Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 18 de noviembre de 2007

A solas con el cucho



Vivir a solas con un gato tiene su cosita. Es más divertido que vivir en total soledad, e infinitamente más cómodo que vivir con familia, con amigos, o con cualquier otro ser humano no catalogable. También tiene, no se crean, sus desventajas. Una de ellas es la absoluta falta de intimidad. Me explico:

Si uno vive, pongamos, con su tía abuela, puede decirle "tía abuela, no entre en mi cuarto sin llamar porque suelo estar masturbándome y se va a llevar usted un soponcio", y en siete de cada diez casos la tía abuela respetará nuestra intimidad. En otro de cada diez casos la tía abuela no hará caso porque es sorda, y en los dos casos restantes se lo tomará como una invitación, pues es sabido que el veinte por ciento de las tías abuelas son algo rijosas y cochinas. Pues bien, nuestra prudente advertencia, en el caso de los gatos, funciona en cero casos de cada diez. Los gatos no tienen el menor sentido de la intimidad. De hecho, fíjense en ellos cuando se ponen a cagar. Observen que el gato adopta para ese menester una actitud muy digna y hasta se diría que una pose interesante. Esto ocurre porque a ellos les gusta que los miren en todo momento, hagan lo que hagan. De igual modo, creen que a nosotros los humanos también nos gusta ser observados en cualquier circunstancia.

Y hablando de cagar, cuando uno vive a solas con un gato se acostumbra a hacer caca bajo la atenta mirada del félido. Los primeros días puede resultar incómodo, porque estás esperando que cualquier inoportuno ruido, de los muchos que en esas actividades surgen, sobresalte al animal y éste nos brinque encima y se nos zampe el salchichón. A las mujeres, obviamente, no puede ocurrirles dicho percance. Bueno, si eres
Amor, la de Gran Hermano, también te puede pasar. El caso es que después uno se acostumbra y ya no puede ir al baño si no es acompañado del gato. Con la confianza llegan las bromas, y los juegos. A mí me gusta esperar a que esté medio dormido en el lavabo y entonces hago fuerza abdominal para obtener un sonoro pedo amplificado por la maravillosa acústica del váter. Es muy gracioso ver al gato pegar un salto y mover las orejas en todas direcciones. Creo que a él también le parece divertido porque nunca se marcha.

A las personas solitarias que vivimos con un gato es fácil reconocernos por la calle. Tenemos las manos arañadas, y a veces también la cara. Nuestra ropa parece siempre de invierno porque va cubierta de pelos. A mí, sin ir más lejos, una vez quisieron apalearme unos fundamentalistas de
PETA, acusándome de matar animales para hacerme prendas de abrigo. Es que ellos se hacen mucho los chulitos con el tema de proteger a los animales, pero no viven con un gato.

Cuando vives con un gato aceptas que la propiedad privada ha quedado abolida en casa. Aunque no le guste mi comida, él tiene que probarla o no me dejará comer en paz. Mis libros son sus libros, y aunque raramente los lee tiene la necesidad de morder las portadas para dejarlos marcados con su particular ex libris. Los ceniceros son para el gato fuente inagotable de sorpresas, y todo cuanto encuentra en ellos le parece un juguete excelente. Mis calcetines no son mis calcetines; son sus paños para tapar el comedero. Bolígrafos, relojes, teléfonos, carteras, monedas, llaveros... todo son juguetes para Gusifluky.

Quien vive con un gato no tarda en descubrir que no vale el viejo truco empleado con lo niños, ese de dejar los objetos fuera de su alcance. No, el gato lo alcanza todo, antes o después. Los gatos saltan, saltan mucho y muy alto, trepan, se arrastran, se estiran y se encogen, y si se lo proponen pueden abrir grifos, neveras y armarios. Algunos aprenden a abrir puertas y a usar llaves. A mi gato le encontré una vez en un bolsillo un juego de ganzúas, una revista porno, dos caramelos mentolados y una lata de atún. Me pregunto para qué querría el atún.

Las personas que vivimos a solas con un gato solemos morir jóvenes, por infartos casi siempre. Imagine que son las tres de la madrugada, usted se levanta a buscar un pañuelo para secarse el sudor que le ha provocado una reciente pesadilla, y al abrir el cajón donde están los pañuelos se encuentra con un inesperado gato que le salta a la cara. Usted, obviamente, muere para siempre por un infarto fulminante. Lo peor de todo es que, como vivía a solas con el gato, nadie se entera de su muerte hasta pasados dos meses, cuando los vecinos ya están hartos del mal olor que sale de su casa. Entonces es cuando aparece usted en España Directo, y sus vecinos también, repitiendo el tópico de "era una personal muy normal y educada, aunque casi no lo conocía". Cuando el gato es interrogado sobre su posible implicación en la desgracia, suele responder: "Yo no sé nada. Una noche me despertó bruscamente mientras yo dormía en el cajón de los pañuelos, y tenía muy mala cara. Se conoce que quiso pedirme ayuda, pero ya era tarde".

Otro caso parecido, e igualmente habitual, es cuando... Vuelva a imaginar, hágame el favor. Son, esta vez, las cuatro y cuarto de la madrugada. Usted se despierta con la imperiosa necesidad de echar una meada, pero no enciende la luz porque está medio dormido y no recuerda dónde está el interruptor. Va por el pasillo tenebroso, donde precisamente se encuentra su gato sentado justo en la mitad y meditando sobre cosas profundas. El gato lo ve a usted perfectamente y piensa que usted también puede verlo a él, así que no se aparta. Usted pisa la cola del gato. El gato da un chillido de esos que despiertan a toda la comarca y parte de las comarcas colindantes. Usted, una vez más, se muere para siempre de modo irremediable. Luego viene todo el circo del caso anterior, pero con el infame añadido de que, además, se habrá meado usted encima mientras palmaba.

También se cuentan por millares los casos de las personas que fallecieron desangradas en el intento de bañar a sus gatos. Esto les ocurrió mayormente por desinformación. Si tiene usted un gato y quiere bañarlo, le recomiendo que lea "
Instrucciones para bañar un gato", de Leónidas Kowalski.

Las personas que vivimos con un gato en un piso alto tenemos una preocupación constante: las ventanas. Nuestras viviendas son húmedas y huelen a caca de gato porque tenemos miedo de ventilar la casa y que el gato salte por una ventana. Desgraciadamente en los gatos es habitual lo que se ha dado en llamar, parece que con cierto humor cínico,
el síndrome del gato paracaidista. La obsesión por mantener cerradas las ventanas puede llegar a ser verdaderamente mórbida, y a mí me ocurre que voy a casa de un amigo y le cierro las ventanas en pleno mes de Agosto. Supongo que ese detalle, unido al hecho de beberme todo el whisky de mi amigo, es la razón por la que no me ha invitado más.

Quienes vivimos a solas con un gato tenemos la costumbre de hablarle, y si no llevamos cuidado también acabamos hablando con las plantas, con los insectos y con los muebles. De hecho, muchos seres humanos que vivieron con un gato durante años terminaron sus días encerrados en hospitales psiquiátricos, que es el nombre políticamente correcto para denominar a lo que siempre se ha llamado manicomio. Por cierto, el siempre claro y directo
DRAE nos dice que la palabra manicomio viene de manía y de cuidar, y la explica concisamente como "hospital para locos", lo que demuestra que los señores académicos no son nada gilipollas y mantienen el cada vez más difícil arte de llamar al pan, pan, y al vino, vino.

Los gatos son elegantes, juguetones y limpios. Usted, suponiendo que haya vacunado debidamente a su gato,y salvo que sea una mujer embarazada, no tiene que temer nada de contagios. Una vez más tengo que mencionar la excepción que supone Amor, la de Gran Hermano: aunque la ciencia avanza que es una barbaridad me parece a mí que esta chica no se va a quedar embarazada jamás, por lo que ella no tiene que temer nada en absoluto de los gatos. Las demás mujeres corren
un riesgo durante la gestación debido a la toxoplasmosis, pero basta con elementales medidas de higiene para que también ese peligro sea conjurado. La verdad es que, por triste que les pueda parecer, es mucho más fácil que sus propios hijos o esa pareja de dudosa moral con la que follan les transmitan a ustedes alguna enfermedad.

Y lo vamos a dejar ya, que nadie lee entradas tan largas, y además me espera mi gato Gusifluky.



NOTAS:

1- Cucho es un chilenismo para nombrar al gato.

2- Amor, la de Gran Hermano, me parece una mujer guapísima, digan lo que digan y a pesar de mis bromas.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, me he reido mucho. Un buen guion para un monologo.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Jajaja, lo mismo digo. Muy gracioso.

Por cierto, te vas a partir el culo y seguramente se te ocurra alguna broma desagradable, pero ¿Sabes que mi madre tuvo toxoplasmosis durante todo el embarazo? Le dieron tratamiento, pero aun así no le dieron muchas esperanzas de que naciera bien en aquel momento. Y bueno, nada, que me ha hecho gracia que comentaras ese tema.

Besos,
Miri

Ender Wiggins dijo...

totalmente de acuerdo con todo, incluso lo de las ganzúas (mi gato no las necesita, solo ha desarrollado la habilidad de abrir armarios por el expeditivo método de tirar del asa de la puerta).

En cuanto a lo de las ventanas... en fin. te diré que tu preocupación no son las ventanas; son las putas palomas. y te lo dice alguien que, sin saberlo, bautizó a su gato como "ventana" (fenster, además del nombre de un personaje de 'sospechosos habituales', que es por lo que le puse este nombre, es 'ventana' en alemán) y el gato, fiel a sus principios, cumplió la profecía saltando sin paracaidas de un 4º y volviendo al tercer día, según als escrituras (después de que yo dejase empapelado medio Madrid con la foto de una mancha negra con dos ojos tirada en el suelo de la cocina con pinta de alfombra)

Anónimo dijo...

Dichosos lo' sojos que te leen, Leo, la solucion la tenia el cucho!

Definitivamente descarto los rascacielos, el mar, los tiros, el mino... ah no, el mino no! Ese me lo quedo XD

En todo caso me apunto cada una de tus frases, me seran de una inmensa utilidad, gracias.


Paloma

Javi dijo...

Sinceramente, creo que has descrito a la perfección la convivencia con un gato (o gata, porque es mi caso y para no hacer chirriar los dientes de las feminiotas ;-) )

Es más, te diría que no es necesario vivir solo con un gato para que se den todos estos casos. Si vives con tu pareja y con un gato, también agravado con el hecho (indiscutible) de que si te da por darle elegir entre el gato y tú, definitivamente, no dirá nada y se pondrá a hacerte las maletas. Lo que demuestra de que además del derecho a la intimidad, pierdes el derecho a réplica tan socorrido en democracia.

Anónimo dijo...

Qué guay esta entrada Leo...

P.D.: Voy por el capítulo 3 ya.

MO.

GUIZMO dijo...

No me gustan los gatos pero entiendo que a alguna gente le gusten. Son bonitos y limpios. El tuyo en cuestión, el tal Gusifluky, se ve un gato de majestuosa porte y bonitos ojos.

Javier dijo...

Cojonudo el detalle de las ventanas... qué cierto. Muy buen texto. Un saludo.