Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

jueves, 7 de agosto de 2008

Lilit (V)


(Viene de aquí).

Cuando me levanté a la mañana siguiente la cabeza me dolía horrores y tenía la boca tan seca como la vagina de una abuela devota en misa dominical. Llamé al trabajo para avisar de que no iría, aunque antes tuve que beber como veinte litros de agua. Casi no me tenía en pie, pero por Lilit hice el esfuerzo sobrehumano de llegar hasta el mercado y comprar una lubina de tamaño razonable para dos personas.

Me pasé el resto de la mañana en la cama, dándole vueltas al extraño asunto del mensaje enviado y recibido por mi propio teléfono. Sopesé la posibilidad de que Sandra, durante los segundos que lo tuvo entre sus manos, hubiera reenviado el mensaje a mi número y a continuación hubiera borrado el original, pero esa esperanza era insostenible por la fecha de envío.

Llegué a la siguiente conclusión: al recibir el mensaje, como estaba bastante borracho, manipularía torpemente el teléfono de tal manera que me reenvié el texto y posteriormente borré el original creyendo que estaba borrando la copia. Sí, sin duda era eso lo que había pasado, aunque no pudiera recordarlo.

Claro que había otra posibilidad, pero me negaba a tenerla en cuenta. Ahora mis esfuerzos debían invertirse en prepararme para la visita de Lilit.

Dediqué la tarde a limpiar, fregar, ocultar ropa sucia, perfumarlo todo, poner sábanas limpias... en fin, esas cosas que hacemos los hombres cuando tenemos a la vista una noche de sexo con una mujer que de veras nos interesa. A las ocho y media comencé con los preparativos de la cena. Había tiempo de sobra, pero no cocinaba una lubina a la sidra desde hacía años y antes de eso sólo lo hice en un par de ocasiones, por eso quería ir con calma.

A las diez menos cuarto la lubina me miraba desde el horno con los ojos blancos, lo que según me había explicado una vez Sandra es señal de que el pescado está ya cocido. Apagué el horno y me dispuse a esperar a Lilit seleccionando algo de música entre mi modesta fonoteca, aunque sin atreverme a poner nada en el equipo musical porque desconocía los gustos de mi invitada, y no era plan causarle una mala impresión nada más llegar.

A las diez y media Lilit no había dado señales de vida, así que la llamé. Total, si su marido no estaba con ella no podría enterarse, y por lo tanto a Lilit no le molestaría. Al tercer tono de llamada me atendió la misma voz masculina de la otra vez. Colgué sin decir nada. ¿Tan celoso era aquel tipo que se llevaba de viaje el teléfono de su esposa?

A las once de la noche Lilit aún no había llegado y temí que la lubina me llamara en cualquier momento para pedirme una bufanda.

A las doce yo seguía tan solo como un leproso con ladillas, y la cena estaba más fría que los cojones de un muñeco de nieve.

Antes de acabar jugando al mus con la lubina decidí empezar a beber. Ahora sí que puse música: The end of all hope, de Nightwish, a toda leche, y que le dieran por el saco a los vecinos; jodido yo, jodidos todos. Me emborraché a conciencia, metódicamente, con empeño y eficacia.

Cuando Lilit llegó, a las tres de la madrugada, yo lucía una cogorza de padre y muy señor mío. Lilit dijo como saludo, y supongo que también a modo de disculpa:

-No tenía hambre.

-Bien, por eso llegas a las tres y por eso no me has llamado. Buena explicación.

-No te debo explicaciones. Nunca más te atrevas a pedírmelas.

-Pasa, anda, y discúlpate ante Rodolfa.

-¿Quién es Rodolfa?- preguntó distraídamente mientras entraba en mi casa mirando alrededor.

-Es la lubina. Nos hemos hecho muy amigos durante todo este tiempo.

-Ah. No me gusta el pescado.

-Ahora ya no importa; no podría permitir que alguien se comiera a Rodolfa.

Lilit se abalanzó sobre mí y me besó ansiosa, hambrienta de labios, lengua y saliva. Entre la melopea y el sabor de Lilit casi pierdo la cabeza y olvido mi propósito:

-Para un momento, polvorilla, que tenemos que hablar- dije cogiéndola por los brazos y separándola de mí.

Aquella bailarina misteriosa me miró desconcertada, pero se dejó conducir hasta el salón. La empujé sin miramientos por los hombros y cayó sentada en el sofá. Noté en su mirada que ese trato rudo le había gustado, creo que hasta la excitó. Estando de pie frente a ella se me pasó por la cabeza sacarme la polla y metérsela en la boca, por la fuerza si era necesario, mientras la atraía hacia mí tirándole del pelo. Pero no, tenía que ser fuerte y contenerme; había llegado el momento de la verdad:

-¿Quién eres, perra?- pregunté con toda la autoridad que la borrachera me permitía.

(Continuará, vete a saber cuándo).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito detalle la preparación de la cita,al igual de su reacción al verla, creo que aún fué dulce su reacción brusca. De todos modos, empiezo a pensar, que la tendencia de Adán al alcohol, hasta ponerse ciego, hace que su mente divage.
Un saludo

Anónimo dijo...

El próximo menú ante una cita incierta es el pavo al whisky, google, ese sabio cocinillas la suministra.
Si acude la fémina, visto su desprecio hacia el pescado, seguro que lo agradece.
Si no acude, un pavo cogorzo es también un acompañante de lo más curioso.
Un abrazote.

Rebeca