Un blog escrito bajo severas dosis de etanol.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Los hombres sin rostro



Desde niño supe que me acechaban, pero aún no sabía identificarlos.

Ahora veo a los hombres sin rostro por todas partes. Casi todos mis vecinos son hombres sin rostro. Puede que se libre ese niño preadolescente de ojos azules que vive en el primero. A veces no responde a mis saludos de tan ensimismado como va, y yo sé el porqué. Es nuestro secreto, aunque él ignora que yo lo sé. Me enteré de todo cierta tarde, cuando coincidimos en el portal él, una vecinita, y yo. Vi cómo miraba a la vecinita, y me bastaron unos segundos para comprender a mi joven amigo. Supe que este muchacho no es un hombre sin rostro, y supe también que está enamorado hasta las pestañas de su lindísima vecinita. Supe también, maldita sea, que ella sí es un hombre sin rostro en pequeña versión femenina.

Quizá también se libre la niña educada, hija de una dama sudamericana que vive en mi misma planta. Ojalá esta niña no sea otro hombre sin rostro. Eso espero. Sin embargo, sé que corre peligro de serlo. He visto con quién se reúne por las mañanas para ir al colegio: un grupo de pequeños hombres sin rostro la esperan al salir de casa. Se reúnen con ella, la acogen en su grupo de hombres sin rostro y, más que acompañarla, se la llevan, chupando su personalidad, absorbiendo su presencia y diluyéndola en la masa devoradora de los hombres sin rostro. Me gustaría hacer algo para evitarlo, pero alguien me acusaría de ser un pedófilo y llevar sucias intenciones. Los hombres sin rostro usan estratagemas así, y la mayoría de jueces también son hombres sin rostro. Y además, yo no tengo madera de héroe.

Mi trabajo está lleno de hombres sin rostro. Algunos no lo son, pero la mayoría sí. En mi trabajo es obligatorio vestir uniforme, y quizá por eso lo escogí. Supongo que imaginé que poniéndome un uniforme me confundiría con la masa y los hombres sin rostro, satisfechos con eso, me dejarían en paz. Pero fue una ingenuidad creer eso. La voracidad de los hombres sin rostro no se colma con vestuario uniformado. Ellos exigen que la uniformidad abarque la manera de pensar, los intereses culturales, la economía y hasta la forma de hablar. Mientras no homogeinices con ellos todos los aspectos de tu vida seguirás teniendo un rostro que te distingue del resto.

Cuando salía de casa por las noches y deambulaba de bar en bar, más borracho a cada parada, con la esperanza de encontrar a personas con cara --preferiblemente con cara femenina-- sólo encontraba hombres sin rostro. Si en alguna ocasión descubría a alguien con cara lo normal es que yo estuviera tan ebrio que parecía otro hombre sin rostro. Dejé de salir.

Mi familia también está plagada de hombres sin rostro. No puedo luchar contra ello y me limito a evitar los encuentros hasta donde me es posible. No me gusta nada mirar a mis familiares, a gente a la que quiero, y no poder distinguirlos porque casi todos presentan el mismo semblante vacío, la misma cara en blanco. Es desolador.

Los hombres sin rostro hablan mucho de fútbol, o de la vida de famosos, o de éxitos de unas clases que yo no puedo comprender, y a veces me quieren meter en sus conversaciones. Es una trampa para saber si soy otro hombre sin rostro como ellos o un disidente. Lo sé. Si me lo propongo puedo aparentar tener otra cara, y si no me conocen bien, puedo simular una infinidad de caras con notable éxito. Lo que no puedo es parecer otro hombre sin rostro. Corrijo: NO QUIERO PARECERLO. Aunque muchas veces me gustaría serlo.

Las poquísimas veces que voy a comprar ropa me encuentro tiendas de ropa para gente sin rostro, con solícitos vendedores sin rostro que me quieren convertir en otro hombre sin rostro. Es algo muy molesto y casi siempre me hace sentir avergonzado.

Los hombres sin rostro compran coches que a menudo no pueden pagar y que son de diferentes marcas y colores, pero en el fondo todos son iguales, como los propios conductores sin rostro que los van a manejar. Que a mi edad no tenga uno de esos coches me convierte en obvio personaje con rostro, y eso no le gusta a nadie. Se sorprenderían (o no) si supieran cuántos polvos me he quedado sin echar por no tener coche, a pesar de poder pagar cualquier habitación de cualquier hotel, y cualquier trayecto en taxi. Pero da igual, porque si no era por el coche me hubiera delatado la música, o la manera de conducir, o cualquier otro detalle. De un modo u otro los hombres sin rostro siempre me acaban desenmascarando... y no les gusta lo que ven, porque están acostumbrados al más absoluto vacío bajo la máscara, y cualquier otra cosa los asusta, por inofensiva que sea.

A medida que cumplo años la presión de los hombres sin rostro se acentúa. Figúrense: treinta y dos años, soltero, vivo solo si no contamos a Gusifluky (el gato), no tengo pareja y llevo una vida tan desordenada que hasta yo me preocupo. Los hombres sin rostro no ven bien nada de esto y me acosan. En ocasiones son leves puyas para hacerme sentir avergonzado, pero otras veces lanzan dardos bien cargaditos de veneno. No soportan mirarse al espejo para ver la nada, y se lo cobran succionando un poco de mí, no para aprovecharlo, sino para masticarlo y escupirlo después convertido en un montoncito de mierda vacía, inodora, transparente y fría.

Admito que en ocasiones envidio a los hombres sin rostro, y me gustaría decirles que mil veces he querido ser como ellos. Pero es que no me sale prescindir de mi individualidad, joder. Van a tener que perdonarme. O besarme el culo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, me gusta esta entrada. Me gusta mucho. Además no tengo nada que decir, porque no lo voy a expresar ni la mitad de bien... y... en el fondo me da que pensar. Supongo que incluso los que no queremos ser "un hombre sin rostro", lo acabamos perdiendo de vez en cuando...

Un besito,
Miri

Anónimo dijo...

En primer lugar quiero mortrarle mi felicitación por su Mención Quercus pyrenaica. Supongo que el gozo que siente por tan afamado premio le hará inspirarse en nuevas y mejores metas para este blog.

En segundo lugar quería mostrarle mi añoranza por sus escritos y los quebraderos de cabeza que me provocaba con sus cambios de sexo. Gracias a usted siempre miraré con recelo a las mujeres.

Espero que todo siga bien por allí y que las cosas no hayan cambiado mucho.

En breve tendrá noticias mias.
Siempre a sus ordenes...

Caballero Cadete Guerras.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

¡Coño, Guerras, qué alegría! Imagino que te tendremos por aquí para Santa Bárbara, luciendo cadetera y gorra de plato y todo eso (pero no olvides que sigues siendo un modernaco y que te gané en una partida de dados a la Cabo Argüello).

No sé si nos veremos en Sta. Bárbara, suponiendo que vengas. En cuanto acabe el desfile me quitaré de en medio.

Un abrazo, compañero. (Uy, no debería tomarme estas confianzas con todo un caballero cadete).

Anónimo dijo...

Pues no sé, a mí la entrada no me ha gustado tanto como a Miri (de hecho me ha parecido excesivamente larga) pero como sé que te mola eso de tener muchos comentarios y tal pues ya sabes.

Los amigos súper chulis hacen este tipo de cosas.

No, no me des las gracias, soy así de guay.

Anónimo dijo...

Creo que tiene merito a día de hoy tener rostro, aunque el tenerlo signifique que para muchos otros seas un sin rostro. También seria interesante conocer las propiedades de ambos espejos, ante la duda enhorabuena aunque sea por intentar verte en ese reflejo pero siempre estará la duda de las propiedades te tiene ese espejo, ¿todos verán su reflejo? Yo creo que si. Muy interesante esta entrada

Un saludo.

Anónimo dijo...

tu blog me ha tocado el alma. los hombres "con" rostro, abundamos muy poco. creo que tengo un rostro, pero me eh equivocado antes. igual como un borracho, loco o una persona depresiva, les cuestra aceptar su condicion.
los hombres sin rostro, creo pasan por lo mismo, asi que acabo de confundirme a mi mismo con esto de que si soy o no un hombre sin rostro.