Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

domingo, 11 de julio de 2010

NÚMERO OCULTO (IV)


(Viene de
aquí).

Podría haber sido peor; podría haber interpretado el papel de perra en celo para sonsacarle alguna pista al tipo misterioso del número oculto -"Hola, cariño, me pillas calentísima y estoy tocándome esto tan húmedo que tengo entre los muslos. Háblame de ti, cielo, dame detalles para sentirte cerca, muy cerca"- y que su interlocutor resultara ser su madre en lugar del hijoputa anónimo.

Solo de pensar en esa posibilidad se le ponían los pelos de punta. María Dolores Cospedal, la madre de Lola García, también fue administrativa en Mucangrios Ibéricos, aunque para cuando Lola entró en la empresa ya hacía mucho que su madre estaba retirada. Doña María Dolores fue una eficiente empleada de MUCANGRIBER S. A., y como eran otros tiempos, además del papeleo inherente a su puesto de administrativa tenía que ayudar en la alimentación y desparasitación de los mucangrios, que como todo el mundo sabe comen como limas sordas y son propensos a las infestaciones de lombrices, piojos, ladillas, pulgas, garrapatas y -¡vade retro!- los temibles langostinos epidérmicos. Por eso la pobre mujer se volvió medio loca, convirtiéndose en pensionista de salud delicada desde los 35 años (¡el sueño de todo gaditano!), de modo que Lola podría haberla matado del disgusto si la hubiera confundido con el anónimo llamante.

Afortunadamente no había sido doña María Dolores la víctima del exabrupto telefónico de Lolita, pero al pensar en su madre Lola se acordó de que hacía casi dos semanas que no hablaban, y con la firme intención de visitarla ese mismo día al salir del trabajo llegó a la granja y le dio el café a María.

-Lola, este café está frío- dijo su compañera sin dar las gracias.

-Más frío está tu coño y tu marido no se queja- respondió Lolita, que era así de simpática a veces.

A continuación Lola se metió entre pecho y espalda una dosis doble de Quitalorzas, y un cuarto de hora más tarde se estaba cagando como una abubilla. El resto de la jornada laboral lo pasó casi todo sentada; sentada en el váter en lugar de hacerlo frente a su escritorio.

Serían las doce y media cuando su teléfono volvió a sonar. Atendió la llamada sin levantarse del trono de los truenos y los truños:

-¿Sí?

-¿María Dolores García, de Mucangrios Ibéricos?- era la voz de antes, la del hombre al que había puesto como hoja de perejil por error.

-Sí, sí, soy yo. Dígame.

-La llamé hace rato, señorita, pero ocurrió algo muy raro...

-¿De verdad? Pues no lo entiendo. Ah, bueno, es que una compañera de trabajo tenía mi teléfono, y ella es muy bromista, ¿sabe usted? Bah, ya me imagino que habrá hecho alguna de las suyas. Jo, es tan graciosa...- mintió desvergonzadamente Lolita.

-Pues a mí no me hizo ninguna gracia, y sepa usted que la voz de su amiga se parece sospechosamente a la suya.

-Sí, todo el mundo nos lo dice, "uy, chicas, qué voces tan superidénticas tenéis", pero ella está más gorda que yo, eh, se lo aseguro.

-Vamos a ver, señorita, a mí me importa un bledo lo gorda o flaca que esté usted. Soy el inspector Bellino Ventolera y la emplazo a presentarse en la comisaría de la Policía Nacional a la mayor brevedad posible. Tenemos que hablar.

-Pero es que yo esta tarde pensaba... -empieza a decir Lola cuando el Quitalorzas se manifiesta de nuevo:

Prrrrfff... POM POM... Prrrffffuussssssss... PLAF... Ñlafsss... ¡PUMBA!

-¿Qué está pasando ahí? ¡Ahora mismo mando a los GEOS!- grita alarmado el inspector Bellino.

-Que no, hombre, que no. Es que estoy con un tratamiento para adelgazar, ¿sabe usted?, y eso, que me ha pillado haciendo de vientre.

-¡Oh, dios, otra con el Quitalorzas! -dice solidariamente el inspector-. Mi mujer lo lleva probando desde hace dos meses, y no solo no ha perdido una arroba, sino que además ahora altera a los niños con sonoras cagaleras pedorreicas a cualquier hora. Histeriquitos perdidos me los tiene, oiga. Pero dígame, me hablaba usted de sus planes para esta tarde...

-Ah, sí. Pues eso, que yo esta tarde quería ir a visitar a mi madre.

-La comprendo, señorita García: madre no hay más que una y a ti te encontré en un burdel, como suele decirse. Vaya usted a visitar a su señora madre y mañana me viene a ver sin falta. Ah, y se me trae pañales, que igual la cosa va para largo.

-¿Me puede contar de qué se trata, señor inspector? -pregunta Lola entre preocupada, curiosa y cagarreica.

-No, no puedo. Mañana por la tarde la espero en comisaría. Adiós.

Presa de inquietud -que siempre será mejor que estar presa en un gulag o en una mazmorra de la inquisición- la escuálida Lola García se persona en casa de su madre a las seis de la tarde. Hablan mucho sin decir nada interesante, como la mayoría de las mujeres. Básicamente doña María Dolores se queja de lo flaca que ve a su hija, y esta le responde que aún le sobran muchos kilos para estar perfecta. Después de eso se ponen a hablar de una furcia llamada Belén Esteban, y en ello están cuando el teléfono móvil de Lola vuelve a sonar. La pantalla anuncia un número oculto y Lola decide no contestar, hasta que cambia de intención a la cuarta llamada:

-Hola, Lola -saluda la misteriosa voz masculina una vez más-. ¿Lo estás pasando bien con mami, cielo? Seguro que sí. Tienes aspecto de ser una buena hija, una buena y gordinflona hija.

(CONTINUARÁ AQUÍ)

1 comentario:

Pajeú dijo...

Testigo recibido, Soldadito.

Pero esta vez seré yo la que se lo tome con paciencia.