba el páter en medio de la calle, para pasmo de viandantes, porque no es habitual ver a un cura usando ese lenguaje a gritos y abrazando hasta estrujar a un mindundi vestido con mono de trabajo. ¿Pero cómo usted por aquí, páter?, lo hacía en Valencia. Acabo de venir del Líbano y estoy visitando a gente, oye, Javier, ¡qué alegría me da verte!, repetía de nuevo el páter mientras volvía a fracturarme varias costillas con sus abrazos de oso.

Se acordaba de mi nombre, se acordaba de pequeñas anécdotas que le conté hace años, se acordaba también de la Hija de Satanás. En resumen, se acordaba de mí y de mis circunstancias. Me asegura que sufrió mucho por mí, y la verdad es que me lo creo, aunque siempre le insistí en que no merecía la pena sufrir por quien no hace nada por buscar soluciones.

¡Me cago en todo, joder!, decía el páter a cada poco mientras me seguía haciendo picadillo los huesos. Le he preguntado si era él el capellán que estaba en el Líbano cuando cayeron nuestros seis compañeros. Me ha dicho que sí, le ha cambiado la cara y me ha contado que venía de Sevilla, de visitar a los padres de uno de ellos, pero rápidamente ha vuelto a sonreír, ha exclamado de nuevo que se caga en todos los demonios y me ha quebrado la columna con otro abrazo. Es así, el muy cabrón. Tiene la habilidad de caerte simpático mientras te descuajaringa el esqueleto.

Estaba esperándome, sin saberlo, en una esquina de la Calle Real de San Fernando, vestía de negro y llevaba alzacuellos. Era, y no lo sabíamos, mi motivo del día para sonreír.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

;)

Anónimo dijo...

Aunque no he compartido tanto como tú con el pater, recuerdo que siempre acompañaba al Coronel a Ronda, cuando visitaba a los alumnos que estaban de SALIDA ALFA -maniobras, pa' entendernos-, y nunca faltaba una caja de dulces para la sobremesa. No esperaba a que los chavales lo necesitaran, él iba a buscarlos aunque fuera únicamente para charlar un rato. A pesar de su condición de sacerdote, era -y sigue siendo- una gran persona.

P.D.
Esto último, lo del sacerdocio, es broma, obviamente. También hay gente buena y honrada entre los religiosos.