Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

sábado, 2 de febrero de 2008

Y pasó lo que tenía que pasar. (Breve cuento intrigoso)


Enrique cerró el libro a falta de unas pocas páginas para acabarlo. Si no fuera por lo que pasó después estoy seguro de que nos hubiera recomendado a todos leer Cañas y Barro, de Blasco Ibáñez. Ya estaba pensando en la siguiente novela que leería: El Malvado Carabel, de Wenceslao Fernández Flórez. Sin duda un acierto, pero lamentablemente no llegó jamás a leer una sola de sus páginas.

Sobrecogido aún por los acontecimientos que se desarrollaban en la novela de Blasco salió a comprar tabaco. Era Enrique un fumador compulsivo, aunque se olvidaba de su vicio cuando se metía de lleno en una buena historia, pero con todo y con eso tenía la costumbre de fumar un cigarrillo durante los finales de sus lecturas. Se le hacían así más intensos, o eso quería creer. Cuando la estanquera le dio los dos cartones de tabaco que había pedido se dio cuenta de que había olvidado la cartera. No importaba, Enrique era vecino del estanco y cliente fiel de años, así que se le fió la mercancía. Esa deuda jamás fue solventada.

De vuelta a su casa pensó en pasar por la churrería para dar un desayuno sorpresa a su esposa, pero cambió de opinión cayendo en la cuenta de que no llevaba dinero encima. Mejor lo dejaría para mañana, que era domingo y Gloria no saldría a hacer sus compras como hace todos los sábados, así podrían disfrutar más tranquilamente de los churros y de un chocolate casero bien espeso y tibio. Luego pasó lo que pasó, y ese domingo ni Gloria ni él, ni ninguno de sus vecinos a decir verdad, desayunó churros con chocolate.

A punto de coger el ascensor para subir hasta su piso se topó con el presidente de la comunidad de vecinos, a quien le recordó que había dos bombillas fundidas en su planta. El presidente prometió cambiarlas en breve. Jamás lo hizo.

Mientras Enrique entraba en su hogar sonó el teléfono. Vio en la pequeña pantalla de cristal líquido que se trataba de su cuñada, así que optó por apagar el timbre del teléfono y esperar a que Gloria se despertara para devolver la llamada a su hermana. Dado que los acontecimientos sucedieron de la manera que sucedieron, esa llamada no llegó a producirse nunca.

Al pensar en Gloria tuvo Enrique el súbito deseo de ir hasta el dormitorio para besarla, pero antes se entretuvo unos segundos metiendo el contenido del cesto de la ropa sucia en la lavadora. Si en lugar de haber hecho eso hubiera ido inmediatamente a despertar con besos a su esposa el final de este cuento los habría sorprendido entre besos y caricias. Desgraciadamente les va a llegar el final mientras Gloria duerme y Enrique sostiene en las manos un jersey de lana. Gloria sueña con un antiguo novio del instituto. Enrique se pregunta qué programa de lavado será conveniente para el jersey.

Esta historia podría tener una segunda parte donde se explicaría lo que falta por explicar, pero esa segunda parte no va a ser escrita jamás. Es una pena porque era muy interesante.

14 comentarios:

Amarilis dijo...

¿Infarto?

Me ha gustado mucho, al fin usas una técnica narrativa del siglo XX, un final abierto.

Cada día mejor, Leo.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

¿Un infarto? No lo creo, Amarilis. Entiendo que te refieres a un infarto de Enrique.

Ten en cuenta que eso no explicaría, por ejemplo, el detalle de que nunca se cambiarían las bombillas fundidas. Otros detalles, como el de que ningún vecino comiera churros al día siguiente, sí podría tener sentido si se abstuvieron por algo así como solidaridad con la viuda o una especie de luto gastronómico, pero tampoco se explica que la llamada a la hermana de Gloria no se produjera jamás.

No, definitivamente lo del infarto no cuadra.

Anónimo dijo...

¡POOOOOOOOM!, dijo el Mundo.

P.D.: ¿O qué?


MO.

Anónimo dijo...

El final que yo me imagino es que, como era un fumador empedernido, dejó algún pitillo mal apagado y provocó un incendio.

Muy buena historia.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Animala, MO, podría ser, podría ser... Vuestras teorías concuerdan con lo que cuenta el relato, pero la verdad nunca la sabréis. Sólo yo sé lo que pasó, y guardaré para siempre el secreto.

Anónimo dijo...

...¿Se habían dejado el gas abierto y al encender un cigarro explotó el edificio?

Sólo Leónidas sabe el final. Los demás no podemos sino divagar...

Besos,
Miri

Anónimo dijo...

Me gusta, y quisiera pensar que realmente la historia es así, sin explosión, sin más; no por nada, simplemente me gusta pensar que el escritor al dejar de escribir, deja de crear y ahí de queda todo. Y así son los finales reales, nadie lee su autopsia.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Aunque....., algo me dice que ese antiguo novio de Gloria tiene algo que ver con la explosión. Y ella es la culpable, por ser muy zorra.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Yo me quedo con el primer comentario de Mondéjar. El cuento es así, y punto. La explicación que falta pertenece a ese mundo donde están las cosas que no fueron.

Anónimo dijo...

Para un lector empedernido eso es una auténtica put..., al igual q encontrar q el libro q estás devorando le falta una página. Pero sigue deleitándonos pq lo haces fenomenal.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Gracias, Rebeca.

Lo que dices del libro al que le falta una página me pasó ni más ni menos con Los Pilares de la Tierra la primera vez que intenté leerlo. Al llegar a la página quinientos y pico descubro que a la edición que compré le faltaban más de veinte páginas. Imagina mi "alegría". Pasaron años hasta que compré otra edición y lo pude leer de cabo a rabo.

Anónimo dijo...

La historia nunca fue.No hubo un comienzo.. ¿por que tiene que haber un final?

Anónimo dijo...

Lo olvidé, lo siento ¡muy interesante! siempre es bueno leer algo tuyo ...
no todo lo que se cae hay que recogerlo.. no siempre hay una respuesta para toda pregunta.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Gracias, anónimo. A mí la verdad es que este cuento me parece una chorrada como casi todo lo que escribo, pero me divertí escribiéndolo.