Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

lunes, 27 de agosto de 2007

Cuando fui instructor (y otros recuerdos)


Estación de autobuses de Granada. Año 2001 ó 2002. Un desconocido se acerca a mí y me pregunta: "¿Es usted... (mi nombre completo, el real, que es largo y difícil de recordar)?" Yo admití ser quien soy y entonces el desconocido se presentó: "Ex-Soldado tal y tal. Isla de las Palomas. Año 1999". Fue uno de mis reclutas en aquellos dos meses que me tocó hacer de instructor en Tarifa, en la Isla de las Palomas más concretamente. Es curioso que se acuerden de uno y lo reconozcan cuando está de paso en una estación, esperando un transbordo. Parece tan improbable... y sin embargo es uno de los lugares donde más fácil es dar con inesperados reencuentros.

Durante Agosto y Septiembre de 1999 fui comisionado a la Isla de las Palomas para realizar un servicio como instructor de tropa de reemplazo. Yo soy especialista, un técnico, y no me gustaba nada la idea de ejercer como monitor de reclutas, pero aquella fue una de las mejores vivencias que he tenido en mi profesión.

Se daba la circunstancia de que por escasez de personal todos los profesionales que allí estábamos comisionados tuvimos que ejercer una función superior a la de nuestro empleo, es decir, las Baterías eran mandadas por Tenientes (cuando deben ser mandadas por Capitanes), y las Secciones eran mandadas por Cabos Primeros (cuando deben ser mandadas por Brigadas, Subtenientes, Alféreces o Tenientes). El resultado de esta circunstancia es que me vi mandando a unos treinta reclutas. No era la primera vez en mi vida que me veía a cargo de un grupo tan numeroso, pero sí era la primera vez que me veía obligado a enseñarlos a ser Soldados. En mis funciones como jefe de sección interino podía hacer y deshacer con bastante libertad, pues las propias Reales Ordenanzas dictan que la instrucción del Soldado es deber y responsabilidad del jefe de sección.

No sé lo que ellos aprendieron, pero sí sé lo que me enseñaron. Estoy convencido de que aprendí de ellos más que ellos de mí. Intenté hacerlo bien, dentro de mi inexperiencia, mezclando marcialidad con sentido del humor; seriedad con bromas; disciplina con compañerismo. Creo que no lo hice del todo mal, y tengo razones para pensarlo, pero esa es otra historia que ahora no viene al caso.

Aquellos jóvenes (aunque algunos eran mayores que yo) me enseñaron lo que es la entrega sin que te paguen un sueldo, y me enseñaron lo que es poner interés en aprender algo con lo que no te vas a ganar la vida. Buenos muchachos, sí. Los quise mucho, aunque me prodigara en arrestos. Fui duro, muy duro, en el convencimiento de que cuanto más duro fuera su instructor más fácil serían para ellos los siete meses de mili que les quedaban. Quizá me pasé a veces, pero sé que me recuerdan con cariño, yo les enseñé a ser Soldados y sobre todo, a sentirse orgullosos de serlo. Yo también me sentí orgulloso de ellos.

Uno de los reclutas de mi Sección era un muchacho muy especial. Hoy está muerto y me van a permitir que hable largo y tendido de él:

Ahora ya no recuerdo su nombre --¡maldita memoria, tan eficaz para impedirme olvidar lo que me hace daño y tan incompetente para lo que debería ser efectiva!--, así que lo llamaremos Gómez. Gómez era ese soldado innato que todo militar profesional desea bajo sus órdenes. Pronto llamó mi atención aquel chaval menudo que parecía nacido para la milicia. Lo hacía todo extraordinariamente bien, desde el orden cerrado hasta los ejercicios de tiro. Jamás discutía las órdenes ni mostraba la menor disconformidad. Padecía una lesión de rodilla --me enseñó, en confidencia, informes médicos-- que lo hubiera librado de casi toda actividad, pero él mantenía ese detalle oculto; quería ser un buen Soldado.

Cierto día yo estaba muy descontento con los avances en orden cerrado de mi sección, y me tiré el farol de dejarlos a todos sin fin de semana, cosa ilegal; están prohibidos los arrestos colectivos, pero abusando de su desconocimiento los amenacé con ello, aunque sin intención de cumplirlo. Después vino la media hora libre para el bocadillo a media mañana. Yo sólo usé un cuarto de hora y fui a nuestro punto de reunión para esperar a mi gente. No pueden imaginarse mi impresión al encontrarme allí a mi Sección perfectamente formada y obedeciendo las órdenes de Gómez, quien hacía de improvisado instructor.

Cuando Gómez me vio mandó posición de firmes, vino hasta mí, me dio novedades como nos había visto hacerlo a sus superiores jerárquicos y después se disculpó por su atrevimiento. A mí, figúrense, se me caía la polla a cachos. Le ordené que continuara y, pardiez, era mejor instructor que yo. Cuando volví a tomar el mando de la Sección dejé claro que mi "arresto preventivo" quedaba levantado y que le dieran las gracias al Soldado Gómez. Se convirtió en un héroe, y el muy cabrito se lo merecía.

Le pregunté en cierta ocasión, a solas, por su evidente vocación militar. Quise saber por qué no se hacía militar profesional. Su respuesta fue clara y contundente: "Mi Primero, me gustaría ser de Operaciones Especiales, es mi sueño, pero si me meto en el Ejército me quedo sin novia". Y ante esa respuesta lo más sensato es callar.

Después llegó el momento de despedirnos. Yo volvía a mi destino en San Fernando y ellos se repartían entre todos los destinos posibles dentro del Mando de Artillería de Costa del Estrecho. La siguiente vez que vi a Gómez fue cuando estaba lleno de tubos en el Hospital Naval San Carlos.

Un día me avisan para que forme parte de una comisión constituida diariamente por dos Cabos Primeros para apoyo de los familiares desplazados al San Carlos, porque un Soldado está en coma, afectado de meningitis, y se espera su muerte en cualquier momento. Así es como volví a ver a Gómez, entubado y en coma, con esa sensación de "joder, se nos van los mejores", y así pude tratar a su familia. Les conté que fui su instructor, les conté que Gómez era un gran tipo, y lo decía de verdad, esta vez no se trataba de dejar bien al moribundo. Es que era cierto, coño. Pero nadie me escuchaba, yo sólo era otro militar culpable de la meningitis que estaba matando a su hijo, a su hermano, a su novio. Ojalá me hubieran escuchado... al menos hoy sabrían cosas grandes que yo no quiero que se olviden.

Y yo, mierda de mí, he olvidado su nombre. Pero recuerdo quién fue ese muchacho para mí, y a ver quién es el guapo que me quita eso, al menos hasta el día que también yo esté lleno de tubos.

8 comentarios:

Sensei Katorga dijo...

Hay golpes en la vida,tan fuertes... !Yo no sé¡
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma...!Yo no sé¡

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre...pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... !Yo no sé¡


(Con tu permiso te dedico este gran poema del egregio César Vallejo llamado "Los Heraldos Negros" de su libro homónimo. Dedicado a ti y a esa persona de cuyo nombre no logras acordarte y, si me permites, también dedicado al difunto Antonio Puerta, jugador del Sevilla.
Hoy estoy triste.)

JLHD dijo...

Felicidades. Un gran artículo.

Anónimo dijo...

Es una situación muy dura, pero al menos tú tenías algo que decir sobre el chaval, y bueno además. Cuando yo pasé por lo mismo, solamente podía decir a los padres que su hijo no estaba en mi sección, y que por lo tanto no lo conocía. Fue un viaje eterno (San Fernando - Madrid), sentado en una Mercedes Vito junto a los padres del alumno (fallecido también de meningitis). Padres que, como en tu caso, nos culpaban de no haber tomado las medidas oportunas, y haber provocado la muerte de su hijo. Y para colmo los otros miembros de la comitiva militar partiéndose el culo en el asiento delantero. Yo no sabía adonde mirar, porque ¿cómo iba a decirle yo a dos mandos que su comportamiento no era el adecuado?

WuNi dijo...

No importa su nombre, no importa el color de sus ojos o cualquier rasgo físico que tuviera. Lo importante es que según nos cuentas, era un buen chico. Tengo que decirte que mientras lo tengas en tu memoria, seguirá vivo su recuerdo en alguna parte de ésta vida que tantas cosas buenas nos da y otras tantas que nos quita..

Anónimo dijo...

Me ha gustado. En serio. De vez en cuando me acuerdo de por que te leo.

Anónimo dijo...

Me gusta como escribes, Leo. Como logras engancharme con tus historias, mas aun cuando en la mayoria de los blog (al menos para mi) es muy facil dejar la lectura -por lenta y aburriad- luego de la segunda o tercera linea.

Y te voy a repetir lo mismo que le dijiste a Javi: "No dejes nunca de recordar"

Punto aparte: Un instructor llamado Leonidas? Uy que susto!

Anónimo dijo...

como bien dicen un par de blogueros en los comentarios...es en tu recuerdo donde seguirá vivo, sin importar su nombre o aspecto, simplemente está ahí, recordandonos como debería ser una persona entregada y persistente con sus ilusiones, un ejemplo a seguir que por desgracia se fue mucho antes de lo que debería...

Como pretendía cierto literato español (j.manrique) conseguir la fama después de la muerte por los logros obtenidos en vida, y así vivir eternamente en el recuerdo de la gente

La Aguadora dijo...

Los nombres no importan, yo misma me cambié el mío un par de veces en el Registro.
Y los que vivimos en la red tenemos el privilegio de usar el nick que nos apetezca, cuando nos apetezca.
Lo que es importante es emocionar: la capacidad de emocionar a otro ser humano es un don que debimos robarles a los dioses, más o menos cuando estaban distraidos persiguiendo el fuego.
Gracias por la historia.

María, La Aguadora