Corro. Tras de mí oigo los rugidos de los perros salvajes. Del horizonte me llegan lejanos disparos y gritos de agonía. Corro.
Llueve. Mi sudor se mezcla con la lluvia y mis manos chorreantes aumentan la presión para no dejar escapar el fusil. Llueve.
Jadeo. Me detengo, exhausto, aunque la carrera fue corta. He conseguido alejarme lo bastante de los perros, pero pienso que llevo demasiado peso: el fusil entre las manos; la pistola en la cadera; el lanzagranadas y el subfusil en la mochila; comida, botiquín y munición repartidos en el correaje. Y además están esos artefactos, medio kilo cada uno. Jadeo.
Ni me acuerdo. Parece que fue hace siglos cuando estaba en la taberna de la base de Deber negociando con el tabernero. Creo que le vendí varios artefactos y con ese dinero compré más munición de 5´56 mm. Siempre más munición... para obtener más artefactos... que venderé para comprar más munición... la cual me servirá para conseguir nuevos artefactos... ¿Cuándo comenzó esta pesadilla circular? Ni me acuerdo.
Anochece. Los gritos de dolor parecen venir de todas partes, y los gruñidos de los perros suenan más amenazantes. La luz de la linterna ilumina un pequeño espacio ante mis pies y tengo que consultar el mapa con más frecuencia, aunque inútilmente por la falta de referencias. Las voces --¿de soldados? ¿De miembros de la facción Deber? ¿De componentes del bando Libertad? ¿De stalkers independientes?-- suenan peligrosamente cercanas y confusas. No puedo saber quién es amigo y quién enemigo. Anochece.
Lo veo a lo lejos. Ese objeto brillante y que parece flotar varios centímetros sobre el suelo debe de ser otro artefacto. Ahora sólo ese maldito chisme ocupa mi mente, y lo voy a conseguir como sea. No me importan los perros salvajes, ni los zombis, ni los soldados, ni los bandidos, ni las zonas de alta radiactividad, ni las anomalías... ¡Sólo me importa ese artefacto! ¡LO NECESITO! Lo necesito porque vale mil, dos mil, o cinco mil rublos, y eso es mucho dinero con el que comprar más munición y poder así matar más y mejor... y eso me facilitará obtener nuevos artefactos. Ahora todo yo soy pura voluntad de alcanzar el artefacto que brilla. Lo veo a lo lejos.
Disparo. Escupo una larga ráfaga con el subfusil de 9 mm. No es muy efectivo a esta distancia pero debo reservar la escasa munición que me queda del fusil de asalto para otros enfrentamientos más peliagudos. Esta vez sólo es un cerdo mutante, vulnerable a cualquier arma y pocos balazos lo detienen. Con suerte podré extraerle un ojo que venderé más adelante a otro stalker o al científico. Viene otro cerdo mutante. Estos bichos nunca están solos. Disparo.
Huelo a pólvora quemada. Son muchos disparos. Casi siempre abro fuego por necesidad. La munición es cara y no conviene desperdiciarla, pero a veces ametrallo a solitarios stalkers que me encuentro por el camino, sólo por el placer de probar una nueva arma o por la curiosidad de descubrir lo que ocultan en sus mochilas. Huelo a pólvora quemada.
Acordes de guitarra. Agotado y con poca reserva de comida me aproximo a un grupo amigo o neutral. Hace unos días podrían ser de cualquier facción, pero ahora sé que no pueden ser de Monolith ni de Libertad porque a ambos bandos he saqueado y diezmado sus filas. Si aún no han empezado a dispararme es porque son stalkers independientes o miembros de Deber. Con los soldados y con los bandidos tampoco me llevo bien tras intercambiar miles de balas, de modo que no pueden ser ellos. En ocasiones se agradece que no me reciban a tiros. Acordes de guitarra.
1 comentario:
Muy interesante, veré si la mula me lo quiere regalar. Saludos.
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